Caminaba con premura, casi corriendo por el largo pasillo del colegio, tratando de huir de sus perseguidores, su corazón latía aceleradamente, sus piernas las sentía desfallecer, pero aunque su cuerpo estaba a punto de colapsar, su cerebro la obligaba a no darse por vencida porque si la atrapaban no tendrían compasión de ella. Siempre era así, desde que había ingresado a ese colegio los maltratos y humillaciones no cesaban, no tenía amigos, era una chiquilla solitaria, frágil que inspiraba los mayores sentimientos de odio en sus compañeros.
Iba tratando de abrir las diferentes puertas que se encontraban a lo largo del pasillo, pero la mayoría estaban cerradas, hasta que encontró una que cedió al mover el picaporte, entró a la pequeña habitación, se trataba del cuarto donde guardaban los productos de limpieza, pasó el seguro de la puerta tras de sí y se sentó a un lado, tratando de controlar los nervios que recorrían su cuerpo, empezó a temblar descontroladamente, mientras sus lágrimas comenzaban a recorrer su rostro.
No lograba entender, porque desde que llegó a ese internado su vida se había vuelto miserable, quería contarle a sus padres lo que le sucedía, pero se negaba a preocuparlos, antes de llegar allí, se había hecho esa promesa. Además las amenazas contra ella eran latentes, lograban neutralizarla de tal manera que socavaban completamente su voluntad.
Sus atormentadores eran mayoría, y le decían que si se atrevía a ejercer acciones en contra de ellos, le iría peor, por ello no tenía escapatoria, estaba destinada a soportar esa situación, hasta que saliera de ese internado o hasta que ellos se cansaran o decidieran dejar de hacerla blanco de sus maldades.
Miró su reloj, único accesorio que se permitía cargar en sus muñecas, pues era de naturaleza sencilla, debido a su timidez, trataba de no llamar la atención, además no estaba muy conforme con su físico, era flaca, desgarbada, su cuerpo de doce años sin ninguna forma, su piel demasiado blanca, casi traslúcida y su cabello rojizo demasiado rebelde para poder controlarlo, con una tez bañada por pequeñas pecas que hacían de su rostro el hazmerreír de la institución, aunado a sus horrorosos brackets que hacían de su aspecto, alguien carente de toda belleza, no había en ella absolutamente nada que destacar.
Transcurrieron más de dos horas, mientras ella seguía sumida en sus pensamientos, pero era momento de salir de allí, rogaba en silencio para no encontrarse en su caminar a esas desagradables personas, ya que todo estaba solitario, pero lamentablemente en su corta vida, raras veces el cielo la escuchaba
Se levantó, abrió la puerta y comenzó a deshacer los pasos que había recorrido para estar allí, con la mala suerte que al llegar al pasillo izquierdo, la estaban esperando sus verdugos, cinco chicas y dos chicos, la miraban con odio, con burla, con placer, con maldad, era una mezcla de sentimientos tan enfermos que reflejaban sus expresiones, que la hicieron temblar, el miedo la aturdió, recordó que una vez había leído una frase que decía “Quien vive temeroso nunca sería libre”, cuanta certeza había en esas palabras, así se sentía, una esclava, sin derechos, no podía expresar palabras, porque no solo eran ellos, sino que su cuerpo estaba aterrado, cautivo y totalmente doblegado por el miedo, por más que intentó expresar palabras, solo pudo surgir de su interior, unos ahogados sollozos; una de ellos, Adrimar, la tomó por el brazo apretando con fuerza hasta hacerla gemir de dolor.
La chica de catorce años soltó una carcajada—¿Creíste que podías huir de nosotros? —Expresó en tono de burla—entiende de una vez que jamás podrás hacerlo, eres nuestra muñeca, pero no por tu belleza, la cual es nula—indicó mirándola de pies a cabeza despectivamente—sino porque eres como una especie de—se quedó pensativa por un momento, buscando las palabras adecuadas—Marioneta, si eres una pobre marioneta y nosotros somos los titiriteros, quienes movemos los hilos de tu cuerpo y tú debes moverte como nosotros lo queramos.
—Por… Favor…no me hagan… daño—pudo pronunciar pausadamente después de cierto tiempo, con voz escasamente audible, su cerebro le decía que corriera, pero su cuerpo se negaba a obedecerla."
—“Por… favor… No me hagan… Daño” —le mofó la chica—eres tan insignificante, tan pequeña cosa, que no me explico cómo podemos perder tiempo en alguien como tú—enseguida comenzó a abofetearla sin piedad, mientras la chica trataba de cubrir su faz para que no le hicieran daño, nunca hasta ese momento la habían golpeado en el rostro, siempre lo evitaban para no dejar rastro de sus maltratos, en el forcejeo sus lentes cayeron al suelo y Adrimar les puso el pie encima, destruyéndolos totalmente, ante sus gritos de desespero.
Cuando iba a volver a golpearla, uno de ellos, Gennaro, le tomó el brazo y con firmeza expresó: —No le golpees el rostro.
—¿La estás defendiendo? ¿Acaso te gusta el insignificante moco que es esta? —Interrogó la chica con furia descontrolada, mientras la tomaba nuevamente del brazo hamaqueándola con fuerza haciéndola gemir.
—¡Jamás! ¿Cómo crees que me va a gustar este esperpento? ¿Acaso estás loca? Es solo que si le golpeas el rostro, podrán investigar, y pueden descubrir lo que hemos hecho ¡¿Quieres eso?!—la interrogó molesto.
Se quedó analizando las palabras del chico y luego respondió—Perdón, la rabia me ofuscó—Y sin mediar más palabra la tomó por el cabello, empleando la mayor fuerza en ello, arrancándole en el proceso mechones, hasta hacerla caer, la arrastró, mientras los demás la pateaban con fuerza por el estómago, la espalda. La jovencita sentía que cada golpe del cual era objeto, le sacaba el aire, cerró los ojos buscando que eso la ayudaría a soportar lo que estaba sufriendo, pero no era así, cada golpe que le daban se intensificaba y el dolor se hacía cada vez más insoportable, a tal punto que fue perdiendo poco a poco la conciencia hasta caer en una profunda oscuridad.
"No puedes evitar que las aves de la tristeza pasen por encima de tu cabeza, pero puedes evitar que hagan nido en tu cabello" Proverbio Chino.
Obra. Registrada en Safe
Creative. Todos los derechos reservados. NRO 2005154011962El cortejo fúnebre recorría lentamente las calles romanas rumbo al cementerio, mientras Alessandra permanecía en el asiento trasero de uno de los autos, completamente sola, de ahora en adelante iba a ser así, solo la soledad sería su única compañía, jamás podría volver a tener a sus padres con ella, sus únicos compañeros, su única familia, sus únicos amigos, nunca más volvería a recibir un beso, un abrazo, una caricia, unas palabras de buenas noches o de buenos días «¡Nunca más Alessandra!» Siguieron los recuerdos llenando su mente, tal vez como una forma de escapar de esa realidad que la agobiaba. Ese día de hacía casi seis años. Luego de vestirse, se hizo un par de trenzas en sus cabellos, para aplacar el enredo en el que se le convertían al dejarlos sueltos, ni siquiera se miró al espejo para evitar pasar un mal rato, nunca le gustaba el reflejo que le devolvía.Se colocó unos zapatos negros de tacón bajo y descendió a la sala; Cuando sus padres la vieron, la abrazaron, sabían de las inseguridades de la jovencita, incluso hasta la habían llevado a terapia psicológica por un par de meses, pero luego dCAPÍTULO 2. UNA VISITA AGRIDULCE
Enseguida volvió al presente, se encontraba en el auto que la llevaría al cementerio, durante todo el trayecto al cementerio, los recuerdos del pasado no dejaron de atormentarla, ¡Qué inocente había sido siempre!, pensó. En ese instante el vehículo se detuvo en una de las calles laterales del cementerio, le abrieron la puerta y descendió, ataviada con un ancho vestido manga larga color negro, que le llegaba a los tobillos, zapatos bajos y como accesorios un sombrero negro cubriendo su rebelde cabello color fuego y un par de lentes. Comenzó a caminar lentamente hacia el lugar donde le darían cristiana sepultura a sus padres, no quería llorar porque se negaba a mostrar debilidad, pero se le hizo imposible, ella siempre había sido una chica frágil, sin agallas y tal vez nunca cambiaría.
Luego de unos minutos Alessa volvió en sí, se dio cuenta de que estaba sentada en el regazo de Stephano y no pudo evitar el rubor que cubrió sus mejillas, lo cual era bastante notorio debido a lo blanquecino de su piel, aun cuando estaba bañado de cientos de pequeñas pecas, se levantó de sus piernas como si un resorte la hubiese impulsado y no cayó al suelo por la reacción rápida del hombre quien la sostuvo por la cintura para después mirarla escrutadoramente.—¿Estás bien? —Preguntó sin deja
Alessandra se sonrió con burla hacia sí misma, en aquel momento jamás se hubiera imaginado que esa promesa que hizo, le costaría tantas horas y momentos de terror, pero por eso nunca dijo nada, pensó que no podía angustiar a sus padres, aunque muchas veces deseó no haber hecho esa promesa, que después la ató a una vida de tormento.Porque desde el mismo momento en que llegó al internado, aunque era un hermoso lugar en apariencia, ocultaba un gran infierno, que se desató sobre ella a su llegada, lo que vivió allí no se lo desearía ni al m&aacut
Alessa se sumergió tanto en sus recuerdos, que no se dio cuenta el momento que salió del cementerio, ni cuando se subió al auto, ni el trayecto para llegar a su casa, la acompañaban su padrino y Stephano quienes viajaban completamente en silencio, le abrieron la puerta y descendió.Cuando entró a la mansión, se dio cuenta de la cantidad de personas presentes, socios, trabajadores, amigos, conocidos de sus padres, con sus familiares y también los curiosos, se paró a un lado sin saber qué hacer, ¿cómo comportarse? ¿Qué decir? ¿Qué esperarían de ella? Un torrente de dudas se agit&oacut
Alessa sopesaba su decisión, hasta que su cobardía le ganó a su sentido común, no podía acusar a Adrimar, así fuese lo que más anhelaba en el mundo, así una parte de ella rogara por justicia, venganza, no sabía momentáneamente como definirlo, porque a veces en lo más profundo de su interior ansiaba poder devolverle a esa chica, todas y cada una de las humillaciones, golpes, maltratos que le propinó, pero el miedo de que nada pudiese hacerse y volviera a caer a su merced la ayudó a decidirse.—No, padrino nadie me ha maltratado—habló con atisbo de nerviosismo—Yo solo no quiero tener que irme de mi casa… Estoy acostumbrada aquí, no a lugares extraños.—Pero te
El hombre fue acercándose lentamente a su amigo, lo tomó con fuerza por los cabellos echando su cabeza atrás y le puso en el cuello una navaja que siempre cargaba con él.—¿Estás conmigo o en mi contra? —Preguntó apretando sus dientes y tratando de contener su ira.El chico, sudaba, jamás se imaginó que su mejor amigo lo pusiera en una situación en donde se debatían sus principios y su lealtad, pero sabía que le convenía, no podía hacerlo enojar porque su destino sería igual o peor a lo que le esperaba a esa joven y dejando las dudas atrás respondió: —Claro que estoy contigo, ¿Con quién si no?
Último capítulo