CAPÍTULO 32. Caballeros de la mesa redonda...

Vivir era un ejercicio de fe, o al menos eso se decía Kiryan Zeynek cada vez que se levantaba. No podía evitar despertarse buscando a Bells, todavía se desvelaba la mayor parte de la noche porque se había acostumbrado a dormir poco, entonces Stefano lo acompañaba ver la tele, aunque él mismo se quedara dormido en el sofá.

Dejar de vivir ya no era una opción desde que Stefano le había recordado que una niña pequeña dependía de él, y Kiryan no tenía corazón para matar ni una mosca, mucho menos para poner en peligro a Fiorella, sin embargo ya no quería trabajar. Y como no tenía mucho en qué ocuparse, Stefano acababa arrastrándolo al gimnasio, a las galas benéficas de la compañía, a cualquier lugar que les provocara distracción.

Solo volvían al piso del laboratorio una vez al mes, para fabricar el medicamento de Fiorella, y siempre era una tortura para ellos.

—Es como si la viera por todos lados —murmuró Kiryan un día, mientras metía los viales en una maleta metálica plateada—. A veces ju
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