El aire dentro del castillo pesaba, como si el tiempo se hubiese detenido justo en el momento en que Violeta dejó de sonreír. Habían pasado ya demasiadas semanas desde la última vez que el príncipe le había buscado, desde la última palabra cálida, desde el último roce de sus manos. Y aunque todos los salones estaban adornados con flores frescas y la música llenaba los pasillos, para ella todo estaba envuelto en una bruma gris.
Violeta caminó sola por los jardines esa mañana. Las hojas crujían bajo sus pies, y el cielo, aunque despejado, no le ofrecía consuelo. Sentía que cada paso la acercaba más a su final. El capítulo veinte. Lo había leído. Lo había temido. Y ahora lo aceptaba.
Se detuvo frente al lago y observó su reflejo en el agua. ¿En qué momento se había perdido a sí misma? ¿En qué instante se le ocurrió que podía tener algo más que unos días prestados en ese mundo de coronas, duquesas y veneno disfrazado de perfume? Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro, uno que llevaba dí