Tres

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El Viaje

Emma

Soy consciente de lo que hago, pero por una razón que desconozco disfruto arreglándome.

Viví en un pequeño pueblito de Texas desde que nací hasta los quince años. Mi vida en Texas fue una m****a. Me crie viendo a mi madre dormir todo el día y salir toda la noche. Nunca nos faltó comida, en eso no tengo ninguna queja, era una madre irresponsable, pero no nos dejó morir de hambre.

Aprendí a maquillarme a los once años. Bueno, no es como si lo hacía a la perfección, pero aprendí lo básico. ¿Por qué aprendí tan joven? Fácil. Mi madre me golpeaba cuando le hacía un delineado torcido o cuando su labial no quedaba perfecto. Tuve que practicar conmigo misma hasta lograr hacerlo bien.

Terminó de pasar el delineador y quedo complacida con mi aspecto. Tenía alrededor de unos cinco meses que no me arreglaba tanto —cabe resaltar que salgo muy poco y cuando voy al trabajo, no me maquillo—, así que me esmero; pinto mis labio de un color burdeos que resalta bastante en mi piel blanca.

Hice un pequeño curso de estilismo hace tres meses y la instructora, una estilista de famosos, me dijo que nunca creyera la falsa historia de que las pelirrojas no podían utilizar colores en la paleta de los rojos (rojo sangre, rojo cereza, rojo manzana…), según ella era un mito absurdo, y lo creo. Cada vez que me pinto los labios en rojo, me gusta cómo me veo, me siento atrevida con ese color de labial.

Me doy otra ojeada en el espejo y sonrió más que satisfecha con el trabajo realizado en mi rostro. La sonrisa se borra cuando veo el desastre en mi cabello; esta húmedo y enredado. Decido peinarlo y aplicar un poco de gel para peinar, luego lo seco y listo.

Mi cabello siempre ha sido así: un desastre.

Ya había sacado el único vestido negro en mi closet así que buscando mis únicas bragas decentes, voy de regreso al baño a vestirme ahí. Me arreglo en el baño porque el desconocido llamado Charlie, está en mi casa y el baño es el único lugar donde puedo esconderme con el seguro en la puerta.

Subo mi vestido estilo strapless negro, y me pongo mis estiletos del mismo color.

Me veo en el espejo una última vez y me sorprendo de haberme arreglado así. O sea, no es que yo sea una persona descuidada con su aspecto, pero muy poco uso ropa tan formal, soy más de faldas, camisetas, jeans y sudaderas, tenis y zapatos deportivos. Los vestidos y tacones solo para ocasiones SÚPER especiales.

Recojo las cosas en mi tocador y las guardo en sus respectivos lugares.

Salgo a la sala de estar y no veo a Charlie por ningún lugar. Bien, soy la payasa de este desconocido. Voy a la cocina y me sirvo un poco de agua del grifo, de repente me dio mucha sed.

Estando en la  cocina reviso mi nevera y me doy cuenta que tengo un montón de comida chatarra que por su aspecto parece haber caducado hace un tiempo ya. Busco una bolsa de basura en un cajón y comienzo a votar todo lo que no sirve: comida china, pizza, hamburguesas a medio comer, hotdogs, unos tacos que si mal no recuerdo tienen como un mes ahí… cuando me doy cuenta, mi nevera está vacía. ¿Qué había estado comiendo?

Cierro la bolsa con un nudo y la dejo a un lado de la nevera cuando escucho pasos. Camino de regreso a la sala y encuentro a Charlie con una maleta y un pequeño bolso que reconozco como míos.

Charlie me observa de pies a cabeza y una pequeña sonrisa aparece en su rostro.

—Está usted muy hermosa, señorita Emma —me da otro vistazo antes de tomar la maleta y el bolsito—. Debemos irnos, ya empaque todas sus cosas y su identificación, pasaporte, licencia para conducir y teléfono, están en la mesa del centro.

Sin decir más, camina en dirección a la puerta. Por un momento, me pregunto que habrá empacado para mí, pero lo descarto cuando me doy cuenta que me observa desde la puerta.

Agarro mi bolso de mano, que, no tenía idea de donde estaba hasta hace un instante y voy directo a la cocina por la bolsa de basura.

Antes de salir de mi casa, le doy una última mirada.

Por alguna razón, un sentimiento de tristeza se apodera de mí, y el presentimiento de que esta será mi última vez aquí aumenta cada segundo. Sí, esta nunca fue mi casa de ensueño, pero, era mi casa. El primer lugar al que pude llamar hogar. Donde sabía que, mientras Ray estuviera, me recibirían con calidez cada vez que volviera del trabajo.

Así que, sí. Sí me duele irme, y sí, me duele sentir que no volveré.

—Adiós, casa —susurro mientras apago la luz y cierro la puerta.

Camino al contenedor de basura y dejo la bolsa dentro del mismo. Luego camino en dirección contraria al pequeño estacionamiento y me sorprendo al ver donde Charlie me espera.

Está recostado en una Hummer —sé que es una Hummer porque vi una igual y Angie me afirmo que era un carro de ricos—. Me acerco a él y rápidamente abre la puerta trasera para mí.

—¿Aquí vienes? —Podría jurar que mi cara es de sorpresa absoluta.

—Y aquí nos vamos —dice él, con tono burlón—. ¿Creía usted, señorita Walker, que un escarabajo vendría a recogerla?

—No, pero… —No me deja terminar.

—Recibió diez mil dólares por doce meses —me sonríe—. Con eso ya tendría que tener una idea a lo que se enfrenta.

—Bueno, sí —es lo único sensato que tengo para decir.

—Suba, señorita Walker, se nos hace tarde.

Miro de nuevo el gran auto y de regreso a Charlie que me sonríe. Siento un hueco en el estómago, mi mente es un lio. Algo en mí sabe que esto no está para nada bien, esto está mal. Pero otra parte de mí, la menos sensata, me dice que es lo que tengo que hacer. Acepte el dinero, y aunque no lo gasté todo, sabía desde que cobre el primer cheque, que tendría que aceptar todo después de ahí.

Subo al gran auto con las piernas como gelatina.

Estando dentro del auto, me doy cuenta que el exterior solo es la envoltura. Sea quien sea la persona a la que le debo, tiene mucho dinero. Repleto de cuero negro, con un mini-bar y unos altavoces muy sofisticados, este auto debe costar más que mi apartamento.

Charlie se pone en marcha y yo solo pienso.

Pienso en Ray, mi pequeño hermano.

Pienso en Angie, mi mejor amiga.

Pienso en mi trabajo, en mi casa, en mi cactus, en todo.

¿En dónde me estoy metiendo?

¿Estaré cometiendo el error más grande de mi vida?

Y si es así, ¿podré salir librada de todo esto?

No lo sé. Pero esta parte de mí, que me dice que siga adelante, me da un poco de esperanzas para continuar.

Que sea lo que Dios quiera.

***

Después de un viaje de treinta minutos, me doy cuenta que vivo realmente lejos del aeropuerto, porque ahí es donde estaciona Charlie.

Baja y luego me abre la puerta. Con un poco de reserva, bajo. Tiro del dobladillo de mi vestido para bajarlo, y solo observo a mí alrededor. Charlie baja las maletas y un tipo, vestido igual a él, se le acerca.

Tienen una corta conversación, y él le entrega lo que creo son las llaves del auto.

—Vamos, señorita Walker —Charlie me guía por un pasillo lleno de personas—. El jet nos espera.

—¿Jet? —Casi me ahogo con la saliva.

—Sí, ¿pensaba en tomar un vuelo comercial? —Se burla otra vez de mí.

—No esperaba un jet, eso es seguro —murmuro.

Charlie no dice nada más. En silencio caminamos entre la multitud. Después de cruzar tres puertas, y girar a la derecha dos veces, nos encontramos en un pasillo casi vacío.

Pasamos por un detector de metales, luego dejamos las maletas en el puesto de revisión y esperamos diez minutos.

Cuándo nos entregan nuestras cosas, siento como mis pies lloran. O sea, no es que estén sudando ni nada por el estilo, pero siento como si llorarán en mi mente, pidiendo que los libere de las bestias de 10cm.

—¿Falta mucho? —Aunque ni siquiera he subido al jet, siento que ya no puedo más.

Charlie me mira con indiferencia y solo niega. No dice nada más, solo niega.

Bien, perfecto, justo lo que me faltaba.

Después de tomar todas mis cosas, Charlie camina por el pequeño pasillo. Lo sigo, porque aunque no me lo diga, se que eso es lo que debo hacer.

De cierto modo, me siento muy sumisa. Muy dócil y sumisa. Dejo que desconocidos tomen el control de mi vida sin más. Y por alguna razón, creo que es lo que debería hacer. También creo que esto está mal en todos los sentidos, pero lo que tengo más seguro es que tengo que estar aquí, debo pagar la ayuda que me dieron cuando más lo necesite.

Camino unos pasos detrás de Charlie. Entramos a un pasillo con una alfombra roja, que da a la salida, directo a las pistas de aterrizaje del aeropuerto.

En la salida, una camioneta negra está justo en frente de la puerta, y un hombre de traje —igual que Charlie—, está de pie junto a ella.

—¿Todo listo? —Pregunta Charlie.

—Todo listo, señor —responde el hombre. Sin embargo, su respuesta es automática, imagino que por decirlo muy seguido.

Lo miro. Quiero observar cada cosa que me rodea en esta nueva aventura, quiero saber cómo se veían todos los hombres de este viaje, porque mi instinto me dice que estaré rodeado de hombres.

El hombre que me abre la puerta, es muy guapo. Tiene esta mandíbula cuadrada que he visto en los vídeos fashion week en Youtube. Su actitud sería me hace pensar que es una persona muy agradable cuando no está trabajando —las personas con trabajos como: chófer, guardaespaldas, asistentes, entre otros, tienden a crearse un alter ego para sobrevivir a todo ese mundo, pues siempre son empleados de magnates y gente adinerada—, así que antes que cierre la puerta le dedicó una pequeña sonrisa amistosa.

Desde siempre, fui una chica agradable. Me gusta sonreír y agradar con solo un vistazo. Cuando estaba en la escuela, en Texas, hacía eso siempre para ganarme a los maestros y así me dieron más tiempo de entregar la tarea, y siempre funcionaba.

Después de cerrar mi puerta, el chico rodeo el auto y subió al asiento de copiloto, mientras Charlie terminaba de guardar las maletas y subía al asiento de copiloto.

El chico manejo el auto hasta la parte más alejada, donde solo habían pocos aviones —o jets, no sé—, estacionó frente a uno muy bonito. Era completamente negro y tenía unas letras de color rojo en el costado que se podía ver, se leía: D&F C. A.

Lo observé y me sentí intimidada. No sabía por qué, pero, esa cosa me intimidaba.

—Tendrá diez minutos para hacer sus llamadas, señorita Walker —Charlie interrumpió mis pensamientos—. En diez minutos nos iremos.

Solo asentí. Estaba a un paso de cometer el error más grande de mi vida... o quizás no.

Ambos hombres bajaron del auto y me dejaron sola.

Observé cómo sacaban las maletas del maletero y se dirigían al jet. Volví a leer las letras escritas en color carmesí y los nervios recorrieron mi cuerpo como un frío feroz.

D&F.

Saque el teléfono de mi pequeño bolso de mano negro, y busque el número en mi contactos.

El zumbido del repique me hicieron estremecer, ¿qué le diría?

No tuve tiempo de pensarlo, porque la voz gruesa de mi hermano hablo a través de la bocina de mi teléfono.

—¿Qué hay, Em? —Sonreí. Escucharlo siempre me ponía feliz.

—Pensé que me dirías algo en Alemán, no sé —me burle de él.

—Sé Alemán, Em, pero tú eres una políglota de primera clase, no me hagas hacer el ridículo —reí por su respuesta.

—Me voy de vacaciones —intente sonar alegre—. Por eso te llamaba, también para decirte que hace tres semanas pague tu matrícula por el resto del intercambio, te deje algo de dinero en tu cuenta y si necesitas más llama a Angie, yo quizás la este pasando tan bien que no te contesté la llamada.

—¿Está todo bien? —Sentí que no podía mentirle más, pero me hice la fuerte, me trague el nudo en la garganta y dije que «si» lo más entusiasta que pude hacerlo—. Bueno, espero que te vaya bien, Em, te lo mereces.

»Y por lo del dinero no te preocupes, conseguí empleo, y ahora puedo pagar el alquiler y mis cosas, no hay necesidad de que me mantengas —escuchar su risa me ponía muy feliz.

—Puedo mantenerte hasta que muera, Ray. Eres mi hermanito y siempre cuídare de ti. Te amo.

—Solo te irás de vacaciones, no seas dramática —dice—. Por cierto, ¿a dónde vas?

Sí, ¿a dónde voy?

—A México. Siempre quise conocer Acapulco, por eso aprendí un poco español.

—Hablas fatal español —su carcajada inunda mi oído—. Espero la disfrutes Em, te amo muchísimo, espero verte pronto.

—Solo soy una gringa más, machucando el idioma —le dije español. Escuché cómo reía. Amaba oírlo reír—. Yo también espero verte pronto, te hablo cuando pueda. Adiós.

—Adiós, Em —y con eso, finalizó la llamada con Ray.

Solo me quedan cuatro minutos. Marco rápido el número de Angie, que si tarda en atender.

Después de cuatro repiques, contesta con voz adormilada.

—Hola, nena —puedo oír como bosteza a través del teléfono.

—Quiero que prestes atención, no tengo mucho tiempo. Voy a volar en un jet privado a no se dónde, porque mi misterioso benefactor, envió a un tipo a cobrar todo lo que me dio este último año.

—¡¿Qué?! —Angie grita.

Alejó el teléfono de mi oído.

—No grites. Y si, es una locura, pero justo. Estuvo mandándome dinero, que yo no pedí pero que si tomé, ahora me toca pagar.

—Sí, Emma, lo entiendo, pero no por eso debes correr a un jet privado sin antes revisar que no sean unos traficantes de blancas o de órganos, no quiero que mueras ni seas vendida a un austríaco enfermo de la cabeza, ¿okay?

Casi me río.

—Angie, ¿por qué un austríaco? —No sé por qué en tantas cosas, esa es mi pregunta. Pero, el caso es que la hago. Y no se quién está peor, si yo que pregunte o ella que responde.

—Los austriacos son los tipos más rudos cuando de crimen se trata. Por eso nadie habla de ellos y en los libros de mafia y todo eso, son muy poco nombrados. Así que, creo que es lo peor que te podría suceder —Se queda en silencio y me imagino que está asintiendo levemente, como dándole su aceptación a lo que acaba de decir—. Pero bien, ese no es el caso, el caso es que te irás a no se dónde, y sin mi.

—Tranquila, no creo que nada de eso pase —le resto importancia a la situación, cuando la realidad es que es muy grave—. Te llamaré en cuanto pueda, lo prometo.

—Lo estás prometiendo, Emma, una promesa no se rompe. Nunca. 

—Nunca —repito—. Me tengo que ir. Ray piensa que estoy en un viaje de vacaciones y todo eso, no le digas nada.

—Mi boca esta sellada. Te amo, cuídate mucho —escucho como besa el teléfono.

—Deja de besar a tu teléfono, enferma —me burló de ella.

—Son para ti, idiota —se ríe.

—Te amo, Ang —le digo antes de colgar.

—Te amo, Em —es lo último que escucho.

Me trago el nudo en la garganta y veo a Charlie bajar del jet. No lo dejo llegar al carro, me bajo y lo alcanzó.

Me mira sororendido.

—¿Lista? —Pregunta.

—No —digo la verdad—. Pero si no lo hago ahora, no lo haré nunca y terminaré ahorcando me en el baño.

—No queremos eso —Charlie me hace un gesto hacia la escalera y subo—. Desde aquí no hay retorno. Aquí comienza el viaje, pero no tiene un final. ¿Está lista para todo esto, señorita Walker?

—Responderé a esa pregunta cuando sepa el significado de "todo esto".

Quizás cuando sepa el significado, no estaré lista. Quizás nunca estaré lista.

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