Capítulo 5

La noche anterior a Luana le había parecido que la princesa Carleena era alguien a quien no le gustaba hablar mucho, sin embargo, esa mañana se dio cuenta que su opinión no había sido para nada certera.

Ambas eran las únicas en la mesa del comedor ese día, ya que su esposo, el gran rey Armin y el príncipe Edmund se habían reunido a primera hora de la mañana en la oficina del rey para discutir temas políticos.

Luana había intentado colarse en aquella reunión, pero una mirada de advertencia de su esposo fue suficiente para que decidiera marcharse antes de que él tuviera la oportunidad de pedirle a los guardias que la sacaran. Así que ahora esperaba junto a aquella inmortal que la reunión finalizara para ver si podía enterarse de algún que otro detalle. Tenía tanta curiosidad que el miedo por la mujer sentada a su lado había disipado, aunque seguía manteniéndose alerta.

- Puedo preguntarle cómo se siente, su majestad. – la voz de la princesa la sacó de sus pensamientos.

Luana la miró extrañada, perdida en aquella conversación.

- ¿Cómo me siento?

- Sí, me refiero con su embarazo, - aclaró ella haciendo una mueca que revelaba sus afilados colmillos. – Para las hadas es difícil concebir, así que no todos los días veo a una mujer embarazada, siempre he tenido la duda sobre si se siente algo extraño.

Ella lo pensó un momento, ¿se sentía diferente de alguna forma?

- Bueno, cada mujer y cada embarazo son diferentes, alteza. Para muchas mujeres los primeros meses están llenos de síntomas, pero yo no he presentado ninguno hasta ahora... aún no puedo sentir al bebé si es a lo que se refiere.

La princesa asintió curiosa.

- ¿No tiene miedo?

Luana la miró en silencio analizando la pregunta. A decir verdad, estaba aterrada, pero por otras razones que se desvinculaban de su embarazo.

- No, princesa. – respondió. – Amo a los niños y no puedo esperar para conocer al mío.

- Seguramente será una gran madre, su majestad. – sonrió mirándola. – A mí también me gustan los niños, pero no estoy muy segura de querer tener alguno propio, aunque siempre me pregunto cómo sería.

- Bueno, aún es muy joven, alteza. Tendrá tiempo para decidirlo.

- Usted también es muy joven reina Luana, no creo que nos llevemos muchos años.

- Sí, pero usted cuenta con la inmortalidad, mientras que yo envejezco cada día, y debo asegurarle al reino un heredero. – Luana no había planeado que las palabras le salieran con aquella dureza, así que rápidamente se mordió la mejilla y formó una sonrisa. – Discúlpeme, he estado algo estresada estos últimos días.

Los ojos amarillos de la princesa brillaron mientras la observaba cuidadosamente.

- No tiene que disculparse conmigo, su majestad. – dijo. Y para sorpresa de Luana, la princesa se inclinó hacia ella y le habló en voz baja. – Yo también sé lo que es ser un ave en una jaula de oro.

La joven reina la miró con los ojos muy abiertos ante esa declaración.

- ¿Disculpe? – preguntó incrédula.

- El que sonría todo el tiempo no anula la infelicidad de sus ojos. – La princesa se encogió de hombros. – Su situación es bastante triste.

- No sé a qué se refiere...

- Sabe, escuché mucho sobre usted durante todo el camino. – la interrumpió y Luana frunció el ceño. – Los aldeanos la adoran, me atrevería a decir que mucho más que a su esposo, incluso los reyes de Velosville solo tienen buenos comentarios sobre usted. Sin embargo, mi hermano y yo no teníamos muchas expectativas, pensamos que seguramente sería otra insulsa reina que vive a merced del rey y que, de vez en cuando lleva comida a los pobres para que así ellos no se rebelen y así pueda seguir disfrutando de su vida perfecta, llena de lujos, coronas y fiestas.

Luana la miró en silencio, no sabía si debía sentirse ofendida por las palabras de la princesa.

- ¿Y eso fue lo que encontraron? – preguntó sin apartar la vista de los ojos amarillos.

- No. Parece que nos equivocamos, en... ciertas cosas. – una media sonrisa se formó en sus labios. – Usted es bastante interesante, no parece que la vida en el palacio la haga feliz, todo lo contrario, parece que todas las ventajas que obtuvo al ser reina no le importaran en lo absoluto... también es compasiva, no porque le interese recibir algo a cambio, solo lo es porque de verdad le gusta ayudar, y eso es algo muy extraño de ver.

- No quiero ofenderla alteza, pero no me conoce. – le dijo Luana confundida ante todo lo que la princesa decía. – No puede saber todo aquello por las pocas horas en las que hemos interactuado.

Los ojos de la princesa brillaron.

- Soy buena leyendo a las personas.

- Aun así, todo lo que dice no son más que suposiciones. Me parece improbable que haya llegado a todas esas conclusiones solo con un par de charlas.

Luana negó con la cabeza bastante confusa, y aunque ya había terminado su desayuno, se sirvió un poco más de sumo, quería centrarse en algo más aparte de la princesa.

- ¿Puedo hacerle una pregunta entonces? – la princesa no esperó a que Luana contestara para volver a hablar. - ¿Quién es Melania Ostrom?

Luana no pudo controlar la reacción de sorpresa. Sintió que su rostro palidecía cuando vio la enorme sonrisa felina que se extendía por la cara de su acompañante.

- Parece confundida, majestad, así que le recordaré un poco. – la voz melodiosa se escuchaba triunfante. – Hay más de cuarenta organizaciones sociales que reciben cada año una gran suma de dinero por parte de esta misteriosa mujer, nadie la conoce, nadie la ha visto, algo completamente imposible ya que con esa cantidad de dinero debería ser una persona muy importante y conocida... pero, parece que es un fantasma. Sus donaciones más grandes son destinadas a todos los orfanatos de Caltulia, pero también hay un par de registros en Velosville...

- No sé de qué me está hablando.

Luana sabía exactamente de lo que la princesa estaba hablando.

Melania Ostrom era un nombre falso con el que ella donaba dinero a organizaciones sociales, dinero que obtenía de la venta de sus innumerables joyas... La cuestión era que, algunas de esas joyas más que pertenecerle a ella misma, le pertenecían a la familia real. Su esposo nunca habría accedido a venderlas y mucho menos hubiera aceptado que el dinero fuera donado, ya que, aunque era algo muy improbable, si algún día el reino sufriera una crisis económica, o si se encontraban en amenaza de guerra, aquel dinero podría ser la salvación.

Pero Caltulia estaba en uno de sus mejores momentos, y la familia real era tan rica como para encargarse de cualquier dificultad con sus propios recursos, las joyas eran solo un granito de arena si se les comparaba con todo ese dinero, por eso Luana se arriesgó a donarlas, sabía que si algún día llegaran a solicitarlas probablemente ella ya estaría bajo tierra y nadie podría recriminárselo. Además, había personas que lo necesitaban...

Pero si su esposo se enteraba...

Podrían acusarla de robo o algo por el estilo. Algunas de esas joyas habían estado durante siglos en manos de la familia real, así que podrían ser más valiosas que veinte palacios de oro.

- La verdad me decepcionaría un poco si lo admitiera. – La princesa se encogió de hombros -Puedo ver que usted es mucho más que la cara bonita que tiene y con la que embruja a todos.

- Yo no soy a la que llaman bruja... - las palabras le salieron antes de poder pensarlas.

Los ojos de la princesa brillaron con fuerza cuando la miraron.

- Definitivamente me agradas, Luana Elonte.

***

Luana no estuvo de buen humor ese día.

No confiaba en cuales eran las intenciones de la princesa hada para haberle revelado esa información. Primeramente, no sabía cómo es que lo sabía o qué la había delatado, ella había sido muy cuidadosa con todos los detalles...

Tal vez Julietta supiera algo, después de todo, era ella quien se ponía en contacto con la persona que llevaba a cabo las donaciones, ¿y si esa persona la había delatado?

No sabía lo que haría el rey si se enteraba, ¿la princesa Carleena le había revelado esa información para asustarla? ¿Para chantajearla? ¿Pero, qué le podía dar Luana? ¿Qué podría ganar esa mujer con todo esto?

Los músicos tocaban una alegre melodía que fastidiaba enormemente a Luana. Había organizado una fiesta en las orillas del lago que rodeaba el palacio, y había invitado a varias de las familias nobles... bueno en realidad el rey les había ordenado que vinieran ya que ninguna de estas respondió a la invitación de Luana, seguramente todos estaban aterrados por las hadas. Sin embargo, el miedo parecía haberse convertido en curiosidad, y la curiosidad en deseo... por lo menos para varias jóvenes que no podían apartar los ojos del príncipe Edmund, e incluso había visto a la condesa Gerguton hacerle ojitos al gran rey Armin.

El día estaba soleado y algunos niños corrían por el césped. Los invitados parecían estar pasándoselo bastante bien, eso era un alivio...

El gran rey Armin se encontraba conversando con algunos de los nobles cerca a la mesa de comida, el príncipe estaba participando en un torneo de cricquet con algunas damas, y la princesa Carleena se encontraba disfrutando de la atención de dos caballeros en uno de los botes del lago.

Luana estaba esperando que estuviera de nuevo en tierra firme para hablar con ella, debía dejar las cosas claras, no podía correr el riesgo de que la delatara, a ella no le importaba lo que podría sucederle, pero si la situación pusiera a su hermana en peligro...

Tendría que asegurarse de que Carleena Stormbinder mantuviera la boca cerrada.

- Podrías haberte puesto algo un poco más... apropiado. – le gruñó el rey a su lado.

Luana examinó su vestuario desconcertada.

Llevaba un vestido sencillo en comparación con el del día anterior. Era amarillo claro con bordados dorados en el corpiño y en la falda y dejaba sus hombros descubiertos.

- ¿Qué tiene de malo este vestido? – preguntó desconcertada intentando mantener su enojo a raya.

- Te ves pálida y no sobresales para nada, se supone que eres la reina, deberías verte como una. –le señaló. – Por lo menos podrías haberte puesto alguna joya y no esas viejas perlas que insistes en seguir usando.

Luana apretó los dientes. Llevaba puesta una m*****a tiara que podría costar todo lo que un sirviente del palacio ganaría hasta su último día de vida, y aún así, Luana estaba segura de que después de su muerte aún sobraría dinero, pero al parecer esto no era suficiente para el rey.

Y se odió por las palabras que salieron de su boca.

- ¿Desea que me cambie, su majestad?

El rey bufó.

- Pudiste preguntármelo antes de salir, ya que todos te vieron no tiene caso.

Luana asintió sintiéndose de repente mal por la crítica. Respiró profundo intentando sumergir el enojo en su interior.

- ¿Cómo ha ido la reunión con el gran rey? – se atrevió a preguntar.

- Ha sido inesperada. –confesó y ella lo miró curiosa. – Quiere una alianza y que enviemos parte de nuestros ejércitos a Magreen.

- ¿Qué? ¿Pero por qué? – preguntó horrorizada.

El rey frunció el ceño cuando la miró.

- Rebeldes. – explicó. – Cree que se levantarán contra él.

- ¿Pero sus ejércitos no son suficientes? Tengo entendido que Spectrum está plagado de sus tropas.

Su esposo se encogió de hombros.

- Supongo que quiere enviar el mensaje de que los reinos humanos apoyan su gobierno, o... -Luana lo miró expectante. – O tal vez las fuerzas rebeldes sean mayores a las suyas.

Ella suspiró preocupada.

- No creo que sea una buena idea esa alianza. – ella se arrepintió de decir aquello cuando vio la fría mirada del rey.

- Pero tú no eres quien decide. – recalcó apretándola del brazo con fuerza, pero intentando no parecer muy brusco por la presencia de las demás personas. Luana bajó la cabeza y cerró los ojos, esforzándose por que las lágrimas no aparecieran. – Tú limítate a ser amable con nuestros invi...

- Perdone, su majestad. – aquella voz hizo que la piel de la reina se erizara y de inmediato recobró la compostura. El príncipe Edmund la miraba seriamente, llevaba una camisa blanca que se ceñía a su torso y unos elegantes pantalones de tela negros.

- Su alteza. -lo saludó su esposo en forma de saludo, el agarre en su brazo se ablandó. - ¿La está pasando bien? Veo que ganó la partida de criquet...

- Si, definitivamente ha sido un día divertido... -respondió. – La verdad me gustaría hablar con usted sobre la reunión de hoy, ¿me permite un momento?

El rey asintió de inmediato y Luana no pudo estar más agradecida por la intromisión del príncipe, porque cuando se fijó otra vez en la princesa, se dio cuenta de que justamente estaba bajando del bote.

Era su oportunidad.

- Si me disculpan, iré a recorrer un poco el lugar...

- Oh, no tiene que irse. – las palabras del príncipe la detuvieron, pero la mirada de su esposo la incitó a seguir con su plan.

- Está bien príncipe, quiero saludar a algunas personas.

Hizo una reverencia rápida a su esposo y de inmediato empezó a caminar en dirección al lago.

La princesa notó su presencia cuando estaba a unos metros de ella, y Luana vio que con una magnífica sonrisa se deshizo de los caballeros que la acompañaban.

- Su majestad. – la saludó ella mirándola curiosamente.

- Princesa Carleena, me gustaría discutir algunas cosas con usted. –Su voz fue firme, pero no perdió el tono educado que la caracterizaba.

La princesa le sonrió divertida.

- ¡Vaya! ¿Estás en problemas, hermanita?

La voz del príncipe a sus espaldas hizo que Luana se sobresaltara. ¿Qué hacia él aquí? ¿Qué no estaba hablando con su esposo hace solo un minuto?

Cuando se giró para ver a su esposo, se dio cuenta de que estaba junto al gran rey rodeado de nobles.

- Eso parece... - murmuró ella en respuesta mirando a su mellizo. – Soy todo oídos, su majestad.

Luana miró entonces a el príncipe Edmund, quien también la miraba cruzado de brazos, lo que hizo que los músculos se marcaran más contra la tela de su camisa. Ella apartó rápidamente ese pensamiento de su cabeza y habló.

- Me gustaría que fuera en privado, si no le molesta.

- Reina Luana, si se trata de la conversación de esta mañana, no hay problema, mi hermano está más que informado de la situación.

Ella abrió la boca disgustada.

¿Él también lo sabía? Dioses, esto era peor de lo que imaginaba.

- ¿Quién más sabe de esto? – exigió saber. Si el gran rey también lo sabía...

- Solo nosotros. – respondió la mujer, viéndola con el ceño fruncido. – No es algo tan grave mi lady...

- Sí, es algo grave. –Luana la interrumpió molesta. – Si mi esposo se entera de esto... - ella suspiró profundo y notó la mirada penetrante del príncipe sobre ella. - ¿Qué es lo que quieren?

Ambos hermanos abrieron los ojos sorprendidos, y por primera vez Luana vio ciertos rasgos semejantes entre ellos.

- ¿Está intentando comprar nuestro silencio, su majestad? – preguntó sorprendida la princesa.

La joven reina los miró a ambos y pensó muy bien sus palabras.

- Si a los oídos de mi esposo llegan rumores, caerán muchas personas, personas que me importan. Él sabe perfectamente que no podría haber hecho todas las donaciones sola porque siempre estoy en el palacio o tengo vigilancia, y no voy a permitir que ellos sean culpados de algo que planee yo misma. – explicó. Sabía que se estaba metiendo en un gran problema. – Así que les pregunto de nuevo, ¿Qué es lo que quieren?

Los labios del príncipe se curvaron en una sonrisa y los ojos rojos la miraron curiosamente.

- Bueno, creo que sí puede hacer algo por mí, su majestad. – el príncipe dio unos pasos hacia ella y Luana tuvo que obligarse a no retroceder.

Él estaba una cabeza por encima de ella, así que Luana tuvo que alzar el rostro para verlo a la cara. El corazón empezó a palpitar con fuerza en su pecho al ver como los ojos escarlatas se centraban en los de ella y parecían brillar como dos hermosos rubíes.

- Lo que quiero... – susurró con voz ronca sin atreverse a apartar la mirada. – Lo que deseo... –volvió a decir haciendo que el pulso de Luana se acelerara. – Es que acepte un donativo de mi parte.

Definitivamente esas palabras no eran las que esperaba escuchar.

- ¿Qué? – preguntó ella aturdida.

El príncipe se rio de su expresión y entonces Luana dio unos cuantos pasos hacia atrás.

- Queremos donar dinero para las organizaciones también. – explicó la princesa.

- ¿Y por qué no lo hacen directamente?

- Porque también tenemos ciertas... dificultades. Como tú. – señaló la mujer.

Luana los miró a ambos no muy convencida. Ella había aprendido algo en el tiempo que llevaba en la corte: Nada era gratis. Si querías algo, debías ofrecer otra cosa de valor, todos lo sabían, nadie hacia nada por desinterés.

- ¿Entonces no quieren nada? ¿De verdad? – preguntó segundos después.

- No más de lo que te hemos dicho. – aseguró el príncipe.

- ¿Y tengo su palabra de que no dirán nada?

- Jamás mencionaríamos nada de esto, aún si rechaza nuestro donativo. – volvió a decir él. – Aunque tal vez no lo crea, no somos los monstruos que el mundo dice.

Luana no respondió nada a eso.

Una sensación de ser observada hizo que girara la cabeza. Y tal como lo imaginó los fríos ojos de su esposo la estaban observando desde la distancia.

No se veía muy feliz.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo