Esposa de contrato millonario
Esposa de contrato millonario
Por: J. I. López
Prefacio

Eleanor Molly Rose era la típica chica inglesa. No muy alta, de cabello lacio, color rubio dorado y una piel muy blanca adornada por graciosas pecas alrededor de su pequeña nariz. Era demasiado delgada, pero, aun así, tenía una belleza especial. No era como las grandes beldades Evana Brown o su hermana Gabrielle, capaces de hacer desnucar un tipo, por sólo voltear a verlas, pero se defendía. No en vano hizo suspirar a varios chicos en la escuela. Tenía 23 años y una nada despreciable profesión, que, si bien no le daba grandes satisfacciones económicas, al menos la ayudaba para sobrevivir y ayudar en el mantenimiento de su casa. Porque, a pesar de ser una mujer independiente, todavía vivía en la casa de sus padres. Era algo más fuerte que su misma independencia, necesitaba estar ahí y recordar todas las cosas felices del pasado. Tenía un novio, desde la escuela. Quizás esto era lo más paradójico en ella. Desde los 16 años, se descubrió terriblemente enamorada del “tipo más odioso de la escuela”, Kalem Green, y a pesar de los constantes arranques de furia de sus hermanos por su decisión, siguió con la relación contra viento y marea, aun soportando el odio del que fue su primer amor…o como ella decía ahora, su primera ilusión. Ya no quedaba rastros del amor o interés por Carlisle Stone. Todo su corazón pertenecía a aquel platinado joven que la amaba, sin importarle nada, ni siquiera el odio de los padres del joven, por haberse aliado con una “pobretona”.

Si, la vida de Eleanor era medianamente feliz, tenía un trabajo digno, un novio ejemplar…sólo le faltaba lo que más quería, sus padres.

Cómo sufrió ese día. Aún martillaba en la cabeza y no la dejaba en paz, el momento en que le informaron de lo ocurrido a estos, masacrados a sangre fría por un vil ladrón que supuso que tenían guardada una fortuna en su caja fuerte…que gran error, ellos nunca habían sido ricos, pero por tener aquella casa tan grande, supuso que habría un gran tesoro en efectivo allí. Nunca pudo superar aquella tragedia, por ello, se aferraba a aquella casa en donde quedaron guardadas sus más felices memorias con ellos. Aún le quedaba la sensación de sus piernas temblorosas al entrar en la casa, y encontrarse con ese panorama tan desolador. Las pocas cosas que tenían en mal estado por el uso, estaban tiradas y destrozadas. Al parecer, la lucha había sido tenaz. Ella lo sabía. Sus padres no se iban a rendir fácilmente. Entrando a la cocina, vio el cuerpo sin vida de Jason, su hermano, aquel al que había repudiado por ser tan ambicioso, tan poco le duró el arrepentimiento. Sólo hacía una semana que había vuelto a la casa, y ahora estaba muerto. Sintió un escalofrío al ver que sus padres no estaban ahí. Recordó la calidez de los brazos de Emerson, al abrazarla y sus palabras cargadas de dolor “Están en San Miguel, no creen que sobrevivan”. Y se recordó caer al suelo y gritar de impotencia. Recordó mirar a Carlisle, el amigo incondicional de su hermano, que la miraba con ternura, y recordó sus palabras al abalanzarse contra el muchacho y golpearlo mientras le decía “¡Todo esto es por tu culpa! Maldigo el día que entraste en esta casa, ¡Carlisle Stone! ¡Te odio por todo lo que vivimos y por lo que vivirás! ¡Ojalá a ti te hubieran asesinado!”. Por supuesto, su hermano Emerson no creía que aquel terrible evento era culpa de Carlisle, pero ella sabía que si lo era,  porque él tenia algunas malas amistades, y se creía que una de ellas, invitado a una fiesta en el lugar alguna vez, había sido quien cometió tan atroz crimen creyendo encontrar dinero en el sitio. Por supuesto, ella también lo odio por esa razón, y aquel amor que una vez tuvo por el joven millonario, se convirtió en un repudio extremo que mantenía hasta el día de hoy.

Eleanor sacudió la cabeza volviendo al presente, estaba llegando al hospital San Miguel. Cada vez que entraba a ese lugar, moría un poco. Saludó como siempre a la secretaria y se dirigió al cuarto piso. Allí se encontraban los enfermos ayudando a las personas con daños provocados por accidentes, algunos, con daños irreversibles y otros males. Respiró varias veces tratando de matar la angustia que la agobiaba cada vez que abría esa puerta y entraba. Saludó a la médica con un beso, y acompañada de esta, se dirigió al final del lugar. Todas las camas estaban separadas por cubículos, cada uno de los pacientes tenía su lugar ambientado como si fuera su hogar, decorado con objetos personales. Aunque Eleanor nunca podría entender, cómo los médicos podrían pensar en eso como hogar, si bastaba cruzar por la puerta principal y un frío glacial se apoderaba del cuerpo, cual helada brisa de los polos, sacándote toda la alegría. Pero ella ya no sentía nada…la alegría la había abandonado hace tiempo. Sólo Kalem la hacía sentir un poco viva. Aun así, los médicos insistían en ambientar eso como si los enfermos estuvieran en casa. Eleanor dudaba que sus padres se dieran cuenta de algo…ellos ni siquiera la conocían. Su destino había sido algo peor que un fatal final…en el ataque y por la violencia con la que los hechos ocurrieron, habían sufrido lesiones cerebrales graves, lesiones que los sumergió en un estado permanente de demencia, ni siquiera eran capaces de reconocer o recordar a sus propios hijos.

Ahora, a los 28 años, Carlisle Stone se había convertido en un importantísimo hombre de negocios… frío, calculador… hasta siniestro a la hora de realizar una operación bursátil. No le importaba nada, si tenía que pisar cabezas, lo hacía sin piedad. “Bien… piensan que soy una porquería… pues me volveré una porquería, para que alguna vez en la vida, digan la verdad sobre mi”. Le decía a su mano derecha en los negocios, el amigo incondicional de su padre, y único lazo emocional que lo unía a lo que fue un día David Beckett. Económicamente, estaba de parabienes…tenía tanto dinero que podría dejar de trabajar y vivir como un maldito rey toda su vida, después de todo, la herencia dejada por sus difuntos padres lo convertía a en un muy cotizado multimillonario, y aún le sobraba dinero para dos vidas más. Tenía una amante incondicional… Sara Matthew, que no le importaba dejarse vapulear por él, con tal de mantener el status de vida que él le pagaba. Un departamento en la zona más exclusiva de Londres, dinero, joyas…todo lo que materialmente pudiera desear.

Carlisle se encontraba en su oficina, en un imponente edificio del centro de Londres. Se restregaba los ojos por detrás de las gafas. Le dolía tanto volver a verlos…pero tenía un deber, una deuda. No verlos le oprimía el pecho. Extrañaba las caricias de Molly y los sabios consejos de Leonard… y ellos ahora estaban como vegetales.

Abriendo el diario, aquella noticia que leía lo había hecho pensar en algo que tal vez sería malvado.

Carlisle cerró el diario súbitamente y con rabia. No estaba en sus planes seguir saliendo en primera plana y menos con una noticia como esa. “¿Qué diablos les importa que hago con mi dinero?” “Como si fuera importante que comprara una estúpida revista” “Malditos infelices…. Cuando descubra al que dijo la cantidad de estupideces…” Tiraba el diario con vehemencia a un basurero, cuando David Beckett entraba tranquilamente por la puerta de su oficina. Carlisle lo miró, y sin decirle buenos días, lo increpó duramente.

—No harás nada referido a los negocios hoy ¿entendiste? — golpeó la mesa. — Quiero que te dediques exclusivamente a descubrir quien m****a habló sobre cuánto dinero tengo… — bufó. — “fuentes confiables…” Te aseguro que el muy desgraciado no quedaría vivo si lo tuviera en frente.

—Veo que has leído el diario hoy…— dijo David tranquilo sentándose en una cómoda butaca. — Ni siquiera me has saludado. Carlisle, no puedes controlar ese temperamento que tienes?

—¿Ese temperamento? – lo miró con rabia – te aseguro que no tendría este temperamento, si me dejaran en paz… ¡Es que hasta saben que me llevo a Sara de vez en cuando!

—Carlisle… — dijo tenso. – no hablemos de eso…

—¡Déjate de estupideces! Pareces un monje casto, cuando hablo de esas cosas te sonrojas… parece mentira que te hayas casado con Sandra, y vayas a tener un hijo. No quiero creer que le has mandado tu “material” vía email… — río burlonamente. David lo miró serio.

—El hecho de que no sea como tu, que te la pasas brincando de mujer en mujer sin ningún interés más que de olvidarte de cierta rubia…

—¡NO ESTAMOS HABLANDO DE NADA EN PARTICULAR! – gritó desencajado. – TRATA DE NO METERTE DONDE NO TE LLAMAN! — grito Carlisle con ira, no le gustaba que nadie se la nombrara, el mismo, no pronunciaba su nombre en voz alta, aquella mujer le había hecho demasiado daño.

—¿Acaso tú tienes derecho a hacerlo? — preguntó duramente. Carlisle podría ser violento, pero David no se dejaba amilanar tan fácilmente. — ¿Te crees, porque eres poderoso económicamente, con derecho a meterte en la vida de los demás ¿Por qué no maduras Carlisle? — reprocho David.

—¡DAVID! TE ESTAS EXTRALIMITANDO…

—¡Mira quien habla! Te alejaste de todos…

—¡Ellos me alejaron! Ella… me dijo las cosas más duras…me culpo por algo que no fue culpa mía y lo sabes. ¡Mi amigo, me abandonó como a un perro desahuciado, ¡Y mi hermana del alma, decidió estar con mi amigo y también me abandonó! — se levantó de golpe y se fue a la ventana…— Estoy solo…siempre lo he estado —

—Carlisle… — David se acercó y le puso una mano en el hombro. — Tienes que dejar de ser tan… frío. Preferiste soportar el dolor de la peor manera posible… endureciendo tu corazón. Deja de comportarte como un chiquillo malcriado. ¡Por Dios! ¡Tienes 28 años! —

—Ese es el problema… siempre tuve que, ¿qué diablos importa si soy un malcriado o me comporto como tal? — lo miró. — No tengo que darle explicaciones a nadie… ¡Estoy solo! —

—Carlisle…

—¡No! — le quitó la mano de su hombro con rencor. — Toda mi m*****a vida sufriendo… — respiró. – ¿crees que es justo ¿Crees, por alguna razón, David, que merecía tener la vida que tuve? No tuve una infancia como todo el mundo...nací siendo quien soy, con un poderoso apellido que cargar, temiendo a mi propia “familia” que siempre quiso quitármelo todo cuando mis padres murieron en ese accidente, cuidándome la espalda de todo el mundo, sabiendo bien que nunca podría tener un amigo real que no viese primero mi apellido o mi dinero, ¿Crees que es sencillo? Tuve que madurar demasiado rápido para sobrevivir…y cuando por fin creí encontrar a las personas que me aceptaron sin mirar mi fama, ¡Ella me los arrebato! ¡Esa mujer que un día creí la mas perfecta de las creaciones! ¡Me culpo por algo que no hice! ¡Me hizo sentir que yo era un asesino cuando no fue mi culpa! ¡No puedes entenderlo! —

—Sé lo que sientes…

—¡No! No lo sabes… ¡y nunca lo sabrás! — grito Carlisle con frustración.

—Pero Carlisle, deja de vivir de recuerdos amargos… si sólo te detuvieras a dar vuelta la página. Sigues viviendo en el pasado. ¿Ella te rompió el corazón? Si, pero no la dejas… no quieres olvidarla. Y no te das cuenta que tienes a Sara…

—¿Crees que Sara puede hacerme sentir algo? — dijo sin poder evitar burlarse. La carcajada fue la más fría que David pudo escuchar. — ¡No te equivoques! Esa no me mueve un pelo…es una cualquiera que busca mi dinero, como todas las demás —

David guardo silencio, realmente, no había nada que pudiera decirle a su querido protegido. La mirada de Carlisle, sin embargo, se volvió hacia las paginas de aquel diario. Una nota en particular había capturado su completa atención, leyendo con atención, una sonrisa perversa se dibujó en su rostro. Una cura para despertar de aquel estado de demencia, una cura que podría sacar de aquel triste estado a los padres de esa rubia que profesaba sin reparo su profundo odio hacia el…una cura que ella no podría pagar y que, sin embargo, el sí que podía hacerlo.

A su mente llego, quizás, el mas maligno pensamiento, uno que le decía que podía tener lo que siempre había querido, y que le permitiría vengarse de aquella rubia a la que amo tanto…y que se lo arrebato todo.

— ¿Qué estas dispuesta a hacer Eleanor por salvar a tus padres? —

Se cuestiono así mismo en un murmullo perverso. El dinero, podía pagar la felicidad…y la venganza, y Carlisle estaba más que dispuesto a pagar por la suya.

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