CAPÍTULO 3

Emilia no podía creer lo que había pasado recién. Y es que, de la nada, el hombre con quien había pasado una de las peores noches de su vida, pero al que le agradecía el gesto de soltarle un puño de billetes, había declarado que era su novio y había aprovechado su confusión para besarla y subirla a su coche.

Y ahora estaba ahí, sentadita en el asiento trasero de un auto lujosísimo, al lado de Alejandro Darrell, su falso novio, esperando una explicación a lo que había ocurrido un par de minutos atrás.

—Parece que te gusta el dinero —dijo de la nada el hombre que, luego de cerrar la puerta del coche con ambos arriba, había cambiado su expresión por una tan firme como la que ella recordaba en él en la noche que estuvieron juntos—. Yo tengo mucho, y también necesito que hagas algo por mí, así que hagamos un trato.

Emilia le miró intrigada. No entendía de qué iban las palabras del joven, pero no lo interrumpiría, no cuando, más que gustarle el dinero, lo necesitaba con urgencia.

—¿Qué tanto dinero puedo obtener? —preguntó la castaña, demasiado insegura, a decir verdad.

Ella no creía en las soluciones mágicas. Emilia estaba segura de que nada que valiera la pena se resolvería con facilidad, pero estaba tan cansada de todos esos años en que se había esforzado tanto, y también ya había probado obtener dinero fácil con ese hombre, que de pronto se dejó llevar por la ilusión.

Alejandro sonrió amargamente. Una parte de él, una ebria, seguramente, había visto en la chica un poco de pureza e ingenuidad dentro de todo el miedo que había mostrado la noche que estuvo con él, pero ahora que, sin siquiera explicar alguna posible necesidad, ella se interesaba en lo que él ofrecía, se daba cuenta de que ella no era más que otra arpía.

Pero estaba bien, él lo había ofrecido primero, así que no se molestaría porque esa mujer estuviera detrás de su dinero, sobre todo si eso le daba la oportunidad de obtener lo que él necesitaba de ella.

Su abuelo, dueño de todo lo que los Darrell disfrutaban, había puesto como condición para ser el siguiente sucesor de la familia, y heredar todo lo que él poseía, que se casaran por amor e hicieran una familia que les hiciera felices.

Era por eso que Alejandro, que no disfrutaba en los brazos de cualquiera, que era serio y responsable, era el favorito para quedarse con todo lo que su abuelo tenía; pero ahora, que había cometido un desliz, su puesto comenzaba a peligrar, y por ello, convencido de que el amor verdadero no existía, decidió usar a su favor la carta que había encontrado sin querer.

—Demasiado dinero —aseguró el hombre respondiendo a la pregunta de Emilia, que le veía asombrada—, pero no será gratis, como puedes imaginar. Mi propuesta es la siguiente: cásate conmigo, seamos marido y mujer por un tiempo y, cuando yo lo considere prudente, nos divorciaremos, entonces desaparecerás de mi vista. Obviamente no te irías con las manos vacías, pero sí te irás tan lejos como se pueda, a cambio, mientras seas mi esposa, puedes disponer de todo lo que quieras, económicamente hablando, por supuesto.

Emilia le miró confundida. Había esperado que le ofreciera ser su amante, y en su locura había pensado que esa no sería una mala oferta si no tenía en cuenta lo malo que era el hombre en la cama, pero, de ahí a casarse con un extraño, eso parecía más locura que sus propios pensamientos.

—Casarse es mucho —murmuró la joven, segura de que no quería hacer lo que el otro pedía.

—¿Preferirías que fuéramos solo amantes? —cuestionó Alejandro con sarcasmo—. Lamentablemente, eso no me sirve y, debido a que algunos saben de nuestro desliz de la noche pasada, tienes que ser tú, así que eso te da la ventaja. De verdad puedes pedir lo que quieras, te lo daré todo porque necesito que aceptes lo que te ofrezco.

La joven de cabello castaño apartó la mirada, viendo por la ventana como se acercaban a su hogar. Entonces se preguntó si ese hombre la había investigado y era por ello que sabía dónde vivía y las circunstancias por las que atravesaba, eso explicaría por qué le había ofrecido lo que le ofrecía.

—¿Puedo pensarlo? —cuestionó la chica, casi segura de que no cambiaría de opinión.

Casarse con alguien, y pasar sabe cuántos años de su vida con él, tan solo por dinero, era algo que no había soñado nunca hacer.

—No puedes —respondió el hombre—. Vine por un sí, así que quiero la respuesta ahora.

—Entonces no —respondió Emilia—. No sé qué piensa que soy, y lamento no poderlo ayudar, pero no está en mis planes casarme y...

—¿Por qué? —cuestionó el hombre, molesto. Él había estado seguro de que la chica diría que sí sin rechistar, y le había dicho que no tan contundentemente que le confundía—. No creo que consigas el dinero que te ofrezco ni saliendo con decenas de hombres en toda tu vida, o, ¿acaso es porque te gustan más los hombres que el dinero? Ese sí sería un inconveniente, pues espero seamos un matrimonio respetable.

Emilia miró mal al hombre, pues ahora no solo la veía como una interesada, sino como una prostituta, y eso la ofendió muchísimo.

Ella no se había acostado con él por el dinero, aunque esa pareció ser su motivación; lo había hecho por estúpida, y comenzaba a arrepentirse demasiado de haberlo hecho.

Emilia no dijo más, miró mal a ese hombre y caminó hacia su casa, segura de que no se arrepentiría, pero al llegar a su casa y recibir una llamada informando que su tía tenía de nuevo una crisis corrió al hospital pensando que, si no hacía mucho más de lo que podía por su tía, se arrepentiría demasiado y para siempre.

La noche fue mala para Emilia, aunque no más mala que para su tía Cenaida, quien seguía en terapia intensiva por lo mal que estaba funcionando su corazón.

Ella requería urgente un cateterismo, pero no la operarían si Emilia no pagaba, así que solo le quedaba esperar a que su tía mejorara y aguantara un poco más o muriera por la falta de atención.

Afortunadamente para Emilia, en plena madrugada, su tía volvió a estar estable, así que pudo asistir al trabajo sin demasiada preocupación, pues siempre se encontraba muy preocupada por su condición ya que, debido a que necesitaba trabajar, ella no podía pasar el tiempo con la mujer que amaba con toda su vida.

Eran las siete de la mañana cuando dejó el hospital y corrió a su casa para darse un baño, luego de eso corrió a su empleo donde, pasadas las nueve de la mañana, vio en el restaurante del hotel al hombre que la noche anterior le había ofrecido algo que estaba necesitando con urgencia.

Emilia ni siquiera pensó en que lo había rechazado antes, solo rezaba con todas sus fuerzas para que el hombre no hubiera cambiado de opinión y, por lo imperante de su situación, ni siquiera se dio cuenta de que ese hombre estaba acompañado por algunas personas, mucho menos que él estaba ahí para un desayuno de negocios.

—¿Podemos hablar? —cuestionó la chica llegando hasta un hombre que, antes de verla, se sintió molesto por ser interrumpido, pero al ver su estado agitado y demacrado se preocupó un poco, pues incluso su cabello suelto parecía algo revuelto—. Es urgente.

Alejandro no supo reaccionar, una parte de sí quería seguirla a donde fuera que ella lo quisiera llevar, pero era una parte tan nimia, y que ignoraba seguido, que tan solo le generaba una pequeña molestia en su interior.

» Por favor —pidió la joven, ansiosa, estirando su mano hasta sostener el brazo del hombre para jalarlo con ella.

Pero Alejandro Darrell no era alguien a quien pudiera tocar cualquier mujer, al menos no frente a Malena Zamora, quien presumía por todo lo alto que ese hombre era suyo.

—¿Quién demonios eres? —cuestionó la mujer de cabello negro azabache, luminoso y largo que le cubría toda la espalda, y con esos ojos verdes esmeralda que miraban a la insignificante chica con asco, tomándola del brazo para alejarla de Alejandro.

—Soy su prometida —respondió Emilia, deshaciéndose en un brusco movimiento del agarre de la mujer que, a sus palabras, abrió los ojos enormes.

Alejandro sonrió internamente, la expresión de Malena Zamora le daba una satisfacción increíble, aunque no le curaba el corazón.

—No digas locu... —comenzó a hablar la azabache, que acompañada de sus padres desayunaría con Alejandro y su abuelo.

La excusa eran los negocios, pero, en realidad, todos, excepto Alejandro, esperaban concretar un compromiso entre los dos más jóvenes de esos cinco asistentes.

—Pensé que no te querías casar conmigo —ironizó Alejandro, disfrutando de la expresión de todos, sobre todo de la de la mujer que le había roto el corazón.

—Alejandro, por favor —dijo suplicante Emilia, sin saber qué decir, pues ahora que era consciente de que no estaban solos se sentía bastante apenada—. Habla conmigo, por favor.

La ansiosa y desesperada expresión de la chica frente a él, aunada a su apariencia pulcra e inocente, logró que el joven Alejandro Darrell sonriera enternecido, entonces Emilia pudo respirar de nuevo y agachó la cabeza intentando ocultar su dolor y su alivio.

» Lo lamento, ayer me tomaste por sorpresa, no supe qué hacer —declaró Emilia, aguantando el llanto—... ¿podemos hablar a solas?

—Claro —aceptó Alejandro, extendiendo la mano para que la chica la tomara, y así lo hizo ella; entonces el hombre se excusó con todos los que habían llegado con él y caminó de la mano con su nombrada prometida.

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