Capítulo 4: Propuesta.

Ya era casi hora de salir de su trabajo, no había podido concentrarse ni siquiera un poco. Había solo pensado en aquel extraño sujeto, en que podía querer de ella, y por qué justamente de ella. La expresión en sus ojos, era algo que Amelia apenas podía sacarse de la cabeza, como si quisiera decirle algo, pero no contara con la capacidad para hacerlo. Ella elegía que no lo hiciera, que no le dijera absolutamente nada, de todas formas, ¿qué podía tener un extraño para decirle?

Suspiró cuando miró la hora, dándose cuenta de que su turno ya había concluido, se quitó los guantes que cubrían sus manos y decidió prepararse para salir.

—¿Qué quería de ti? —Se giró cuando escuchó la curiosa voz de Fatima detrás de ella, la mujer la miraba como si se había contenido aquella durante todo el turno de Amelia—. ¿Te quería hacer daño o algo? ¿Te amenazó? —preguntó ella, un poco más preocupada, pues desde que aquel sujeto se había ido, Amelia lucía preocupada y pensativa—. Sabes que puedes contarme cualquier cosa.

—No, no, no me amenazó, de hecho, sigo sin entender que quería aquí. A ese sujeto… lo conocí en una boda, en la boda de una de mis amigas, ahí también se comportó raro.

—Dijiste que no lo conocías en absoluto.

—Lo sé, y hablaba en serio, que haya compartido dos palabras con él, no significa que lo conozca, pero se comportó extraño en la fiesta, y pocos días después se aparece en mi trabajo, y me solicita a mí, específicamente a mí. Maldición, si solo hubiese venido a pedir un café, no me encontraría así, pero él vino y preguntó por mí…

—¿Crees que te persiguió?

—No lo sé, como te dije, a menos que se haya quedado fuera de mi casa a ver a que hora salgo, es muy extraño, maldición, ¿cómo sabe en donde trabajo?

—No tengo idea, pero para serte sincera, ese no luce como la clase de hombre que acosaría a nadie.

—Lo sé, y es eso lo que más me desconcierta, ¿qué diablos busca de mí un hombre de aspecto adinerado? ¿Por qué siento que me persigue y no es la última vez que lo veré?

Fatima se removió, Amelia logró transmitirle sus nervios.

—¿Quieres que llame a la policía?

—No tiene sentido, ni siquiera me hizo nada. Nada de nada, ¿qué iría a testificar en la policía? ¿Qué un hombre fue a mi trabajo y me miraba extraño? No puedo ir con suposiciones, no pudo solo decir que siento que él me está acosando.

—¿Y qué piensas esperar? ¿A que él te haga algún daño?

—Sabes que hasta que no sufres algún daño, la policía de aquí no te presta atención —dijo Amelia, suspirando, resignada, todavía buscaba convencerse a sí misma de que solo se trataba de una simple paranoia, tal vez se sentía mejor en esa mentira que su cabeza se negaba a aceptar—. Tengo que irme, nos vemos mañana.

—Nos vemos mañana —se despidió Fatima, mirándola con una preocupación maternal—. Cuídate, cualquier cosa, tienes mi número, ¿no?

—Sí, claro, lo tengo, adiós —se despidió, para luego recoger sus cosas y salir del lugar a paso rápido. Sentía un hambre excesiva, sentía que estómago rugía por algo de alimento. Su casa quedaba a unos cuarenta minutos de allí, no lograría llegar sin que el hambre la debilitara más de lo que se encontraba, así que decidió pedir un taxi hacia la tienda.

—Buenas tardes —la saludó el hombre, un sujeto de nariz respigada y sonrisa extrañamente amable—. ¿A dónde desea ir?

—A la tienda más cercana —pidió ella, cerrando la puerta y dejándose llevar.

El taxista asintió y emprendió la marcha. Mientras ella, miraba por las ventanas a todo pasar, al mundo pasar frente a sus ojos mientras ella se sentía por completo ajena, siempre había sentido que todos estaban delante de ella: todas sus amigas tenían esposos, hijos, familias, ella tenía casi treinta años y era una solterona con mal carácter y problemas para conseguir una relación estable, sabía que todavía le quedaba demasiada vida por delante, pero no podía evitar que la presión social se aposara sobre sus hombros siempre.

El taxista se detuvo casi frente a una tienda de comestibles, ella agradeció y le entregó el dinero correspondiéndote, apeándose y cruzando la calle hasta la tienda, no muy grande, pero tampoco tan pequeña. No le importaba, solo necesitaba algo de comer.

Entró a la tienda, buscó un carro pequeño y empezó a llenarlo de chucherías para comérselas más tarde. No fueron demasiadas, pero sí las suficientes para llenar su estómago más tarde. Caminó hacia la caja, colocando los productos allí y preparándose para pagar.

Fue en aquel instante en el que sus ojos se levantaron, al sentir una mirada clavada en su cuerpo.

Se paralizó, sintiéndose agitada de inmediato, por impulso retrocedió, siendo incapaz de ocultar los repentinos nervios que se instalaron en sus extremidades.

Aquellos ojos que la observaban, pertenecían a nada más y nada menos que a Maximiliano, que a aquel mismo hombre de aspecto millonario que parecía estar persiguiéndola.

Amelia empezó a sentir el pánico rasguñar todo su cuerpo, sus dedos temblorosos lo revelaron, él la miraba, él estaba allí parado, mirándola, no se podía tratar de una coincidencia, aquello no era una coincidencia, aquel hombre la estaba persiguiendo.

Amelia echó a correr, dejando los productos que había comprado allí sobre la caja.

Maximiliano empezó a correr tras ella.

Las miradas cayeron sobre aquella mujer que era perseguida por ese alto y elegante hombre.

—¡Espera! —gritó Maximiliano, intentando así que ella se detuviera, pero sus palabras solo consiguieron hacer que ella se sintiera más agitada, más nerviosa, el pánico se apoderó de sus piernas cuando echó una mirada hacia atrás y se percató de que él la perseguía muy de cerca—. ¡Espera, Amelia!

La mujer salió de la tienda, agregó potencia a su carrera, sudor empezó a deslizarse por su frente, su cabello empezó a adherirse a su piel, el miedo fue su única motivación para no detenerse, corría con fuerza, con mucha potencia, un sollozo se escapó de ella, ¿qué hacía aquel hombre persiguiéndola?

Cruzó la calle corriendo, más de una vez siendo amenazada con ser atropellada.

—¡Por favor, espera! ¡Tengo algo que decirte! —gritó él, rugiendo cuando un carro casi lo atropella—. ¡Por favor, detente! —Ella llegó hacia el otro lado de la calle, mirándolo a él, ansioso porque los carros frenaran su paso y él pudiera cruzar, creyó que lo conseguiría, creyó que conseguiría hacer que ella se detuviera y lo esperara allí—. ¡Espérame ahí, pronto cruzaré!

—¡Púdrete! —le gritó Amelia, sacándole el dedo del medio y empezando a correr de nuevo.

Él supo que sería mucho más difícil de lo que pensaba.

Cruzó la calle como pudo, escuchando las furiosas bocinas de quienes conducían y parecían querer atropellarlo.

Cuando se encontró del otro lado de la calle, no le tomó mucho tiempo seguir el paso de la mujer, quien maldijo en voz alta cuando volvió a verlo, ¿por qué diablos aquel hombre la perseguía?

—¡Por favor, solo escúchame!

Ella potencializó su velocidad, pero sentía como sus pies apuntaban a fallar: no era una mujer demasiado atlética, no recordaba nunca haber corrido así, ni siquiera en su infancia.

De pronto, se encontró enojada: estaba hambrienta y sudada, corriendo por la acera bajo el sol, mientras un desconocido la perseguía sin alguna razón.

Apretó sus puños, parando su carrera y girándose con brusquedad hacia el hombre, que pronto la alcanzó.

—¡¿Qué diablos es lo que usted quiere de mí?! —le gritó, con furia reluciendo entre sus ojos, pero también miedo, claro que sentía miedo, no sentía que sus pies resistiría más de todas formas, así que lo mejor era encararlo.

—Yo necesito… hablar con… contigo —le dijo el hombre, tomando aire—. Tengo… una propuesta para ti.

Ella le miró, incrédula.

—¿Una propuesta? ¿Qué clase de propuesta podría usted tener para mí? —Amelia retrocedió un poco, buscando de manera disimulada algo con lo que atacar a ese sujeto. Sintió miedo al darse cuenta de que había dejado de correr justo en el lado más solitario, en donde solo un par de personas a la distancia se veían, si él quisiera hacerle daño, podría hacerlo.

Él respiró hondo, intentando recobrar su capacidad de hablar, nunca había corrido así jamás.

—Yo… tengo una propuesta que usted no podrá rechazar. —Amelia se percató de que él había dejado de tutearla, respiró con más comodidad, aún así, buscaba todavía en su bolso algo con que atacarla, algo filoso, no encontraba nada.

—¿Por qué diablos me perseguía? —le preguntó, agitada—. ¡Usted no tiene nada que me interese! ¡No aceptaré ninguna propuesta suya!

—Por favor, escúcheme —le pidió, sosteniéndola por los hombros.

—¡No me toque o gritaré! —le amenazó, y él supuso que hablaba en serio—. ¡¿Qué quiere de mí?! ¡¿Por qué me persiguió?! ¡Suelteme, maldito pervertido!

—¡Escúchame, no te haré daño! ¡Le propondré algo que le cambiará la vida! —Amelia guardó silencio, mirándolo con el suficiente recelo como para que él supiera que ella no confiaba en sus intenciones—. Es que… yo quiero… la razón por la que la he perseguido es porque… —Maximiliano respiró hondo, todavía no se había recuperado de la carrera, sabía que toda su dignidad se iría al decir aquellas palabras, pero no tenía demasiado que perder de todas formas—. Es porque necesito que usted sea mi esposa.

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