Alessandra despertó, intentó abrir poco a poco los ojos, pero tuvo que hacer un gran esfuerzo, porque los párpados le pesaban muchísimo, sin embargo, después de intentarlo por casi un minuto logró abrirlos totalmente.
Recorrió la habitación de manera desconfiada, como si temiera encontrarse con una desagradable sorpresa, sintió una fuerte punzada en la cabeza, llevó sus manos allí para apaciguar el dolor y a la vez tratando de hallar una explic
La enfermera se trasladó a la ciudad de Bari, una urbe portuaria en el mar Adriático y capital de la región de Apulla, al sur de Italia, un territorio llano.Fue contratada para trabajar en el principal hospital de la ciudad, donde las condiciones económicas le eran bastante favorables y para su satisfacción había ingresado al área de obstetricia, lo cual le daba mayores posibilidades de poder solucionar un asunto que tenía desde hace mucho tiempo pendiente por resolver y esperaba que esta fuese la oportunidad idónea para hacerlo.<
Fiorella observó como su hermano golpeaba inmisericordemente el piso con sus manos haciéndose daño y su corazón se comprimió ante su sufrimiento, se le tiró encima para detenerlo y evitar que continuara lastimándose, pero Stephano estaba tan cegado con su miseria que sin detenerse a pensar por un solo segundo, la empujó con violencia.—¡No me toques! ¿Cómo pudiste ser capaz de hacerme esto? Se supone que somos hermanos ¡¿Cómo es posible que conspiren en contra de mi felicidad?!—Exclamó indignado.<
Siete meses despuésEl tiempo pasó inexorablemente, y las cosas aún no se encontraban en su lugar, por el contrario todo se había complicado más. Cuando Alessandra tenía seis meses de embarazo recorriendo las calles de la ciudad donde trabajaba, fue atropellada por un auto que aunque no le hizo daño en su cuerpo, golpeó su cabeza con el brocado de la calle, quedando sin sentido en el acto.Fue trasladada al hospital de la ciudad donde pasó varios días inconsciente
Caminaba con premura, casi corriendo por el largo pasillo del colegio, tratando de huir de sus perseguidores, su corazón latía aceleradamente, sus piernas las sentía desfallecer, pero aunque su cuerpo estaba a punto de colapsar, su cerebro la obligaba a no darse por vencida porque si la atrapaban no tendrían compasión de ella. Siempre era así, desde que había ingresado a ese colegio los maltratos y humillaciones no cesaban, no tenía amigos, era una chiquilla solitaria, frágil que inspiraba los mayores sentimientos de odio en sus compañeros.Iba
El cortejo fúnebre recorría lentamente las calles romanas rumbo al cementerio, mientras Alessandra permanecía en el asiento trasero de uno de los autos, completamente sola, de ahora en adelante iba a ser así, solo la soledad sería su única compañía, jamás podría volver a tener a sus padres con ella, sus únicos compañeros, su única familia, sus únicos amigos, nunca más volvería a recibir un beso, un abrazo, una caricia, unas palabras de buenas noches o de buenos días «¡Nunca más Alessandra!» Siguieron los recuerdos llenando su mente, tal vez como una forma de escapar de esa realidad que la agobiaba. Ese día de hacía casi seis años. Luego de vestirse, se hizo un par de trenzas en sus cabellos, para aplacar el enredo en el que se le convertían al dejarlos sueltos, ni siquiera se miró al espejo para evitar pasar un mal rato, nunca le gustaba el reflejo que le devolvía.Se colocó unos zapatos negros de tacón bajo y descendió a la sala; Cuando sus padres la vieron, la abrazaron, sabían de las inseguridades de la jovencita, incluso hasta la habían llevado a terapia psicológica por un par de meses, pero luego dCAPÍTULO 2. UNA VISITA AGRIDULCE
Enseguida volvió al presente, se encontraba en el auto que la llevaría al cementerio, durante todo el trayecto al cementerio, los recuerdos del pasado no dejaron de atormentarla, ¡Qué inocente había sido siempre!, pensó. En ese instante el vehículo se detuvo en una de las calles laterales del cementerio, le abrieron la puerta y descendió, ataviada con un ancho vestido manga larga color negro, que le llegaba a los tobillos, zapatos bajos y como accesorios un sombrero negro cubriendo su rebelde cabello color fuego y un par de lentes. Comenzó a caminar lentamente hacia el lugar donde le darían cristiana sepultura a sus padres, no quería llorar porque se negaba a mostrar debilidad, pero se le hizo imposible, ella siempre había sido una chica frágil, sin agallas y tal vez nunca cambiaría.
Luego de unos minutos Alessa volvió en sí, se dio cuenta de que estaba sentada en el regazo de Stephano y no pudo evitar el rubor que cubrió sus mejillas, lo cual era bastante notorio debido a lo blanquecino de su piel, aun cuando estaba bañado de cientos de pequeñas pecas, se levantó de sus piernas como si un resorte la hubiese impulsado y no cayó al suelo por la reacción rápida del hombre quien la sostuvo por la cintura para después mirarla escrutadoramente.—¿Estás bien? —Preguntó sin deja