Capítulo 2

Cuando el carruaje se detuvo, Luana se apresuró en bajar de este, Dian iba con ella y también algunos guardias que por obligación debían acompañarla a todo lugar fuera del palacio y vigilar cualquier amenaza que pudiera poner en peligro a la reina.

Luana siempre había creído que más que vigilar el peligro, la vigilaban a ella.

Por eso, procuraba siempre estar perfecta, siempre sonriente, siempre como una reina. Cualquier cosa, conversación o movimiento extraño sería informado al rey, había renunciado a su vida cuando se convirtió en reina y se la había entregado a él, a su esposo.

Una suave brisa le recorrió las mejillas y las hojas de los arboles danzaron con ella. La enorme y hermosa residencia donde había nacido y crecido, de columnas de mármol y paredes blancas combinadas con jardines exuberantes llenos de flores de colores no tenía comparación con el palacio en el que ahora vivía, eso lo sabía, el palacio era mucho más extenso y hermoso, pero misteriosamente ambas residencias tenían algo en común: la necesidad de huir a toda costa de allí.

Como esperaba, su familia la estaba esperando en la entrada junto a un montón de sirvientes organizados en fila que se habían inclinado ante ella a medida que se adentraba en la casa. Había perdido la cuenta de cuantas veces le había dicho a su madre que no era necesario hacerlos pasar por eso cada vez que venía, al fin y al cabo, muchos de ellos la conocían de toda la vida e incluso la habían cuidado y adorado.

Besó a su madre y a su padre en la mejilla y ambos le dieron una reverencia un tanto extraña, o esa fue la impresión de Luana. La tensión reinaba en el ambiente, pero cuando una hermosa joven de cabello negro y ojos de igual color bajó corriendo las escaleras a toda prisa esa tensión pareció disiparse por lo menos en Luana.

- ¡Lu! – exclamó la joven corriendo para abrazarla, ignorando la mirada asesina que le había dirigido su madre.

Luana no pudo evitar reírse y abrazar con fuerza a su hermana. ¿Estaba más alta desde la última vez que la había visto? de pronto se encontró preguntándose a sí misma cuándo había sido eso...

Hace casi un mes, recordó al fin, en el cumpleaños de su madre. Definitivamente su hermana había cambiado en ese tiempo, Julietta resplandecía de una forma particular, pero hermosa, siempre hermosa. Julietta con sus ojos de ónix podía hacer que cualquier hombre se arrodillara ante ella. Ambas hermanas parecían estar benditas en hermosura y gracia. Julietta también le dio una gran sonrisa a Dian, quien parecía haber sido ignorada por sus padres, seguramente pensando que no era alguien importante a quien debieran saludar.

Luana suspiró cansadamente.

- ¡Justamente iba a ir a visitarte mañana! – exclamó su hermana con total soltura. - ¡Qué bueno que has venido tú, la verdad era que no me apetecía pasarme por el palacio!

- ¡Julietta! – le reprendió su madre severamente.

Luana alzó las cejas divertida con la situación, sabía que su hermana odiaba el palacio y no le importaba hacérselo saber, ella tampoco se sentía a gusto allí, pero se abstuvo de hacer algún comentario.

- He venido a pasar la tarde. - les habló a todos. – Necesito tratar algunos temas con ustedes, pero, supongo que pueden esperar hasta el almuerzo...

- ¡No! – la voz de su madre fue severa, pero a la vez educada. – Nosotros también necesitamos tratar algunos asuntos en familia, y esto no puede esperar.

Luana frunció el ceño confundida, su madre parecía estar por explotar. Aunque continuaba con su semblante serio y calmado, casi normal para los demás, su tono demandaba otra cosa, Luana conocía su temperamento, la forma fría de usar las palabras para expresar su ira congelada al estar frente a una multitud. Explotaría, sí. Pero cuando estuvieran en algún lugar privado, nunca permitiría que hubiera cotilleos desfavorables de ella.

A Luana le dio la impresión de que su hermana se encogía a su lado. Miró a su padre quien no le dio ninguna posible pista de lo que pudiera estar sucediendo, tampoco la esperaba, él solo se quedó allí en silencio como siempre.

- Por supuesto, madre. – le respondió sin ocultar su tono de preocupación. - Por qué no pasamos al salón y me cuentas lo que sucede.

De inmediato su madre accedió y las condujo por la estancia hasta llegar al salón principal. Luana no pudo evitar preguntarse el motivo de su urgencia, el viaje había sido agotador y le apetecía recostarse un rato.

Los sirvientes habían desaparecido, al igual que su padre. Supuso que no estaba para nada interesado de lo que fuera aquella reunión, a pesar de que su madre había dicho que se trataba de un asunto de familia. Su madre ni siquiera la había dejado sentarse en el sillón cuando empezó a hablar.

- Es una reunión privada. – espetó mirando a la dama de la reina.

Dian se encogió ante el comentario de la mujer. Luana le dio una sonrisa de disculpa.

- Dian, la señora Lei preguntó por ti la última vez que vine con Anne, ¿por qué no vas a saludarla? – le dijo dulcemente ante el miedo de la chica.

- Si, su majestad, gracias. – se apresuró en decir y salió de esa habitación tan rápido que Julietta no pudo reprimir una carcajada que se disipó al ver la mirada asesina de su madre.

Luana suspiró pesadamente y entonces miró los ojos de la pequeña mujer, el celeste en ellos parecía hervir cada vez más. Luana se acomodó en el sillón y fue muy consiente de que su madre evaluaba todos sus movimientos.

- ¿Qué sucede madre? -se atrevió a preguntar ocultando cierto temblor en su voz.

No importaba que tuviera veintiún años ya, ni que no viviera en casa, ni siquiera que fuera la m*****a reina, su madre siempre ejercería ese efecto sobre ella, ese miedo al ver la furia en sus ojos. Ella conocía muy bien esa furia.

Genoveva Elonte podría paralizar a cualquiera mirándolo de esa forma.

- ¿Tienes algo que decirle a tu reina, Julietta? – susurró la mujer apretando los dientes.

- Si, madre, sí debo decirle algo, pero preferiría que nos dieras espacio para poder tener una conversación civilizada con mi hermana. –le respondió dulcemente.

Luana se tensó al ver el rostro amenazante de su madre. No entendía como era que Julietta tenía el valor para decirle algo como eso, ella nunca se hubiera atrevido, era por esa y muchas otras razones que admiraba a su hermana menor y a la vez quería ahorcarla por no tener instinto de supervivencia.

- ¡Oh, si crees que voy a dejar que arruines a la familia estás muy equivocada! – susurró acercándose a Julietta.

Luana intervino rápidamente al ver que su hermana se encogía. - Madre, ¿por qué no te sientas y me explicas qué es lo que quieres decir con eso?

Su madre no le hizo caso, pero se giró para mirarla con los ojos llenos de furia.

- ¡Esta niña ha estado viéndose con un asqueroso granjero! –gritó. Luana abrió los ojos como platos. - ¡Y adivina qué! ¡se quiere casar con él! ¡Quiere destruir a nuestra familia, quiere hacernos el hazmerreír...

- ¡No lo llames así! ¡te lo prohíbo! – su hermana también gritó.

De pronto la cara de su madre se puso tan roja que Julietta tuvo que dar varios pasos atrás poniendo el sofá donde estaba situada Luana como un obstáculo que le impidiera a su madre ahorcarla con sus propias manos.

- ¡Que tú me prohíbes... - habló ella y su tono de voz hizo que a Luana se le pusieran los pelos de punta! - ¡que tú me prohíbes a mí! ¡Niña desagradecida, te aseguro que nunca en tu vida vas a volver a ver a ese rufián! ¡Nunca en tu vida!

- ¡Eso no depende de ti! – le gritó otra vez Julietta.

Entonces su mirada se fue a Luana, quien parecía congelada en su lugar mirando en ambas direcciones. Los ojos de su hermana se suavizaron en cuanto la miraron.

- Lu, por favor... - Julietta la miraba suplicante. – Es un buen hombre, te lo juro, él...

- ¡Sobre mi cadáver! – espetó de nuevo su madre. – Y eres una tonta si piensas que obtendrás la autorización de tu hermana. ¡eres una egoísta por si quiera pedírselo! ¿Acaso has pensado como nos hará ver? ¿cómo la hará ver a ella? – su madre estaba temblando, y una sonrisa burlona se formó en sus labios. – ¡La hermana de la reina casada con un pobre granjero! Definitivamente has perdido la cabeza.

Luana sentía su cabeza dar vueltas y el corazón se le contrajo al ver las lágrimas que recorrían las mejillas de su hermana.

- Julietta, ¿alguien te ha visto con... - se atrevió a preguntar cuando vio que ambas mujeres esperaban una respuesta de su parte.

- Henry, -sollozó su hermana. – Henry Oklar.

Su madre bufó y Luana la miró sorprendida. Henry Oklar tenía casi su edad, tal vez era uno o dos años mayor que ella, de niña había jugado a escondidas de su madre con su hermana Liza. Los Oklar no vivían muy lejos de la residencia en una adorable y pequeña granja, a pesar de que no era muy lujosa el ambiente era mucho más agradable que su propia casa. Y Henry Oklar era un buen muchacho, amable, trabajador y apuesto, tal vez si no se hubiera convertido en reina podrían haber sido buenos amigos.

- ¿Alguien te ha visto a solas con el señor Oklar?

Julietta negó con la cabeza.

- Bien... - susurró Luana.

Por lo menos su reputación estaría intacta y no sería tan complicado. Esto era un tema que debía resolver, pero no era el momento, mucho menos con todo lo que se venía. No debía estresarse ahora que podía estar esperando un hijo del rey.

Tal vez debía irse antes de lo planeado, el ambiente en su casa no era el mejor y aún debía hacer que el médico fuera a verla.

- Hablaremos de esto después. – anunció y cuando vio que su madre iba a protestar volvió a hablar. – Por ahora, debes congelar tus planes de matrimonio, Julietta.

Su hermana abrió la boca completamente furiosa pero no dijo nada y salió corriendo de la habitación. El corazón de Luana dolió, pero se mantuvo firme. Después pensaría en eso, después...

El estómago se le revolvió cuando miró a su madre, quien parecía bastante complacida.

***

Luana le había pedido a uno de los sirvientes que le informara a su hermana de que la esperaba en el palacio en la mañana ya que Julietta se encerró en su habitación y no bajó desde entonces, ni para acompañarlos en el almuerzo, ni para despedirse de ella.

Cuando Luana les contó sobre el adelanto de Monsëri sus padres accedieron a marcharse en dos semanas, irían a Waymore, la casa de campo que quedaba bastante lejos de Caltulia para evitar estar cerca del recorrido que la realeza hada debía realizar por cada reino humano. Según sabía Luana, Caltulia sería su segunda parada, al parecer la familia real de Velosville debía acogerlos primero.

No pudo evitar sentir pena por ellos.

Luana soltó un suspiro de fastidio al darse cuenta de que no había estado leyendo el libro sobre su regazo y tuvo que devolver varias páginas hasta que llegó a una parte que vagamente recordaba.

Quería dejar de pensar en todo lo del día. Quería cerrar los ojos y dormirse antes de que los pensamientos la invadieran, pero no podía hacerlo, no con todo lo que estaba sucediendo, no sabiendo que debía organizar una celebración magnífica para una pila de demonios, no sabiendo que el corazón de su hermana estaba sangrando por su culpa, no sabiendo que llevaba en su vientre un bebé.

Aún recordaba la alegría del médico cuando visitó sus aposentos. La enorme sonrisa en su rostro cuando le informó que efectivamente estaba embarazada. Todos estaban emocionados y ella no lo comprendía del todo, la única que no parecía efusiva con la noticia fue la princesa Wendy, quien había acudido a ella para ofrecer sus felicitaciones, pero sus ojos llenos de lastima seguían presentes.

Como lo estaba esperando, el rey había venido a verla de inmediato. Luana estaba lista para que su esposo la encerrara en sus aposentos, pero, para su sorpresa eso no fue lo que pasó. El rey le había informado que aún debía concentrarse en la celebración de Monsëri, y eso, aunque fue un alivio, tampoco la emocionó mucho.

Luana dejó su libro a un lado sabiendo que concentrarse era un caso perdido, abrazó su vientre que aún permanecía plano y respiró profundo.

Esa noche su pesadilla se repitió.

Y de nuevo su cabeza cayó a los pies del rey.

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