Capítulo 2. Una confesión

—Esto debe ser un error… esto tiene que ser falso —repetía como un mantra casi sin aliento.

Se negaba a creer que el hombre de quien estaba enamorada fuese capaz de hacerle eso, sería tan ruin de su parte casarse con su hermanastra, se sostuvo de la cama mientras cerraba los ojos con fuerza.

No podía contener su angustia... le parecía que estaba en una pesadilla que pronto iba a despertar, pero por más que quisiera que eso fuese cierto, y a pesar de cerrar los ojos tratando de negarse a lo que veía, la tarjeta seguía en sus manos, vio la fecha y la hora y se dio cuenta, que si llegaba a tiempo podía impedir esa boda... él no podía casarse con otra, porque ella estaba esperando un hijo suyo, ella lo amaba.

“Pero al parecer su amor no es suficiente” dijo su conciencia y ella empezó a reír como loca, al mismo tiempo que las lágrimas le caían por las mejillas y no podía dejar de llorar.

—¿Por qué Sebastián me estás haciendo esto? ¿Por qué? ¿Por qué de pronto te transformaste y dejaste de ser un príncipe azul? —se repetía a sí misma.

“Porque no existen los príncipes azules, idiota, el amor está sobrevalorado y te lo dije, pero eres tan ilusa”, recriminaba su conciencia con saña.

Tardó aproximadamente unos diez minutos en recomponerse, se levantó y tomó su bolso y salió de allí, estaba desesperada, la angustia la corroía por dentro de manera desagradable, sus manos temblaban, sentía su corazón sangrar, una parte de ella se aferraba a la idea de que solo se trataba de una broma fraguada por su hermana.

Tomó un taxi y le pidió que la llevara al lugar donde se estaba celebrando la boda, durante el viaje no dejó de pensar, los recuerdos de lo vivido en el pasado no dejaban de transmitirse en su mente como si se tratara de una película, durante los tres meses atrás antes de la discusión, nunca se comportó de esa manera, no entendía cómo había cambiado de manera tan repentina.

Faltaba pocos minutos para llegar, cuando lo hizo no pudo contener el miedo, pagó el taxi y bajó de allí, caminando apresurado hacia la Basílica di Santa María Maggiore, vio una cantidad de autos, de gente, de periodista. Lo primero que haría era comprobar si era cierto, lo segundo detener la boda.

Por más que quiso bloquear los murmullos de los curiosos presentes, no pudo hacerlo.

 

“Esta es considerada la boda del año, no es para menos unir dos grandes imperios económicos la de los Ferrari con los DellaCroce”.

“Aunque estos últimos no están del todo limpios, están envueltos en negocios turbios, no sé cómo el patriarca de los Ferrari le permitió a su vástago unirse con ellos”

 

Esas palabras le comprobaron que era cierto, sus ojos se humedecieron, sin embargo, se obligó a no llorar, cuando iba a dirigirse a la puerta dos guarda espaldas de su padrastro se le pararon en frente.

—No puede pasar.

—Tengo invitación —con la mano temblorosa sacó la tarjeta, la vieron y la invitaron entrar.

Cuando caminaba al interior vio venir a su padrastro, Mackenzo, el hombre más desagradable que había conocido en toda su vida.

—Hola, amada hija, casi llegas tarde… aunque tu hermana estaba deseosa por esperarte… estaba segura de que no faltarías —dijo el hombre con una expresión siniestra.

—¡Yo no soy tu hija! Ni el engendro que tienes por hija es mi hermana… porque si fuese así, mi hermana no me traicionaría de esta manera.

—¡No! No lo eres —le dijo mirándola de pies a cabeza con una expresión que le hizo sentir repulsión—. Aunque pudiera ser lo que tú quieras.

—¡Maldit0 repugnante! —exclamó con indignación.

—Crees que Sebastián va a preferir una chica como tú, en la ruina, que ni siquiera sabes quien es tu padre, a una mujer como mi hija… ella es mucho mejor que tú y él lo sabe, ¿Quieres verlo? ¡Ven a ver lo que te ama tu príncipe azul!

La tomó por el brazo y la haló al interior de la iglesia, casi a rastras, no pudo evitar recorrer con la mirada el lugar, a pesar de no conocerlos en persona, se dio cuenta de que no había ni un solo integrante de los Ferrari presentes en la boda, eso de cierta manera la hizo sentir aliviada, pensando que se trataba de una broma de su hermanastra.

Si embargo, al posar la vista en el altar los vio, a Franchesca y a Sebastián, a pesar de que sabía que se trataba de su boda porque lo había leído en la tarjeta, aún seguía sin creerlo. No había justificación alguna para que le hiciera esto, para que le propinara esa cruenta herida en su corazón ¿Qué le hizo para que se portara así? ¿Acaso era su maldit0 orgullo más grande que el supuesto amor que le tenía?

—Sebastián —llamó su atención con el nombre, y ambos se giraron.

Su hermanastra con una sonrisa de satisfacción mientras se llevaba la mano a un pequeño vientre, como de cuatro meses, ella no pudo evitarlo y se llevó una mano a la boca por la sorpresa.

—¿Qué significa esto? —interrogó, aunque era evidente lo ocurrido, no pudo evitar hacer la pregunta.

—¿Acaso eres ciega? No ves que está embarazada —respondió Sebastián con soberbia.

—¡Por fin llegaste hermanita! Te esperé mucho, quería que fueras la madrina de la boda.

—¿Cómo pasó? —preguntó Briggitte señalando hacia el vientre de su hermana, sin poder contener su angustia, aun sabiendo que se trataba de una pregunta tonta.

—No me digas hermanita, ¿Acaso no sabes cómo se gestan los bebés? —dijo de manera burlesca—. No pensé que eras tan ingenua… pero no te preocupes, tu hermana te educará, te voy a decir como lo hicimos… teniendo sex0, sin protección —manifestó sin dejar de reírse.

Las lágrimas rodaron por los ojos de Briggitte, se sentía burlada, traicionada… sintió que todo le daba vuelta, extendió la mano y se sostuvo de un banco para no caerse.

—¡Ya basta Briggitte! ¡Ve a la casa que estás dando un espectáculo! —señaló su madre y ella la miró con dolor.

—¿Eres humana siquiera? ¿Cómo permite que me lastimen de esta manera y te pones de parte de mis verdugos? —expresó, sintiendo la vista nublada por sus lágrimas.

—¡Vete Briggitte! Ve al apartamento y espérame allí para que hablemos—habló Sebastián con una expresión seria, sin ninguna emoción.

—¡Eres un cínico! ¿Crees qué seguiré contigo después de esto? —dijo negando—. ¿Dónde quedó tu supuesto amor?

—¡No debiste haberte ido!

—¿Acaso esto es una venganza? Entonces, eres la peor piltrafa humana que conozco… y si es por el hijo que ella espera… yo también estoy esperando un hijo tuyo —declaró ante la mirada de sorpresa de Sebastián y todos los presentes.

«No confieses tus verdades, a quien no merezca tu sinceridad». Jeda Clavo.

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