Cláusulas y Cadenas
Cláusulas y Cadenas
Por: C. H. Dugmor
Prólogo

Liberar sus deseos e impulsos retenidos era, en un principio, su meta, y Derek Contini se convirtió en el hombre que le ayudó a descubrir una parte desconocida de sí misma: despertó en ella un mundo lleno de posibilidades. Aunque le costó mucho dejarse llevar, llegó un punto en el camino en el que dejó de sentirse culpable por disfrutar del sexo de la manera en que lo hacía junto a él. Derek la hacía sentir como una rosa azul en medio de un valle de rosas rojas. La hacía sentir especial, deseada y hermosa.

Al principio, ese mundo la aterraba, pero solo porque estaba condicionada por la hipocresía que reina en la sociedad, una que inconscientemente la había contaminado con toda esa m*****a "corrección política" y poco a poco la había convertido en una mujer reprimida, impidiéndole adentrarse en esa galería de placeres carnales que realmente representaba.

Fue junto a Derek que descubrió la delicia y la sublimidad del dolor ligado al placer. Con él, logró quitarse la venda que la cegaba...

El día en que entró al departamento de Derek y vio aquel montón de objetos de dominación (o tortura, como pensó ella al principio), estuvo a punto de salir corriendo y alejarse lo más posible de aquel coleccionista de parafilias. Sin embargo, su razón se nubló al girarse y mirar a aquel adonis de rostro cuadrado, mandíbula prominente, ojos verdes como esmeraldas y grandes manos que, a esas alturas, ya habían explorado cada centímetro de su cuerpo.

En aquel entonces, habían transcurrido tres meses desde que se conocieron, tiempo suficiente para que ella se rindiera ante el misticismo y el aura sexual que Derek Contini desprendía.

Se dejó llevar por los deseos de su cuerpo, ignorando las órdenes de su cerebro. Imaginar una vida sin la presencia de aquel hombre que la hacía actuar de forma irracional era sencillamente inconcebible.

Pero luego intervino el corazón, nublando su razón.

Se enamoró perdidamente de Derek.

Y así fue como aceptó el papel de sumisa durante los siguientes años. Siete años, para ser exactos. Dos mil quinientos cincuenta y seis días de sesiones sexuales cargadas de expectativas, fiestas de cuero, premios, castigos, pruebas, lecciones, obediencia, clubes sexuales, amonestaciones y fantasías hechas realidad.

Ochenta y cuatro meses de adiestramiento para convertirse en la sumisa perfecta.

¿Y para qué?

Vincularse emocionalmente con Derek Contini resultó ser su peor error. Si hubiera continuado el juego tal como empezó aquella madrugada de Año Nuevo, las cosas serían muy distintas. Ella logró desprenderse por completo de todos los prejuicios y tabúes que había coleccionado desde niña, en lugar de llenarse de más frustraciones e inseguridades. Pero sin darse cuenta, desarrolló un apego emocional muy fuerte por aquel hombre al que su instinto, desde un principio, le advirtió que enamorarse de él no era una buena idea.

Derek nunca hizo nada en contra de su voluntad. Al contrario, siempre se sintió complacida de poder servir a su Señor de la forma en que él lo exigía. Para ella, obedecerlo era una forma de demostrarle cuánto lo amaba, lo necesitaba y lo adoraba.

A pesar de haber tenido relaciones anteriores a él, no fue sino hasta que Derek la introdujo en aquel mundo de látex, cuero y acero, de cláusulas y cadenas, que pudo desprenderse de todas esas limitaciones que la condenaban a relaciones aburridas con hombres egoístas y frívolos, que solo pensaban en su propio placer.

En un principio, el Amo se negó a cualquier contrato o barrera que limitara su imaginación, como él solía llamar a los acuerdos y contratos. Sin embargo, a medida que pasaban los meses y Derek la empujaba a sus límites durante las sesiones, surgían reglas entre ellos. Así fue como llegaron a un acuerdo por escrito, donde ella impuso ciertas normas y él también. Desde el principio, dejó en claro que no permitiría la zoofilia, la necrofilia ni la coprofilia. Para Derek era importante que ella se mantuviera en buena forma física, se alimentara correctamente, vistiera con elegancia y siempre mantuviera una buena higiene. Esto incluía mantener su zona íntima depilada, lucir un peinado impecable, una manicura y pedicura perfectas, y siempre usar el perfume Light Blue de Dolce & Gabbana, el favorito de Derek.

La regla de oro, y la que, si se violaba, daría por terminado el contrato, era que ambos debían confiar plenamente el uno en el otro. Sin importar lo que sucediera, ella debía contarle todo a él y viceversa. Ambos tenían la libertad de tener otros amantes: él cuando le apeteciera y ella cuando su Amo se lo permitiera. Sin embargo, siempre debían estar informados de las actividades de cada uno.

Por él, ella se sometió a innumerables pruebas durante un mes completo, recluida en un lugar que solo le permitía ver una pequeña habitación de unos seis metros cuadrados que se asemejaba a una mazmorra medieval. Solo tenía una colcha en el suelo, un orinal y cadenas que colgaban de una rústica pared de piedra. Noches enteras la ataban con esas cadenas, obligándola a estar desnuda, sufriendo el implacable frío y la humedad que azotaban aquel oscuro lugar. Cuando la dejaban salir de su celda, Amos y Amas experimentados, siempre con el rostro cubierto, la sometían a humillaciones, flagelaciones, vejaciones, azotes e insultos con el fin de convertirla en la esclava perfecta para Derek. Todo esto con su consentimiento.

En aquel entonces, no lo entendía. ¿Qué había sucedido? ¿En qué momento se deterioró el vínculo entre ellos? Tal vez fuera su repentino deseo de ser madre, algo que le había comunicado a su Amo, lo que comenzó a tensar la relación. Derek siempre le dejó claro que su estilo de vida no era compatible con ser padre.

Y una vez más, las interrogantes surgieron en su mente...

—¿Por qué? —se preguntó a sí misma.

¿Por qué Derek tenía que hacerlo? ¿Por qué no pudo cumplir su palabra? ¿Tan difícil era seguir una simple regla?

Ambos debían ser sinceros sin importar qué.

A su Amo no le importó enredarse con una mujer veintidós años menor que él, sin decirle nada, y además la embarazó. No le dolía la "infidelidad", sino el hecho de que su Amo le hubiera dado un hijo a esa mujer en lugar de a ella, quien tantas veces le había suplicado que fuera la madre de sus hijos.

Se dejó caer en el borde de la cama, tomando nuevamente el teléfono móvil entre sus manos, dispuesta a torturarse un poco más. Deslizó el dedo sobre la pantalla del dispositivo y volvió a reproducir el mismo mensaje de voz que había escuchado por la tarde, después de una complicada cesárea de emergencia. Ella estaba muy estresada debido a lo difícil del procedimiento quirúrgico, y cuando encendió su celular para revisarlo, se encontró con esa desagradable noticia que le arruinó el día, el mes, el año... la vida.

—Eh... Hola. Soy Alicia —la voz femenina titubeó—. He estado tratando de comunicarme contigo para... Dios, esto es muy incómodo —tomó una bocanada de aire y la soltó de golpe—. Te lo diré porque sé que Derek no lo hará, y no es justo para ninguna de las dos —la mujer suspiró—. Estoy embarazada de doce semanas, y el padre es Derek...

Aquella mujer era la sumisa de otro Amo, el Amo Benedict para ser exactos.

El recuerdo de aquella noche en la que asistió con Derek a una fiesta de cuero en casa del Amo Benedict, donde tanto ella como Alicia fueron azotadas a placer por ambos hombres, y luego Derek poseyó a Alicia mientras Benedict lo hacía con ella, retumbó en la mente de Avery. No era inusual que su Amo la cediera a sus amigos, pero le resultaba extraño que Derek nunca le hubiera comentado que sentía un interés particular por Alicia. Aunque habría estado dispuesta a aceptarlo y compartir la atención de su Amo con tal de que él no la abandonara...

Pero, ¡maldición! Escuchar las palabras "embarazo" y "Derek" en la misma oración hizo que el estómago de Avery se revolviera, a pesar de no haber comido nada en todo el día. Su corazón comenzó a latir tan rápido que tuvo miedo de desmayarse en cualquier momento. Se obligó a controlar su respiración cuando notó que estaba hiperventilando. Y como si lo dicho por aquella mujer no fuese suficiente, Alicia concluyó el mensaje de voz diciendo:

—Si no me crees, puedo enviarte suficientes pruebas para que veas que Derek y yo hemos estado manteniendo una relación durante más de un año.

Acto seguido, una avalancha de imágenes llegó a su W******p. Eran fotos de Alicia en poses sumisas durante pruebas, ceremonias y sesiones, donde aparecía desnuda, atada o siendo penetrada por Derek. Verlo a él tan entregado en darle placer la hirió. No porque le doliera que la hubiese "engañado" con otra mujer, ya que estaba claro que no tenían una relación exclusiva; sino por la forma en que se estaba enterando de todo.

¿No se suponía que entre Derek y ella había confianza?

Los ojos de Avery se llenaron nuevamente de lágrimas al recordar las muchas veces que Derek la llamó tarde en la noche para decirle que estaba exhausto por las interminables reuniones con colegas o porque una conferencia se prolongó más de lo esperado, cuando en realidad se encontraba divirtiéndose en el sótano de alguna mansión lujosa con su nuevo juguete.

—Un hijo —susurró—, le va a dar un hijo a ella.

Solo imaginarlo la hizo sollozar. Recordar las veces que Derek le pidió que visitara al ginecólogo para obtener su habitual receta de anticonceptivos y evitar un embarazo, la llenó de ira. A él no le importaba en absoluto que a Avery le hiciera ilusión ser la madre de sus hijos, y ella lo complacía porque lo amaba.

Llena de tristeza y rabia, Avery no pudo contenerse y agarró un jarrón de cerámica que reposaba sobre la mesita de noche y lo estrelló contra la pared frente a ella. Luego, se derrumbó en el suelo, totalmente abatida por el desamor.

La puerta de la habitación se abrió, revelando el rostro sorprendido de un atractivo hombre de cabello castaño oscuro. Derek llevaba una bata blanca doblada en su brazo izquierdo, mientras que con la otra mano sostenía su maletín. Acababa de regresar del trabajo, donde ejercía como neurocirujano en una prestigiosa clínica.

—Avery —inquirió él al ver el jarrón con motivos samoanos, que él mismo compró durante su último viaje a Hawái, hecho añicos en el suelo.

Ella se sobresaltó y adoptó una postura sumisa.

—Lo siento mucho, mi Señor —dijo entre sollozos—. No pude controlar mis emociones.

—Sabes que ese era mi jarrón favorito —comentó él, acercándose lentamente—. Creo que tendré que castigarte por haberlo roto.

Ella aspiró con fuerza por la nariz y se arrastró hacia él. Derek sostuvo su quijada con ternura y la obligó a mirarlo a los ojos.

—¿Qué sucede? ¿Por qué has causado todo este desastre? —inquirió Derek.

—Lo lamento muchísimo, Señor —ella negó con la cabeza—. Sentí mucha rabia al enterarme.

—¿Enterarte de qué? —preguntó Derek.

—Que usted tendrá un hijo con alguien más, y no conmigo.

El hombre cerró los ojos con fuerza, tomó una profunda inhalación y la exhaló lentamente. Mil pensamientos cruzaron por su mente...

—Ponte de pie —le ordenó con sutileza. Ella obedeció—. Has sido mi mejor aprendiz, cariño. ¿Lo sabías? —Avery negó con la cabeza—. Pero lamentablemente, hemos llegado a un callejón sin salida.

—Amo —murmuró ella, temiendo lo peor.

—Hemos estado viviendo un infierno los últimos meses —su voz fue serena—. Por tu propio bien, es mejor que te libere.

El corazón de Avery se quebró en mil pedazos.

—No, mi Señor —se arrodilló frente a él—. No lo haga.

—Debo hacerlo, cariño.

—No lo haga. No me deje, Señor. ¿Qué se supone que haga sin usted?

—Sigue creciendo. Ya has aprendido todo lo que necesitabas aprender conmigo —siguió hablando con calma y aplomo, aunque por dentro ardía de ira por culpa de la indiscreción de Alicia.

«Maldita mujer. Al final, ha logrado joderme», pensó él.

Avery se negaba a aceptarlo, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

—Lo sabías desde el principio, cariño —Derek continuó hablando—. Lo nuestro tenía una fecha de caducidad incluso antes de comenzar.

De repente, una furia recalcitrante se apoderó de Avery, y como si un resorte la impulsara, se puso de pie. No podía entender cómo Derek estaba tan tranquilo, desechándola como si fuera un simple saco de basura. ¿Acaso a él no le importa lo mal que se sentía?

—¿Entonces soy solo eso? ¿Algo que puede desechar cuando le place? —era la primera vez, en mucho tiempo, que estando a solas, lo tuteaba.

Derek frunció el ceño.

—¿Qué te ocurre? ¿Cómo te atreves a hablarme así? —la reprendió.

—Cástigame, Amo —Avery volvió a arrodillarse a sus pies—. He sido grosera con usted y merezco...

—No —él elevó la voz—. Se acabó, Avery. Es hora de que sigamos caminos separados.

—No, no, no... —ella negó con la cabeza, negándose a aceptarlo. Se sentía miserable, como un ave a la que le arrancan las alas—. Un verdadero Amo nunca habría traicionado la confianza de su sumisa —dijo ella con voz temblorosa.

Derek se mantuvo imperturbable, por más que Avery dijera cosas para provocarlo.

—Mi Señor, por favor —Avery se aferró a la pierna derecha de Derek.

Él le acarició la cabeza con su mano izquierda.

—Puedes quedarte con la casa —dijo él—. Es lo mínimo que mereces por haber sido una esclava tan buena. Me aseguraré de que no te falte nada, hasta que...

—No, Amo. No me deje —rogó ella entre sollozos.

—Le pediré a mi abogado que prepare los documentos —Derek ignoró las súplicas de la mujer—. Como yo doy por terminado el contrato, tendrás derecho a quedarte con la casa. También podrás conservar todos los regalos que te he dado, además de tener acceso a una cuenta bancaria que abrí a tu nombre el mes pasado, donde depositaré una suma considerable cada mes.

—Mi señor, por favor —murmuró ella—, no me deje. No quiero su dinero. Lo quiero a usted.

Derek no dijo nada más, tan solo se limitó a retirarse de la habitación, dejando a Avery devastada, tirada en el frío suelo.

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