Capítulo 3

- Me alegra que hayas podido venir, sé que el palacio no es tu lugar favorito. – Luana sonrió cuando su hermana ocupó el sillón frente a ella.

Julietta vestía un hermoso vestido amarillo que no combinaba en absoluto con las bolsas moradas debajo de sus ojos negros. Estaba enojada y no se molestó en ocultarlo, incluso le había hecho una reverencia cuando entró en la habitación, y eso claramente era una mala señal.

- Para qué estamos los súbditos si no es para obedecer a la reina. – las palabras fueron ácido en su boca.

Luana suspiró cansada. Realmente no estaba de humor para iniciar una pelea.

- ¿Ya escuchaste la gran noticia? - le preguntó mientras les hacia un gesto a sus damas para que se retiraran. Ellas obedecieron de inmediato.

- No me parece una gran noticia. – contestó cortante.

- Ah, ¿no? – Luana la miró un poco sorprendida.

Julietta negó con la cabeza ofuscada.

- Dime por favor que Monsëri no es un pretexto de mi madre para sacarme del reino. –su hermana la miró a los ojos y se cruzó de brazos. – Dime que no fue tu idea...

- Julietta, ya detente, por favor. – Luana la miró exasperada. – Lo creas o no, ya había decidido pedirles que se marcharan antes de enterarme de tu situación. Nada de esto es para hacerte daño, al contrario, quiero mantenerte a salvo. – ante el silencio de su hermana Luana añadió. – Además, esa no era la noticia a la que me refería.

Su hermana gruñó en su silla, algo que jamás podría hacer delante de su madre sin ganarse una buena reprimenda. - Entonces, su majestad, ¿Cuál es esa gran noticia? – preguntó sin una pizca de gracia.

- Estoy embarazada.

Los enormes ojos negros de su hermana se abrieron de par en par y un jadeo involuntario se le escapó de los labios. Ella abrió la boca para decir algo, pero Luana la interrumpió enseguida.

- El rey y yo estamos muy felices con la noticia. – su voz fue firme, tal vez porque ya había repetido aquello varias veces. – Pero, aún no queremos darle la noticia al reino, tú sabes, por todo lo que se viene con Monsëri y demás...

Su hermana asintió mirándola fijamente. Era como si buscara en sus ojos algo que Luana no le permitiría ver.

- Eso es asombroso, Lu. – dijo al fin y una sonrisa se le formo en los labios. – Estoy muy feliz por ti.

Luana conocía esa sonrisa, la había visto reflejada en ella misma cada día. Tuvo que ponerse de pie y sacudir la cabeza para dejar de pensar en lo que significaba esa sonrisa.

- Entonces... - caminó hasta la mesa dónde sus damas le habían dejado algunas galletas de mantequilla recién hechas y té caliente. Sirvió dos tazas y empezó a servir algunas galletas para su hermana, sabía que Julietta tenía cierta debilidad por ellas. – Necesito que me cuentes con el mayor detalle posible cuánto quieres este matrimonio con el señor Oklar.

Julietta parpadeó y miró a su hermana confundida. - Pensé que habías dicho que cancelara...

- Jamás usé esa palabra, hermana. Solo dije que debías ponerlo en pausa por ahora... -Luana colocó frente a su hermana las galletas y el té y luego se volvió a sentar en su sillón con el suyo propio.

Pero entonces su hermana ya estaba de pie y la miraba con ojos brillantes y asombrados.

- ¡Oh, Lu! ¿eso significa...

- Siéntate y cómete tus galletas, aún no he accedido a nada. – le ordenó.

Julietta obedeció y volvió a sentarse llevando una galleta a su boca. Luana no pudo evitar reírse al encontrarla muy parecida a un cachorrito con ojos suplicantes.

- Julietta, ¿Amas al señor Oklar? – le preguntó dándole un sorbo a su té. El sabor dulce bailó en su boca.

- Más que a nada en el mundo, Lu. – su respuesta inmediata hizo que Luana la mirara sorprendida.

No pudo evitar sonreír. Quería ver a su hermana feliz, nunca permitiría que fuera de otra manera.

- ¿Y el señor Oklar comparte este sentimiento? – volvió a preguntar esta vez prestando más atención a la expresión de su hermana.

Ella asintió de inmediato y su rostro pareció brillar. – Ambos estamos enamorados.

- Muy bien... -Luana asintió y se inclinó para dejar su taza en la mesa. – Hay algo que creo que no entiendes Julietta y que debemos aclarar. – la joven de inmediato la miró confundida. – Si te diera mi bendición para casarte en este preciso momento, seguramente será cuestión de horas para que tu matrimonio sea anulado, porque, aunque tú pienses que lo único que necesitas es mi autorización, la verdad es que las cosas no son tan sencillas. - Luana la miró seriamente. – Odio admitir esto, pero, mi madre tiene razón.

- ¿Qué quieres decir? – Julietta la miró preocupada.

- Julietta, eres mi hermana, y yo soy la reina. –puntualizó. – Y cuando me convertí en reina, juré obediencia, honestidad y lealtad a mi esposo... un juramento que también debió hacer nuestro padre antes de entregarme al altar, un juramento que cae sobre la familia Elonte y que, por lo tanto, también recae en ti.

- No sé a dónde quieres llegar...

- No necesitas mi autorización para casarte, Julietta. – Dijo al fin. – Necesitas la autorización del rey.

De pronto la cara de su hermana se puso tan blanca como la leche. Julietta empezó a negar con la cabeza incrédula.

- ¡No, yo no juré nada, eso es injusto! –se negó.

- Lo sé. – Luana le dio una mirada de disculpa. – Lo siento, sabes que si dependiera de mí te hubiera dado mi bendición de inmediato.

Julietta se cubrió el rostro con ambas manos, Luana sabía que estaba haciendo un enorme esfuerzo por no llorar.

- El rey nunca va a permitir mi matrimonio. – la voz le tembló.

- Naturalmente. – asintió Luana. – No por ahora, por lo menos.

Julietta se descubrió el rostro y miró a su hermana extrañada.

- Explícate, por favor. – casi le rogó, con los ojos llenos de lágrimas.

Luana suspiró cansada.

- Esto es lo que haremos, Julietta. – Luana se puso de pie y empezó a caminar por la sala pensativa. – Cuando te vayas a casa hoy y seas interrogada por nuestra madre, le vas a decir que yo te prohibí casarte con Henry Oklar y tú accediste. – Luana le apuntó con un dedo enfocándose en el rostro de su hermana. – Eso sí, necesito que hagas el mayor acto de tristeza de tu vida. Madre es muy inteligente, si no te ve realmente abatida, sabrá que algo no está bien.

Su hermana la miró con los ojos brillantes. – Oh, te prometo que causaré tanta pena que hasta creerá que estoy al borde del suicidio.

Luana tuvo que apretar los labios para no reírse.

- No es necesario llegar a esos extremos, sólo hazlo creíble. – Julietta asintió entusiasmada. – también le dirás a madre que, a cambio de esto, yo te concederé dos años en los cuales no podrás comprometerte, si ella te pregunta la razón de esto, le dirás que yo personalmente voy a llevar a cabo un acuerdo por tu mano con un rico lord extranjero, dile que no recuerdas su nombre, luego inventaré algo sobre que las negociaciones son complicadas por la distancia y por sus muchos compromisos... -volvió a señalar a su hermana. – Que no se te vaya a olvidar mencionarle que es rico, muy muy rico... no, mejor no le digas eso, tú concéntrate en estar tan abatida que dejaste pasar en alto esos detalles.

- No sabía que podías mentir tan bien... - miró asombrada a su hermana.

Luana suspiró. No sabía cómo explicarle que desde el momento en que nació su vida fue esa, pretender, fingir...

- Le dirás al señor Oklar que lo espero en el palacio después de Monsëri, le conseguiré un puesto aquí... tendrá que ir escalando poco a poco y ganarse la bendición del rey, estoy segura que podemos diseñar algún plan para concederle un título... -la cabeza de Luana parecía contemplar todas las opciones muy seriamente, y luego de un momento miró a su hermana y sonrió. – Si estás dispuesta a ser paciente Juli... creo que podemos lograrlo.

Julietta no pudo contener las lágrimas y se abalanzó sobre su hermana para darle un abrazo.

- Gracias Lu. gracias, gracias, gracias...

Luana la abrazó de vuelta.

- Es lo mínimo que puedo hacer, después de todo es mi culpa que no puedas casarte con él. –susurró.

Julietta se apartó un poco de ella y negó con la cabeza. -Eso no es cierto, sabes que nunca te culparía de nada.

Luana le sonrió agradecida y cuando volvió a abrazarla procuró limpiar la lágrima que no pudo contener.

Julietta iba a hacer feliz. De eso se encargaría ella.

***

Las semanas pasaron rápidamente y Luana llevaba su vida tan normal como su embarazo le permitía hacerlo, la princesa Wendy se había marchado a Viegrane y ya había enviado varias cartas a su padre que permanecían aún selladas en el escritorio del rey. Su familia también se había marchado, y aunque Julietta había insistido en quedarse para acompañarla en su embarazo, Luana sabía que estaría más tranquila si se iba lejos del palacio.

Sus padres estaban encantados con la noticia del hijo que esperaba, bueno, sobretodo su madre, su padre se mantuvo al margen como siempre, Damian Elonte no era una persona muy expresiva, la única vez que lo había escuchado decir más de tres frases en un día había sido una noche que llegó ebrio hasta los huesos cantando una vieja canción de taberna. En esa ocasión su madre lo había dejado durmiendo en las escaleras y les ordenó a los sirvientes que no lo ayudaran, así que, Luana y Julietta tuvieron que arrastrarlo hasta el sofá de la sala ellas mismas, eran unas niñas en ese entonces, ella habría tenido unos doce años y Julietta diez.

Según las cartas de Julietta, su madre se había creído cada una de las palabras que había dicho después de realizar una escena de infelicidad digna de la historia de amor más trágica del mundo, o así era como lo había descrito ella, pero siendo sincera Luana no podía confiarse de esto, su madre era una mujer muy perspicaz, y el hecho de que no le preguntara a Luana personalmente sobre la conversación con su hermana la alarmó. Debía pensar bien en lo que le diría cuando se enterara que Henry Oklar empezaría a trabajar en el palacio, porque se enteraría, su madre tenía informantes por todos lados.

Esa noche Luana ya tenía puesto su camisón de dormir cuando su esposo había ido a verla a sus aposentos para preguntarle sobre los detalles de la celebración, no habían podido hablar durante el día y ya solo faltaban dos días para la llegada de la realeza hada.

- Entonces, -Luana se aclaró la garganta. – El gran rey Armín y sus hijos, el príncipe Edmund y la princesa Carleena llegarán al anochecer con su sequito, he organizado un gran festín en los jardines del palacio para darles la bienvenida.

- ¿Una cena al aire libre? – su esposo la miró con el ceño fruncido.

Luana asintió.

- Le escribí una carta a la reina viuda de Olander para pedirle concejo, ella ha tratado con Armin varias veces y me ha informado que al gran rey le gusta estar al aire libre durante sus comidas. – respondió tranquilamente.

- ¿Qué pasa si llueve? – al parecer el rey no estaba muy complacido con la idea.

- El maestro Holu me ha dicho que los tiempos han sido muy buenos, es muy poco probable que llueva.

El rey bufó. - ¿Ahora el maestro Holu puede ver el futuro?

Luana frunció los labios para evitar a hacer una mueca. - si llega a haber señales de lluvia el comedor estará más que preparado, su majestad.

El rey Harlam soltó un suspiro cansado, pero asintió.

- Espero que entiendas la importancia de que todo salga perfecto, Luana. – el rey la miró a los ojos. El tono amenazante de su voz hizo que ella tragara saliva.

- La entiendo, su majestad. – ella se obligó a sonreírle. – Le aseguro que el rey Armín estará más que complacido.

Su esposo no dijo nada más y se limitó a mirarla desde su posición. Luana se congeló al sentir que la mirada de su esposo bajaba descaradamente por su cuerpo hasta quedarse mirando su vientre, que aún seguía plano.

- ¿Cómo está mi hijo? – le preguntó mientras se sentaba en el borde de la cama de la reina, dejándola solo a ella de pie frente a él. - ¿Estás llevando bien el embarazo?

- Perfectamente. –se apresuró a contestar ella. – El médico dijo que todo va de maravilla y yo me he sentido muy bien, no he tenido náuseas, ni mareos, tampoco cansancio, de hecho, creo que tengo más energía que antes.

Él sonrió y volvió a recorrerla con la mirada. Luana se puso tensa al darse cuenta de esto.

- Me alegra que te sientas bien, querida. – habló con voz baja. –Porque he hablado con el médico también y me ha dicho que perfectamente puedes cumplir con tus deberes de esposa.

Un escalofrío la recorrió. – Su majestad, yo creo que no...

- Quítate la bata, Luana. – Ordenó

- Pero yo preferiría...

Esta vez la voz del rey fue demandante e hizo que el corazón casi se le saliera del pecho.

- O te la quitas tu misma o te la arranco yo, querida esposa.

Luana respiró profundo varias veces. El rey se había inclinado hacia ella, esperando.

Con sus dedos temblorosos Luana deshizo el nudo de su bata y la dejó caer al suelo.

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