Le tapé los ojos para que no viera lo que quedaba de su madre, ella estaba llorando por su perdida cuando la llevé al garaje y le enseñé por donde habían invadido el lugar. Por allí salimos y nos subimos al auto, llenos de tantos sentimientos encontrados. Estábamos a cuatro cuadras de mi hogar, ansiábamos llegar pronto y ponernos a salvo. No contábamos con la siguiente jugada de la fortuna, un suceso inesperado que nos alejaría de nuestro destino y pondría en peligro nuestras vidas. Justo un par de cuadras antes de alcanzar nuestro objetivo, un par de hombres nos salieron al paso, apuntándonos con un arma de fuego y obligándonos a detenernos. Se subieron al coche, uno en el asiento del pasajero y el otro en la parte trasera, junto a Luisa.–Escucha bien, muchacho, nos vas a llevar a donde necesitamos llegar. Si no ofreces resistencia, nadie saldrá lastimado-, anotó e
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