Capítulo 5

Tuvo que forzar a su boca a pronunciar las palabras, sin embargo, su voz fue solo un susurro roto que fue percibido por el niño más como una visión que como un sonido, lo que provocó una sonrisa en Asad al darse cuenta de que su padre estaba muy emocionado.

A medida que se acercaba, Rashad pudo constatar que el rostro de Asad podía ser el de cualquiera de sus hermanos o de sus primos. Este reconocimiento filial arrancó de su pecho una exclamación que confundió al niño.

―¿Mamá? ―preguntó inseguro el chico.

―No pasa nada, hijo ―respondió Rashad―. Solo es que te pareces tanto a mis hermanos y primos que me sorprendió.

La respuesta que obtuvo fue una radiante sonrisa del pequeño, un gesto curioso pasó por su rostro.

―Creo que también me parezco a ti ―afirmó Asad titubeante.

―Sí, te pareces mucho a mí ―respondió Rashad.

Estaba tan contento de que al final tuviera un papá, y al mismo tiempo aliviado porque su mamá ya no estaría sola, que sus brazos rodearon la cintura de su padre. Rashad sintió que la emoción amenazaba con ahogarlo.

―Estoy muy feliz de que mamá te haya encontrado, así no tendrá que trabajar tanto y dejará de llorar siempre que piensa que no la veo ―dijo el niño levantando la cara del pecho de su padre para mirarlo a los ojos.

Rashad sintió que un puñal se le clavaba en el pecho.

―¡Asad! ―exclamó Sara mortificada.

Ambos la ignoraron.

―Me ocuparé de que a ambos no les falte nada y tu mamá no tendrá que trabajar nunca más si es lo que desea, por ahora solo cuidará de ti ―prometió solemne―. Y las mamás tienen la mala costumbre de llorar por todo.

Rashad bromeó en un intento de aligerar el ambiente, no lo consiguió.

―Mamá llora porque a lo mejor me iré y no quiero que se quede sola si eso ocurre, prométeme que cuidarás de ella, aunque yo no esté ―expresó con toda la madurez de un niño que ha estado enfermo mucho tiempo.

Sus palabras lo impactaron porque más que feliz de que su padre al fin estaba en su vida, Asad había pensado en el impacto que eso significaba para su madre y evidenciaba lo preocupado que estaba por ella si él moría. Sus palabras hicieron que el nudo de emoción que había logrado tragar se había vuelto a formar en su garganta. ¿Qué respuesta podía darle que lo tranquilizara y transmitiera la seguridad de que todo estaría bien?

―Te lo prometo, cuidaré de tu mamá siempre, aunque tú no estés. Pero también te pido una promesa de tu parte ―afirmó Rashad.

―¿Cuál, papá? ―preguntó el niño.

―Prométeme que lucharás para vencer esta enfermedad, que harás todo lo que te diga el médico, porque tendremos una maravillosa vida juntos.

―Te lo prometo, papá.

―Sara me dijo que estás sano ahora, y ella y yo haremos todo lo posible para que sigas así. No te puedo prometer que todo pasará porque no lo sé, pero lo que sí te puedo prometer es que haré todo lo que esté en mis manos para encontrarte un donante y para que tengas la mejor atención médica del mundo ―afirmó al fin.

―Está bien, papá, pero nunca le dejes sola, ¿vale? ―insistió el niño.

―Te prometo que nunca más tu mamá estará sola, y yo siempre cumplo lo que prometo ―afirmó Rashad con seriedad.

―Mi mamá me dijo que cuando ustedes se separaron tú no sabías que yo venía en camino y que después ella no te encontró, por favor, no vuelvas a desaparecer.

―Nunca más. Ahora que sé que eres mi hijo, nunca más me iré, esa es otra promesa ―prometió Rashad para darle seguridad a su hijo.

―Son muchas promesas ―dijo Sara.

―No, en esencia es una sola, porque prometí que cuidaría de ambos toda la vida y es lo que haré, solo nos estamos asegurando de entender la dimensión del compromiso ―afirmó Rashad―. Además, yo necesitaba saber que este chico ―dijo dando un ligero apretón en el hombro de Asad― luchará por estar bien.

El niño bostezó profundo, se cansaba rápido y tantas emociones lo dejaron agotado. Su madre se movió enseguida para ayudarle a que se acostara, lo tapó con ternura y besó su frente.

―Asad, es hora de descansar ―ordenó mientras miraba a Rashad.

―Está bien, mamá. ¿Puede quedarse papá hasta que me duerma?

―Por supuesto ―respondió el padre.

Rashad arrastró una silla y la colocó al lado de la cama, se sentó y colocó sus manos sobre las sábanas, al lado del cuerpo de su hijo. No sabía si el niño podría dormir con él mirándolo, pero no había forma de que despegara sus ojos de la cara del pequeño. Los párpados del chico se cerraron poco a poco, su mano buscó a tientas la de su padre como si no quisiera perderlo mientras dormía. Rashad miró sus uñas ennegrecidas, producto de los medicamentos que recibió para sanar, y cerró sus ojos con fuerza, trató de disipar la extraña humedad que se formó detrás de sus párpados. Quería disfrutar de la cercanía de su hijo sin esa angustia que le apretaba el pecho, se sintió impotente al saber que nada de lo que hiciera modificaría el hecho de que Asad podía morir.

―¿Cuánto tiempo tengo antes de que me obliguen a marcharme? ―preguntó a Sara.

―Casi una hora ―respondió la madre de su hijo.

―Me quedaré aquí, después hablaremos con el médico ―dijo Rashad.

―El doctor Evans pasará a revisión en cualquier momento, siempre trata de venir a la hora de la visita para poder hablar con los padres.

Tenía las emociones a flor de piel y no quería derrumbarse delante de extraños. Sacó su móvil y escribió a Samir para preguntarle si estaba en el hospital, pocos minutos después este le respondió afirmativamente. Preguntó a Sara el número de la habitación y se lo pasó a su hermano pidiéndole que fuera hasta allí. Necesitaba hablar con él, quería respuestas, que le explicara qué le sucedía a su hijo, sus probabilidades y qué podía hacer para ayudar. Además, necesitaba a alguien de la familia a su lado.

Él, que siempre había sido fuerte, que como adulto casi nunca había llorado, solo el día en que su padre murió, en ese momento sintió que no podía solo.

Samir cruzó la puerta de la sala de oncología pediatra lleno de curiosidad. La imagen que encontró fue la de su hermano mayor sentado al lado de la cama de uno de los chicos, la situación le hizo fruncir el ceño. ¿Qué hacía Rashad con uno de los niños del área oncológica?

Rashad no se dio cuenta de la llegada de Samir, su mirada permaneció fija en el niño, lo que le permitió a su hermano evaluar la situación. Su expresión de absoluta concentración y su mano cubierta por la del chico. Su asombro fue mayúsculo cuando su mente procesó toda la información del paciente, almacenada en su memoria. El niño se llamaba Asad, tenía once años, su diagnóstico era leucemia linfoblástica aguda, su madre era de origen árabe y se llamaba Sara, como la exesposa de Rashad, y el parecido físico con su propia familia era impresionante. Se había sentido cercano al niño, por eso lo había visitado en varias oportunidades a pesar de que no era su paciente, pero ni en sus más locos sueños imaginó que fuera su sobrino, sin embargo, sintió la atracción. Decían que la sangre llamaba y acababa de comprobar cuán cierto era el dicho.

. Caminó hasta su hermano y puso la mano sobre su hombro. Rashad la cubrió con la suya y levantó la mirada.

―Es tu hijo ―afirmó Samir.

―Sí, no sabía que tenía un hijo, me he enterado hoy ―respondió Rashad―. Y por lo que sé está muy enfermo.

―Lo lamento, hermano, no puedo ni imaginar lo que sientes en este momento. Sin embargo, es importante que entiendas que Asad superó la enfermedad, él sanó con el tratamiento de quimioterapia que recibió. ¿Qué es muy probable que vuelva a enfermar si no recibe un trasplante? Es cierto, pero haremos todo lo posible para encontrar un donante para que sane para siempre. Los pacientes con este tipo de enfermedad tienen un alto índice de recuperación y es muy importante tener una actitud positiva para combatirla. Hoy puedes llorar y lamentarte porque te vas enterando de su situación; sin embargo, mañana y todos los días siguientes, cada vez que entres por esa puerta, debes ponerte una sonrisa para tu hijo. —Rashad asintió a sus palabras.

―Me hicieron las pruebas para ver si soy compatible como donante, estamos en la espera de los resultados, ¿crees que tarden mucho? ―preguntó algo más tranquilo por las palabras de Samir.

―No, a lo sumo algunas horas más, son bastante rápidos.

―Te llamé porque necesitaba respuestas a lo que le sucede, tus palabras me dan aliento, quiero pedirte que lo cuides, que lo ayudes a sanar ―pidió Rashad con voz entrecortada―. No sé lo que haré si no soy compatible ―agregó―, no puedo perderlo ahora que sé que existe.

―No pienses en eso, por favor, debes ser optimista. Si tú no eres compatible alguno de los Abdallah es probable que lo sea, somos una familia muy numerosa, hallaremos a alguien. Contigo aquí y con el respaldo de nuestra familia, Asad tiene muchas más probabilidades de encontrar un donante.

Rashad asintió en respuesta, en ese momento un pensamiento se ancló en su mente, su hijo necesitaba una familia y se juró que la tendría. Se prometió que desde ese momento estaría presente en la vida de su hijo, y no como un padre esporádico o de fines de semana, de alguna lograría convivir con Asad, así tuviera que casarse de nuevo con su madre.

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