Paula
—Buenos días, señorita Paula —dijo la voz al otro lado de la línea. Era esa voz otra vez. Grave, serena, con un timbre que parecía sacado de un sueño del que no quería despertar. —Buenos días —respondí con voz ronca, aún adormilada. Me froté los ojos y me acomodé mejor en la cama, intentando sonar más despierta de lo que estaba. —Llamo para informarle que ha sido seleccionada para el puesto de secretaria del señor Anderson. Me quedé en silencio. Aparté el teléfono de mi oído y miré la pantalla. “Anderson Company” brillaba en letras grandes. El sueño se evaporó de golpe, reemplazado por una mezcla de incredulidad y euforia. Mi garganta se secó. Mi corazón se aceleró. —¿Señorita Paula? —¿Qué? ¡Ah, sí sí! Lo siento… por un momento me quedé en las nubes. Esto se siente como un sueño. Escuché su risa al otro lado de la línea. Era cálida, varonil, y peligrosamente encantadora. —No se preocupe. La comprendo muy bien —dijo, con ese tono formal que me hacía imaginarlo perfectamente vestido, con una sonrisa apenas visible—. Comenzará mañana a las 7:00 a.m. Si lo prefiere, puede iniciar el lunes de la próxima semana. —Mañana estaré ahí. Puntual. No se preocupe. —Perfecto. Esperamos que su segunda impresión sea tan buena como la primera, señorita Jones. —Lo será. Se lo aseguro. —Entonces, sin más que decir, me despido. Nos vemos mañana. La llamada terminó. Me quedé mirando el techo, con el teléfono aún en la mano y el corazón latiendo como si acabara de correr una maratón. Lo había logrado. A pesar de todo. A pesar de todos. Mi madre entró en ese momento, alertada por el sonido de mi voz. Sin pensarlo, me lancé a sus brazos, llorando de felicidad. —¿Qué pasa, mi amor? —preguntó, confundida. —Fui seleccionada, mamá —dije entre lágrimas—. Soy la nueva secretaria del señor Anderson. Tardó unos segundos en procesarlo. Luego, sus ojos se abrieron como platos y soltó un grito que hizo eco en toda la casa. Comenzó a saltar, a bailar, a reír. Yo la imité, contagiada por su alegría. —¡Esto lo tengo que presumir en el chat! —exclamó, corriendo a buscar su celular—. ¡Las del grupo van a arder de envidia! Sus hijos no serán nada comparados contigo, mi linda Paula. Reímos juntas. Luego pedimos comida para celebrar. Mucha comida. Y mientras brindábamos con jugo de naranja y papas fritas, yo no dejaba de pensar en lo que acababa de pasar. Había conseguido el trabajo de mis sueños. O al menos, eso era lo que todos debían creer. Gracias, Tiffany. Esta parte es perfecta para empezar a sembrar las primeras tensiones: la sospecha de Dominic, la preparación meticulosa de Paula, y la química latente con Eric. Aquí tienes la versión editada, manteniendo el tono elegante y profesional, pero incorporando sutiles pistas de que Paula no es una simple secretaria… y que Dominic, aunque no lo sepa, ya está siendo observado. --- Dominic Eric me había conseguido una secretaria. Según él, cumplía con todos los requisitos que yo exigía en mi estereotipo de “secretaria perfecta”. Pero algo en su entusiasmo me hacía dudar. Tal vez se había dejado llevar por su apariencia más que por sus habilidades. No sería la primera vez. Mientras me cepillaba los dientes, intenté dejar de pensar en eso. Pero mi mente volvió a la chica del elevador. Vestía con impecable sobriedad, su expresión era serena, profesional. Incluso su voz tenía ese tono firme que inspira confianza. ¿Sería ella la candidata que recibió una segunda oportunidad? Se veía joven. Demasiado joven. Pero no podía permitirme juzgar por apariencias. Mi celular vibró, me enjuagué la boca y contesté. —¿Qué sucede? —Ya hablé con la chica. Estará mañana a las 7:00 a.m., como pediste —informó Eric. —Perfecto. Gracias por avisar. Estaba por colgar cuando su voz volvió a sonar, con ese tono de advertencia que solo él se atrevía a usar conmigo. —Harás lo de siempre, ¿cierto? —¿Lo de siempre? —pregunté, desconcertado, mientras me dejaba caer en el sofá y encendía la televisión. —Sí. Esa manía tuya de llegar antes que la nueva para incomodarla desde el primer día. Ya te lo dije: no es profesional. Solté una risa. A veces parecía que él era el jefe, no yo. —Además, ella es joven. Trata de no asustarla. —Está bien, no te preocupes. Y vete a dormir. Colgué. En la pantalla, un noticiero mostraba un accidente en la autopista, pero no presté atención. Mi mente seguía en otra parte. ¿Y si ella realmente era la indicada? --- Paula Bip. Bip. Bip. La alarma sonó a las 4:20 a.m. Me incorporé de un salto. Había decidido levantarme temprano para arreglarme con calma, sin prisas ni errores. Hoy no podía permitirme fallar. Me di una ducha larga, me vestí con precisión quirúrgica, me maquillé con discreción y desayuné algo ligero para no desmayarme por los nervios. A las 6:30 ya estaba lista. Impecable. Preparada. Mamá dormía profundamente. No quise despertarla. Le lancé un beso al aire y salí del apartamento con paso firme. Tomé un taxi. Mientras el vehículo avanzaba, no pude evitar pensar en él: Dominic Anderson. El hombre detrás del imperio. El rostro que casi nadie conocía. En las reuniones siempre aparecía su mano derecha, Eric Blake, quien había asumido el rol de secretario durante meses. ¿Cómo sería trabajar bajo su mando? ¿Qué clase de hombre era? —Hemos llegado —anunció el conductor. Pagué, aún sumida en mis pensamientos, y bajé frente al edificio. El aire fresco me llenó los pulmones. Todavía no eran las siete, pero ya estaba allí. Los guardias me reconocieron y me dejaron pasar tras confirmar mi nombre. Les dediqué una sonrisa agradecida y avancé hacia recepción. La misma recepcionista de la vez anterior me recibió con una sonrisa cálida. —Señorita Jones, bienvenida. Me alegra trabajar con usted de ahora en adelante. —Gracias —respondí, devolviéndole la sonrisa—. Espero contar con todos ustedes. —Y así será —dijo una voz a mis espaldas. Me giré. Eric Blake estaba allí, impecable como siempre, con una sonrisa que parecía diseñada para desarmar a cualquiera. Mi corazón dio un pequeño salto. Este hombre es un arma de seducción masiva. —Si tiene preguntas, no dude en acudir a mí —añadió, con ese tono amable que ya conocía. Asentí, manteniendo la compostura. Pero por dentro, mi mente ya estaba trabajando. Observando. Analizando. Cada paso que daba en ese edificio no era casualidad. Y aunque nadie lo sabía aún, yo no estaba allí solo para servir café. La recepcionista soltó una pequeña risilla al notar el estado en el que me había dejado una simple sonrisa de Eric. Me sonrojé al instante. Había sido descubierta. —Bienvenida, señorita Jones. —Gracias —respondí, intentando disimular el rubor que se negaba a abandonar mi rostro—. ¿El señor Anderson ya llegó? —Hmm… —consultó su reloj—. Normalmente llega pasadas las siete, así que no te sientas presionada, ¿de acuerdo? Este es su horario de hoy —me extendió un iPad con la agenda del día. Asentí y lo tomé con cuidado. Revisé la información con rapidez, pero también con atención. El dispositivo era intuitivo, pero no me limité a lo básico. Lo inspeccioné más allá de lo evidente, reconociendo patrones, accesos, y detalles que una secretaria común probablemente pasaría por alto. —Buenos días, señor Anderson —saludó la recepcionista, mirando hacia la entrada. Mi cuerpo se tensó. El corazón se me aceleró. Me giré con la expresión más profesional que pude reunir. Él estaba allí. Dominic Anderson. Hablaba por teléfono, su voz grave y firme llenando el espacio con autoridad. Su expresión era seria, su porte impecable. Y su presencia… abrumadora. Terminó la llamada y me miró por un instante. Solo un segundo. Luego siguió caminando hacia Eric, que lo recibió con una breve conversación que no alcancé a escuchar. —Buenos días, señor —saludé, esperando una respuesta. No llegó. El rechazo fue directo, seco, como un portazo invisible. Pasó junto a mí sin detenerse, dejando tras de sí una estela de perfume masculino que me golpeó con fuerza. Lo reconocí. Era el mismo aroma del hombre del ascensor. El mismo silencio. La misma indiferencia. Mordí mi labio inferior. Una conexión se formó en mi mente. Un escalofrío me recorrió la espalda. Lo seguí hasta el ascensor, sosteniendo el iPad con firmeza, como si fuera un escudo. Me paré a su lado, decidida a no dejarme intimidar. —Buenos días, señor Anderson. Mi nombre es Paula Jones. Estaré siendo su secretaria hasta que usted lo desee. No respondió. Las puertas del ascensor se abrieron y subió sin mirarme. Lo seguí, y el silencio entre nosotros fue tan denso como el mármol del edificio. Cuando llegamos al piso superior, salió sin esperarme. Sus pasos eran largos, decididos. Me apresuré para alcanzarlo. —Con respecto a su agenda de hoy… Se detuvo. Me miró por encima del hombro. —Sé lo que debo hacer. Deja de seguirme y ve a tu asiento. Hay muchos papeles que debes corregir en lugar de andar detrás de mí como un perro. Sus palabras fueron cuchillas. Reanudó su camino hacia la oficina de roble. —Y la próxima vez —añadió sin girarse—, no vuelvas a subir conmigo en el ascensor. Es desagradable. Me quedé inmóvil por un segundo. Luego me obligué a enderezarme. No podía darme por vencida tan fácilmente. —Discúlpalo, Paula —dijo Eric, acercándose con una sonrisa tranquilizadora—. Dominic es difícil de tratar, especialmente con los nuevos. —Está bien. No pasa nada —respondí, conteniendo el impulso de soltar un comentario sarcástico. El teléfono de mi oficina comenzó a sonar. Corrí a contestar. —Buenos días. Ha llamado a Anderson Company. Le habla Paula Jones. ¿En qué puedo ayudarle? —Quiero hablar con Domi —dijo una voz femenina, chillona y exigente—. Y lo quiero ahora. No pienso esperar. —Por supuesto, señorita. ¿Podría darme su nombre para comunicarla? —Solo dile que es su prometida. Mi estómago se encogió. Tragué saliva y marqué la línea interna. —¿Qué pasa? —respondió Dominic, con esa voz que parecía diseñada para desarmar a cualquiera… excepto a mí. —Su prometida desea hablar con usted. ¿Desea que la comunique? —No tengo tiempo para hablar con ella. Dile que agende una cena si es importante. —Entendido. Volví a la llamada. —¿Y bien? —preguntó la mujer, irritada. —El señor Anderson ha solicitado que agende una cena si desea hablar con él. —¡Esto es ridículo! ¡Soy su prometida! ¿Cómo puede hacerme esto? Guardé silencio. La escuché despotricar durante unos segundos. —Agendaré para esta noche. Dile que si no va, cancelo la boda. Y colgó. Me quedé mirando el teléfono. ¿Qué se suponía que debía hacer con eso? ¿Amenazas matrimoniales el primer día? ¿Era esto parte del entrenamiento? —¿Es difícil? —preguntó una voz a mis espaldas. Me giré, sobresaltada. Era Eric. —Lo siento, no quise asustarte. Solo quería saber cómo fue tu primera llamada con un cliente complicado. —Fue… interesante —respondí, forzando una sonrisa. —¿Y ahora? —Ahora debo ir a ver a mi jefe para confirmar la cena con su prometida, que parece no importarle demasiado. —Dominic siempre ha sido así. No muestra simpatía por nadie. El trabajo es lo único que le importa. Asentí y me dirigí a su oficina. Toqué la puerta. Me dio paso sin levantar la vista de la pantalla. Llevaba lentes, y su saco descansaba sobre uno de los sillones. La oficina era distinta a la de la entrevista. Más sobria. Más suya. —Su prometida ha solicitado una cena esta noche a las seis. Su agenda está libre. —Está bien. Encárgate de reservar un buen restaurante y prepara un regalo apropiado. —¿Desea algo más? —No. Eso sería todo. Retírese. Asentí y salí. Eric me esperaba en mi escritorio. Al verme, me dedicó una sonrisa que me reconfortó más de lo que debería. —¿Qué tal te fue? Por tu cara, diría que no muy bien. —No se equivoca. Fue… tenso. Creo que su prometida no le agrada. —Puede ser. Nadie lo sabe con certeza. Pero lo estás haciendo bien, Paula. No te preocupes. Le devolví la sonrisa. Eric se marchó, y yo me quedé observando su espalda ancha y segura. No debería gustarme. Pero una parte de mí ya estaba cayendo. Y eso, en mi línea de trabajo, era un error.