Capítulo 3

La impresión lo dejó de piedra, ¿un hijo? ¿Tenía un hijo y Sara no le había dicho nada? Sintió cómo la furia dejó de lado el asombro, se tuvo que levantar de su asiento y comenzó a caminar en círculos antes de poder emitir palabra alguna. Su rabia era tal que su vista se nubló, respiró con profundidad varias veces para tratar de calmarse. Su hijo estaba muy enfermo y en nada mejoraría la situación sus ganas de matar a la madre.

 ―¿Dónde está mi hijo? ―preguntó con las mandíbulas apretadas.

―Está Hospitalizado en el Great Ormond Street Hospital, él…

Sara se vio interrumpida cuando Rashad la tomó de la mano, tiró de ella levantándola del sillón y caminó con decisión hacia la puerta.

―Rashad, espera, debemos hablar antes ―pidió Sara con voz atribulada, tratando sin éxito de soltar su mano.

―Lo haremos de camino al hospital. Tienes muchas cosas que explicar, Sara ―indicó el hombre.

―¡No! Hablaremos aquí, no permitiré que alteres a mi hijo ―decidió Sara.

―¡También es mi hijo! ―gritó Rashad.

En ese momento él perdió la compostura que trataba de mantener.

―Por favor, Rashad, hablemos primero. Por el bien del niño ―suplicó Sara―. No está bien y no quiero que se altere y eso afecte de modo negativo a su salud ―pidió bajando el tono de la confrontación. Si quería que Rashad hiciese lo que su hijo necesitaba, haría lo que fuera, incluso suplicarle. En fin, su orgullo había muerto años atrás así que dejarse pisotear un poco más por su hijo no representaba ningún problema para ella.

―Está bien, ¡habla!, quiero saber todo de mi hijo ―demandó con prepotencia.

―Tiene once años, su nombre es Asad[1] y sufre de leucemia linfoblástica aguda[2]. Hace cuatro años enfermó, recibió tratamiento y estuvo en remisión por dos años. A finales del año pasado volvió a recaer. Esta vez la quimioterapia ha sido más agresiva, acaba de terminar sus ciclos y en este momento está sano, pero es considerado un paciente con alto riesgo de volver a recaer; por lo que su única opción es recibir un trasplante de médula ósea, y yo no soy compatible. En el hospital me dijeron que las probabilidades de que tú, o alguien de tu familia, lo sea son mayores. Si no conseguimos pronto un donante puede morir ―expresó con lágrimas en los ojos.

―¿Por qué nunca me buscaste? ―gritó Rashad con un dejo de amargura.

―Mi ataque ocurrió poco después de nuestro divorcio ―dijo señalándose la cara―. No sabía que estaba embarazada aún, poco tiempo después vine a este país como refugiada y estuve recuperándome en un asilo. Cuando me enteré de mi embarazo tenía casi cinco meses, no supe de ti hasta mucho tiempo después, y para entonces no tuve el valor de buscarte.

―¿Y no te detuviste a pensar que mi hijo tenía derecho a una mejor calidad de vida, a tener un padre presente?, ¿que yo tenía derecho a saber que tenía un hijo? ―inquirió aún furioso.

―No tiene caso seguir discutiendo sobre algo que no se puede cambiar. Necesitamos enfocarnos en que Asad encuentre un donante para que pueda sanar, después hablaremos de la situación.

Rashad empezó a contar en su mente porque estaba a punto de estallar, tenía ganas de ahorcarla, de hacerle daño, y debía contenerse por el bien de su hijo.

―Vamos al hospital para hacer las pruebas, después arreglaremos lo demás ­―dijo al fin Rashad cuando pudo controlar su rabia.

Un silencio absoluto reinaba en el coche. Rashad miró su perfil, de ese lado no se veía la cicatriz. Al observarla con detenimiento se dio cuenta de que su vida no había sido fácil, tenía el sufrimiento marcado en sus facciones; hacerle daño a Sara sería tan satisfactorio como patear a un cachorro herido, suspiró con resignación.

―Háblame de mi hijo ―pidió con calma, se recostó en el asiento y cerró sus ojos para concentrarse en sus palabras.

―Asad es un gran chico, debido a la enfermedad es un poco más pequeño de lo normal, pero es muy inteligente, amable y considerado. Le gusta el fútbol, aunque ya no puede practicarlo ve todos los partidos por la TV. A raíz de su enfermedad ha descubierto la lectura y es un lector apasionado cuando se siente mejor, también le gustan los videojuegos ―respondió Sara con el orgullo reflejado en la voz.

Rashad vio su rostro transformarse cuando hablaba del chico, se veía lo mucho que lo amaba, pensó en lo que debió sufrir al saber que estaba enfermo. «Quizás mucho más de lo que me ha dolido a mí», pensó con tristeza.

―¿Cuándo entregarán los resultados de las pruebas para saber si soy compatible?

―En el momento en que tengan los resultados el técnico de laboratorio informa al doctor Evans, al donante y a mí; no pasa de las veinticuatro horas ―respondió Sara.

―¿Cómo te diste cuenta de que estaba enfermo? ―preguntó Rashad.

―Hace casi cuatro años, jugaba en un partido de futbol y se desmayó, dijo que estaba muy cansado, tenía una cita con su pediatra al día siguiente, porque le habían salido unos hematomas sin haberse golpeado y le sangraba la nariz con regularidad. Cuando lo llevé al hospital tenía fiebre. El pediatra de turno pidió una analítica de sangre entre otros exámenes, después llamaron a un hematólogo y empezaron a hacerle más pruebas, hasta que el doctor me dio el diagnóstico.

―Mi hermano Samir trabaja en ese hospital, él es médico oncólogo pediatra ―señaló Rashad.

―Lo sé, hoy tuvo una emergencia médica y escuché cuando le dio instrucciones a una enfermera para que llamara al restaurante y te avisara de que no podría ir, por eso supe dónde encontrarte.

―¿Si no hubieses escuchado a Samir, no me habrías ido a buscar? ―cuestionó el hombre molesto.

―Sí lo hubiese hecho, tenía apuntada la dirección del hotel, pero al enterarme de que estabas en ese restaurante preferí ubicarte por allí. No sabía si me recibirías y no podía correr ese riesgo.

―Claro que te recibiría ―replicó molesto.

―No, Rashad, no estaba segura de que lo hicieras. En dos oportunidades llamé al hotel y me dijeron que, si no estaba entre tus contactos autorizados, debía dejar un mensaje con mi nombre y asunto a tratar para que tú devolvieras la llamada, pero nunca lo dejé.

―¿Por qué? ―insistió.

―¿Qué te iba a decir? ―preguntó molesta―. Oye, dile que soy su exesposa y que necesito hablar con él, tenemos un hijo y Rashad no sabe nada, ¿vale? ―replicó sarcástica para luego agregar―: Me dejaste porque querías disfrutar de tu libertad y eso fue lo que hiciste, no quería que vinieses a mí por obligación, por lástima o por deber. ¡Mírame! Ahora soy fea, esta cicatriz me avergüenza. ¿Creías que iba a querer que me vieras así? ―explotó Sara.

―¿Cuándo dejarás de pensar que el mundo gira a tu alrededor? Mi hijo necesitaba un padre que tú le has negado por vanidad, has sido muy egoísta.

―¡¿Crees acaso que no me he dado cuenta de que el mundo no gira alrededor de mí?! Mira mi m*****a cara, hace mucho que me enteré de eso, y llámame egoísta, pero yo no fui la que rompió nuestro matrimonio para vivir la vida loca. ¿Crees acaso que quería exponer a mi hijo al abandono?, ¿a la indiferencia de su padre? No, Rashad, protegía a mi hijo de un hombre voluble.

―¡No soy un hombre voluble! ―gritó exasperado.

Ante esta nueva explosión Sara se encogió asustada. Rashad maldijo en silencio. ¿Qué le había ocurrido para que retrocediera ante su mal carácter? No era la primera vez que ella lo había visto así, hubo momentos en su matrimonio en las que se gritaron el uno al otro, entonces Sara había sido voluntariosa y se sabía defender muy bien no dejándole pasar una. Por lo que ahora se sorprendió ante su reacción, no sabía qué había ocurrido en la vida de Sara, pero le dolió que ella pensara que podía lastimarla.

―Lo lamento, no fue mi intención gritarte, ¿estás bien? ―preguntó preocupado.

―Sí, creo que esta discusión no nos lleva a nada, será mejor que nos concentremos en lograr que Asad sane ―respondió temblorosa.

―Tienes razón, ya estamos a punto de llegar. ¿Tienes cita con el médico? ¿Podré ver a mi hijo?

―Iremos primero al área de laboratorio a que te tomen las muestras y después te presentaré a Asad, es probable que veamos al médico en la ronda de visitas.

Entraron al hospital y Sara lo condujo a través de largos pasillos, a medida que avanzaban el personal médico, de enfermería y mantenimiento saludaron a Sara. Al parecer su exesposa era bastante conocida en ese sitio. Llegaron ante unas puertas dobles que decían laboratorio, entraron y Sara caminó hasta el mostrador de enfermería.

―Mildred, traje al padre de Asad, viene a hacerse las pruebas para ver si es compatible y servir de donante.

―¡Es una noticia maravillosa, dulzura! ―exclamó la enfermera con cariño. Pero cuando sus ojos miraron a Rashad se cubrieron de una frialdad que indicaba su desprecio.

―Rashad, ella es Mildred, tomará una muestra de sangre para las pruebas ―explicó Sara antes de volverse de nuevo hacía la enfermera―. Mildred, el padre de Asad, Rashad Abdallah. ―La mujer solo hizo un leve asentamiento con la cabeza antes de hablar.

―Pase por aquí, señor, para tomar la muestra.

La enfermera se levantó de su asiento, caminó hacía las puertas que estaban detrás de ella y le indicó que la siguiera.

―Yo esperaré aquí, el procedimiento es rápido ―dijo Sara.

Él la observó caminar hasta unas sillas y tomar asiento, después siguió a la enfermera hasta un área de toma de muestras. Mientras la mujer tomaba un tubo de muestras y un marcador especial y empezaba a marcarlo, él se quitó la chaqueta del traje, los gemelos de su brazo izquierdo y arremangó la manga de su camisa hasta sus bíceps. Se sentó en la silla de toma de muestras y colocó su brazo en el reposabrazos de esta, sintiendo sobre sí la mirada de desaprobación de la mujer. Mildred se acercó, en silencio, colocó una banda alrededor de su brazo y tiró fuerte. Rashad apretó los dientes y se preguntó si quería hacerle pagar por sus pecados, imaginarios o no. El leve pinchazo lo tomó por sorpresa y juntó los labios para evitar soltar una exclamación, le parecieron horas el tiempo que se tomó para extraerle la muestra; pensó que le habían sacado litros, pero cuando giró su cabeza para mirar se encontró que era solo un pequeño tubo. La sonrisa de la enfermera era sardónica mientras miraba su expresión sorprendida.

―¿Dolió? ―Y antes de poder responder la mujer agregó―: Imagínese cuántos de estos le hemos sacado a ese pobre niño.

Rashad sintió una puñalada en el pecho al pensar en su hijo, tan pequeño y con tan terrible enfermedad, tan solo y él sin saber que estaba necesitado; apretó los dientes con furia. Sabía que no era el momento de más recriminaciones, pero cada vez que pensaba que tenía un hijo la rabia lo carcomía, nunca le podría perdonar a Sara esa mentira. Por ahora tomaría las cosas con calma, su hijo estaba enfermo y no necesitaba una madre angustiada, pero que no pensara Sara que las cosas quedarían así.

[1] León

[2] Tipo de cáncer hematológico y de la médula ósea que afecta a los glóbulos blancos, es el cáncer más común durante la niñez. Ocurre cuando una célula de la médula ósea presenta errores en su ADN.

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