Desvaríos:

En la habitación estaban los dos soldados y las cuatro sumisas que había enviado a sacarla del foso. Entre las mujeres batallaban por controlar a la enferma, quién se revolvía y se estremecía constantemente. Balbuceando cosas ininteligibles en italiano.

—¿Está convulsionando?- preguntó.

—No Señor, solo delira. – explicó el médico, preparando rápidamente un calmante para hacerla dormir.

—¡Vitorio! Mío fratello, non che posso credere. ¡Non!- gritó la enferma desenfrenadamente.

En cuanto el somnífero entró en su torrente sanguíneo, la muchacha comenzó a calmarse y a relajarse hasta caer profundamente dormida.

Entonces el doctor procedió a colocarle una intravenosa conectada a un suero y en el suero diluyó el antibiótico de amplio espectro requerido para que se mejorara.

—Esta madrugada y el día de mañana serán vitales. El nivel de infección en sangre es demasiado elevado, si el antibiótico no surte efecto rápido es posible que la paciente fallezca.

—Haga todo lo posible por salvarla, doctor.- masculló Alexis.- tenga en cuenta que si ella muere usted también lo hará.

El médico palideció.

—Con que autorice el envío de más medicamentos desde Moscú habremos hecho un gran avance. Tiene mi palabra mi Don, haremos todo lo humanamente posible por salvarla.

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Sofía: 

Fuego. Y hielo.

Frío, un frío que no cesa nunca. Dos años de intensísimo frío le habían calado hasta los huesos.

Hambre y dolor, la agonía era su constante compañera.

Para intentar escapar del frío, se había salido de la celda común dónde retenían a todas las pobres infelices que eran traídas aquí, y se había ido a acostar junto a la chimenea de la cocina en busca de algo de calor. Allí la había encontrado la vieja bruja y la había mandado al foso en castigo.

Uno pensaría que el infierno sería el sitio más caliente del universo, sin embargo ella llevaba dos años en el infierno y por el contrario día con día luchaba para no morirse congelada.

Todo se sentía extraño. Todo se sentía lejano. El mundo estaba moviéndose tan lentamente que parecía haberse quedado quieto.

 Sus músculos y sus tendones no le pertenecían. No le respondían. Estaba helada y al mismo tiempo sentía que estaba quemándose.

El agua apestaba, la celda apestaba, la ratas chillaban, y chillaban sin parar, y la mordían, por más que intentase alejarlas, regresaban y la mordían, otra vez y otra vez.

Los demás prisioneros gritaban y gemían, hasta que dejaban de gritan y entonces solo se escuchaba el sonido de las ratas mordiendo, las ratas royendo y devorando.

Ratas con rostros humanos. Su padre era una de esas ratas de diente filosos, su hermano había intentado morderla , incluso había una rata con el rostro de la madre superiora. Ratas por doquier. Intentando devorarla a ella también. Todo estaba lleno de ratas.

Y de peste a muerte.

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—Esta mucho mejor, mi Don.-le aseguró el médico.- el antibiótico le está haciendo efecto. Se recuperará rápidamente después de unos días.

—Bien. No tengo tiempo para perderlo con esta escoria italiana, queda usted a su cuidado. Alérteme cuando despierte.

—Si, señor.

  Tres días habían transcurrido desde que habían sacado a la italiana del foso, y aunque el médico juraba y perjuraba que la chica estaba mejor, Alexis no estaba tan seguro.

Por si las cosas tomaban un giro hacia lo peor, había hecho venir a su abogado y a un cura ayer, toda precaución era poca y no podía permitir que la muerte de la italiana le truncar los planes.

—Aquí está el reporte de los últimos cargamentos enviados a Siria. Nuestros contactos informan que el nuevo modelo de rifle les ha gustado mucho por su ligereza y su facilidad de recarga.

—Brillante, hermanito.

Eván sonrió complacido, a sus veinte y cinco años de edad era un experto en armas con una trayectoria increíble. Se podría decir que desde que era prácticamente un bebé demostró talento para ello, aún recuerdo como a la edad de cinco años robó el arma favorita de nuestro padre, la desmontó por curiosidad, y luego volvió a armarla como si nada.

Después de eso padre le fue dando armamentos cada vez más pesados y complejos para que se familiarizara con ellos hasta que finalmente lo envió a la universidad para que estudiara precisamente eso, diseño armamentístico.

—Las granadas de mano que pediste para nuestros compradores en México ya están listas. ¿Cuándo las probaremos?

—Dentro de unas semanas, iré a Guadalajara a la finca del capo Quintanilla, ha pedido verme en persona para cerrar la compra.

—Ten cuidado hermano, los mexicanos son muy tramposos.

—Lo sé.

—Hermano, ¿has hablado con Yelana estos días?- increpó Milia.

—Así es.

—¿Y no crees que tiene razón? En vez de malgastar nuestros suministros médicos y de perder el tiempo, ¿no crees que deberías asesinar a la perra italiana de una buena vez?

Alexis frunció el ceño, sentía como una monstruosa jaqueca se le venía encima.

—No. Y te daré la misma respuesta que le di a Yelana, hermanita. La italiana es asunto mío. Ahora, infórmame sobre la distribución. ¿Cómo están nuestros números?

—Cada vez peor. Los Visconti se han apoderado de otro distrito en España, la yacuza y las triadas están en guerra otra vez, eso nos podría dar cierta ventaja y permitirnos penetrar más en Singapur y Laos. Nuestra coca es mucho más fina y de mayor calidad que la que mueven los asiáticos.

Buscando una aspirina y llenando un baso de agua,  bebió lentamente, contemplando los planos que le mostraba su hermana.

—Con respecto al distrito español, no intentaremos recuperarlo. El plan para expandirnos en Asia me gusta, ponlo en marcha de inmediato. Y otra cosa, a partir de hoy ambos tienen prohibido recibir o enviar llamadas telefónicas a Yelana.

Sus hermanos lo miraron con expresiones diferentes, Eván elevó un hombro en seña de que no le importaba en lo absoluto pero Milia le dirigió una mirada cargada de resentimiento.

—Sospecho que entre nosotros hay un traidor.

—¡No creerás que es Yelana!- protestó Milia.

—Lo que yo crea o no, no importa. Solamente les advierto que justo ahora no confío en nadie que no seamos nosotros tres.- Alexis masculló, llenando sus palabras de autoridad, frenando cualquier tipo de protesta por parte de sus hermanos.- Ustedes son mis hermanos, mi sangre. Son mi brazo derecho e izquierdo. Nuestro futuro, el futuro de los Ivanov, depende de nosotros. De nosotros tres y de nadie más.

Con la mirada buscó los rostros de su hermano y hermana.

—Tenemos que andarnos con cuidado y no podemos confiar ni en nuestra propia sombra. Tenemos demasiados enemigos. No sólo las otras familias criminales buscan hacernos caer sino que además la mitad de las agencias gubernamentales del mundo exigen nuestras cabezas.

Masajeó sus sienes, exhalando lentamente, en lo que contemplaba a sus hermanos. Su mensaje les había llegado alto y claro. El sabía que le obedecerían. No tenían otra opción.

—Hay algo más que deben saber.

***

La celebración se había preparado con poquitísima antelación y sin embargo todo estaba saliendo a las mil maravillas. La novia vestía de blanco, traía flores entretejidas en el cabello y sostenía un hermosísimo ramo de rosas blancas. El novio, por su lado, llevaba un traje negro, con un clavel en la solapa.

La noticia de la boda había tomado a todos los habitantes de la fortaleza por sorpresa, excepto a Eván y a Milia, quienes contemplaban el acontecimiento con rostros inexpresivos.

La Ciudadela en pleno había lanzado un grito de sorpresa ante el anuncio de que el Don se casaría, y más cuando se supo con quien.

—Puede besar a la novia. – susurró el sacerdote, y la novia miró a su esposo con tal expresión de asco y repulsión que al hombre le quedó más que claro cuáles eran los sentimientos de la chica.

Sin embargo, el Don, ni corto ni perezoso, tiró de la mano dónde hacía minutos había colocado su anillo, y se inclinó, depositando su gélido beso junto sobre el diamante azul de los Ivanov.

—Hay que mantener las tradiciones, zhena( esposa).- masculló amenazadoramente buscando con la mirada el rostro de su nueva esposa.- será mejor que te comportes.

La novia palideció, y en cuanto pudo retiró su mano del agarre de él, sin embargo, el novio la tomó nuevamente del codo, conduciéndola hasta la mesa donde el abogado esperaba ansiosamente por la firma de ambos para concluir de una vez aquello.

Alexis contemplaba a su esposa de soslayo. Mientras había estado enferma y más muerta que viva no había notado ciertos detalles que ahora resaltaban enormemente.

La chica era más diminuta de lo que recordaba. Al parecer, en los últimos dos años no había crecido en absoluto, por el contrario, parecía que se había hecho más pequeña. Cuando la había sacado sobre su hombro, gritando y pateando, completamente histérica de aquel convento, recordaba claramente que la chiquilla no le había llegado siquiera a la altura del pecho, ahora se mantenía erguida y con la espalda recta y parecía un frailecillo, su rostro estaba huesudo, sus brazos y piernas desprovistos de musculatura. Sabía que la italiana había estado enferma de gravedad, pero esa delgadez extrema, casi cadavérica se debía a otra cosa.

Pasando rápidamente la mirada por sobre el grupo de sumisas que aguardaban la culminación de la ceremonia para comenzar a servir el festín, no pudo evitar notar la diferencia entre ellas y su “ esposa”. Aquellas mujeres usaban sus característicos vestidos negros, largos hasta los tobillos y llevaban al cuello en collar de cuero que solo él podía quitar, sin embargo, a pesar de que trabajaban y eran tratadas como esclavas se veían bastantes saludables y fuertes.

La italiana no, la italiana parecía un cadáver viviente y si las miradas de odio que la matrona lanzaba a la esquelética espalda de la chica eran indicio alguno, era un verdadero milagro que a su regreso la encontrase con vida.

Con mano firme,  trazó su firma sobre el papel, cediéndole el lapicero a Sofía, quién firmó rápidamente sin siquiera mirarlo.

—Felicidades, señor, señora.- sonrió el abogado.

El sonido de los balazos no se hizo esperar, los soldados disparaban al aire desde sus rifles oleada tras oleada de balas de salva fuera de la carpa que se había montado en el jardín. Tirando de ella,  la dirigió a la mesa principal, sentándose a en su silla tras ella, y subiendo a Sofía a sus rodillas.

La chica ni siquiera protestó. Ni siquiera pestañeó, manteniéndose con la espalda recta y todo el diminuto cuerpo tenso.

Las sumisas entraron rápidamente en acción, sirviendo la carne de buey asado primero al Don, luego a sus hermanos y de ahí al resto de los presentes.

—Bienvenida a la familia, cuñada.- sonrío Eván, sentado a la derecha.

—Bienvenida a la familia, cuñada.- repitió Milia, de mala gana.

Ambos recibiendo el asentimiento y aprobación de su hermano mayor.

Picando la carne, Alexis comenzó a comer, disfrutando del sabor a ahumado y bajando las grandes porciones con sorbos de vino tinto. Había mandado a asar dos bueyes para la ocasión, después de meses comiendo maíz enlatado, los guardias de la fortaleza agradecían enormemente el cambio en el menú.

Sofía se mantenía sobre su regazo, más pálida que si estuviera muerta, dirigiendo su rostro en cualquier dirección menos en la suya, y eso lo impacientaba. Muy lentamente enredó sus dedos en la negrísima cabellera y tiró de ella, haciendo que liberará un chillido de dolor y encogiera su rostro en un pucherito de lo más chulo, forzándola a mirarle.

—Come.- ordenó el Don de la mafia rusa, mirando a su prisionera directamente a sus oscurísimos ojos.

—No.

Alexis sonrió cínicamente, cortando un pedazo de carne de su plato y poniéndoselo frente a los labios a ella, sostenido en la punta del filoso cuchillo.

—Come.- masculló entre dientes.a

Sofía comprimió los labios y tragó en seco, la verdad era que se moría de hambre. Así que, resignándose a que las cosas serían así a partir de ese momento, sacó el pedazo de carne del cuchillo con sus dientes y masticó con extremada lentitud para no indigestarse.

—Felicidades mi Don.

—Felicidades mi Don.

Uno a uno pasaban los soldados, ofreciéndole sus felicitaciones a su jefe, y besando el anillo de su mano derecha.

—Felicitaciones , mi señora.

—Felicitaciones, mi señora.

Susurraban cada una de las sumisas que se acercaban a la mesa, a lo cual Sofía no respondía. En primer lugar, porque no había motivo real para felicitarla, aquello era un desastre y la peor de las tragedias, y en segundo lugar porque sabía que todas aquellas mujeres muy en el fondo, se retorcían de celos, preguntándose cómo le había hecho una sumisa en entrenamiento para casarse con el Don.

 Setenta y dos horas antes:

 Al recuperar la conciencia, primeramente creyó que había muerto y llegado al cielo. Estaba descansando sobre suaves y mullidas nubes, cobijada por tibias plumas, sintiéndose completamente tibia y a gusto por primera vez en demasiado tiempo.

Pero al abrir los ojos la golpeó la realidad de que no estaba muerta, sino que la habían trasladado a una de las miles de habitantes de huéspedes en la fortaleza. Esto le hizo fruncir el ceño. Era extremadamente raro lo que habían hecho con ella, casi siempre un prisionero enfermo era dejado en aquel horroroso lugar hasta su muerte, ella lo sabía muy bien, había sido testigo de la muerte de muchos desde aquella terrible noche en que la habían buscado en el convento.

—Ah, veo que estás despierta.- comentó un hombre al que reconocía, era el médico de la fortaleza.-¿como te sientes?

Sofía hizo una mueca.

—Vale, lo comprendo. Debes tener sed, pediré a las sumisas que te han cuidado que te den a beber pequeños sorbos de agua y que te preparen una sopa, es importante que recupere sus fuerzas, mi señora.

Asintió, era cierto que tenía una sed del demonio. Tenía los labios, la boca y la garganta completamente resecas. La idea de probar una sopa le causó que comenzará a salivar, sin embargo, notó que se sentía extremadamente débil, sus brazos y piernas se sentían pesadas, todo cuerpo estaba rígido y a pesar de que ya hacía horas no tenía fiebre continuaba alucinando, porque de qué otra manera se entendía que el médico la llamase “mi señora”.

***

—Ha despertado. La han vuelto a bañar y ahora están intentando hacer que coma un poco.

—Bien.

—Debo recomendar que permanezca en cama por unos pocos días más, ha estado grave y necesita reposo.

—Lo comprendo.

—Además, Señor, aconsejo que cualquier actividad…este, física, que requiera gran gasto de energía sea pospuesta hasta que la paciente logre mantenerse en pie por sí sola.

Alexis le ofreció una sonrisa torcida al nervioso doctor.

—No se preocupe, no tengo ningún deseo de ensuciarme tocando a esa perra italiana.

Desde el interior de la habitación, Sofía había sido capaz de escuchar perfectamente la conversación que se desarrollaba al otro lado de la puerta, las mujeres que la ayudaban a vestirse también habían escuchado todo, pero continuaban en sus quehaceres fingiendo lo contrario.

Tras dos días de caldos y cuidado,  comenzó a preocuparse en serio. Era demasiado bizarro aquel trato especial que le estaban dando y no, no había alucinado, el médico ya no venía a verla, habiéndola declarado fuera de peligro hacía una semana, pero las mismas cuatro sumisas la vigilaban día y noche, llevándola y trayéndola del baño, ayudándola a ducharse, a cambiarse de ropas, e incluso a peinarse, y todo el tiempo le mostraban déjales de respeto y la llamaban     “señora”.

Ya cuando había recuperado sus fuerzas por completo, logrando mantenerse en pie por sí misma, intentó salir de la habitación y regresar a la celda común dónde dormían las sumisas en entrenamiento pero sus guardianas se lo impidieron.

Se mordió las uñas nerviosamente. Sabía que hacía al menos dos semanas la habían sacado del foso y en todo ese tiempo ella no había cumplido con sus labores. La matrona la mandaría a azotar, eso era seguro.

Al amanecer del tercer día, se había puesto en pie y comenzado a dirigirse hacía el baño para orinar cuando un bólido abrió la puerta de su cuarto estrepitosamente haciéndola retroceder del susto.

—Buen día, italiana. Veo que logras caminar por tu cuenta.

Sofía tembló, sus rodillas parecían haberse vuelto de gelatina y amenazaban con aflojarse bajo su peso.

¡ El demonio de cabello blanco había regresado a atormentarla!

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