Capítulo 3: Esposa falsa.

Amelia se alarmó, por impulso se alejó avivadamente de allí, caminando de manera rápida hacia el área en donde Fatima se encontraba, la expresión alarmada de la mujer, de inmediato alertó a su compañera, que se preparaba para abrir el establecimiento por completo.

—¡¿Pero qué sucede, Amelia?! —preguntó, sujetando a la mujer por ambos hombros, ella temblaba mientras miraba hacia la parte de atrás, con el miedo de aquel hombre entrara por allí, aunque era inevitable que lo hiciera: el establecimiento tarde o temprano sería abierto, cediéndole paso a todos.

Por un instante, las palabras se quedaron aferradas a su garganta, cuando vio como su otro compañero empezaba a abrir las puertas que Fatima no abrió, el pánico se dibujó en su mirada, se dijo que no tenía nada que temer, que no era para tanto, pero la sensación de aquel sujeto la había perseguido o espiado hasta su trabajo —no estaba segura—, se incrustó profundamente en ella, aunque no tenía ninguna evidencia de que él la hubiese seguido, así que eligió guardar silencio, regulando sus emociones y decidiendo tratarlo como un empleado más.

—Nada —dijo finalmente, cuando el establecimiento completo se encontraba abierto—. No m-me p-pasa nada.

Fatima la miró, arrugando su rostro, antes de que pudiera decir algo, Amelia se retiró, dirigiendo sus pasos hacia el área en donde se preparaban los sándwiches, con la esperanza de así no ver a ese sujeto…, Maximiliano, pero por su desgracia no podía quedarse allí por siempre, escondida.

Lo supo cuando de repente, Fatima entró, mirándola con el ceño fruncido. Amelia pensó que hablaría sobre su extraña acción de preparar sándwiches tan rápido, o que le haría una pregunta al respecto de su comportamiento, pero se equivocaba.

—¿No hay algo que tienes que decirme? ¿No crees que deberías de hablarme sobre alguien? —Amelia la miró con una genuina confusión, no la comprendía.

—No sé de que estás hablando —le admitió, colocando su vista sobre el sándwich que preparaba: siempre solía preparar muchos, pues los clientes llegaban a una hora muy temprana de la mañana, claro, no tan temprana como aquel sujeto.

—El hombre, el de aspecto rico, él.

—¿Qué con él? —preguntó Amelia agitando su pie con ansiedad.

—Te busca.

Amelia dilató su mirada, girando su cuello de manera brusca hacia Fatima cuando la escuchó decir aquello, tragó saliva, sintiendo como esta pasaba por su garganta, la cual sintió de repente seca.

—¿Qué dices? —preguntó, respirando de manera agitada—. ¿Hablas en serio?

—¡Claro que lo hago! Se acercó a la vitrina y dijo que buscaba a una mujer llamada Amelia.

Amelia dejó de preparar el sándwich y llevó las manos a su cabeza, cerrando sus ojos, ¿por qué habría ese hombre de buscarla justamente a ella? No lo conocía, ni siquiera un poco lo conocía, empezaba a agitarse, quería creer que su presencia se trataba de una coincidencia, pero el hecho de que él la buscara directamente a ella no tenía demasiada justificación, no tenía demasiada coincidencia.

—Yo ni siquiera conozco a ese hombre —pensó en voz alta, mordiendo sus secos labios—. ¿Estás segura de que me busca a mí?

—Claro que sí, eres la única que se llama Amelia aquí.

—Puede tratarse de otra Amelia…

—Por favor, Amelia, no seas irreal, es evidente que te busca a ti, eres la única que se llama así en este lugar.

Ella tragó saliva.

—Dile que estoy ocupada —pidió—. No quiero hablar con ese hombre, ni siquiera nos conocemos.

—¿No? Parecía muy interesado en ti. Además, creo que te vio.

—No lo conozco, Fatima, dile que no estoy, dile que salí de repente por una urgencia familiar.

Fatima se encogió de hombros, retirándose.

Pero no pasaron ni siquiera cinco minutos antes de que la mujer regresara, mirándola con una picardía que despertó preocupación en Amelia.

—¿Qué sucedió? ¿Se fue?

—¿Irse? —Fatmia rió—. Al contrario, dijo que no se iría hasta que tú específicamente le sirvieras un café. —La mujer se acomodó un mechón de cabello con paciencia, luego prosiguió—: dijo que sabe que estás aquí, y que no se iría, y que si era necesario, hablaría con nuestro supervisor, que sabe que llega a las nueve.

—¡¿Pero qué demonios?!

—¿Ahora vas a decirme quien es ese sujeto? ¿Dónde conociste a un hombre tan guapo como aquel?

—¡No sé quien es él! ¡Hablo en serio!

—Bueno. —Fatima hizo una cómica mueca—. Te está buscando, creo que lo mejor es que vayas y le sirvas el café, en algún momento tendrás que salir de aquí de todas formas, creo que lo mejor es hacerlo ahora y solo hacer lo que él pide, tal vez tenga una razón para hacer, al final: el cliente siempre tiene razón —citó.

—Yo no quiero atender a ese hombre, dile que estoy ocupada, no sé…

—¿Pero por qué no quieres atenderlo? Por el cielo, Amelia, es un sujeto guapo, de aspecto adinerado, lo que daría yo para que le pidiera a alguien que quisiera que exclusivamente yo le sirva café. —Fatima se asomó, viendo al sujeto una vez más—. Esa barba… le serviría café y otras más cosas.

En otra ocasión, Amelia se hubiese carcajeado ante las palabras de su amiga, lamentablemente, no podía hacerlo, sentía que la risa ni siquiera le salía: aquel sujeto no solo la había observado de una manera aterradora toda la boda a la que había asistido hace poco, sino que de alguna forma había ido a su trabajo, ¿cómo sabía en donde ella trabajaba? Empezaba a asustarse, y ni el hecho de que fuera guapo y adinerado cambiaba eso.

—¿Cuál fue su orden? —preguntó Amelia, resignada a servirle el café y retirarse rápidamente, al final de todo, sino lo hacía en aquel momento, tenía la certeza de que el sujeto se quedaría el suficiente tiempo como para esperar a que su gerente llegara y la obligara a hacerlo.

Fatima se encogió de hombros.

—Me dijo que quería que le sirvieras café, no especificó nada, tendrás que tomarle una orden.

Una vez más, Amelia suspiró, dejando lo que estaba haciendo, quitándose los guantes que se había colocado y saliendo de manera estremecida de allí, inmediatamente lo hizo, sus ojos se encontraron con los de Maximiliano. Se le hacía profundamente extraño llamarlo así en su cabeza «Maximiliano», como si lo conociera siquiera un poco.

Llenándose de valor y diciendo que nada sucedería, ella se aproximó hacia el hombre, sacando el pequeño bloc de notas que todos guardaban en el bolsillo.

—¿Qué va a ordenar, s-señor?

La mirada de Maximiliano se precisó en su rostro, poniéndola más nerviosa de lo que fue capaz de imaginar, pero ella no era una mujer débil, así que, a pesar de que sentía un paranoico miedo, se mantuvo firme.

—Amelia —la saludó—. Es un gusto verte de nuevo.

La mujer meneó su pie, nerviosa. Hablaba como si la conociera desde hace mucho tiempo, aquello solo logró asustarla más.

—¿Qué va a ordenar, señor? —preguntó de nuevo, ignorando su saludo.

—Café —rió él—. ¿No se supone que esto es una cafetería?

—No se vende solo café en una cafetería —lo retó ella con la mirada, intentando escudriñar entre sus ojos—. ¿Solo café?

Él se acomodó en su lugar.

—Sí, solo café, un vaso mediano.

—Enseguida se lo traigo —le dijo, su voz tembló, se dio la vuelta enseguida, él la sujetó por el brazo—. Sin azúcar, por favor.

Ella asintió, mirando el agarre en su brazo que él no rompió sino hasta un fuerte jalón por parte de la mujer, quien fue a prepararle el café, con una rapidez que no se le había visto antes. A unos pasos de distancia, Fatima miró la escena, luego se aproximó hacia Amelia, quien respingó cuando sintió el repentino toque de su compañera.

—¿Qué fue eso? ¿Lo del agarre? Vamos, dime la verdad, ¿ustedes se conocen desde antes?

—¡Te digo que no!

—¡¿Y por qué vino específicamente por ti?!

—¡¿Te gustaría que hubiese venido por ti acaso?!

—¡Claro! —rió Fatima, pero a Amelia seguía sin parecerle gracioso—. Vamos, ríete, no creo que sea para tanto.

Tal vez si era para tanto, tal vez no, Amelia no tenía idea, solo sabía que quería prepararle aquel café rápido para que él se retirara —esperando a que así sucediera y que el sujeto no se quedara en el establecimiento hasta que el turno de la mujer acabara—.

Cuando concluyó con el café, lo sujetó con la mayor rapidez que pudo, casi dejándolo caer, caminando hacia donde Maximiliano y entregándoselo con una fingida cortesía.

—Aquí tiene, señor —le masculló, solo porque era política del lugar hacerlo.

Maximiliano abrió el café, oliéndolo con deleite, luego elevando su rostro hacia ella, que seguía allí parada, esperando el pago, los ojos del millonario cayeron sobre las piernas de la mujer, las cuales temblaban. Aquel día llevaba un Jeans bastante ajustado, no como aquel vestido que tenía el día de la boda.

—Dije sin azúcar, Amelia.

—Lo s-siento… si quiere puedo…

—No —La interrumpió, dándole un trago al café, luego sacando unos billetes, los cuales colocó sobre la mesa—. Está delicioso —susurró, cerca del rostro de Amelia, ocasionando que ella se alejara con brusquedad y lo mirara no solo desaprobando su comportamiento, sino sin entenderlo.

Luego se puso de pie, dejándola darse cuenta de lo enorme que era, dejó los billetes sobre la mesa, también el café y se dirigió a la salida.

Amelia vio todo, sin comprender nada. Era evidente que había dejado el café de manera intencional allí, pero ¿para qué pedirlo entonces?

Tomó los billetes que él había dejado, dándose cuenta de que eran en total, quinientos dólares, mucho más de lo que un café costaba, se asomó en la puerta del establecimiento, viendo como el hombre se montaba en su auto y se retiraba. Amelia formó una mueca en su rostro, alejándose de la salida.

«Al menos se fue», pensó, pero se equivocaba, pues él solo se había alejado y desde la distancia la observaba, tenía algo que hablar con aquella desconocida, algo que proponerle, pero no podía arriesgar a que nadie los escuchara, y la cafetería ya había empezado a llenarse, por lo que tendría que esperar que el turno de ella terminara. Sabía que lo que hacía no era moralmente correcto, pero decidió mandar eso al demonio, de todas formas, estaba seguro —o casi seguro— de que ella aceptaría aquello que él le propondría.

… de hacerlo, él podría respirar en paz, pues aquello era lo único que necesitaba para dar marcha a su plan: conseguir una esposa falsa.

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