Uno

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El Cheque

Nueva York, 30 de junio de 2019

Emma

—Emma —la voz de mi jefe inunda mi puesto de trabajo—, a mi oficina —Lo miro con muy mala cara—. ¡Ahora!

Siento unas ganas incontrolables de no ir. De salir corriendo a mi casa y enterrarme bajo las sábanas y salir solo cuando Angie me llame y diga: «—Nena, ponte guapa, que murió Robert».

Si, solo son sueños.

Me levanto de la silla y siento como mi columna da un tirón.

O sea, a un tirón me refiero con una punzada de dolor en toda la columna que me hace gemir por el dolor.

—¡Mierda! —Siseo.

Como puedo me pongo recta y camino con un poco de dificultad a la oficina de mi jefe.

Llego a la puerta y doy unos leves golpes. Escucho un duro «Adelante», por parte de Robert y entro.

No voy a negar que estar entrando en su oficina no me gusta mucho.

—Emma, voy a ir al grano —dice, poniéndose de pie.

Su gran barriga esta apretada en la camisa blanca. La corbata está mal puesta y manchada —como siempre—. Sale detrás del escritorio y veo como sus pantalones llegan por encima de su tobillo. ¡Dios mío, este hombre no puede ser más patético!

—Estamos haciendo un recorte de personal —dice. Siento como un vacío se forma en mi interior—. Tienes que entender, que tú como la más reciente empleada, eres la más afecta —Se acerca más a mí—. Sin embargo, tú no eres la única…

»Como bien sabes, Anna también es nueva y todo eso, pero ella me dio algo, que si tú lo haces mejor, puedo despedirla a ella y no a ti.

¿Qué mier...?

—¿Qué quiere decir con eso? —Se exactamente a lo que se refiere.

—Ella solo me dio una mamada —siento mi sangre hervir—. Pero, si tú dejas —se pone tan cerca de mí que el olor a vinagre que desprende de su cuerpo, llega a mis fosas nasales inmediatamente—, que yo te lo meta en otro lugar quizás t…

¡Zaz!

Una cachetada.

Siento como no es suficiente y cuando se viene encima de mi con intenciones de golpearme, le doy una patada en la ingle.

—¡Maldito bastardo! —Otra patada—. ¿Crees que yo lloraría por esta porquería de trabajo?

—¡No tienes nada más, zorra! —Las lágrimas le recorren por las mejillas—. ¡Necesitas algo para no andar como una puta muerta de hambre!

La sangre mi hierve cuando dice eso. Olvido que estoy en el trabajo. Olvido que esto puede dañar mi curriculum. Olvido todo.

Le lanzo otra patada, esta vez más fuerte. Cae de rodillas y yo me inclino, tomándolo del cabello.

—Eres una m*****a rata asquerosa —le susurro—. Espero que te corten la polla y te la metan por la boca hasta que te ahogues.

Lo suelto y salgo de su despacho.

Siento como las lágrimas pican por salir, pero no las dejo.

Voy directo a mi cubículo y recojo las pocas cosas que tenía: mi cactus, una pequeña foto enmarcada donde estoy con mi hermano, mi bolso con mis cosas y las barras de granola que tenía guardadas en el cajón.

Salgo del edificio con un malestar en la boca del estómago. Me detengo en la esquina de un callejón y no lo aguanto. Vomito. Vomito todo. Mejor dicho, nada.

Termino de soltarlo todo —o nada—, y me enderezo. 

¿Qué haré ahora?

Siento como mi teléfono vibra en mi bolso y con un poco de dificultada lo saco.

«Mi bebé hermano».

Es como el peor momento para llamar.

—¿Hola? —El sabor acido del vómito, me da nauseas nuevamente.

—Nena —la voz varonil de mi hermanito me hace sonreír—, tengo buenas noticias.

—¿Te enamoraste? —Camino con dificultad por las calles.

Siento como las personas me miran raro, pero no les hago caso. Sigo caminando sin saber a dónde ir.

—¡Mi beca de intercambio fue aceptada! —Siento como si estuviera despertando de una resaca—. Es por tres años, pero solo paga la mitad de la matrícula. Dijiste que si me salía me ayudarías con eso, ¿lo recuerdas?

Si, lo dije cuando tenía trabajo.

—¡Claro que te ayudare, tonto! —Intento sonar emocionada—. ¿Cuándo tienes que irte?

—Dentro de una semana, nena —la emoción en su voz me hace sentir tan miserable—. Tengo que entrar a una clase, te llamo en la noche.

Y con eso cuelga.

Me detengo en un café y saco mi monedero.

25$.

—¿Me das un café negro, por favor? —Le digo a la muchacha que atiende—. ¿Puedes darme un poco de agua?

La chica asiente con una sonrisa en la cara.

—Aquí tienes.

Recibo el vaso con agua y me lo bebo casi al instante.

¿Qué tuve que hacer para estar pasando por esto?

No he sido mal hija —a pesar de todo—, ni mal hermana, ni mal amiga, entonces ¿por qué me pasa todo esto?

—Su café. Son cuatro dólares —saco el dinero, pago y retiro mi café y mi cambio.

Después de un gracias sin fuerza, me encamino a ver a Rossa, con veintiún dólares en mi bolsillo.

***

—Lo siento, Em —Rossa revisa por tercera vez la computadora frente a ella—. No tenemos vacantes, aparte de asistente del fiscal. No puedo hacer nada por ti.

—Rossa, no puedo estar sin trabajo —siento que las lágrimas van a salir en cualquier momento—. Ray va de intercambio a Alemania y necesito tener como ayudarlo.

—Pásate mañana por aquí —Rossa suspira. Yo le sonrió de todo corazón—. No me sonrías así —le sonrió más ampliamente esta vez, ganándome una sonrisita de su parte—. No te prometo nada, Emma, no vayas a asesinarme cuando no pueda ayudarte con esto.

—Sé que si podrás. Siempre puedes —ella me mira y sonríe, le sonrío de regreso.

Me despido de ella y salgo directo a casa.

De igual forma, no tendría a donde ir y, tengo tanta hambre que estar en la calle solo me da ganas de robarme un hotdog de cualquier puesto.

Llego a mi departamento unos cuarenta minutos después.

Estaba ligeramente lejos de mi pequeña casa y tomar un taxi o un autobús no se ajusta para nada a mi presupuesto.

Siento mis pies arder, y mi columna reventar, y a pesar de solo tener veinticuatro años, siento que mi cuerpo es de una mujer de cincuenta.

Recojo mi correo en la entrada.

No reviso nada, solo lo tomo y lo pongo debajo de mi brazo.

Mi dolor aumente cuando el flourecente papel rosa llega a mi visión. Esta pegado a la puerta. A la puerta de mi apartamento.

—¡Oh Dios, oh Dios! —Ahora las lágrimas si comienzan a salir—. Ahora no. Ahora no.

En la hoja se leía:

¡ATENCIÓN!

TIENE TRES DÍAS PARA DESALOJAR EL PISO.

PASADOS LOS TRES DÍAS, SI SE REHÚSA A DESALOJAR, TENDREMOS QUE TOMAR CARTAS EN EL ASUNTO.

GRACIAS,

ATTE. KEVIN NICHOLS

La arranque como pude. Metí las llaves y abrí la puerta. En el momento que entre, solté todo lo que traía en los brazos y caí, no solo emocionalmente, también caí al suelo.

Las lágrimas nublaron mi vista y sentí como el mundo se me caía de nuevo.

Debía tres meses de alquiler y el cuarto ya se estaba acumulando. Debía el recibo de luz y agua. Tenía más de dos meses bañándome en casa de Angie y cargando mi teléfono en el trabajo.

Pero, ya no tenía trabajo.

Luego de llorar por unos minutos, me levante, cerré la puerta a mi espalda y recogí las cosas que estaban en el piso.

Deje todo en la única mesita que tenía, en el centro de la habitación, y me senté en el viejo y desgastado mueble cerca de ella.

—¡ME QUIERO MORIR! —No sé por qué lo grito, no hay nadie que me escuche.

Subo las piernas y me las abrazo, dejo mi cabeza descansar en mis rodillas y lloro. Lloro hasta quedarme sin fuerzas.

Lloro hasta que siento que me voy a desmayar.

Me levanto con intenciones de irme a mi pequeña cama. De reojo, en la mesita cerca del mueble, un sobre de color turquesa llama mi atención.

Me sorprendo al leer el nombre en letras cursivas. Emma Walker. Sin remitente. Sin dirección. Sin estampillas.

Solo un sobre con mi nombre.

Me siento de nuevo en el mueble y lo abro.

Si no fuera por estar sentada, me habría caído.

En el sobre solo se encuentran dos trozos de papel. Uno es un cheque por 10.000$ de parte de una empresa que nunca había visto antes, Fis, C.A.., y la otra es una nota escrita con la misma letra cursiva.

Tú.

Es lo único que dice: Tú.

Aunque eso es lo de menos. ¿Quién deja en el correo 10.000$?

Justo en ese momento mi teléfono empieza a sonar en algún lugar de la sala.

Salgo de mi sorpresa aun con el cheque en la mano y trato de encontrar el teléfono.

Lo encuentro cerca de la puerta.

Sin leer quien es, contesto.

—¿Hola? —Mi voz sale distante.

—¡Perra! —La animada voz de Angie me hace soltar un suspiro—. ¿Dónde diablos estas?

—¿Qué dónde estoy? —Le pregunto dudosa—. En mi casa, por supuesto.

—¡Diablos, Em! —Grita—. Hoy tenías que ir conmigo a la peluquería, es nuestra tarde de chicas.

Cierto.

—Olvida la peluquería. Ven a mi departamento ahora mismo —vuelvo mi atención al cheque—. Es de vida o muerte.

—Nunca tienes algo de vida o muerte, voy corriendo —con eso corto la llamada.

Sé que vendrá. Y lo mejor es que ella sabrá que hacer con este cheque. Este enorme cheque.

Angie Harris. Mi mejor amiga desde que tengo catorce años. Ella, Ray y yo, huimos de casa cuando mi madre se volvió loca. Ella vendió su guitarra eléctrica solo para tener como sobrevivir en la ciudad. Ella fue mi madre y mi consejera, y aún lo es.

Así que espero hasta que llega.

Cuando lo hace, le explico todo. Lo sucedido en mi trabajo, el intercambio de Ray, el desalojo, los pagos atrasados de todas mis cuentas y el cheque.

Ella tiene esa mirada de seriedad que utiliza cuando está a punto de decir algo que marcara la vida de todos.

—Emma Walker —suspira—. Debes cobrarlo.

—¿Qué? —Casi me ahogo con la saliva.

—Como me escuchaste, jovencita —pone el cheque en mis manos—. Quisiera decirte que no lo hagas, pero, yo no tengo como ayudarte. Si mi cuenta bancaria fuera lo suficientemente millonaria, no dudaría ni un segundo en decir: «Hazlo una bola y bótalo a la basura».

»Pero, no tengo —me sonríe tiernamente—. Tienes que terminar de pagar la matrícula de Ray y tus cuentas, no quieres ser una vagabunda inmunda.

Me rio, pero para no llorar.

La abrazo.

No me da chance de pensar, me obliga a ponerme de pie y agarrar mis cosas.

Llegamos al banco, cobramos el cheque, pago cinco meses de alquiler, pago la luz y el agua, y saco trecientos dólares en efectivo.

Sin pensarlo. Sin meditarlo. No pienso mucho en la procedencia de ese dinero.

—¿Qué piensas de esa nota misteriosa? —A este punto ya vamos en su auto directo a mi casa.

—No lo sé —saco unos cuantos billetes y los coloco sobre la consola.

—Ni se te ocurra —Angie quita la mirada por un momento de la carretera—. Es tu dinero, lo necesitas más que yo.

—Lo tuyo es mío —le digo—. Y no te niegues, sé que lo necesitas.

No dice nada más.

Termino mi día en casa de Angie con seis cervezas en el sistema y 8.050$ en mi cuenta bancaría.

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