—Basian y Zayda —pronuncia Gerald con discordia—. Los dos desgraciados tienen algo que ver con esto. ¿Por qué, Edmund, si yo te pedí que lo asesinaras? —Gerald está afuera de la camioneta. No hay rastros del demonio de Cillian en toda la redoma desde que ordenó que se llevaron a Mary. Gerald se fuma su cigarrillo, mirando a Edmund.

—Lo dejaron muy golpeado y lo tiraron al basurero. Dijeron que ya no respiraba —Edmund responde con los brazos cruzados—. ¿Qué vas a hacer?

Al mirar el cigarrillo, Gerald se pone pensativo. Algo no le sienta bien con la llegada de Cillian Harworth a su territorio. Aquí en Chicago donde el infierno es un hecho, un muerto como él reviviendo significa algo más, no cuenta con simple suerte.

—¿Quién estaba contigo en ese momento? —Gerald se termina el cigarrillo.

—Aleksander —responde Edmund a los segundos.

Gerald entrecierra los ojos. Al mirar a Edmund, ese vistazo habla por sí solo. Edmund toma un suspiro hondo y mueve la cabeza.

—Pudo haber sobrevivido por si