Ser humillado, herido y roto hasta el extremo de dudar de su propia existencia. Mitsue sabe cómo se siente. Él ha luchado cada día contra los recuerdos que de aquel amargo suceso y las pesadillas que vuelven durante las noches lluviosas para echarle en cara lo débil que es. Mitsue es un alma destrozada que oculta su dolor detrás de una actitud cruel. Nadie volverá a dañarlo, nadie volverá a romperle, nadie… logrará amarlo. Porque alguien como él no se lo merece. Sin embargo, aquel pensamiento es deshecho en el mismo instante en el cual Mitsue se encuentra con un par de ojos verdes que le recuerdan que aún existe la esperanza. Y entonces, todo lo que él desea es ser reparado por las suaves manos de Isabella Jones, la chica de las flores.
Leer másEmitiendo un largo suspiro cansado, Mitsue dejó el último arreglo de rosas junto a los otros y se recogió el cabello. Últimamente el trabajo no cesaba y él apenas ni podía cumplir con las exigencias. Honestamente, ¿por qué todo el mundo compraba flores? Bueno, quizás debiera ser un poco agradecido; pero él quería quejarse.Dando una mirada alrededor de la tienda, tuvo que sonreír. Le pareció que se encontraba irreconocible, al igual que él. Sin embargo, ¿no cambiaban muchas cosas en cinco años? Más allá de la expansión del negocio, que ahora era familiar, las vidas de cada uno de ellos habían dado giros inesperados.En especial la suya.¿Quién hubiera dicho que terminaría convirtiéndose en entrenador de Artes Marciales? No Mitsue, por supuesto, ya que siempre le pareció un deseo lejano e in
Mitsue se dejó caer sobre el sofá, con una expresión cansada. A su izquierda, Ryūji contuvo la respiración al ver cómo Sayumi, su pequeña princesa, tropezaba al querer ir detrás de su hermano mayor. Afortunadamente, Ryūnosuke pudo sostenerla antes de que tocara el suelo. La tomó en sus brazos y continuó hacia la cocina para seguir robándose los dulces.Eran niños hermosos e inquietos. Sobre todo, la niña, quien tenía la misma mirada altanera de Ryūji, lo cual le parecía increíble. A veces se le hacía imposible preguntarse con qué la había alimentado Shiori, ¿maldad concentrada? Amaba a su sobrina, pero era un dolor en el culo, igual que su padre. Ryūnosuke, por otro lado, era más calmado, suave. Cariñoso.—Entonces, ¿piensas formar tu propio equipo de fútbol? —le preguntó, viendo cómo
Isabella se miró al espejo con una sonrisa mientras terminaba de peinarse el cabello, que ahora le llegaba hasta las clavículas. Nunca antes se había cortado más allá de un centímetro o dos, pero la tarde en la que cogió a Mitsue en el baño con las tijeras, tomó la decisión de acompañarlo en su nuevo camino.En ese momento, él le había mirado desde el espejo, con mortificación y vergüenza.—¿Qué haces? —preguntó acercándose.Cuando estuvo a su espalda, le apretó suavemente los hombros, que él encogió.—Trato de cortarlo.—Oh… —Ella había sonreído—. ¿Y por qué hacemos eso?Él desvió la mirada de un modo tan adorable, que le derritió el corazón.—Pensé que como vamos a casarnos
Isabella exhaló dejando la caja de cartón sobre la enorme pila en la sala. Arqueándose hacia atrás, se masajeó la parte baja de la columna, para aliviar el dolor. Vaya, ¿Quién hubiera dicho que las mudanzas podían ser tan agotadoras? Y, aun así, no cambiaría la maravillosa experiencia. A su lado, Mitsue se retiró el gorro negro de lana, que estaba cubierto de nieve, al igual que los guantes. Él se quitó la liga que le sostenía el cabello, que cayó sobre sus hombros, extendiéndose a lo largo de su espalda, y le ofreció una sonrisa cansada.—Tenemos mucho trabajo —dijo—. ¿Quieres comer primero?—Cielos, ¡sí! Algo frito y cubierto con chocolate.—¿Qué pasó con tu dieta?Ella se encogió de hombros.—Adelgacé veinte kilos con esas cajas, necesito
Después de regresar de su Noche de Terror, que fue más espantosa de lo esperado, Mitsue comenzó a idear un modo de acercarse a Isabella. Para su eterna desgracia, no lo halló. Su novia había desaparecido, de forma literal. Shiori y Akane no sabían nada y a él comenzó a preocuparle que se hubiera marchado antes de lo previsto a Inglaterra. Pasaron tres largas semanas, en los que comenzó a comportarse como un psicópata, que se acercaba a la floristería de los Jones, para buscarla, aunque no se atrevía a cruzar la puerta. De todos modos, ella no había puesto un pie en el negocio durante esos días. Así como tampoco la vio salir o entrar a su casa, lo cual era aterrador.Poco a poco, la esperanza se desvanecía de él. Hasta que se encontraron a la salida de un centro comercial. Mitsue había querido acercarse. Lo intentó. En ese momento, fue Isabella q
Si le preguntaban, Isabella no sabía cómo había sido capaz de soportar todo un mes de terrible, absoluto e intenso dolor consumiéndola por dentro. Tener que mirar a Mitsue cada día, en todas sus clases, era como caminar descalza a través del infierno. No poder hablarle ni mucho menos tocarlo. Una terrible agonía que comenzaba a marchitarla. Incluso adelgazó un par de kilos, lo que le daba un aspecto deplorable, haciéndola parecer una drogadicta anoréxica con trastorno depresivo. Patético. Pero honestamente, ¿a quién le importaba su apariencia cuando le habían arrancado el corazón? Más que nunca, se sentía humillada y utilizada. Vulnerable. Sola.Ya no lo soportaba.Le costó decidirse, pero la hora de regresar a Londres había llegado. De todos modos, ¿quién querría continuar cerca de la persona que había jugado
Algo no estaba bien con Mitsue. Desde la celebración del matrimonio de Ryūji y Shiori, él actuaba de un modo inusual. Como si no quisiera estar cerca, llevaba una semana inventando excusas para mantenerse alejado incluso cuando se sentaba junto a ella durante las clases. Al principio creyó que se debía a la forma vertiginosa en la que avanzaba su relación: quizá no conseguía procesar lo que había ocurrido entre ellos. Lo entendía, Mitsue no estaba listo del todo. Después, sin embargo, Isabella quiso culpar a su pequeño desliz, durante la fiesta de su cuñada, donde terminó embriagándose. No era una bebedora frecuente, por lo que pensó que quizá hizo algo vergonzoso que lo enojase.A estas alturas, no sabía qué pensar. Mitsue simplemente pasaba de ella, como al principio. Apenas si la saludaba y aun cuando lo hiciera solo levantaba la mano mientras sacud
—Vale, ¿y así seré morena?Mitsue hizo rodar los ojos mientras bufaba. ¿Honestamente? No tenía ni una miserable idea de por qué Isabella querría cambiar su color de cabello por el negro. A él le gustaba tal cual era: rubio brillante, como el oro. El sol. Le gustaba el modo en el que la luz se reflejaba en él, haciéndolo lucir más claro. Y sus ojos… Nunca le fue posible decidir qué le gustaba más, respecto a su apariencia, pero ¿qué importaba? Era perfecta a su modo imperfecto.—No, así cambias el color de tu ropa, cabello, piel u ojos en Photoshop. También puedes maquillarte.Isabella abrió los ojos, asombrada. Mitsue tuvo que contenerse para no reír de ella, eso lo habría mandado todo al infierno. Desde su perspectiva, la edición digital no era nada difícil; sin embargo, en lo que l
Diecinueve de enero. Las clases, después de poco más de un mes, por las fuertes nevadas, finalmente dieron inicio. Mientras Shiori veía por la ventana, entristecida y suspirando, Isabella ocupó el asiento vacío de Ryūji, quien había sido «secuestrado» junto a Mitsue por Masato, para que ambos lo ayudasen con la preparación de la ceremonia nupcial de su hija. La segunda, evidentemente, porque Shiori se casó en secreto con Ryūji, cuando fueron a Hokkaidō. Isabella se había molestado con Mitsue, por habérselo escondido, pero él le hizo comprender que no era su decisión. «La señora tiene sus motivos», le había dicho con esa mirada inexpresiva, antes de inclinarse sobre ella y hacerle olvidar todo con un beso.Recordarlo, le casó una leve sonrisa.—Cuéntamelo todo —dijo.Tomando la mano de Shiori, acarició su anill