La notificación llegó a cada uno de los miembros del consejo directivo de la Corporación Sinisterra antes del amanecer. Asunto: “Reunión extraordinaria. Carácter obligatorio. Citada por el accionista mayoritario: Leonardo Villada Salvatore.”
El título generó más molestia que sorpresa.
—¿Desde cuándo este bastardo puede citar reuniones? —masculló Alberto, lanzando su taza de café contra la pared del estudio—. ¡¿Quién le dio ese poder?!
Miguel, a su lado, lo miró sin decir palabra. Sus ojeras lo delataban: llevaba días sin dormir, intentando salvar los pocos contratos que aún quedaban en pie tras la estampida de socios que habían vendido sus acciones. Pero no sabía que lo peor estaba por venir.
Horas más tarde, los pasillos de la empresa estaban cargados de murmullos. Los empleados no sabían exactamente qué pasaba, pero el ambiente lo gritaba: algo grande estaba por estallar.
La sala de juntas se llenó rápidamente. Alberto Sinisterra entró primero, como si aún tuviera dominio sobre ese