Capítulo 5: Ridículo.

Amelia lo miró con sus cejas levantadas y sus labios abiertos, soltó sus puños apretados y le miró una nueva vez como si un tercer ojo le estuviese creciendo en el rostro. Un minuto de silencio se dejó pasar, hasta que el sonido de la risa de Amelia lo quebró.

—¿Qué diablos me está diciendo? —preguntó, carcajeándose—. Maldición, no sabía que la cocaína era tan accesible en estos días.

—Señorita, no estoy bromeando. —Él intentó sujetarla del brazo, pero ella se lo impidió con recelo, jalándolo—. En realidad, necesito que acepte ser mi esposa.

—¿Ha escuchado lo que me pide? —le cuestionó, como si no fuese demasiado evidente que aquello era una completa locura—. ¿Qué diablos le sucede? ¿Sabe qué? No tengo tiempo para esto, necesito ir a buscar mis compras de vuelta.

Ella intentó irse, pero Maximiliano la sujetó por el brazo, impidiéndoselo con fuerza.

—¡Suélteme, maldición! —exclamó, sentía demasiada hambre y demasiado estrés como para tener que lidiar con un desconocido que la había per
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