Capítulo 1

Liana Clinton 

De verdad no podía absolutamente creerlo. A penas eran las benditas diez de la mañana y ya estaba cabreada. No podía creer que simplemente tenía que tratar con la máquina del infierno por segunda vez en el día solo porque mi querido jefe (y espero que se note el jodido sarcasmo) había vertido su taza de café a medio llenar sobre los documentos que había impreso para que pudiera firmarlos y así yo escanearlos más tarde.

Esto solo había pasado porque él era un jefe de m****a. Había dicho que el café estaba frío, cuando claramente estaba tibio y al empujarlo a un lado de su escritorio se volcó sobre los dichosos documentos.

Pero claro, que él fuera un desconsiderado no era totalmente el problema, había tratado con su actitud egocéntrica, narcisista y abusiva durante largos nueve meses. Nadie había soportado tanto tiempo siendo su secretaria, pero al punto, el problema era que tenía que tratar con la impresora traga papeles que no quería soltar el jodido papel tintado que le había indicado imprimir y tenía que jalonearlo y repetir el proceso hasta que se le diera la gana de ceder.

Para ser una bendita multinacional no parecían estar lo suficientemente pendientes como para reponer esta máquina con la que llevaba luchando demasiado tiempo. Había puesto la queja, pero el equipo de mantenimiento no parecía estar haciendo bien su trabajo.

—¿Piensa durar aquí todo el día? —asustada me sobresalté y me di la vuelta alzándome en todos mis centímetros al escuchar la voz de mi jefe.

Y aunque lo veía todos los días, a cada momento y siempre estaba pegada a él no dejaba de ser menos impresionante. Por supuesto que no, Jesucristo, lo que el hombre tenía de mal hablado y arrogante lo tenía de atractivo y hermoso.

Tenía el cabello rubio, con ojos azules muy suaves y tenía rasgos muy masculinos como una mandíbula afilada, una nariz refinada, dientes perfectos, piel bronceada, músculos muy bien marcados y lo sabía porque incluso tenía que acompañarlo al gimnasio todos los días.

Pero era tan desgraciado que claramente todo lo demás terminaba eclipsado.

—La máquina no funciona —dije con el ceño fruncido —se traga los papeles, pero estaré ahí en breve.

—¿La volviste a dañar? —cuestionó con el ceño fruncido y tuve que apretar mis manos en puño para calmarme.

Trabajar para este hombre requería de más paciencia de la que tenía.

—No la he dañado, ni siquiera la han cambiado —él frunció el ceño, pero no dijo nada más, solo me observó durante unos largos segundos antes de que pudiera volver a hablar.

—Quiero un café que, si esté caliente en mi escritorio en cinco minutos y quiero esos documentos de vuelta, de haber hecho bien el café no tendría que estar esperándote.

Y como si el fuera el dios todo poderoso, se dio la vuelta y caminó de vuelta a su oficina dejándome, chispeando de rabia.

Definitivamente necesitaba un respiro o terminaría renunciando.

Este trabajo era demasiado importante, no porque no pudiera conseguir otro, ya que era algo que claramente podía hacer, sino porque pagaban demasiado bien. Las secretarias y secretarios del señor Flesher habían renunciado a los tres meses alegando estrés laboral, abuso laboral y sabrá dios que otras tantas cosas. Pero ninguna de ellas era falsa, este hombre podía sacarle canas a cualquiera que se cruzara en su camino, pero ciertamente, por eso pagaba tan bien.

Su horario era exigente, mis contribuciones a su día a día lo eran aún más. Básicamente me pagaba un sueldo doble por ser secretaria y asistente y también me pagaba las horas extras, ya que todos los días trabajaba hasta las nueve de la noche y mis horarios de trabajo eran hasta las seis.

¿Lo peor? Debía empezar mi horario laboral a las siete treinta de la mañana para acompañarlo a dichosos desayunos de negocios en dónde tenía que escribir hasta los comentarios de adulación que le soltaban, luego regresaba a la empresa para tratar con la máquina del demonio y además de eso, para escucharlo demandar y disponer de todo para que correteara por toda la empresa apurando procesos que no tenían nada que ver conmigo.

Luego almorzábamos con personas petulantes que comentaban cada curso de acción a sus empresas para ver si el señor Flesher se interesaba, pero él solo me hacía escribir sus ideas para ver como las podía complementar y luego usar como estrategia en su propia empresa.

Él era silencioso cuando estaba frente a otros tiburones que no sabían que él era una m*****a orca marina que se aprovecharía de ellos.

Y luego, regresaba a la empresa para repetir el ciclo. Y a las cinco llegaba mi tortura psicológica, por la que creía que me pagaban todo el sueldo, ya que resistir tal cosa era un martirio.

Era la única hora en la que él se mantenía en silencio: cuando estaba en el gimnasio.

Jesucristo, era la hora más larga y tensa y difícil para mí. Verlo callado sin que me ataque sin sentido mientras trabajaba sus músculos era ciertamente avasallante. Y sí, yo tenía que cargar con un traje de repuesto para cuando se duchara y una bolsa con sus cosas deportivas.

Pero valía la pena cada segundo ¿un señor Flesher callado y luciendo toscamente masculino mientras sudaba y se ejercitaba? Sip, me apuntaba.

Pero estas eran las horas del día en las que tenía que darme un paseo o terminaría renunciando y tirando por la borda un sueldo demasiado sustancioso.

Por eso, me recosté de la máquina de mis pesadillas y respiré profundo varias veces mientras me decía a mí misma que necesitábamos esto, ahora más que nunca que había pedido varios préstamos para costear la cirugía de mamá.

Ahora estaba esperando que me respondieran, que me llamaran y me dijera que el préstamo había sido aprobado, pero considerando que habían pasado cuatro días y no recibía respuesta, ciertamente las esperanzas no estaban en el lugar que creía.

Y sí, pude haber hipotecado nuestra pequeña casa, pero no quería arriesgarme a dejarnos sin hogar, claramente pagaría los préstamos, pero tenía miedo de no exprimir todas mis oportunidad y aunque hipotecara la casa, el barrio en el que vivíamos y el tamaño de la casa no me daría tanto dinero como se esperaría y aun así tendría que buscar para la recuperación de mamá, ya que eso era un costo aparte.

Cuando estuve más calmada volví a tratar con la impresora y cuando por fin me devolvió los documentos que había estado esperando caminé hacia la oficina de mi jefe y me adentré en ella sin tocar como siempre.

En este piso solo estábamos él y yo, al menos de este lado, ya que el ascensor solo llevaba a esta parte del piso, del otro lado había un ascensor que daba acceso a las demás áreas en esta planta, pero que no tenían ninguna conexión con nosotros.

Al entrar dejé los documentos frente a él y su mirada se encontró con la mía. Su profundidad me hizo remover algo incómoda como siempre, pero solo llegaba a eso, a miradas directas que me dejaban vuelta un manojo de nervios.

—Mi café —demandó volviendo su mirada a sus documentos y yo solo pude sacarle la lengua sabiendo que no me miraba y luego me di la vuelta para buscar el maldito alquitrán que se tragaba y lo hacía llamar café.

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