¿Recuerdas que te dije que el nombre de Jericó me resultaba familiar? Pues en efecto así lo era. Un ángel protegía aquella ciudad amurallada, y su nombre era Yerichie. Así es, era un Cherub.
Con él ya sumaban seis Cherub con actividad constante en el mundo de los adanes. La sorpresa llenaba por completo mi faz. La suya, por el contrario, no mostraba siquiera un dejo de asombro. Nos miramos a los ojos. En el Cielo habíamos sido grandes amigos: construimos centenas de torres de guardia juntos y viajamos hasta Malkuth lado a lado. Para nuestra mala fortuna aquel día nos separaba un inmenso campo de batalla.
Simplemente no me atreví a hablar. No sabía qué decirle. Fue él, Yerichie, quien alzando el rostro al Cielo, rompió el silencio de nuestro frágil encuentro diciendo:
—¿Acaso te envío el Altísimo?
Fingiendo seguridad y confianza, respondí:
—Así es. Tengo una orden directa de Gabriel que involucra hacer trizas esa muralla. El ejército de Josué hará el resto.
Mi antiguo amigo meneó la cabeza para expresar su inconformidad y replicó:
—¡No es justo lo que están haciendo! ¿Por qué amargar la vida de estos adanes que viven pacíficamente? ¿Por qué dejar que un pueblo bárbaro saquee y asesine al otro solo porque cree ser el “elegido”? ¿Por qué acabar con un dios que ama y protege a esta gente?
Lentamente, un nudo se comenzó a formar en mi garganta. ¿Acaso las quejas de Yerichie tenían fundamento? Apreté los dientes, me sobrepuse a la emoción y respondí:
—Solo hay un Dios, Yerichie. Y ese, es el Señor. Los Cherub no podemos jugar a ser los dioses de esta gente. Todos los adanes deben de creer en el mismo Dios ¡¡Todos deben de vivir bajo una misma ley!!
Yerichie enfureció apenas terminé de hablar. Encendió su aura y me señaló con su índice derecho:
—¿Un solo Dios, dices? ¿Dónde estaba el Todopoderoso cuando la enfermedad de la piel que sangra cayó en Jericó? ¿Qué hizo el Altísimo cuando esta ciudad ardió en llamas y decenas de niños murieron asfixiados por el humo? ¡Dímelo, Erael! ¿Por qué tu Dios hace leyes distintas para unos y otros? ¿Por qué permitió que Miguel y Gabriel arrasaran con Egipto? Asesinaron a dos de nuestros amigos ¡DOS CHERUB!, dos de sus hijos… Dime, Erael, ¿Acaso los adanes no merecen un dios que vele por ellos?
Mi sangre etérea burbujeaba intentando contener una ola imparable de furia que bullía en todo mi cuerpo. Quizá el Señor estaba fuera de control, pero ¿Y si no era así? ¿Y si los que estábamos fuera de control éramos nosotros? El Altísimo nunca nos había fallado. Cierto, tomaba decisiones drásticas, pero también era verdad que las cosas siempre ocurrían por algo… Debía tomar un bando, y lo hice.
Un par de lágrimas escurrieron por mis ojos. Encaré a mi amigo y estallé mi aura para hacerle ver que las cosas iban en serio. Cuando por fin vi temor en sus ojos, le dije:
—No estamos seguros de que Gabriel y Miguel hayan sido los asesinos de Rael y Osiriah. En todo caso, déjame aclararte algo que pondrá fin a tus absurdos cuestionamientos…
Orgulloso, Yerichie alzó la barbilla. Estaba retándome para que expresara mi razonamiento definitivo. Le sostuve la mirada y puntualicé:
— El fin justifica los medios, Dios justifica al fin, y Dios justifica a Dios… ¡Estoy harto de tu palabrería estúpida ¡Acabemos con esto de una vez! Si no te rindes ahora mismo, no tendré piedad. ¡Arrodíllate ante el Todopoderoso y acepta tu condena!
Yerichie lloraba también, pero secó sus lágrimas con presteza y contestó:
—El Señor sabe que estoy de rodillas ante Él, pero también debe saber que daría la vida por proteger a mi mundo. ¡Y voy a hacerlo, Erael! Más vale que estés listo, porque no pienso tener compasión contigo…
Sí. Sigo aquí, mi amigo adán. Solo me quedé en silencio porque el combate contra Yerichie es un episodio de mi existencia que me duele recordar. Mis entrañas etéricas se hacen pedazos cada vez que aquellos recuerdos aterrizan otra vez en mi mente.Percibo que tienes dudas, no te culpo, he dejado algunos vacíos en la narración debido a que en ocasiones me desbordan las emociones.No. Gabriel jamás me comisionó para ayudar a Josué. Atacar Jericó no era una orden de Dios, fue una decisión propia de la que aún me arrepiento. Estúpidamente creí que al ayudar a los judíos salvaría mi alma y ganaría el perdón del Altísimo. Sin embargo, al igual que los humanos, tergiversé la filosofía de Dios y el resultado se tradujo en muerte y desolación.Hasta ese día, jamás había visto ningún otro ángel sobre la faz de Malkuth que no fuera un Cherub. Las apariciones de Miguel y Gabriel no eran más que cuentos humanos para mí, y como no lo había visto con mis propios ojos,
Las glorias de la guerra son las penas del hombre, mi amigo adán. Lo lamentable de las batallas es que jamás nos damos cuenta de lo estúpidas que son hasta que perdemos casi todo en ellas.Ese día, bajo la luz del atardecer, desperté recostado ya transformado en ángel. Quise sentarme, pero no podía sostener mi cabeza. Parecía que aún había sangre en ella. El flujo venía de uno de mis ojos. No, más bien de donde había estado uno de ellos… Cuando intenté verificar si todavía tenía el ojo izquierdo, simplemente me fue imposible: ya no tenía brazo derecho. Era el que me había arrancado Yerichie con su último ataque. Suspiré y me dolió el pecho, pero proseguí con la exploración. Esta vez fue mi mano izquierda la que buscó el ojo herido. No lo encontró; solo se topó con una cuenca vacía de
Sí, mi amigo adán, estoy llorando. En verdad lo siento, pero no puedo contener mis lágrimas. Lloro porque este fue el aterrador comienzo de las peleas encarnizadas entre los ángeles de Dios, y al final fuimos solo los Cherub quienes pagamos el sangriento precio.De los diez Cherub que viajamos a Malkuth, solo restábamos seis con vida. Cuatro de los nuestros habían caído ya: Rael, Osiriah, Yerichie y Hieraco. Lo peor de la situación era que todos ellos habían muerto a manos de sus amigos, ya fuera directa o indirectamente.Tras la batalla de Jericó, mi vida en Malkuth se tornó aburrida y desesperante. Ya no era capaz de disfrutarla como antes. Vivía con el permanente temor de que mi arrogancia volviera a convertirme en la bestia inmunda que había asesinado a Yerichie. Por si fuera poco, los rumores sobre “ángeles” que visitaban a los adanes se propagaban por la
“… donde el río canta su nombre al moverse sus aguas…”En todo el tiempo vivido en Malkuth jamás había conocido ningún rio o lago capaz de hablar, mucho menos de cantar ¿Qué clase de acertijo era ese? Parecía algo más propio de Hieraco y no de Abraxas, pero debía resolverlo si quería salir con éxito de aquella encrucijada. Además, el tiempo seguía su inexorable paso y no podía darme el lujo de cavilar durante años como lo hice cuando intenté resolver el enigma de la Heracoesfinge. Desafortunadamente este asunto requería acción inmediata... detuve mi vuelo y descendí lentamente hacía lo que parecía ser una aldea de pescadores. Pensé que caminar como un adán despejaría mi mente y me ayudaría a repasar las posibles respuestas con calma.Avancé sin fijarme siquie
Así es, mi amigo adán, algo terrible se avecinaba, y sucedió mucho más pronto de lo que esperábamos. Miles de ideas revoloteaban en nuestra mente acerca de la recepción que tendríamos en Hatussas, pero nada nos había preparado para aquello que nos dio la bienvenida…¡Claro que fue atroz, mi amigo adán! ¿Qué tanto? Demasiado, ni siquiera en tus peores pesadillas has imaginado algo semejante. La ciudad entera estaba en llamas. Las casas de la gente del pueblo ardían salvajemente. Un espeso humo cubría por completo a la capital del imperio hitita.Ni un solo templo u hogar había sido respetado. Las hermosas construcciones de piedra se caían a pedazos. En la plaza central yacía una gigantesca estatua partida en dos. Era un león con alas.Es correcto, mi amigo adán, era un Cherub…Xordán mira
No, mi amigo adán, la pesadilla estaba aún muy lejos de acabar…No pude ver a Gabriel, así qué, confiado, descendí planeando hasta el suelo. Miré hacía todas direcciones y no detecté ni un solo vestigio de mi rival. Solté un suspiro de alivio y sin saber por qué, miré hacia el cielo. Un inusual brillo se dejó ver en el negro de la noche. Sentí miedo, quise huir, pero era demasiado tarde…Un insoportable dolor punzante recorrió mi pata delantera izquierda. Era Gabriel. Había clavado su espada justo en mi hombro izquierdo.Dejé escapar un aullido de dolor. Gabriel inclinó su cabeza y sonrió con malicia. Pero yo no podía permitir que me venciera tan fácilmente… Envuelto en cólera, descargué un furioso puñetazo sobre su brazo y estallé el aura usando mis últimos
¿Que si triunfamos? No, la victoria siempre fue poco más que imposible, mi amigo adán. Cuando los efectos de la cúpula cesaron, simplemente era incapaz de moverme. De hecho, era una suerte que pudiera observar algo de lo que acontecía a mí alrededor. Todos habían muerto, incluso Gabriel.Pero no me hacía ilusiones: sabía muy bien que el Altísimo no dejaría que las cosas terminaran así. Justo antes de que la vida me abandonara, el arcángel Miguel hizo su aparición. Apenas arribar, miró con detenimiento el campo de batalla. Sus ojos no pararon hasta toparse con Gabriel. Desdeñoso, avanzó hasta él. En el camino pisó el sable de Mithriah y una de las hojas de la guadaña de Hathieh. Para él, tan orgullosas armas no significaban nada; eran poco menos que basura a su mirada.Tan pronto alcanzó el cadáver de Gabriel, e
¿Te preguntas qué ocurrió después? Pues solo pasó lo que tenía que pasar: nos negamos a vivir una vida que no nos correspondía. La mitad de los ahora querubines y yo hablamos con Gabriel y le pedimos un último favor: deseábamos volar hasta el abismo para dar fin a nuestro sufrimiento.Un inusual llanto inundó la cara de nuestro antiguo líder, quien, sin chistar, accedió a ayudarnos. Volamos hasta el final del cielo y formamos una fila enorme. Gabriel cortó nuestras alas con su daga de mensajero, y uno a uno nos arrojamos hacia el abismo.Sí, así es mi amigo adán, nos suicidamos. Sin pena ni remordimiento nos quitamos la vida. Todos creíamos fielmente que una existencia así no valía la pena.