Inicios

Me encuentro jugando al escondite con mamá, me gusta jugar con ella, es muy divertido pasar tiempo a su lado. No como papá, él siempre está molesto, no sonríe nunca, solo pocas veces… muy pocas.

Antes de escucharla terminar de contar corro a paso veloz hacia su habitación. Mis pies pequeños aún se esfuerzan por mantenerse firmes, pero logro llegar al armario sin caerme. El armario de mamá es muy grande casi como una habitación. En ella: hay múltiples vestidos, muchos que hacen ver a mamá muy bien. También cuenta con un espejo al final del pasillo en el cual logro verme reflejada desde aqui. Mis pequeños ojos pasean con inocencia por todo el lugar, y me sorprendo al ver la cantidad de cajones que contiene la cómoda situada junto a mí. Casi nunca entro aquí, mamá y yo siempre jugamos en el jardín, nunca adentro de casa.

Me concentro en encontrar el escondite perfecto, y la esquina de la puerta parece ser la elección correcta ya que mamá al abrirla no podrá verme. Sonrió con entusiasmo ante la posibilidad de ganar el juego esta vez, porque ella siempre gana y hoy puedo ganar yo… si, puedo ganar yo.

Luego de unos minutos escucho el azote de una puerta y tras ésta, oigo con claridad los gritos de papá y los sollozos de mamá... ¿por qué discuten? No me gusta cuando discuten. Cubro mis oídos haciéndome un ovillo en el piso frío, mientras intento disipar el miedo que se instala en mi pecho. El latido de mi corazón comienza a acelerarse y mis ojos han empezado a cristalizarse. No me gusta sentir la extrañas punzadas en mi pecho cada que tengo miedo, así que inconscientemente susurro para mí misma la canción que mamá suele cantar para mí.

Los minutos transcurren, no estoy segura de cuánto tiempo ha pasado, pero pronto me doy cuenta del silencio que emana en la habitación. Los gritos han cesado y no logro percibir por ningún lado los sollozos de mamá. Alejo las manos de mis oídos y me levanto con intenciones de ir a buscarla. Me gustaría saber si seguiremos jugando o si al menos puede cantarme.

En cuanto salgo del armario noto como mi pecho no deja de subir y bajar con rapidez. Los jadeos que se escapan de mis labios se vuelven cada vez más repetitivos. Mi preocupación acrece al escuchar un golpe fuerte tras la puerta que da al baño, esto solo ocasiona que mi estómago se contraiga del dolor.

¿Por qué me siento tan mareada? Mis náuseas aumentan más y más conforme doy pasos hacia el lugar de donde escuché el ruido. El pinchazo de dolor en mi estómago se intensifica, y el ardor en mi pecho se hincha a profundidad. Quiero que mi mami me cante y me calme. Sus canciones siempre me tranquilizan.

Poniendo mis pies de puntillas y con algo de dificultad logro alcanzar la manilla de la puerta antes de girarla. Mamá dice que cuando crezca ya no será tan complicado alcanzar cosas―digo para mí misma. 

Al adentrarme en el baño, observo el agua caer en grandes cantidades al suelo. Mis zapatillas se comienzan a mojar enviándome en retroceso, pero la figura que descansa en la bañera es lo llama mi atención. Camino hasta ella con pasos pequeños y cautelosos; y mi sorpresa se vuelve profundo cuando mis ojos reconocen el cuerpo que yace frente a mí. Por alguna razón mis ojos se llenan de lágrimas, lágrimas que no tardan en caer de mis mejillas hasta mi cuello. Permanezco tiesa observando a mamá un tanto pálida, con los ojos cerrados y su cabeza apoyada en la orilla de la tina ¿Por qué se ve tan quieta? Escucho los latidos veloces de mi pequeño corazón. La sensación que recorre mi cuerpo no es agradable. Me acerco a ella intentando despertarla, pero no se inmuta. Una especie de sentimiento negativo se adueña de mis pensamientos. No quiero que duerma, quiero que se levante y que podamos jugar.

Mis manos se estremecen al entrar en contacto con su piel fría ¿Por qué está tan fría? Continúo agitándola, ella simplemente no se mueve. Escucho a lo lejos el ruido agudo de un grito que no consigo definir, tal vez dolor o sorpresa, no tengo idea. Ni siquiera me tomo la molestia de voltear, sólo me dedico a observar el cuerpo de mamá que sigue profundamente inerte. Quiero que se levante, quiero que deje de dormir. El constante ardor de mi pecho me incita a seguirla moviendo, no me agrada verla así.

Un sollozo se escapa de mis labios al sentir que intentan alejarme de ella. Mis uñas se clavan en el brazo de la persona que me mantiene sujeta y me lleva rastras fuera de la habitación. Grito con fuerza con la esperanza de que mamá me escuche y venga a buscarme, pero esto no pasa, y de nuevo ese enorme vacío se clava en mi pecho como puñal dejándome sola.

Una capa de sudor cubre en mi frente. Las lágrimas de mis parpados amenazan con salir mientras intento regular mi respiración. Otra vez esa m*****a pesadilla ¿Cómo es posible que luego de trece años siga sin dormir tranquila? Desde que vi morir a mamá aquel día algo en mí se quebrantó, algo que seguramente jamás volverá a reconstruirse.

Mis ojos se van al ventanal que aun subsista oscuro y sombrío, eso sólo significa que el amanecer tardará en aparecer. Froto mi rostro intentando disipar el sueño, y decidida a no volver a dormir me levanto hacia el baño. Luego de ducharme y vestirme con un skinny blue jean, un suéter negro y unas converse del mismo color, me encamino hacia el jardín con mi guitarra en mano.

Una vez allí, me dejo caer en el centro del jardín y observo las pocas estrellas que todavía se perciben dentro del cielo nocturno. Respiro profundo, con mis dedos acaricio las cuerdas suavemente mientras le permito a mi mente divagar en otra realidad, porque a decir verdad la mía es una pesadilla.  

Aspiro el intenso aroma a flores que me rodea. La primavera se está acercando y el invierno se comienza a disipar. El clima de Miami es generalmente cálido en esta época del año, con poca lluvia. Probablemente lo más negativo es el viento, el cual en algunos días puede encontrarse con ráfagas bastante fuertes, muy parecido a la primavera en este lado del país.

Los minutos transcurren, la claridad se hace presente cubriendo así toda la grama verde del jardín. La salida del sol finalmente llega y con ella, las diversas irisaciones en el cielo se vislumbran con mayor facilidad. Los tonos entre el ámbar y amarillo nublan parte del cielo permitiéndome ser la única espectadora de un amanecer sin igual. Sin  duda la única cosa que adoro cuando no puedo dormir. 

Levanto con pesadez mi cansado trasero encaminándome nuevamente a mi habitación. No olvido que en unas horas tendré mi primera clase del día. Un verdadero fastidio si me lo preguntan. Desde hace unos años aquello perdió su total importancia para mí. No es como si tuviera algún amigo esperándome en la entrada para ir a clase juntos. De hecho ni siquiera llevo mucho tiempo asistiendo allí, es una verdadera tortura. Eso sin mencionar la ausencia de mi padre en casa. Lo único que hace es quejarse de lo que hago, de mi comportamiento y de mi actitud, en fin, es como si fuera huérfana de padre y madre. Su prioridad se limita a su trabajo y las pocas horas que permanece en casa las transita en su estudio, muy lejos de mí.

Estoy cansada; cansada de esta vida, cansada de los ataques de pánico, los ataques de ansiedad, la jodida depresión. Todo es como un pozo sin fondo o un cuento de nunca acabar. No puedo esperar a cumplir la mayoría de edad, quizás de ese modo pueda dejar atrás todo esto y las pesadillas que siempre atormentan mis horas de sueño. Dudo que sea un problema la falta de empleo, podría esforzarme en conseguir uno incluso antes de salir de casa. Río con nostalgia ante esa posibilidad, sé que mi padre hará un escándalo en cuanto me vaya, y aunque no pienso informarle de mi decisión dudo que note mi ausencia.

Rápidamente subo a dejar la guitarra en su lugar y vuelvo a descender hasta la cocina. Mi estómago ruge por la falta de energía, o simplemente soy yo que siempre he sido de buen comer. Comienzo a rebuscar en el refrigerador algo que pueda saciar mi hambre, solo espero que ni a Elizabeth ni a mi padre les dé por hacerme una de sus maravillosas escenas hoy.

―Buenos días mi niña, ¿cómo amaneciste? ―habla con entusiasmo la señora algo encorvada, de baja estatura y cabello castaño claro que me mira con esos enormes ojos azules.

Desde que tengo memoria siempre ha sido así, dulce y tierna. A pesar de mi estado de ánimo ella siempre trata de alegrarme, y personalmente odio que me vea así, siempre con lastima en sus ojos. Desde que mamá falleció se ha encargado de alimentarme y cuidarme; y sin importar cuanto trato de alejarla ella siempre está allí. Con el tiempo se ha vuelto algo molesto, molesto porque no es mi madre, no es mi abuela, no es pariente, no tiene porqué meterse en mis asuntos o en mi vida. No siempre estoy de humor como para lidiar con ella, y hoy es uno de esos días.

―Igual que ayer, Elizabeth, e igual que el día anterior ―me acerco a la encimera tomando asiento y dando un sorbo al zumo de naranja que yo misma decidí servirme.

―¿Pudiste dormir? ¿No tuviste pesadillas? ―intenta acercarse pero me aparto.

     A esto me refiero, es más fácil cuando no molesta y no hace preguntas tontas. Sabe perfectamente que no me gusta hablar de eso.

―Ese no es asunto tuyo ―contesto entre dientes.

―No le hables así Britt, es muy temprano para tus groserías ―esa voz familiar me toma por sorpresa.

Mi padre, el señor Harold Braun dueño de Braun's Company se acerca con elegancia a la encimera donde Elizabeth de inmediato le sirve un café, ¿qué hace aquí? Nunca desayuna en casa, de hecho nunca está aquí. Un dolor punzante se clava en la boca de mi estómago al escuchar el tono de su voz. Siempre se las arregla para mostrarme a mí como la culpable.

―Yo le hablo como quiera, es una simple empleada ―digo con el fin de irritarlo.

―¡Suficiente Brittany! no toleraré esta clase de conducta ―levanta la voz. Me observa fulminándome mientras le sostengo la mirada. ¿Me pregunto hasta dónde llegará su paciencia?

―No importa señor Braun ―lo interrumpe Elizabeth―, yo sé cuál es mi lugar en esta casa ―termina saliendo por la parte que da el jardín.

Sonrió con desdén.

Sé que soy grosera y un jodido dolor de cabeza, pero no estoy de humor. Aún tengo sueño y no estoy segura de lo que enfrentaré en clases, ni que decir de mi padre quien sigue observándome con ojos asesinos. No dice nada, solo se mantiene serio y no transcurre mucho tiempo antes de que decida retirarse sin hacer más.

Sonrió satisfecha ¡Volví a ganar!

No mentiré, me divierte sobremanera molestarlo, después de todo  merece que le devuelva un poco de la frustración que sus desplantes me han causado.

Una vez desayunada y arreglada me encamino forzosamente al instituto ¡Diablos! El sólo pensar en ese jodido lugar las ganas de vomitar se hacen cada vez más insoportables, si por mí fuera, habría dejado de asistir hace tiempo. Las estúpidas porristas, lo deportistas descerebrados y los intentos de chicos malos me tienen al borde de un colapso mental, pero claro, Harold Braun jamás permitiría que renunciara faltándome tan poco para graduarme.

       

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