EL AMOR QUE PROMETIMOS
EL AMOR QUE PROMETIMOS
Por: Gaby Arreola
CAPÍTULO 1. AHOGANDO LAS PENAS

Las luces decorativas que colgaban del techo de aquel bar comenzaban a dar vueltas sobre mí. Sentía la cabeza pesada y el estómago revuelto, seguramente los siete u ocho vasos de whisky y los tres shot de tequila que había bebido, comenzaban a tener efecto.

Nunca había sido buena para beber, sin embargo, todo el mundo aseguraba que ahogar las penas en alcohol ayudaba, así que decidí comprobarlo. Llevaba en mi interior una gran pena que me consumía lentamente, decir que sentía dolor era poco, la decepción y la ira danzaban en mi interior revolviéndome las tripas, hacía días que apenas y probaba bocado.

A decir verdad, desde que descubrí el engaño que era mi matrimonio e incluso mi vida entera, la comida no tenía sentido, de hecho nada en mi vida lo tenía, digo, ¿quién no pierde el apetito cuando se entera que su pareja la engaña? Si, esa era mi gran pena. Mi esposo me engañó, el hombre al que le había dedicado la mitad de mi vida me fue infiel, pero eso no era lo que más me molestaba, a lo que en realidad no daba crédito es que me hubiera engañado fingiendo ser alguien que no era.

¿Por qué?, pues porque me engañó con un hombre, y no tengo nada contra los gais, pero, ¿por qué usarme para pretender ser alguien que no era?, por qué dejó que me ilusionara con un futuro a su lado, que él no deseaba, eso era lo que en realidad me dolía, me arrebató la mitad de mi vida con su mentira, un acto por demás egoísta a mi parecer. Decía confiar en mí y era mentira.

¿Por qué no me lo dijo?, ¿por qué no me di cuenta? Eran las preguntas que rondaban mi mente día y noche desde que me enteré. Ahora al analizarlo todo era muy obvio.

— Soy una estúpida— me dije a mi misma en voz alta, el bartender me miró preocupado cuando golpeé mi cabeza varias veces, reprochándome.

Además de todo, me sentía molesta conmigo misma por no haberme dado cuenta. Aunque si soy sincera creo que siempre lo supe, tal vez no el hecho de que era gay; pero sí que nuestra relación no era la de dos personas que se aman apasionadamente como las novelas románticas que me encanta leer.

Meses antes de la boda me di cuenta de que mi amor, mejor dicho, nuestro amor, parecía más el de un par de hermanos que el de una pareja de novios, pero me convencí asegurándome que eran los nervios por la boda. Después de casi 15 años de novios y en ese tiempo haberle entregado todas mi primeras veces, era lógico que nuestra gran historia de amor culminara en matrimonio… era lo que seguía, lo que debía hacerse…  ¿no?

— ¡Tonta, tonta, tonta! — una vez más golpeé mi cabeza, en esta ocasión con más fuerza.

— Deja de hacer eso, vas a lastimarte — el bartender tomó mi mano, impidiendo que siguiera golpeando.

— ¡Déjame! — dije con brusquedad — ¡me lo merezco! — aseguré atropellando las palabras, estaba demasiado borracha.

— Es hora de llamar un taxi — ignorándome por completo el bartender me dio la espalda y se encaminó hacia el teléfono ubicado en una de las repisas de la barra, junto a varias botellas de vino.

— Yo decido cuando será tiempo, nadie volverá a decidir nada por mí — balbuceé molesta.  Tomé el vaso con whisky y me lo terminé de un trago. Apenas y entró por mi garganta las entrañas se me revolvieron, el bartender tenía razón, era hora de parar pero mi pena seguía ahí, viva y palpitante, aún no la ahogaba.

De pronto la ira se apoderaba de mí, había dejado que por casi quince años alguien más decidiera por mí y de nada me había servido, el muy maldito me traicionó de la peor manera.

Conocí a Martin en preparatoria, era el chico más dulce del mundo. No era el más guapo pero si con el mejor estilo, se vestía increíble. Gracias a él y a sus consejos sobre moda, logré dejar de ser la chica pecosa rara y convertirme en una belleza exótica. Siempre me decía así, mi belleza exótica.

Un día mientras nos tomábamos fotografías para inmortalizar nuestro gran estilo, nos besamos. Así sin más, nuestros rostros quedaron muy cerca al fotografiarnos, nos quedamos mirando unos segundos y el amor surgió, una completa ridiculez, pero como era una romántica empedernida en aquel entonces, para mí fue el momento más increíble de mi vida. Descubrir el amor.

Después de eso el mundo a mi alrededor desapareció, toda mi atención era para Martin, él era mi mundo, lo que me sostenía en esta tierra, todo, no tenía amigas ni amigos, conocidos simplemente, todo mi tiempo lo pasaba con Martin y cuando no estábamos juntos, mis pensamientos siempre los dedicaba a él o a hacer algo que tuviera que ver con él. De eso no puedo culparlo, fue decisión mía, él no me obligó.

Así fue durante la preparatoria y la universidad. Mi madre tenía la esperanza de que al entrar a la universidad todo terminara entre nosotros, pero se ilusionó en vano. Aunque al terminar casi se cumple su deseo, Martin cambió su actitud hacia mí, comenzó a alejarse, sin embargo, cuando mi madre falleció, él estuvo a mi lado en todo momento y volvimos a unirnos de nuevo.

Mi madre siempre me pidió que viviera, que disfrutara mi vida, yo diría que sí lo hacía, pero a lo que ella se refería era que lo hiciera por mí misma y no dependiendo de Martin. Hasta llegó a enviarme un par de veranos con mis tías para poner distancia entre él y yo, pero no funcionó.

¡Cuánta razón tenía!, eso de que las madres nunca se equivocan es completamente cierto, ahora lo entiendo, demasiado tarde pero bueno, más vale tarde que nunca.

Por momentos me entra el optimismo y creo firmemente que puedo iniciar una vida nueva, a mis treinta años no es tan tarde, pero como dije, solo es por momentos, no me siento lista aún para hacer nada.

— Denis, una ronda de shots para la mesa de Dante Ridchet —  la voz del mesero a mi lado me sacó de mis pensamientos.

— ¿Ridchet? ¿Dante Ridchet?, yo conozco a un Dante Ridchet — aseguro completamente borracha.

— Tú y toda la ciudad, preciosa, es el hombre del momento — respondió sonriente el mesero.

— Yo conozco a Dante Ridchet — volví a decir pero esta vez más sorprendida, mientras todos los momentos que compartí con Dante venían a mi memoria.

— Pues ve a felicitarlo, está celebrando su despedida de soltero — dijo el mesero con un dejo de burla en su voz.

 Ignoré sus burlas y me concentré en mis recuerdos. No mentía, claro que conocía a un Dante Ridchet. Fue durante el segundo año de secundaria, Dante era nuevo en la escuela y al igual que a mí lo molestaban demasiado. Era alto y flaco, lo que le hizo convertirse en un tiro al blanco para las burlas de nuestros compañeros de clase.

Un día mientras me molestaban, él intervino para defenderme, lo cual no sólo me sorprendió a mí, sino a todo el grupo, ya que él jamás hablaba con nadie, tanto que llegó a correrse el rumor de que era mudo. Sin embargo, él era simplemente introvertido, sólo mostraba al alegre Dante a las personas que llegaban a ganarse su confianza.

Yo fui una de esas afortunadas personas, nos convertimos en compañeros de batalla luchando contra el bullying de nuestros compañeros. Durante ese año de secundaria fuimos grandes amigos.

— ¿Por qué lloras? — Preguntó aquella vez durante el recreo — Volvieron a molestarte — se respondió él mismo molesto.

— No — logré decir entre sollozos.

 — Pues no lo parece — rebatió. Solo podía verle los zapatos porque mantenía mi rostro oculto de él, intentaba ocultar mis lágrimas, sabía que se molestaría, no había cosa que más odiara Dante que verme llorar, constantemente me decía que era una llorona y que por eso no paraban de molestarme, tenía que me mantenerme fuerte.

— No lloro por ellos — aclaré.

— ¿Entonces? — quiso saber.

— Lloro porque nadie va a quererme nunca — apenas y terminé la frase y comencé a berrear como niña de tres años.

Dante dejó salir un suspiro frustrado y se agachó frente a mí, — Mi abuela dice que siempre hay un roto para un descosido —.

Instantáneamente levanté mi cara para verlo frente a frente, — ¿se supone que eso debe animarme? — dije molesta.

Rodó los ojos y tomó aire antes de hablar, — Elle, tienes 13 años, no deberías estar pensando en esas cosas — para ser un chiquillo de trece años era muy maduro y a veces me parecía hasta sabio.

— Se trata de mi futuro. Todas las chicas de la escuela ya dieron su primer beso, hasta las de primer año y yo… yo me quedaré solterona de por vida — desvié mi rostro de la mirada acusadora de Dante, sabía que me iba a soltar un buen regaño por decir aquello.

— Te preocupas por tonterías, ¿qué de bueno tiene ser como ellas?, además besar no es la gran cosa — aquello captó por completo mi atención.

— ¿Ya has dado tu primer beso? — Exigí saber. Dante quiso ponerse de pie, pero lo atajé por los hombros, impidiéndole.

— ¡Ya lo hiciste! — reclamé — ¡maldito traidor!, se supone que somos los marginados de la escuela, debemos estar en las mismas condiciones — señalé.

— Sí que estás loca — me dio un golpecillo en la frente y se puso de pie.

— No, no lo estoy, por eso a ti no te importa, como tú ya lo hiciste — me puse de pie junto a él.

— Ya te lo dije, no es la gran cosa, es hasta asqueroso, terminas con la cara toda babosa — se estremeció al decir aquello.

— Eso pasa cuando lo haces con la persona incorrecta. Los besos son lindos y románticos, te hacen sentir mariposas en el estómago, pero sólo si lo haces con la persona correcta — aseguré, orgullosa de mi conocimiento sobre los besos.

— Eso sólo pasa en los libros cursis que te la pasas leyendo, pero en la vida real no es así — afirmó.

— No voy a aceptar nada de lo que me digas, no de alguien que ya dio su primer beso. Seguramente un día estos vienes y me sales con que ya tienes novia y me abandonas a mi suerte — me crucé de brazos y le di la espalda.

— Eres una dramática Elle— sonaba frustrado — Tal vez sea al revés y tú me abandones a mí.

— ¡Jamás! — lo interrumpí de inmediato — cada día me convenzo más de que me quedaré sola con ocho gatos — Dante soltó un par de carcajadas — ¡búrlate!, como todos los demás — dije molesta.

Dante guardó silencio y se quedó pensativo por unos momentos — Elle — me llamó haciendo que volteara a verlo — ¿si prometo que no tendré novia hasta que tu consigas un novio, dejarás de lloriquear por los rincones? — quiso saber, me miraba atento y continuó — así si tú te quedas sola, yo también lo haré —.

Lo medito por unos segundos, su propuesta tenía lógica y sabía perfectamente que lo hacía para hacerme sentir tranquila y porque le molestaba verme llorar por tonterías. — Y, ¿te casarás hasta que yo lo haga? — era demasiado, lo sabía, pero tenía que asegurarme.

Esta vez suspiró más fuerte — si te preocupa quedarte soltero junto a mí, puedes negarte — dije al verlo dudar.

— No me preocupa, sé que algún día te casarás — aseguró — la verdad es que yo no quiero casarme nunca — confesó y yo abrí la boca, sorprendida, ¿cómo alguien no querría casarse jamás?, me pregunté.

— Entonces es trampa — dije.

— ¡Oye, oye! ¡no soy un tramposo! es más, prometo que, si ninguno de los dos está casado, cuando cumplamos treinta años me casaré contigo, así no estarás sola y yo no terminaré casado con una loca ¿qué te parece? — su propuesta era tentadora, yo tendría asegurado mi matrimonio y ya no tendría que preocuparme por no casarme.

En ese entonces era mi sueño más preciado, casarme algún día. Añoraba una gran boda con un hermoso vestido, la fiesta, los invitados y mi príncipe azul esperándome en el altar, bueno si me casaba con Dante no sería el amor de mi vida, pero al menos tendría mi boda soñada. Las tonterías que piensa uno de joven.

— Está bien, ¡acepto! — respondí al fin, Dante extendió su mano hacia a mí.

— Bien, ¡trato hecho! — miré su mano y luego su rostro.

— Este trato es muy importante para un simple apretón de manos — dije sorprendiéndome hasta a mí misma. Tomé a Dante por la camiseta y le di un torpe beso en los labios.

  ¡Agh! tenías razón, es asqueroso — dije limpiándome los labios con el torso de la mano, mientras Dante me miraba petrificado.

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