Capítulo 4

Paula

Me desperté como cualquier otro día: con el canto de los pájaros, los rayos de sol filtrándose por la cortina y el aroma a café flotando en el aire. Todo era perfecto… hasta que la puerta se abrió y apareció mi jefe, Dominic Anderson, con una bandeja de desayuno en las manos y una sonrisa cálida en el rostro.

¿Perdón?

¡Pum!

—Ouch —me quejé, despertando de golpe tras caerme de la cama. Agradecí el golpe. Me había salvado de una pesadilla.

¿Tengo que verlo en el trabajo y en mis sueños? Eso es un infierno.

La alarma seguía sonando como si quisiera perforarme el cráneo. La apagué y me arrastré hasta el celular. 4:30 a.m.

—Llegar temprano no puede ser tan malo… ¿cierto?

Me duché con calma, intentando no pensar en las miradas fulminantes de mi jefe ni en la amenaza constante de cometer un error. Me vestí, me maquillé y salí sin desayunar. Cuando miré el reloj, eran las 6:30. ¿En qué momento se me fue el tiempo?

Salí corriendo y tomé un taxi. Para mi sorpresa, era el mismo conductor amable que me había llevado el día de la entrevista y parecía que recordaba mi cara.

—¿Al final conseguiste el trabajo? —preguntó, sin apartar la vista del camino.

—Sí. Un milagro, honestamente.

O tal vez no.

—Lo supe desde que te vi. Tienes talento. Me alegra mucho. No todos lo logran.

—Gracias —respondí, sonriendo mientras la silueta de Anderson Company se alzaba frente a nosotros.

Pagué, le dejé el cambio y bajé. Saludé a los guardias, que ya empezaban a reconocerme, y entré. En recepción, Sam me recibió con su sonrisa habitual.

—Buenos días, Paula. ¿No estás llegando más temprano de lo usual?

—¿Temprano? Pensé que venía tarde.

—Son las 6:20. Entras a las 7:00.

—¿Qué? —saqué el celular. Efectivamente, 6:20. ¿Cómo había calculado tan mal el tiempo?

—Bueno, mejor llegar temprano. Tal vez me gane el título de empleada del mes.

—Con lo que corres de un lado a otro, no me sorprendería. Aunque si fuera yo, no me quejaría. El jefe está… candente —respondió muy bajito mientras mordía su labio inferior.

—Sam…

—¿Le has visto el trasero? Es perfecto. Redondito y…

—¡Por Dios, Sam! —exclamé, mirando alrededor para asegurarme de que nadie la hubiera escuchado.

—Solo digo la verdad. Ese hombre está como quiere. Y tú, querida, deberías relajarte un poco. Eres nueva, sí, pero no estás en la CIA.

Si supieras…

—Lo dices porque tu jefe no te odia. Yo tengo que sobrevivir a sus miradas asesinas.

—Imagínatelo en el baño. Se te pasa el miedo en un segundo.

—Ajá… —miré el reloj—. Me voy. Avísame cuando llegue.

—Oki doki.

Subí al elevador y revisé el celular. Cinco llamadas perdidas de mi madre. Tragué saliva. ¿Se habría dado cuenta de que rompí su licuadora? ¿Otra vez?

—Hola, mamá. ¿Qué pasa?

—Necesito que me compres kilo y medio de pollo deshuesado y unas chuletas.

Suspiré en mi interior al escuchar su pedido. Al final mi cabeza seguía intacta y podría tranquilamente reponerlo sin que supiera.

—¿Para eso me llamaste cinco veces?

—Tú nunca ves los mensajes.

—Está bien. Lo anoto. ¿Algo más?

—No, eso es todo. Gracias, hija.

Colgó. Suspiré. Guardé el celular, pero volvió a vibrar. Número privado. Un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Estafadores? ¿Otra vez?

—Buenos días. ¿Con quién hablo?

—Hola, Paula. Soy Linsey. Espero no estar interrumpiendo nada.

Mi corazón dio un brinco. La señorita Anderson.

—Oh, señorita Linsey. No, para nada. ¿En qué puedo ayudarla?

—¿Recuerdas por qué te pedí tu número?

—Claro —la cena. ¿Qué más podría ser?

—Quiero invitarte esta noche, a cenar con nosotros. Si no es molestia.

—Yo… —dudé. Había aceptado darle mi número, pero no pensé que realmente me llamaría—. Estaré ahí. ¿A qué hora?

—A las 7:30 p.m. No te preocupes por el transporte. Enviaré un auto por ti.

—¿Un auto? Señorita, no es necesario. Puedo tomar un taxi —insistí, aún sorprendida por su amabilidad.

—Paula —dijo Linsey con esa voz suave pero firme que no admitía discusión—. Esta invitación es un gesto de agradecimiento. No una obligación. Déjame hacer esto por ti.

—Está bien —cedí, con una sonrisa que ella no podía ver, pero que seguramente sintió—. Estaré lista a las 7:30 pm.

—Perfecto. Nos vemos esta noche.

Colgó. Me quedé mirando el teléfono unos segundos más, como si pudiera absorber lo que acababa de pasar. ¿Una cena con la familia Anderson? ¿Yo?

Volví a guardar el celular, pero esta vez con una sensación extraña en el pecho. No era nerviosismo. Era algo más profundo. Algo que no podía nombrar.

---

Más tarde, esa noche…

El auto llegó puntual. Negro, elegante, con vidrios polarizados. El conductor me saludó con una cortesía que me hizo sentir como si estuviera a punto de asistir a una gala diplomática.

Durante el trayecto, repasé mentalmente todo lo que sabía sobre Linsey Anderson. Empresaria, madre soltera, hermana mayor de Dominic. Una mujer admirada por su elegancia y su carácter. Y ahora, por alguna razón, interesada en mí, lo cual era bastante sospechoso teniendo en cuenta que yo no era más que una desconocida para la familia. Estaba dando pasos muy grandes en tiempos muy cortos y eso no me hacía más que sentir un poco nerviosa.

La residencia Anderson era aún más impresionante de noche. Las luces cálidas iluminaban el jardín, y la fachada de piedra parecía sacada de una película. El portón se abrió sin que tuviera que hacer nada. Me estaban esperando.

Linsey me recibió en la entrada con una sonrisa genuina llena de amabilidad.

—Paula, bienvenida. Me alegra que hayas aceptado mi invitación.

—Gracias por el gesto, señorita Linsey. Su casa es… increíble.

—Llámame Linsey, por favor. Y gracias. Aunque esta casa a veces parece más grande de lo necesario. Siempre está sola.

Me condujo al interior. El ambiente era acogedor, con una mezcla de elegancia clásica y calidez familiar. En la sala, James estaba sentado en el sofá, envuelto en una manta, con una taza de té entre las manos.

—¡Paula! —exclamó al verme, con una sonrisa que me derritió el corazón.

—Hola, pequeño maestro —le dije, acercándome para saludarlo—. ¿Cómo te sientes?

—Mejor. El jarabe sabe horrible, pero funciona.

—Eso es lo importante.

Linsey nos observaba con una expresión suave, casi nostálgica que no pasé por alto.

—Él no suele encariñarse con la gente tan rápido —comentó—. Pero contigo fue diferente.

—Supongo que fue la fiebre —bromeé, y todos reímos.

—Oh por cierto, mis padres están de viaje, así que no podrán acompañarnos a cenar. Espero no te moleste —aclaró con un tono de voz preocupado.

—No hay problema, me aseguraré de saludarlos la próxima vez.

No estaba segura de si habría una próxima vez, pero a como iba todo, estaba segura de que sucedería y podría conocerlos en el futuro.

La cena fue servida poco después. Una mesa impecable, platos delicadamente presentados, y una conversación que fluyó con naturalidad. Linsey me preguntó por mi familia, mis estudios, mis intereses. Yo respondí con sinceridad… casi toda.

Estaba claro que una parte de mi vida no la expondría tan fácilmente solo porque estaba siendo amable.

—¿Y el señor Anderson? —pregunté en un momento, notando su ausencia en la gran mesa del comedor. No es porque lo extrañara, solo que era extraño teniendo en cuenta que según su rutina, era normal que cenara aquí.

—Tarde, como siempre —respondió Linsey, rodando los ojos con una sonrisa—. Pero no te preocupes. No muerde. Solo gruñe un poco.

Justo entonces, la puerta principal se abrió. Y allí estaba él.

Dominic Anderson.

Vestía un traje oscuro, sin corbata, con el primer botón de la camisa desabrochado. Su mirada se posó en mí por un segundo. Solo un segundo, pero fue suficiente para que el aire cambiara por completo.

Ese aspecto desaliñado había causado una nueva perspectiva sobre él.

Sam tenía razón en ciertas cosas, al parecer.

—No sabía que teníamos visita —dijo, dejando las llaves sobre una consola sin molestarse en saludar.

—Invité a Paula a cenar —respondió Linsey con naturalidad—. Por todo lo que hizo por James.

Dominic asintió. No dijo nada más. Se acercó a la mesa, tomó asiento frente a mí y sirvió vino sin levantar la vista.

La conversación continuó, pero algo en su presencia me mantenía alerta. No era hostilidad. Era otra cosa. Como si estuviera intentando descifrarme… o contener algo.

—¿Cómo va el trabajo? —preguntó Linsey, mirando a su hermano para intentar incluirlo un poco.

—Eficiente —respondió él sin mirarme—. Paula ha sido… sorprendentemente competente.

¿Eso era un cumplido? ¿De Dominic Anderson? Hoy el cielo se caería en pedazos.

—Gracias, señor —respondí, manteniendo la compostura.

—Dominic —corrigió Linsey—. Esta noche no hay jerarquías.

Él no dijo nada. Pero su mirada volvió a encontrar la mía. Y esta vez, no la apartó tan rápido.

La cena siguió su curso. Tanto Linsey como James eran cálidos, a excepción de Dominic quien no era muy hablador al parecer. Tal vez porque había visitas indeseadas que lo incomodaban y no lo culpaba, al parecer no estaba al tanto de mi llegada.

James me contó muchas cosas sobre su escuela, reflejando una emoción que adoraba en los niños como él. Era un gran cambio al que había visto ese día, hirviendo en fiebre y completamente tímido. Ahora charlaba conmigo como si fuéramos mejores amigos, e incluso mostraba a las personas más cercanas para él desde su teléfono último modelo.

Sin duda alguna esta cena me había abierto varias puertas que muchos jamás pudieron pasar. Tal vez lo que mostraba Dominic no era más que sospechas sobre mí, dado a que esa mirada significaba mucho más que solo frialdad. Era la forma de una persona de demostrar recelo hacia otro y yo no lo pasaría por alto.

Mi investigación apenas comenzaba.

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