Una sonata de muerte y sombras
Una sonata de muerte y sombras
Por: Sofia Marmolejo
Capitulo 1

Aquella mañana el sol no parecía estar de buen humor y las grises nubes inundaban el cielo de Caltulia

Luana apenas se había despertado cuando sus damas de compañía entraron en sus aposentos para servirla como cada día. Al verlas tan sonrientes y entusiasmadas por comenzar sus labores esa mañana ella no pudo evitar suspirar exasperada. ¿Cuándo sería el día en que podría quedarse recostada allí por solo unas horas más?

Tal vez si tenía suerte y lograba convencer al rey, podría escabullirse unos días a su casa de campo en las afueras de la capital. Allí por lo menos podría estar sola en las mañanas.

Sus doncellas le prepararon un baño de agua tibia con esencia de lavanda, el aroma preferido de su esposo. Luana se quedó en la bañera un largo rato disfrutando de la sensación del agua rozando su cuello y sintiendo su presión en el resto de su cuerpo, ya tenía los dedos arrugados cuando sus doncellas le incitaron a salir. El rey quería verla para el desayuno y estaba retrasada.

Sin muchos ánimos ella salió de la bañera y de inmediato una de sus doncellas le pasó una de sus batas, hace tiempo que se había acostumbrado a la falta de privacidad en el palacio. En cuanto salió del cuarto de baño, vio a Anne, su dama más antigua, tendiendo los finos edredones de su cama con una sonrisa en la cara.

- ¿Es una buena mañana para usted, Lady Anne? – le preguntó mientras examinaba las opciones de vestidos que Marga le había preparado

Eligió el más sencillo, o bueno, el menos elegante. Era un vestido azul pálido que resaltaba sus ojos celestes, armonizaba el color con una falda dorada y en su corpiño estaban bordadas tres flores rosadas. Desde que se había convertido en reina su guardarropa era todo menos sencillo, cada vestido era enorme y absolutamente hermoso con todos esos bordados, moños y estampados. Nunca ordinarios, ni cómodos...

¡Ese maldito corsé iba a terminar matándola un día!

- ¡Una mañana extraordinaria, su majestad! – su dama le respondió con una sonrisa en la cara. – ¡Mucho más para usted, mi señora!

Luana la miró confundida mientras Marga le ayudaba a ponerse el enorme vestido. Al ver la confusión en los ojos de su reina, Anne tomó las sábanas de la cama y se las mostró.

- Ya han pasado treinta y dos días desde su último sangrado. – le informó.

Marga abrió la boca con sorpresa y su tercera dama, Dian, dio un pequeño saltito de emoción. La joven reina sintió que le caía un balde de agua fría encima.

- ¡Su majestad espera un bebé! – exclamó Dian emocionada.

Entonces las tres la miraron expectantes y eso hizo que quisiera encogerse, sin embargo, Luana se esforzó por poner una sonrisa en sus labios cuando habló.

- No nos emocionemos aún, es muy pronto para asegurarlo. –intentó que la voz no le temblara al hablar.

- Tiene razón, mi señora. Debemos hacer que el médico venga a examinarla de inmediato. – Comentó Marga mientras terminaba de acomodar los últimos detalles del vestido.

- Eso no será necesario, Marga. – le espetó Luana. – Esperemos unos días más, el rey se enterará de esa visita y no quiero darle falsas esperanzas... Creo que no es necesario mencionar que no me gustaría que este asunto saliera de aquí, ¿verdad?

Todas guardaron silencio, pero asintieron de inmediato, jamás se arriesgarían a perder sus puestos. Luana sabía lo que estaban pensando, llevaban tres años sirviéndole y eran testigos de que el sangrado de la reina nunca era tardío, de hecho, era tan puntual como un reloj, y las únicas veces que se había atrasado había sido por una razón en particular.

Luana dejó que Dian le trenzara el cabello negro para formar su habitual corona y también le aplicó un poco de color en las mejillas dado que siempre había sido muy pálida. Por último, Marga le colocó su collar de perlas y unos aretes que iban a juego. Luana tenía joyas por montones, tan hermosas y deslumbrantes que fácilmente lograrían opacar a cualquier otra, el rey Harlam se había encargado de eso durante su cortejo, pero, aun así, ella preferiría siempre su bonito collar de perlas blancas que le habían regalado años atrás.

Dian tuvo que avisarle que estaba lista para que la reina se diera cuenta de esto. Se había perdido en sus pensamientos y mantenido callada desde que había comenzado el proceso, ninguna se atrevió a mencionar el temblor en las manos de la reina o la forma en que sus ojos brillaban de preocupación.

Luana salió de sus aposentos esforzándose en que sus piernas temblorosas se dieran prisa para llegar al gran comedor lo más pronto posible. Como siempre, el palacio resultaba extremadamente abrumador, tan extenso, tan extravagante, tan lleno de personas que se paralizaban al verla y se apresuraban a hacerle una reverencia... Se sintió aliviada cuando al fin llegó a la puerta del comedor, allí ya no había tantos ojos sobre ella como en los corredores, así que por primera vez ese día se permitió llevar una mano temblorosa a su vientre y ofreció una plegaria a cualquier dios que la estuviera escuchando.

Tomó una profunda respiración y caminó al interior del gran comedor con una dulce sonrisa que había perfeccionado a lo largo de los años.

Como esperaba, su esposo ya estaba allí sentado en la cabecera de la mesa y en uno de los costados estaba la princesa Wendy, eso sorprendió a Luana, no era común que la princesa los acompañara durante las comidas, por lo que seguramente su esposo debía tener algún anuncio que hacerles a ambas.

- Su majestad. – dijo y ejecutó una perfecta reverencia.

El rey ni siquiera se inmutó, aquella elegancia con que Luana hacia cualquier cosa era lo que había atraído al rey, además de su deslumbrante belleza, claro. Luana era tan hermosa que las personas en Caltulia y en otros reinos cantaban a todo pulmón sonatas en honor a su divinidad y comparaban sus ojos celestes con el propio paraíso en la tierra. Quién diría que el esposo de aquella mujer solo se dignaba a mirarla por obligación y que el amor y admiración que lo habían vuelto loco por ella en los comienzos de su matrimonio ahora se había convertido en algo frío, casi tenebroso, que le helaba la sangre.

Luana le dio a la princesa una sonrisa de saludo que ella devolvió por cortesía. Sabía que la princesa no la odiaba, pero de todas formas no terminaba de aceptarla, aunque ya hubieran pasado tres años desde su matrimonio con el rey. Ya hacía mucho tiempo que Luana había renunciado a la idea de intentar acercarse a la princesa, quien había quedado huérfana de madre a los diez años y siempre rehuía de ella como si fuera la peste.

- Su majestad, – le respondió el rey y extendió su mano señalando el asiento a su lado, en el extremo contrario al de la princesa. – Por favor, acompáñenos.

Luana tomó asiento aún con la sonrisa habitual dibujada en su rostro. De inmediato uno de los sirvientes empezó a servirle el desayuno, en su mayoría fueron deliciosas frutas frescas, el servicio ya conocía sus preferencias a la hora de comidas. Nadie habló hasta que el sirviente se retiró silenciosamente hasta el fondo del comedor, atento a cualquier orden.

- ¿Has dormido bien, querida? – le preguntó su esposo mientras esparcía con un cuchillo mantequilla sobre un trozo de pan recién horneado.

Luana sabía que el rey solo lo preguntaba por cortesía, desde hace mucho no le interesaba si ella dormía o no, y la respuesta sincera era que no, Luana ya no lograba dormir tranquilamente gracias a las pesadillas que la despertaban durante la noche temblando de miedo y empapada en sudor, las pesadillas donde su cabeza siempre terminaba rodando en el suelo y su cuerpo en las llamas.

- Maravillosamente, su majestad, como todos los días desde que llegué al palacio. – sonrió hacia él y luego miró a Wendy. - ¿Ha pasado usted una buena noche, princesa?

La niña forzó una sonrisa al escucharla. Aun le resultaba raro que ella fuera su hijastra ya que solo se llevaban seis años de diferencia. En todo caso cuando Luana se casó con el rey, imaginó que su relación se convertiría en hermandad, pero no había sucedido así.

Luana notó la lastima en las facciones de la princesa y eso hizo que el corazón le latiera con fuerza dentro de su pecho, aun así, no borró la sonrisa de su rostro.

- Si, su majestad, gracias por preguntar. - respondió educadamente.

Luana asintió intentando que las manos no le temblaran cuando empezó a comer.

El desayuno transcurrió en silencio, y Luana podía sentir la tensión habitual que se formaba cuando estaba en compañía de su esposo, ya estaba acostumbrada a ella y eso no le impidió seguir comiendo. Debía mantenerse fuerte, lo haría mejor esta vez, lo intentaría...

Después de unos minutos el carraspeo del rey hizo que devolviera su atención a él.

Su esposo la miraba con unos ojos carentes de brillo y eso hizo que un escalofrío le recorriera el cuerpo.

- ¿Sucede algo, su majestad? – preguntó sonriéndole.

La princesa Wendy también tenía la atención puesta en su padre, a quien se le veía fastidiado por alguna razón.

- Falta poco para el verano. – soltó el rey en un bufido.

Luana y la princesa compartieron una mirada confusa ante la declaración del rey.

- ¿No le agrada el verano, padre? – preguntó tímidamente la princesa.

El rey la miró como si fuera estúpida, pero se abstuvo a hacer algún comentario.

- ¡Este año se realizará la celebración de Monsëri! – Anunció exasperadamente.

Luana abrió los ojos como platos y vio que la princesa se encogía en la silla.

- Pero aún no han transcurrido los veinte años desde la última... -comentó Luana confundida.

Su esposo se volvió a mirarla con el ceño fruncido.

- Lo sé, pero recibí una carta esta mañana de esos nuevos demonios y quieren que la adelantemos. – habló con furia. – Es por eso que necesito que te encargues de todo.

Luana lo miró sorprendida. Su esposo nunca le había pedido que se encargara de algo, mejor dicho, no se lo había permitido, aunque ella se había ofrecido en varias oportunidades en ayudarlo con sus labores. ¿Ahora quería que se encargara de Monsëri? Esa era una de las celebraciones más importantes desde que se firmó el tratado de paz entre las tierras humanas y el país de Magreen, el país de las hadas. Desde entonces cada veinte años se llevaba a cabo una enorme celebración que duraba alrededor de dos días, ya habían transcurrido casi seiscientos años desde eso.

- Por supuesto, su majestad. – consiguió decir Luana.

De alguna forma sabía que era una prueba de su esposo, el rey no hacía nada sin una intención, solo rezaba que no fuera la que le rondaba por la cabeza desde hace meses.

- Tú serás la responsable de que todo salga bien, hay que mantener a los demonios contentos. – le apuntó y luego miró a su hija. – y tú, Wendy, te irás en una semana a Viegrane, no te quiero cerca de aquí hasta que toda esa locura termine.

El desánimo de la princesa no se hizo esperar, ella odiaba Viegrane, la tierra de donde provenía su madre, bueno, más bien odiaba a la familia de su madre, quienes solo se dignaban a recibirla de vez en cuando por las órdenes del rey. Sin embargo, la princesa odiaba más a las hadas, por lo que no opuso resistencia alguna, de todas formas, debía hacer lo que su padre le ordenara quisiera o no.

- Serán dos meses, deberías pasar tiempo con tu familia. – le dijo fríamente el rey al ver su expresión. – Luego, volverás y concertaremos tu compromiso con Lord Lewin.

Ella suspiró y asintió.

- Haré lo que me ordene su majestad. – dijo resignada.

La verdad era que Luana no estaba de acuerdo con el matrimonio de la princesa, ella aún era muy pequeña, acababa de cumplir quince años y Lord Lewin le llevaba casi dos décadas. Sin embargo, era un gran amigo del rey y tan rico como la propia familia real. Luana trató de hablar con su esposo para intentar que a Wendy se le concediera un poco más de tiempo antes de casarse, pero la respuesta del rey había sido muy clara, Wendy se casaría quisiera o no, y Luana no debía meterse en sus asuntos por su propio bien.

Nuevamente la mesa se quedó en silencio, pero Luana tenía demasiadas preguntas en su cabeza como para mantenerlo.

- ¿A qué se refería su majestad con "esos nuevos demonios" si me permite preguntar? – preguntó un poco cohibida ante la que fuera la reacción de su esposo, pero fingiendo siempre la felicidad de una esposa devota, agradecida y enamorada.

El rey la miró con el ceño fruncido, como cada vez que ella hacía una pregunta.

- Bueno, de hecho, debo decir que esta vez son tres nuestros problemas. – su voz se tensó. – El imbécil del rey Armin quiere adelantarla y sus herederos vendrán con él.

Luana arrugó la frente confundida. - ¿sus hijos? ¿No se supone que solo el hijo mayor reciba el título de heredero?

El rey asintió y prosiguió. – al parecer sus hijos son mellizos, un macho y una hembra. Magreen reconoce al hijo el legítimo rey, aunque parece que la otra también tiene cierta... influencia. – negó lentamente con la cabeza, parecía bastante asqueado. Como si le pareciera inaceptable que alguna mujer pudiera tener esa clase de poder en sus manos.

La princesa Wendy también debió leer con claridad la expresión de su padre porque bajó la cabeza casi ofendida. En Caltulia la sucesión al trono debía ser por la línea masculina, así lo dictaban las leyes desde siglos atrás.

- Creo que son una amenaza... -comentó el rey pensativo mientras contemplaba la pared con una mirada fría y calculadora.

Nada bueno podía salir de esa mirada.

- ¿Por qué cree eso su majestad? – volvió a preguntar Luana. - ¿Son tan poderosos como el rey Armin?

El rey Armin, las leyendas sobre ese hombre eran infinitas e increíblemente horribles, se decía que todo Magreen estaba a sus pies gracias a la magia que se había robado de aquellas tierras y de los otros reyes que había usurpado. Nunca había sabido exactamente en qué consistía su poder, pero si había podido mantener a todo Magreen en sus manos, debía ser inmenso.

- Son mucho más que eso, o eso dicen los rumores. – dijo gélidamente, aunque Luana pudo notar cierta preocupación en su voz. – No sé muy bien su historia, pero se dice que por alguna razón murieron y volvieron a la vida, desde allí su poder y su fuerza son completamente invencibles, a la hembra la llaman la bruja de tinieblas y al macho el demonio negro, dicen que descendió al infierno, derrotó al dios de la muerte y por eso volvió a la vida.

A Luana se le heló la sangre. Se le revolvió el estómago al pensar en que aquellos seres entrarían al palacio, que dormirían bajo su techo...

Los dioses la protegieran.

Las hadas no tenían muy buena reputación entre los humanos, eran temidas por sus extraños dones y su increíble fuerza, letales en todas sus formas.

- Me gustaría... - casi susurró Luana a su esposo. -Me gustaría hablar con mi familia para advertirles, podría ir esta tarde si su majestad lo permite.

Definitivamente ella tampoco quería que su familia se quedara en Caltulia mientras las hadas estuvieran aquí, menos ahora que el rey había planteado a los herederos tan terroríficamente. Era mejor que se prepararan para unas cortas vacaciones.

El rey asintió sin darle mucha importancia a sus palabras.

- Ve, pero llega antes de la cena. – él la miró con los ojos demandantes.

Sabía lo que quería decir esa mirada. El rey también visitaría su dormitorio esa noche, por lo que ella debía estar dispuesta y lista para él.

Luana asintió y le sonrió como siempre lo hacía.

Tal vez sí visitaría al médico ese día, solo para ver si podría ser librada de la noche que le esperaba.

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