Capítulo 3: Mentir a la cara

El viento soplaba frio esa mañana de noviembre. Adara caminaba presurosa hasta su auto, era la hora de llevar a su pequeño Nicolás al colegio y no quería retrasarse pues el tráfico se volvía insoportable a esas horas. Hasta ese momento, Héctor no había intentado contactar con ella, lo cual agradecía enormemente en aquellos días tan estresantes después de verlo. En su mente, aun rondaba demasiado persistente aquel temor de que su ex esposo supiera la verdad, conocía bien a Héctor, o, al menos, eso creía. Sabía que él no se quedaría con las manos quietas de saber que tenía un hijo, después de todo, ambos soñarlo con tenerlos. Nuevamente aquella sensación se apoderaba de ella, y es que, había sido tan duro cuando él la abandono. A nadie había amado como lo había amado a él, y cuando sus sueños e ilusiones se rompieron con su abandono, sintió que el mundo se le caía a pedazos.

Le había costado un mar de sufrimientos el poder levantarse después de aquello, luego de llegar con unos dólares en la bolsa, los sueños hechos pedazos y un bebe dentro de su vientre a Barcelona. De la venta de aquella casita de amor y sueños rotos, no había recibido mas que lo suficiente para pagar deudas y sobrevivir; meses después había nacido su pequeño Nicolás y tuvo que trabajar de lo que sea, incluso limpiando mesas en un bar para poder mantenerlo mientras alternaba entre una maternidad reciente y el tener que laborar para poder comer. Había pasado realmente momentos muy duros, sin embargo, después de conocer por mera casualidad a Noah, su suerte cambio. Aun lo recordaba como si hubiese sido ayer, después de meses de rogar por una oportunidad frente al piano en el restaurante elegante en que trabajaba, finalmente se la dieron, y sea cosa de la casualidad o el destino, aquella noche entre los comensales, se hallaba Sir Noah Lennox, quien, maravillado de escucharla tocar, pidió verla después de que la cena terminase. Noah le había no solo abierto las puertas al éxito que nunca espero, si no, tambien, las de su corazón…por ello era que se sentía tan miserable y culpable de haber sentido su corazón desbordado después de haber visto a Héctor, quien la abandono sin darle oportunidad a replica.

Negando en silencio, diviso el colegio, que, como siempre, se hallaba atiborrado de autos lujosos en la entrada; padres o sirvientes dejando a sus niños pequeños. Logrando estacionarse, descendió del vehículo junto a su pequeño Nicolás.

—Anda, vamos ya que se hace tarde — dijo con ternura a su pequeño.

—Mami, ¿Quién es el? — cuestiono Nicolás.

Adara, girándose, pudo ver a su peor pesadilla frente a ella y su pequeño.

—Héctor… — murmuro casi por lo bajo sintiendo que la sangre se le bajaba hasta los pies.

—¿Héctor? ¿Es amigo tuyo mami? — cuestiono Nicolás mirando con desconfianza a aquel hombre que lo miraba insistentemente.

Héctor sonrió al notar de nuevo aquella mirada negruzca y recelosa que el niño le dedicaba mientras se escondía tras su madre.

—Así es pequeño, soy un viejo amigo de tu mami, dime, ¿Cómo te llamas? — le cuestiono Héctor al pequeño.

—Mi mami dice que no le debo decir mi nombre a un extraño — respondió Nicolas con el ceño fruncido en desconfianza. Sin embargo, el pequeño no pudo evitar notar que aquel hombre elegante se parecía a él.

—Vaya, eres un niño muy listo, pero, yo no soy ningún extraño, casi lo puedo asegurar — dijo mirando a Adara fijamente quien, casi horrorizada y batallando en disimularlo, lo miro con desprecio.

Dando un paso delante y dejando a su pequeño tras ella, Adara miro con rencor a Héctor.

—¿Qué haces aquí? Sera mejor que te vayas, no tenemos nada de que hablar — dijo y luego, tomando a su hijo de la mano, se encamino hacia el interior del prestigioso colegio con Héctor detrás de ella.

Nicolás se giro un poco para volver a mirar a ese hombre que le sonreía amablemente, y luego, mirando a su madre, pudo notarla nerviosa. Sin embargo, guardo silencio mientras se preguntaba quien era aquel señor de bonito traje que tenía unos ojos idénticos a los suyos.

Adara, nerviosa, se apresuró a entregar a Nicolás con su profesora, y aunque su rostro mostraba una calma casi imperturbable, la verdad era que se moría de los nervios mientras se preguntaba ¿Qué rayos hacia su ex marido allí? Además, aquella insistencia en hablar con su hijo le había robado por completo la calma.

—Nos vemos en la tarde mamita — se despidió Nicolás dejando un tierno beso en la mejilla de su madre.

Héctor miraba aquella escena con seriedad. Se podía notar que Adara había hecho un estupendo trabajo educando a su hijo, quien tambien parecía ser muy apegado a ella. No podía evitarlo, estaba casi seguro de que el pequeño podía tratarse de su hijo, sin embargo, hasta no tener una prueba genética en mano no podría asegurarlo. Recargándose en la barda, miro las amenidades de aquel colegio, había averiguado tenia renombre, una institución privada de excelencia de la que, casualmente, uno de sus mejores amigos era el dueño. Miraba a Adara hablar mucho con la que seguramente era la profesora del pequeño Nicolás, era evidente que estaba haciendo tiempo para ver si lograba que el se marchase. Dibujando una sonrisa maliciosa en sus labios perfectos, Héctor se acomodo aun mejor mientras Adara lo miraba recelosa, dándole a entender que estaba dispuesto a quedarse a esperarla el tiempo que fuese necesario.

Molesta, Adara termino su breve charla con la profesora, y luego, como si se dirigiera a la cámara de los condenados a muerte, se encamino hacia aquel hombre apuesto, altivo y arrogante al que una vez amo con todo lo que ella tenía. Caminando para pasarlo de largo con la intención de que la siguiera, vio como Héctor se fue tras de ella. Era mejor hablar en privado, lejos de las miradas curiosas que había fuera del colegio.

—Conozco una cafetería, esta en la calle de atrás, allí podremos hablar tranquilamente, suele estar prácticamente sola a estas horas del día — dijo Adara sabiendo bien que Héctor no la dejaría marchar tranquilamente.

—Me parece perfecto, y creo que tenemos muchas de las que hablar, ¿No lo crees Adara? — dijo Héctor en tono lleno de intrigas.

Adara cerro los ojos un momento sintiendo demasiada frustración mientras caminaba, era mas que obvio que Héctor sospechaba algo con referencia a Nicolás, sin embargo, no estaba dispuesta a ceder, no le diría nada que la comprometiera.

—¡Cuidado! — grito Héctor tomándola por la cintura y acercándola hasta él.

—¡Fíjese por dónde camina! ¿Acaso esta ciega? — el sonido de una motocicleta y los gritos de su conductor furioso la hicieron caer en cuenta de lo que acababa de pasar: estuvieron a punto de atropellarla al cruzar la calle con los ojos cerrados.

—Vaya, veo que sigues siendo la misma distraída de siempre — dijo Héctor en una risita mientras seguía sosteniendo a Adara firmemente por la cintura y la mantenía pegada a su torso.

Adara sintió sus mejillas arder, aquel cuerpo era igual a lo que ella recordaba, y, repentinamente, quiso abrazarse a Héctor, sin embargo, cayendo en cuenta cuando sus pensamientos conectaron, se apartó bruscamente de él.

—Te dije ya que no volvieras a tocarme — dijo con enojo cargado de frialdad.

Héctor suspiro. — Perdona por salvarte de un feo accidente — se disculpó con sarcasmos.

Adara lo miro con desprecio y siguió caminando. Cuando finalmente entraron en aquella pequeña cafetería, se sentaron en la mesa mas al fondo y lejos de la vista que encontraron, casi no había comensales en el sitio.

—Y bien, ¿Qué es lo quieres? Sera mejor que te des prisa porque tengo una cita mas tarde — dijo Adara con un deje de indiferencia fingida y un hastió de fastidio.

Héctor, poniendo los codos cobre la mesita, miro a Adara fijamente, ella nunca había sido buena mintiendo…al menos hasta que logro engañarlo con otro hombre.

—¿Te veras con tu noviecillo ese? — cuestiono Héctor con algo de enfado.

—Ese no es tu asunto — respondió Adara con fiereza.

Héctor dibujo una sonrisa torcida en sus labios perfectos. Adara había cambiado, ya no era aquella mujer sumisa y de carácter apacible que el había conocido. Se notaba mas segura de si misma, mas radiante…mas hermosa. Sin embargo, aquel asunto le era mas urgente de tratar que admirar lo hermosa que era su ex mujer.

—Sabes que no soy un hombre de rodeos, así que iré al grano, dime, ¿Nicolás es mi hijo? — cuestionó mirando a su ex esposa directamente a los ojos.

Adara sintió como le temblaron las piernas, afortunadamente estaba sentada y la mesa oculto aquel acto de puro nerviosismo. Los ojos oscuros de Héctor la escudriñaban profundamente, esperando a que cometiera un error, el más mínimo que le dijera lo que quería con ansia saber, lo conocía. Reuniendo toda la fuerza que tenía, mostro su rostro imperturbable. A su mente llegaron mil pensamientos, aunque no le sorprendió del todo el que su ex esposo supiera ya el nombre de su pequeño hijo. Héctor era un hombre influyente, poderoso, si el lo deseaba chasqueando podría conocer hasta el mas ínfimo detalle de quien sea que le interesase, seguramente después de su encuentro, había mandado a alguno de sus lacayos a obtener tanta información como le fuera posible, aunque ella, por supuesto, había tenido siempre extremo cuidado con todo lo que tenía relación a su pequeño hijo, por ello era que ahora lo tenía de frente preguntando por su Nicolás directamente.

—No, no lo es — dijo con tanta seguridad que hizo que Héctor alzara una ceja.

Mirándose fijamente a los ojos, una mintió convincente, y el otro, no le creyó en lo absoluto. El ambiente se puso tenso entre ambos.

—Se que mientes, ese niño es idéntico a mí — aseguro Héctor con suspicacia aun cuando se notaba que ella se estaba esforzando.

—No lo hago, tu mismo lo dijiste aquel día, te engañe, ¿No es así? — respondió Adara con firmeza, aunque sabía bien que estaba mintiendo. No quería a ese hombre cerca de su hijo.

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