Fantasmas del pasado.

Narrador.

Mirándose al espejo estaba Fernando, mientras intentaba poner debidamente su corbata, fastidiado por no lograr contener la impaciencia, soltó un bufido de pura molestia y era que hoy después de un largo tiempo la volvería a ver, y la venganza que ha estado esperando con anhelo ha empezado.

—Loreley …, te haré pagar con sangre el dolor que he sentido por culpa de tu maldito amor— sentenció con la vista fija al espejo como si ella se encontrara frente a él, pero a la vez muy molesto con su propio reflejo, odiaba verse a sí mismo y pensar en lo estúpido que fue al enamorarse de alguien que no merecía su amor; después de haber tenido a tantas hembras entre sus brazos y no dejarse hechizar de esa manera tan fácil como le fue a Loreley conquistar a un libertino innato como lo es él. 

—No volveré a caer en tus juegos, juro que esta vez no lo logrará, ni, aunque me supliques te dejaré entrar en mi corazón— masculló rompiendo el espejo con su puño cerrado antes de que su mente le jugara una broma, haciéndole recordar uno de los momentos que vivió a su lado que solo desea olvidar.

Flashback.

En cuanto la camioneta de Alfonso traspasó el portón de la gran entrada, Fernando  sonrió acercándose a la casa y cuando iba subiendo la escalera Antonia lo observó apretando los puños a cada lado de su cuerpo temblando de puro coraje porque  tarde entendió que Fernando  la había traído a esa hacienda para qué se cansará y renunciara a estar con él, pero ella sabía que si quiere llegar a  ser millonaria como siempre ha deseado debe mantenerse firme en su decisión y no entregarle a Fernando ese contrato que guarda con recelo, ya que es lo único que lo mantiene atado a ella; sin embargo, lo que la hace enfurecer es que él está disfrutando mucho de su jueguito al comerse a la patrona mientras ella no le queda de otra que ser la chacha que debe mantener todo limpio.

—¡Ya verás Fernando cómo te quitaré la máscara! — gruñó con los dientes apretados, y él la miró de reojo, mostrando su más maliciosa sonrisa.

Mientras Fernando buscaba el aposento en el que se encontraba, Loreley saboreaba con antelación el aroma de su colonia que estaba impregnado en toda la casa como si la misma fuera parte de ella y   no le costó mucho encontrarla, ya que ella iba saliendo cuando se lo encontró de frente y se quedó sin aliento, pálida y muy nerviosa de verlo allí pareciéndole una locura.

—¡¿Qué haces aquí?!, Alfonso debe estar en su despacho si es a él a quién buscas — le habló con indiferencia, pues, él había dejado claro que no debían enamorarse después de lo que sucedió entre ambos y aunque no podía dominar sus emociones y sentimientos que estaban naciendo por él, al menos mantendría sus palabras al hacerle creer que no le afectaba en lo más mínimo.

—Vengo por ti, Loreley no he dejado de pensarte, me cuesta no hacerlo, necesitaba verte—, esos no eran sus planes, pero dejó que saliera lo que tenía dentro y aunque quería jugar con ella reconoce que Loreley le movió el piso.

Un millón de pensamientos cruzaron por la mente de Loreley en ese segundo y no sabía cómo responder a esa declaración que le pareció algo nuevo e incluso raro porque Fernando fue el que pidió que no podían enamorarse y ahora él estaba hablando como un hombre enamorado; sin embargo, la tenía confundida porque quizás todo aquello podría deberse a la calentura o al morbo de follar con la patrona, y no era tonta.

—Lo que sucedió ya fue, y lo mejor es que nos detengamos aquí, tú tienes a tu esposa, creo que nuestro encuentro fue un error— le dijo Loreley mientras reflexionaba en que debía tener su mente clara hasta que Alfonso decida darle su libertad, le costaba creer en las personas y de nada le valía juzgar a Alfonso por infiel donde ella también estaba haciendo lo mismo al dañar el matrimonio de Antonia y Fernando.

«Odio a mi prima y soy incluso peor que ella»  pensó antes de darse la vuelta con el fin de encerrarse a llorar por la mala decisión que tomó al dejarse manejar por el deseo.

Antes de que pudiera cerrar la puerta, Fernando introdujo un pie, luego metió la mano y la abrió con fuerza de un empujón que pareció violento — ¿qué coño fue eso?, a mí nadie me rechaza—, Fernando no evitó sacar esa parte ruda que posee y luego notando que había dicho algo indebido se aclaró la garganta y volvió a decir con voz suave—, no escuchaste lo que acabo de decir…, para mí no fue un error—. La acorraló entre sus brazos.

Loreley trago seco, estaba nerviosa, miraba hacia fuera temiendo que Alfonso se apareciera.

— Estás loco, Alfonso podría llegar — musitó sintiendo sus labios tan cerca que le aterraba y el corazón le latía fuertemente.

Quiso alejarse y poner un stop, pero él no se lo permitió pasando una mano suavemente por sus caderas con la cual rodeó su cintura y la pegó con fuerza contra la pared.

—Él salió y no importa si tengo que enfrentarlo, te quiero, esta es la primera vez que me decido a luchar por el amor de una mujer—, le confesó sincero, pero Loreley no dejaba de pensar en Antonia.

—No te creo, hasta ayer me mirabas con odio, ¡qué cambió! — chilló incrédula, ya Alfonso le estaba matando la confianza en los hombres y ver cómo Fernando estaba ahí manifestándole que lucharía por ella, lo hacía ver falso ante sus ojos porque él tiene a su esposa y estaba dispuesto a dejarla por un solo revolcón.

—Cambió que es primera vez que me importa alguien más que no sea yo mismo, eso cambió y no te puedo decir ahora que sucede con Antonia, pero sí puedo asegurarte que ella no me interesa en lo más mínimo, somos un matrimonio de apariencia—, la apretaba más a su cuerpo haciéndole sentir la dureza de su hombría.

Loreley empezó a reír carente de gracia, entonces con ironía le dijo —típico, recuerdo que hace varias noches cuando la poseías cómo animal en celo, no decías lo mismo—, Fernando la silenció mordiendo sin tacto su labio inferior.

—¡¿Estás celosa?!— preguntó y ella negó moviendo la cabeza para los lados, entonces él agregó con dientes apretados: — yo sí, estoy celoso desde que te vi besándolo en esa terraza, y muy diferente a lo mío con Antonia, tú amas a tu esposo y sé   que lo vas a dejar por el engaño que has descubierto no por mí, mientras que yo a Antonia nunca la he querido—, Loreley no dejaba de ver sus ojos buscando algún gesto que la hiciera saber que miente.

—No te atrevas a seguir por ese camino. No te diré lo que esperas escuchar, esto fue solo sexo, nada de compromiso, tú lo has dicho y ahora vete que Alfonso puede llegar pronto.

—¡Pero m*****a sea!, todo en mí cambió, ya no quiero que sea solo sexo, desmiente que no eres el tipo de mujer que pienso, demuéstrame que aquí — pinchó su lado izquierdo del pecho sobre su seno —, hay un corazón que sintió lo mismo que el mío dentro de aquel manantial, eres a la primera que le digo tantas cursilerías.

—Nunca he hecho nada ni parecido a esto y ya no sé cómo llevarlo, llegaste a mi vida para poner mi mundo de cabeza y aunque sin ti ya era una completa mentira donde todos me veían la cara —, le dijo con voz quebrada, dejando que Fernando la viera llorar; por primera vez mostrándose destruida y olvidando a Alfonso su voz iba subiendo con cada palabra—, cuando estoy contigo, es como si nada más importara. Esto... Esto…, —continuó haciendo un gesto que los incluía a ambos, — ¡no tiene nada que ver conmigo! Es como si me convirtiera en una persona diferente cuando estoy contigo, y lo odio... odio sentirme así porque sé que ante tus ojos no soy más que la jefa arrogante y presuntuosa. Si en plan macho querías conquistarme, lo has logrado, pero estoy acostumbrándome a que me usen solo para lastimarme. 

— Sé que es muy rápido para confesarte lo que siento; apenas ayer no creí que me fueras a interesar de esta manera o tal vez me mentí a mí mismo porque desde el primer momento en que te vi me sentí atraído—, pasó una mano por detrás de su nuca y unió sus labios. 

—   No puedo hacerlo, Fernando. No me gusta la persona en la que me estoy convirtiendo—murmuró sin alejar sus labios, pensando que ahora ella también era la segunda, en plan amante y que no tiene calidad moral para reclamarle a Alfonso, a pesar de que él fue el primero en iniciar con las traiciones. 

—Shuss…, — silenció sus labios colocando un dedo sobre ellos— calla Loreley y únicamente sé mía— pidió él con un claro propósito y ese es buscar con más empeño ese contrato, porque sus planes cambiaron y se llevaría a Loreley con él. 

Los labios de Fernando eran duros e implacables, y a pesar de que ese beso se tornaba salvaje, Loreley no se apartó, al contrario, apretaba más sus curvas contra él. 

Él estaba perdido para todo menos para ella. Se dieron un golpe contra la pared, retorciéndose, tirando el uno del otro en su desesperación. A ella todo lo que estaba sucediendo allí como una vez lo soñó le parecía irreal, mientras que Fernando podía olerla, saborearla y sentirla, pero nada de eso le parecía suficiente, quería más.  

Sus besos se hicieron más profundos, a la vez que las caricias se tornaron más salvajes, él le agarró el trasero, fue descendiendo por los muslos, y luego subió lentamente las manos hasta sus pechos y los acarició, necesitando notar con las palmas de sus manos simultáneamente todas y cada una de las partes de su cuerpo.

Loreley sentía como las manos cálidas de Fernando le recorrían todo el cuerpo frenéticamente, tirando de su vestido para sacarlo, mientras que ella tiraba de su camisa con las manos temblorosas. Después de estabilizar un poco los nervios, ella logró desabrochar cada botón, lo hacía con prisa.

— Este vestido te queda hermoso, lástima que quedará como un recuerdo en mi mente—, expresó Fernando, rompiendo con sus manos grandes la suave tela de seda que se acentuaba a cada curva que posee el cuerpo de su patrona, queriéndola para siempre   a su lado, aunque aún no sepa con qué propósito. En cambio, ella abrió la boca asombrada y él le rozó los senos con el dorso de la mano, apreciando lo tensos que se encontraban los pezones, puesto que esta vez ella no llevaba sostén.

Entonces Loreley gimió y colocó una mano sobre la de Fernando guiando sus movimientos.

—Dime que me quieres—, la voz de Fernando sonaba ronca por la excitación. — Dime que quiere que te haga mía una vez más, que te posea el alma.

Loreley no respondió nada, únicamente lo miró fijo a los ojos —sabes que si descubren esto ya no podremos vernos.

—Depende, porque quiero que te fugues conmigo, solo que necesito conseguir algo primero.

—No lo sé, es algo loco; apenas ni nos conocemos y si nos vamos tú seguirás atado a Antonia y yo a Alonso— replicó ella en un susurro contra su boca y por más que él quiso decirle la verdad sobre matrimonio falso y de que a su lado podría ayudarla fácilmente a liberarse de su esposo, ya que posee el dinero. Aunque estaba muy consciente que ella no lo había dejado de querer del todo a su esposo sabía que la desilusión que sentía por él empeñaba todo y veía en esa brecha una oportunidad para él, y a pesar de intentar abrir varias veces detenerse para dialogar con ella sobre ese tema no pudo porque tenerla así de cerca le era imposible no devorarle la boca.

También quería decirle que deseaba verla deshaciéndose por él, pero únicamente por él y nadie más, sin embargo, le faltaron las palabras a ese hombre que siempre tenía esa labia seductora. Bajó las manos por los costados y la introdujo de bajo de la tanga a la vez que no le daba tregua con la boca y el sonido de los gemidos eran gloriosos, sentía el calor que emanaba la feminidad de ella contra sus dedos.

Fin del flashback.

— Fernando…, — interrumpió Itziar sacándolo de ese recuerdo que le causa dolor, pero a la vez añora poder devolver el tiempo, para vivir el momento, pero también para no haber aceptado que Loreley entrara en su corazón con la facilidad que lo hizo— ¿estás soñando despierto? — bromeó Itziar sin percatarse de la sangre que se deslizaba por su mano y cuando lo hizo exclamó.

—¡Oh, por Dios Fer! —, entonces fue capaz de ver el espejo cuarteado.

—No te alarme Itziar, no ha pasado nada— le dijo frío como es su costumbre. Se adentró al cuarto de baño, acercándose al lavabo, donde metió la mano debajo del chorro de agua que creaba el grifo para dejar que el agua lavara cada rastro de sangre, y suspiro cuando vio a Itziar buscar, el botiquín de primeros auxilios ayudándole a curar su herida.

«Si tan solo fuera así de simple curar todas las heridas internas que no me dejan avanzar» pensó melancólico, con ese nudo en la garganta que no lo deja desahogarse.

—El día menos indicado para lastimarte, ¿qué creerán los invitados?,  que eres un maníaco compulsivo— reclamó ella limpiando la herida como una esposa furiosa lo haría.

—No, si tú le dices, que tengo problemas con el manejo de la ira— le miró fijamente y ella sintió que el aire abandonó sus pulmones.

Él se puso de pie acomodando su traje e Itziar  se quedó embelesada observando a Fernando, notando sus  ojos verdes profundos, cabello castaño claro, que ahora  lleva un poco más largo, pómulos cuadrados, nariz perfilada, barba ligera que le da un toque sexy y encantador, a pesar de su semblante frío e inexpresivo que refleja amargura como si la vida le debiera todo.

«Es cómo si mantuviera un escudo de metal que no deja que nadie atraviese» dijo Itziar en su fuero interno mientras seguía mirando ese hombre que la hace suspirar a pesar de su frialdad.

 Él está utilizando  un traje negro y camisa blanca que lo hace resaltar sus músculos, corbata negra y unos zapatos del mismo color.

— ¿Qué te pasa?, tan distinto estoy…, bueno, suelo usar trajes a diario—. Él estaba inquieto y a la vez algo ansioso, se tocó la corbata sintiendo que algo no estaba bien con su vestuario, tal vez desalineado, pensó, por la manera en la que ella lo veía, pero en ese momento ella se le acercó saliendo de su ensoñación y manoteo su mano fingiendo que le ayudaba a arreglar su corbata la cual estaba perfecta, no obstante; ella buscaba cualquier pretexto para acercarse a él.

— Este traje te queda endemoniadamente bien, incluso parece más costoso que los trajes que acostumbras a usar, — rió chistosa y acercó su nariz a la tela a la altura de su pecho y peleó con sus propios instintos para alejarse porque el aroma de esa colonia la enloquece. 

— Huele a nuevo y a mucho, pero mucho dinero.

El eco de las carcajadas inusuales de Fernando vibró dentro de ella, «¿cuándo dejarás de gustarme tanto?», pensó ella sin dejar de apreciar su risa, ya que nunca lo hace y debe apreciar esos momentos tan únicos.

— Claro que es diferente, este traje fue justamente diseñado para mí, pues es parte de la  nueva locura de mi madre.  Resulta que se ha dispuesto a diseñar ropa exclusiva para mí, descuidando su colección, parece que se ha cansado de ser una gran diseñadora, y derrochara la fortuna de mi padre — le explicó recordando a su intensa madre, que es un caso, entonces Itziar recordó su reciente conversación con Josefa y sus mejillas se tiñeron de rojo.

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