¿Cómo? ¿Te preguntas qué apariencia teníamos en aquel entonces? Te lo contaré. Todos los Cherub lucíamos casi igual, al menos en el Cielo así lo era. Complexión delgada, cabellera larga, roja como el mismo fuego, ojos azules sin pupilas y un par de alas cortas que apenas rebasaban nuestra cintura. Usábamos túnicas negras que sujetábamos con un cinturón dorado. Dos brazaletes de igual color adornaban nuestras muñecas, y finalmente el emblema de nuestro coro: la cruz ansada, lucía orgullosa en nuestro pecho.
Así es, no te equivocas, la cruz ansada fue por mucho tiempo el emblema de una mítica civilización del mundo humano: los egipcios, si no me equivoco.
¿Un poder especial? Sí, mi curioso adán, los Cherub teníamos una habilidad única que nadie más poseía en el Cielo. Éramos capaces de transformarnos en poderosas bestias aladas de enorme poder. Nos alzábamos sobre cuatro patas coronadas por garras, y nuestras poderosas mandíbulas eran capaces de destrozar al más temible de los enemigos, así de imponentes éramos los Cherub.
Una vez que pisamos Malkuth, todos tomamos distintos caminos. Abraxas me pidió que lo acompañara, pero decidí continuar el viaje por mi cuenta. Aunque mi compañero se decepcionó un poco, terminó por aceptar mi decisión. Qué curioso, algo que pareció intrascendente en aquel momento fue el verdadero punto de inflexión que marcó nuestro destino.
Aquel día que me despedí de mis amigos lo hice con una sonrisa. Estaba seguro de que volvería a verlos. Y así fue, pero no en las condiciones en que deseaba hacerlo...
Conviví con los adanes durante mucho tiempo. Nunca les mostré uno solo de mis poderes. De hecho, trabajaba hombro con hombro junto a ellos, la diferencia era que yo nunca me cansaba. Fingía dormir un poco para no despertar sospechas, aunque nunca podía pasar demasiados años en el mismo sitio. Los adanes envejecían demasiado rápido y por mí parecía nunca pasar el tiempo.
Mas llegó el día en que comencé a sentirme solo. Surgió en mí la necesidad de buscar a mis viejos compañeros, aún sin tener la certeza de que pudiera encontrarlos. Pero la vida es curiosa, y pronto me trajo noticias nuevas sobre mis amigos, aunque no de la forma en que me hubiera gustado recibirlas…
Viajé entonces hacía un lugar llamado Canaán. Elegí ese sitio precisamente porque la gente que lo habitaba creía en Dios, y aunque suene ridículo, estar entre aquellas personas me hacía sentir aún parte del Cielo y no un vil exiliado.
Una noche, tras una larga jornada de trabajo, un hombre llegó a la aldea aterrorizado. Pegaba de gritos igual que un loco y gesticulaba de forma desesperada con sus manos sin conseguir armar una frase completa. Intentamos calmarlo, y cuando conseguimos tranquilizarlo un poco, comenzó a relatarnos aquella experiencia que lo había dejado tan alterado.
Nos habló de un “león alado” que devoraba niños. Vivía en una colina bastante apartada de la aldea, muy cerca de Egipto. El hombre juraba que la bestia se había comido a su hijo justo frente a sus ojos. Le preguntamos cómo es que había conocido a ese animal. El sujeto nos confesó que la criatura le había ofrecido inmensas riquezas si conseguía resolver un acertijo. Sin embargo, si no lo hacía, la bestia devoraría a su hijo.
Obviamente el hombre falló.
Mi sangre comenzó a burbujear de forma sospechosa. Sin darme cuenta, apreté los puños con furia. Aspiré hondamente. Tal vez me equivocaba, pero me parecía saber de quién se trataba. Para despejar mis dudas, le pregunté al hombre si aquella bestia le había dado su nombre.
El humano me miró asustado y asintió. Temblaba de forma descontrolada, pero sus labios alcanzaron a decir un nombre: Heracoesfinge. Luego rompió en llanto y me abrazó. Traté de consolarlo, pero ¿Qué podía hacer yo para restituir su pérdida? Nada…
¿Nada?
Suspiré brevemente. Sí podía hacer algo. Podía evitar que aquello sucediera otra vez.
El tiempo en Malkuth corría muy deprisa, mi querido amigo adán, sin siquiera haberlo notado, ya habían pasado 500 años desde que abandonamos nuestro hogar en el Cielo. Y en ese tiempo todos cambiamos, algunos más que otros.Ese era el caso de Hieraco.Él fue la bestia que había devorado a aquel niño. Lo supe cuando el padre asustado mencionó lo del acertijo. Solo él gustaba de aquellos juegos en los que la respuesta se burla de la pregunta.A la mañana siguiente, corrí presuroso hacia la colina donde se rumoraba que habitaba la Heracoesfinge. Pude haber llegado volando, pero hacía tanto tiempo que no desplegaba mis alas que sencillamente no me atreví a hacerlo. Cuando llegué al fin, pude ver que una espesa nube de humo cubría la cima de la pequeña montaña.No podía equivocarme, ese lugar sombrío de seguro era su
No, mi amigo adán, no fui capaz de desentrañar aquel misterio. Después de 60 días de intentos infructuosos, seguía sin poder hallar la solución de aquel acertijo. Frustrado, decidí olvidarme del asunto por algún tiempo. Sin embargo, durante una fría noche en que toda la gente de la aldea se hallaba reunida en torno al fuego de una hoguera, el asunto cobró importancia una vez más. Los adanes contaban historias sobre monstruos y criaturas fantásticas diseminadas por el mundo. Algunos eran francamente aterrorizantes, otros parecían más producto de la imaginación y el desvelo que de cualquier otra cosa. Pronto llegó mi turno, y durante mi estancia en Malkuth no había conocido más que un solo monstruo…—Les hablaré de una bestia sagrada que habita la cima de una montaña. Tiene cuerpo de león, alas de águila, rostro h
¿Ángel? Si mi amigo adán, ya conocía esa palabra, de hecho, ese término fue inventado en el Cielo, y no en la Tierra como se pudiera pensar. Lo inventó nuestro Señor justo en el momento en que Metatrón fue creado. Todos los miembros de cada uno de los coros celestiales éramos “ángeles”, al menos en teoría.Lo que debí haberme preguntado en aquel instante era: ¿En qué momento el pequeño adán había conocido a uno de nosotros? Sin embargo, fue lo último que se me ocurrió. Estaba tan emocionado por enfrentar a Hieraco que ni siquiera fui capaz de darle al asunto la importancia que merecía.¿Te preguntas si había otros mensajeros del Todopoderoso en Malkuth aparte de nosotros los Cherub?Sí, mi querido adán. Lamentablemente sí los había…Pero no me di
¿Recuerdas que te dije que el nombre de Jericó me resultaba familiar? Pues en efecto así lo era. Un ángel protegía aquella ciudad amurallada, y su nombre era Yerichie. Así es, era un Cherub.Con él ya sumaban seis Cherub con actividad constante en el mundo de los adanes. La sorpresa llenaba por completo mi faz. La suya, por el contrario, no mostraba siquiera un dejo de asombro. Nos miramos a los ojos. En el Cielo habíamos sido grandes amigos: construimos centenas de torres de guardia juntos y viajamos hasta Malkuth lado a lado. Para nuestra mala fortuna aquel día nos separaba un inmenso campo de batalla.Simplemente no me atreví a hablar. No sabía qué decirle. Fue él, Yerichie, quien alzando el rostro al Cielo, rompió el silencio de nuestro frágil encuentro diciendo:—¿Acaso te envío el Altísimo?Fingiendo seguridad y c
Sí. Sigo aquí, mi amigo adán. Solo me quedé en silencio porque el combate contra Yerichie es un episodio de mi existencia que me duele recordar. Mis entrañas etéricas se hacen pedazos cada vez que aquellos recuerdos aterrizan otra vez en mi mente.Percibo que tienes dudas, no te culpo, he dejado algunos vacíos en la narración debido a que en ocasiones me desbordan las emociones.No. Gabriel jamás me comisionó para ayudar a Josué. Atacar Jericó no era una orden de Dios, fue una decisión propia de la que aún me arrepiento. Estúpidamente creí que al ayudar a los judíos salvaría mi alma y ganaría el perdón del Altísimo. Sin embargo, al igual que los humanos, tergiversé la filosofía de Dios y el resultado se tradujo en muerte y desolación.Hasta ese día, jamás había visto ningún otro ángel sobre la faz de Malkuth que no fuera un Cherub. Las apariciones de Miguel y Gabriel no eran más que cuentos humanos para mí, y como no lo había visto con mis propios ojos,
Las glorias de la guerra son las penas del hombre, mi amigo adán. Lo lamentable de las batallas es que jamás nos damos cuenta de lo estúpidas que son hasta que perdemos casi todo en ellas.Ese día, bajo la luz del atardecer, desperté recostado ya transformado en ángel. Quise sentarme, pero no podía sostener mi cabeza. Parecía que aún había sangre en ella. El flujo venía de uno de mis ojos. No, más bien de donde había estado uno de ellos… Cuando intenté verificar si todavía tenía el ojo izquierdo, simplemente me fue imposible: ya no tenía brazo derecho. Era el que me había arrancado Yerichie con su último ataque. Suspiré y me dolió el pecho, pero proseguí con la exploración. Esta vez fue mi mano izquierda la que buscó el ojo herido. No lo encontró; solo se topó con una cuenca vacía de
Sí, mi amigo adán, estoy llorando. En verdad lo siento, pero no puedo contener mis lágrimas. Lloro porque este fue el aterrador comienzo de las peleas encarnizadas entre los ángeles de Dios, y al final fuimos solo los Cherub quienes pagamos el sangriento precio.De los diez Cherub que viajamos a Malkuth, solo restábamos seis con vida. Cuatro de los nuestros habían caído ya: Rael, Osiriah, Yerichie y Hieraco. Lo peor de la situación era que todos ellos habían muerto a manos de sus amigos, ya fuera directa o indirectamente.Tras la batalla de Jericó, mi vida en Malkuth se tornó aburrida y desesperante. Ya no era capaz de disfrutarla como antes. Vivía con el permanente temor de que mi arrogancia volviera a convertirme en la bestia inmunda que había asesinado a Yerichie. Por si fuera poco, los rumores sobre “ángeles” que visitaban a los adanes se propagaban por la
“… donde el río canta su nombre al moverse sus aguas…”En todo el tiempo vivido en Malkuth jamás había conocido ningún rio o lago capaz de hablar, mucho menos de cantar ¿Qué clase de acertijo era ese? Parecía algo más propio de Hieraco y no de Abraxas, pero debía resolverlo si quería salir con éxito de aquella encrucijada. Además, el tiempo seguía su inexorable paso y no podía darme el lujo de cavilar durante años como lo hice cuando intenté resolver el enigma de la Heracoesfinge. Desafortunadamente este asunto requería acción inmediata... detuve mi vuelo y descendí lentamente hacía lo que parecía ser una aldea de pescadores. Pensé que caminar como un adán despejaría mi mente y me ayudaría a repasar las posibles respuestas con calma.Avancé sin fijarme siquie