Capítulo 4

Sus damas no habían dicho nada el siguiente día de la visita del rey, ni tampoco lo hicieron al siguiente cuando Luana salió del baño envuelta en su bata de seda, con los ojos sin brillo y la cara más pálida que de costumbre.

- El rey le ha enviado esto, su majestad. – Marga la miró sonriente. – Quiere que se lo ponga para recibir a... los invitados.

Marga se encogió al recordar la clase de invitados que se hospedarían en el palacio. Anne y Dian también parecían nerviosas por la llegada de las hadas, aunque intentaban disimularlo moviéndose de aquí para allá en la habitación para no poner más nerviosa a la joven reina. Luana se mordió el labio aterrorizada, todo debía ser perfecto esa noche. Respiró profundo obligando al miedo en su pecho a ablandarse y se concentró en el enorme y absolutamente maravilloso vestido verde brillante de mangas largas que se abrían en cascada al llegar a las muñecas y que tenía detalles plateados en su corpiño y a lo largo de su amplia falda.

Se lo puso en silencio, o bueno, Anne y Marga se lo pusieron. Era imposible ponerse todo aquello ella misma. Eligió unos zapatos de tacón plateados, no eran muy altos, no quería correr el riesgo de tropezarse de alguna forma.

Dian le recogió la mitad del cabello y lo trenzó convirtiéndolo en una fina corona, de alguna forma también consiguió rizar las puntas de la otra mitad que le caía casi hasta la cintura. Le puso color en las mejillas y labios, un tono muy suave de rosa y le encrespó las pestañas con gentileza.

Se puso su corona de esmeraldas, y los hermosos pendientes en sus orejas brillaban en sintonía.

Todo estaba hecho, cada detalle estaba planeado. Ahora solo debía colocarse al lado de su esposo y sonreír, sonreír mucho.

El palacio resplandecía, casi parecía que llevaba a cabo una competencia contra el atardecer. Luana se dio cuenta mientras caminaba por los corredores que por primera vez el lugar había cobrado vida, ella había hecho cambiar hasta el más mínimo detalle de algunas habitaciones, desde las oscuras cortinas, hasta los cuadros más antiguos. También había hecho que pintaran en el suelo del salón de recibimiento las flores natales de Magreen, las azucenas.

No podía mentir, había gastado mucho dinero en todo aquello, dinero que perfectamente podría haber sido invertido en obras benéficas, había algunos orfanatos que ella patrocinaba que realmente necesitaban fondos para cubrir las necesidades de los niños. Luana le había planteado al rey usar por lo menos la mitad del presupuesto que tenían para donarlo, pero él insistió en que cada moneda fuera exclusivamente para la decoración y ella no podía desobedecerlo, al fin y al cabo, no era su dinero.

Cuando Luana entró al salón de recibimiento quedó satisfecha con lo que había conseguido. Las personas ya estaban formadas a ambos lados del salón y en cuanto se dieron cuenta de su presencia todos se inclinaron. Luana caminó hacia su esposo mientras agradecía algunos elogios por parte de las personas presentes. El rey también parecía satisfecho, tanto por la decoración como por su propio aspecto, ella realizó una hermosa reverencia cuando llegó hasta él y luego se colocó a su lado, a la espera.

- Sabía que el vestido te favorecería. – le dijo sin mirarla.

- Es muy hermoso, su majestad, se lo agradezco. –respondió, aunque el agradecimiento no le llegó a los ojos.

El vestido resaltaba su belleza, y su escote bailaba entre lo sutil y lo provocador, ella no lo hubiera elegido por sí misma, pero tampoco le molestaba tener que ponérselo. Lo que le molestaba era que se lo había dado él, tal vez por culpabilidad o tal vez para asegurarse de que los nuevos moretones en sus brazos fueran cubiertos por completo.

Los minutos pasaban y casi parecían una eternidad, el rey también pareció impacientarse, la realeza hada se estaba tardando en llegar.

Cuando pasaron veinte minutos más, escuchó al rey maldecir en voz baja.

- ¿No deberían haber llegado ya? – le preguntó con furia, como si Luana fuera la responsable de su tardanza.

- Tal vez tuvieron algún inconveniente... -murmuró ella en respuesta.

El rey le iba a bramar algo que fue interrumpido por el sonido de varios caballos y ruedas de carruaje. Luana suspiró y el corazón le empezó a palpitar con más fuerza, y entonces hizo lo que le había salido tan bien esos últimos tres años, ella sonrió.

Cuando las puertas se abrieron un jadeo se apoderó del salón.

Luana misma tuvo que morderse la mejilla para evitar que el sonido también saliera de sus labios al ver a los magníficos seres que tenía delante de ella, estaba equivocada al pensar que el palacio resplandecía antes de su llegada.

Sostuvo la sonrisa y se esforzó por mirar a sus invitados sin quedar embelesada por su belleza como la mayoría del salón. El gran rey Armin caminaba hacia ellos con una sonrisa arrogante en su rostro, como si supiera exactamente el efecto que había causado al entrar en el salón. Luana intentó no encogerse cuando el hombre empezó a acercarse a ellos.

El rey Armin se veía tal y como las leyendas lo habían retratado, corpulento, pero no muy alto, cabello rubio semejante al oro y ojos verdes carentes del brillo natural de los seres humanos, aunque continuaba sonriendo sus rasgos parecían tensos y Luana podía jurar que si cerraba un poco los ojos podía ver que un humo negro le rodeaba desde la punta de los zapatos hasta las orejas puntiagudas.

Cuando estuvo frente a su esposo, ambos reyes inclinaron su cabeza en señal de respeto.

- Espero que haya tenido un viaje formidable, su majestad. – su esposo habló con voz educada.

- Siempre es bueno regresar y admirar las hermosas tierras humanas. –a Luana la recorrió un escalofrío al escuchar aquella aguda y fría voz. - estamos muy agradecidos por la bienvenida que han preparado para nosotros.

- Debo admitir que el mérito debe ser otorgado a mi esposa, gran rey. – Dijo. Eso la sorprendió, no esperaba que su esposo reconociera su esfuerzo. – Déjeme presentarle a la Reina Luana...

- De la casa Elonte. –lo interrumpió el gran rey. Luana tuvo que controlar no encogerse ante la mirada del hombre frente a ella. – Su hermosura es mayor a lo que la gente dice, mi lady.

Ella le sonrió al gran rey e hizo una sutil reverencia. Casi se le escapa un grito cuando el hombre tomó su mano y la besó a pesar de que ella no se la había extendido.

- Ahora pertenece a la casa real Van Wendion. –aclaró su esposo, ocultando el tono de disgusto por haber sido interrumpido.

Luana lo tomó del brazo sutilmente para intentar que disimulara un poco su enfado y le sonrió al rey.

- Le agradezco el cumplido, su majestad. Como dijo mi esposo, mi casa ahora es la casa real Van Wendion. Pero si, la casa Elonte es donde nací, y ambas están en mi corazón. – Su voz fue firme, y grácil. Toda su vida había sido preparada para esto, para actuar como lo que era, una reina. No importaba lo que sintiera, debía permanecer en calma. Sonrió. – Mi esposo y yo estamos muy complacidos con su visita y esperamos que todo sea de su agrado.

Luana juraba que el humo negro se arremolinaba alrededor del hombre y quiso preguntarle a su esposo si él también lo veía.

- Oh, todo es maravilloso, mi lady. –le sonrió cortésmente y luego se giró para mirar al rey de nuevo. – Es un honor presentarles a mis hijos...

De alguna forma los nervios hacia el gran rey habían hecho que Luana hubiera olvidado la presencia de los dos seres que permanecían detrás de él, y no entendía el por qué. Ambos eran hermosos, si el gran rey resplandecía, ellos lo hacían el triple, definitivamente no sabía cuánta hermosura podría poseer una persona hasta que los vio.

Frente a ella, una mujer de piel blanca... mucho más blanca que ella misma y que cualquier otra, totalmente inhumana, completamente inmortal. El cabello pálido del mismo tono de su piel le caía hasta la cintura en una trenza larga y le enmarcaba su rostro como si fuera una obra de arte. No podía mentir, los ojos color ámbar la asustaron un poco, parecía un gato curioso, pero estos ojos si brillaban con fuerza, totalmente opuestos a los de su padre.

- Mi hija, la princesa Carleena de la casa Stormbinder. – la presentó y la mujer les dio una sonrisa afilada a ambos.

La bruja de tinieblas, así la llamaban.

La princesa la miró y Luana tuvo la sensación de que estaba siendo analizada. Se obligó a sonreír aún más.

- Y mi hijo, el príncipe Edmund, heredero al trono de Magreen.

Luana dejó de respirar cuando los ojos del príncipe se fueron a ella directamente. El demonio negro le sonreía como un animal a punto de cazar a su presa, era el hombre más guapo que había visto en su vida, su piel era varios tonos más morena que la de su melliza y su cabello como el ónix estaba revuelto y desordenado, le llegaba un poco más arriba de los hombros. Su rostro parecía esculpido por los propios dioses, tenía una nariz fina, mandíbula formidable y largas pestañas que acompañaban a esos ojos escarlata que la miraban tan curiosamente.

- Es un honor al fin conocerlos. – la voz de su esposo la sacó de su estupor.

Ella lo miró y se notó que el rey tenía la sonrisa más falsa que le había visto en todo su matrimonio. Se dio cuenta entonces que ninguno se había inclinado ante él y eso no se consideraba precisamente un gesto de buena voluntad.

- Esperamos que nuestro hogar sea agradable para ustedes. –se sorprendió a sí misma hablando de nuevo y turnando miradas a sus tres invitados. – Hemos preparado un banquete en los jardines en vuestro honor. Espero que no estén muy cansados

- No nos lo perderíamos por nada mi lady, siempre prefiero cenar al aire libre, agradezco su gentileza. – Luana asintió ante la respuesta del gran rey.

Trató de no sonreír mucho ante su victoria y mucho menos mirar a su esposo, quien seguía tenso a su lado.

- Espero que perdone nuestro atuendo, su majestad. – cuando el príncipe habló, Luana sintió que su pecho vibraba en respuesta y se irguió un poco más en su posición. Los ojos rojos seguían observándola fervientemente. Estaba muy consciente de que el príncipe no había mirado a su esposo ni una sola vez. – Pero, siempre procuramos viajar con ropa cómoda y no tuvimos tiempo de cambiarnos.

- Oh...

Hasta ese momento Luana no se había dado cuenta que los mellizos llevaban una camisa desaliñada, pantalones y botas de montar, incluso la princesa. Eso le agradó. El hecho de poder usar lo que quisiera era un lujo que no podría tener nunca. Podía imaginar claramente la reacción de su madre si la viera usando un par de pantalones como esos... seguramente sufriría un ataque al corazón, y luego se las arreglaría para quitárselos e incinerarlos.

Se dio cuenta que por alguna razón el príncipe Edmund la miraba burlonamente y eso hizo que ella se pusiera rígida otra vez.

- Le agradeceríamos si pudiéramos cambiarnos primero, mi lady. – la voz melodiosa de la princesa fue música en sus oídos. – Si no hay ninguna molestia, claro.

- Por supuesto. – su esposo respondió por ella, parecía un poco molesto de que los herederos lo estuvieran ignorando y ofreciéndole a Luana toda la atención. – Mis sirvientes, los llevaran a sus aposentos, y cuando estén listos los guiaran hasta el jardín.

La princesa inclinó la cabeza en agradecimiento y de inmediato ella y su hermano siguieron al sirviente asignado. El gran rey Armin les dio un leve asentimiento y también se fue con ellos.

Otra vez, no hubo reverencia.

Luana volvió a respirar tranquilamente cuando ya no tuvo encima los ojos del príncipe.

Ella contó diez segundos antes que su esposo gruñera y empezara a quejarse de disgusto por la actitud de los herederos, lo escuchó en silencio todo el camino hasta los jardines. Lo cierto es que se había esforzado por mantenerse serena y calmada, pero ahora mismo no podía controlar el temblor en sus manos.

A la familia real hada se le habían asignado habitaciones en la torre contraria a donde dormían Luana y el rey, al igual que a las demás hadas que venían para su servicio. Definitivamente había considerado prudente poner una distancia entre ellos, sobre todo en las noches, no quería correr el riesgo de despertarse mirando los ojos rojos y amarillos de los mellizos. También se había duplicado la guardia, y ahora dos hombres más se sumarían a la vigilancia de los aposentos del rey y la reina.

Ella no sabía exactamente lo que hacían las hadas con sus víctimas, los rumores eran muy extensos e iban desde alimentarse de su propia carne, hasta ofrecer los cuerpos como sacrificios. Luana no creía en estas cosas, bueno, no totalmente. Estaba segura de que muchas de aquellas horribles leyendas se remontaban a antes de Monsëri, cuando los humanos eran tratados como seres insignificantes a los que las hadas podían matar como cucarachas, con mucha facilidad y sin ninguna represión. Por una parte, pensaba que era ridículo suponer que por su especie ellos se sentirían deseosos de cometer estos actos, hace unos años la noticia de un hombre en Viagrane que asesinó a su esposa y se comió su cuerpo dio la vuelta a todo el reino y más allá, ese hombre no era un hada. También, justo antes de su boda con el rey Harlam, la guardia había detenido a un grupo pagano que había llevado a cabo más de cuarenta asesinatos de inocentes en las afueras de Caltulia, tampoco eran hadas.

Los monstruos existirían siempre en ambos lados, y si hubiera un tercero, no dudaba que fuera diferente.

Sin embargo, lo que realmente asustaba a Luana, era la magia. La asustaba que usaran sus poderes sobre ella, fueran cuales fuesen. Tal vez por eso le tenía tanto miedo al gran rey, porque sabía la cantidad de magia que tenía dentro de sí. Ella estaba segura que podría sin mucho esfuerzo conquistar los siete reinos humanos y ponerlos en sus manos. Algo le decía que, si no fuera por la antigua protección del tratado, probablemente ahora todos estarían bajo su poder.

Caminó en silencio asintiendo a lo que decía su esposo, pero sin prestarle realmente mucha atención.

Los pensamientos en su cabeza seguían dando vueltas sin parar, iba a preguntarle a su esposo si el humo negro que salía del gran rey también era visible para él, pero antes de poder hacerlo, el rey la tomó del brazo con fuerza y la acercó a él.

Luana gimió de dolor, sintiendo que los dedos le apretaban la amoratada piel debajo del vestido. Ella levantó la cabeza para mirarlo y se encogió cuando se dio cuenta de que sus rostros solo estaban a unos centímetros de distancia.

Los ojos marrones, tan fríos, tan crueles...

Había amado esos ojos. O eso creía, ya no estaba segura, todo había cambiado. Y sus ojos también. Antes la miraban con amor y devoción y ahora solo parecía que deseaba deshacerse de ella, alejarse, tal vez ir a buscar a su nueva amante...

Sabía que debería estar agradecida de que el rey dejara su lecho en paz la mayoría de las noches, pero aun así algo en el corazón se le contrajo y ella no pudo evitar odiarse por eso.

- Si te hablan, respondes. -dijo en un susurro amenazante. - Si no, callas y sonríes, ¿Está claro?

- Si, su majestad. - asintió tragando saliva.

Entonces la soltó y se alejó.

Al parecer no le había gustado que la atención se centrara mayormente en ella. A veces no lo entendía, ella solo estaba intentando ser agradable, él le había pedido que todo estuviera perfecto y eso era lo que intentaba.

Luana respiró profundo, estaba tan cansada de todo...

No pudo evitar tocarse el vientre. De alguna forma su hijo era el único consuelo que tenía estos días.

***

Cuando el gran rey Armin y sus hijos aparecieron en el jardín guiados por los sirvientes, Luana pudo notar que estaban asombrados por el aspecto del lugar.

Se había esmerado mucho en organizar cada detalle de esta cena. Las velas que colgaban de los árboles, daban el aspecto de pequeñas luciérnagas, y las flores del jardín rodeaban la hermosa mesa de roble que habían ubicado allí. La luz de las velas enviaba hermosos destellos al mantel de hilos de oro que no se usaba desde hace años, pero que seguía teniendo un maravilloso aspecto.

- Definitivamente esto es una maravilla, mi lady. - el gran rey le sonrió con cortesía. Con demasiada cortesía de hecho. - tiene un gusto impecable.

Luana le devolvió la sonrisa.

- Se lo agradezco, su majestad, me alegro que le guste.

Aunque le temía a ese hombre y lo único que quería era poner una distancia entre ellos, le agradó saber que alguien había reconocido su esfuerzo, su esposo no le había dado ni una sola muestra de que estuviera conforme con la decoración.

Luana miró entonces a la princesa, que se había cambiado los pantalones por un bonito vestido azul con bordados de estrella en sus pliegues que resaltaba en su piel pálida, era bastante sencillo en comparación con la moda de Caltulia, pero se veía realmente cómodo. Dioses, verla la hacía desear poder quitarse el maldito corsé y el montón de telas que llevaba encima. De hecho, estaba bastante segura de que su madre también habría incinerado ese vestido junto a los pantalones.

Antes de darse cuenta el príncipe Edmund estaba a su lado y Luana tuvo que respirar profundamente para controlar el temblor en su cuerpo. Todo su traje era negro, con la única excepción de algunos hilos dorados bordados en sus mangas lisas.

Los ojos escarlatas la volvieron a escudriñar, y sin poder evitarlo Luana agarró a su esposo del brazo intentando sentir algún tipo de seguridad que no consiguió. Los ojos del Príncipe viajaron entonces a su agarre, en un gesto tan sutil que sabía que el rey Harlam ni siquiera lo había notado.

- Por favor, tomen asiento. - la voz de su esposo captó la atención del príncipe, porque sus ojos abandonaron a Luana para mirarlo a él.

Ella suspiró aliviada, y se dio la vuelta para conducirlos a todos a la mesa, que ya estaba más que servida.

Ambos reyes tomaron asiento en las cabeceras de la mesa, Luana se sentó junto a su esposo, y para su sorpresa, la princesa Carleena se sentó a su lado. Tenía previsto que se sentara al otro lado junto a su hermano, quien ahora estaba en el lugar frente a ella. Solo quedaba un lugar vacío en la mesa.

- ¿La princesa no nos acompañará esta noche? – preguntó el gran rey mirando el lugar vacío con las cejas alzadas.

- Mi hija no se encuentra en el reino, gran rey. Se encuentra en Viegrane, está siendo educada allí.

- Oh, es una pena, me hubiera gustado conocerla, dicen que se parece mucho a su abuela la reina Alicia, ¿es verdad? – preguntó interesado y las sombras revolotearon de nuevo ante los ojos de Luana.

Su esposo asintió. – Muchas personas lo dicen, pero lo cierto es que para mí la princesa Wendy es un vivo retrato de su madre.

Luana asintió de acuerdo.

- Debe ser muy hermosa entonces. – la princesa Carleena miró a Luana con una sonrisa. Parecía creer que Luana era la madre de Wendy.

- Ah, ella definitivamente lo es, alteza, pero yo no soy la madre de la princesa. – explicó Luana devolviéndole la sonrisa. – Mi esposo se refiere a la reina Catalina.

- Fue mi primera esposa, falleció hace varios años. - explicó el rey.

- Lo siento mucho. – dijo la princesa con voz apenada. – No lo sabía.

- No pasa nada, alteza, fue hace mucho tiempo. – el rey la miró tranquilamente. – Estoy agradecido con los dioses por poner a la reina Luana en mi camino, definitivamente ella ha sido como una madre para Wendy.

Luana intentó con todas sus fuerzas que la mandíbula no se le cayera al suelo por la sorpresa. Sabía que ni él les agradecía a los dioses, ni ella había sido una madre para Wendy.

- Entonces el bebé que espera será muy afortunado, su majestad. – la voz del príncipe Edmund volvió a producir aquella extraña vibración en su ser. – Déjeme felicitarla.

Ella miró los ojos rojos confundida. ¿Cómo sabía...

- Podemos olerlo. – le explicó el gran rey al ver su expresión de sorpresa.

- Ah, vaya... - murmuró ella impresionada.

Sabía que los sentidos de las hadas eran mucho mejores que los de los humanos, pero no sabía que hasta el punto de que pudieran saber de su embarazo por su olor.

- Aún no hemos hecho el anuncio al reino. – Dijo su esposo. No parecía nada complacido por que las hadas supieran de su embarazo. – Queremos esperar unas semanas más.

- Por eso no extendimos nuestras felicitaciones en cuanto llegamos. – dijo de nuevo el gran rey. – No sabíamos si era prudente.

Luana asintió agradecida y volvió a mirar al frente, donde los ojos rojos seguían examinándola con una media sonrisa que ella devolvió.

- Agradezco sus felicitaciones, príncipe. – se forzó a decir.

La verdad era que a ella tampoco le complacía que esas personas supieran de su estado.

Pasaron algunos minutos en silencio disfrutando del delicioso banquete antes de que se volviera a escuchar la voz de su esposo.

- La verdad me sorprendió mucho que quisiera adelantar la celebración de Monsëri, gran rey, no esperaba verlo en algunos años más...

El gran rey lo miró analizando su expresión. Luana continuó comiendo sin hacer ningún comentario, pero escuchando claramente cada palabra.

- Si quiere saber la causa de esto, su majestad, no lo decepcionaré. De hecho, me gustaría que tuviéramos una reunión privada mañana para explicarle mis razones, pero realmente ahora me gustaría hablar de otro tipo de cosas. – las dudas en la cabeza de Luana solo incrementaron con aquellas palabras. – No sé si lo recuerda, pero la última vez que lo vi, era usted un muchacho bastante tímido. Veo que su padre hizo un gran trabajo formándolo como futuro soberano.

Luana dejó de masticar para mirar a su esposo. Su expresión no mostraba nada, pero la mirada fría persistía mientras veía al gran rey. No sabían si tantos halagos deberían preocuparlos.

- Se lo agradezco, su majestad. – las palabras parecían bien pensadas. – Mi padre me enseñó bien, aunque realmente pienso que nunca se está del todo preparado, y lo que realmente vuelve a alguien un buen gobernante es la experiencia y la práctica. Solo se aprende a ser rey cuando se está sentado en el trono. – sus ojos entonces de desplazaron hasta el príncipe. – Supongo que algún día se dará cuenta de esto, príncipe.

Él pareció escudriñarlo antes de que una media sonrisa se formara en sus labios.

- Realmente espero que ese sea un día muy lejano, su majestad. – respondió el príncipe mirando a su padre. – Pero supongo que es cierto lo que dice, nunca se está del todo preparado para esa responsabilidad. Si algún día la asumo, me alegra saber que tendré las lecciones de mi padre y a mi hermana a mi lado.

Luana no pudo evitar sonreír por las palabras del príncipe. Y vio que su hermana también sonreía a su lado.

- Y supongo que también una reina es fundamental. – dijo el gran rey. – Creo que estará de acuerdo conmigo, su majestad, viendo a su propia esposa.

Luana se tensó, pero rápidamente sonrió mirando a su esposo.

- Por supuesto. – asintió sin devolverle la sonrisa. – Si puede cumplir con los deberes y responsabilidades que la corona espera de ella, entonces será muy feliz, príncipe.

Las palabras fueron como un balde de agua fría para Luana, aunque los demás pensaban que el rey la estaba halagando, ella sabía que no era así. Entendió el reproche oculto en su tono y tuvo que respirar profundo para que sus ojos no se llenaran de lágrimas.

El gran rey Armin asintió de acuerdo y ella simuló sonreír una vez más.

Entonces volvió a escuchar la voz desenfadada del príncipe, quien la observaba seriamente.

- Me basta con que quiera quedarse a mi lado siempre.

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