CAPÍTULO 8. ¿De verdad lo vale?

Stefano se quedó paralizado por un segundo, un solo segundo antes de echar a correr detrás del ruso. Lo vio entrar a una habitación tan blanca como todas las demás y sentar a la muchacha al borde de algo que parecía una bañera. Le quitó la ropa apurado, dejándola solo con el pequeño negligé que llevaba debajo de la ropa de trabajo y la metió en la bañera, abriendo el chorro de agua fría.

—¡Maldición, maldición! —gruñó furioso cuando vio que su piel se ponía de un rosa más vivo.

—¿Qué es lo que pasa? ¿Qué tiene? —preguntó Stefano adelantándose.

—Fiebre —siseó Kiryan abriendo una puerta cercana y el italiano vio que era una nevera. Sacó un par de bolsas enormes de hielo y las rasgó, echándolas apurado sobre el cuerpo de la muchacha.

—¿Fiebre? Pero... ¿no se la puedes quitar con una pastilla como a todo el mundo?

—¡Seguro, Di Sávallo! ¡Solo estoy haciendo esto por mi profundo amor al drama! ¿no te jode? —espetó el ruso mientras acomodaba todo aquel hielo sobre Bells—. ¡Todo esto es culpa
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