Matrimonio Contractual: Una Segunda Oportunidad
Matrimonio Contractual: Una Segunda Oportunidad
Por: Bella Hayes
Capítulo 1

Que nadie le diga lo que tiene que hacer a

alguien que ya ha decidido cuál debe ser su destino

                                                                                                                                                          Proverbio árabe

Rashad Abdallah salió del restaurante donde acababa de tomar un almuerzo con su hermano el jeque. Cada vez que Khaliq estaba en Londres los tres hermanos se reunían con la excusa de comer para hablar de sus asuntos. En esa oportunidad había faltado Samir, su hermano pequeño, que era un reconocido médico oncólogo pediatra. No había podido salir del hospital donde trabajaba porque a última hora se le había presentado una emergencia con uno de sus pequeños pacientes.

Después de que Khaliq le contara las últimas noticias de sus amigos y familiares que aún vivían en Arabia Saudí, le preguntó cómo le estaba yendo. En ese momento, Rashad, se dio cuenta de que lo único de lo que podía hablarle era de lo bien que iba el hotel del cual era dueño. No había en su vida una esposa y una familia, ni una prometida, ni siquiera una novia. En los últimos años había tenido una serie de amantes a las que dejaba cuando comenzaban a ponerse exigentes y a pensar que su relación trascendería en una boda.

―Me alegra mucho que te vaya bien con tu hotel —le dijo Khaliq―, pero ¿No has conocido a ninguna mujer con la que pienses que puedas formar una familia?  ¿No has pensado que ya te has divertido lo suficiente y que es hora de que pienses en casarte de nuevo?

―No, aún no encuentro a la mujer apropiada para mí ―respondió Rashad.

―Es difícil encontrarla entre las mujeres que frecuentas. ¿Por qué no vuelves a casa y buscamos una esposa para ti? M preocupa que los años pasan y cada día te veo más solo ―comentó el jeque.

―Estoy bien, hermano, no te preocupes. Me gusta mi vida así, libre y sin complicaciones.

Al terminar el almuerzo Rashad decidió que acompañaría a su hermano a su casa en la ciudad, quería saludar a su cuñada y ver a sus sobrinos. Salieron del restaurante bajo la atenta mirada de los guardaespaldas de su hermano. Los elegantes coches esperaban en la calle para llevarlos a su próximo destino. Khaliq  ya se encontraba dentro del coche cuando se escuchó un alboroto, parte de los guardaespaldas que protegía al jeque lo rodeó. Alerta, y con la adrenalina corriendo por la sangre, Rashad miró a su alrededor para ver cuál era la amenaza a la seguridad de su hermano.

Unos metros más allá, una mujer con una abaya y un hiyab forcejeaba con los hombres que los protegían. Estaba en pánico, gritando que la soltaran. Sus miradas se encontraron y un destello de reconocimiento lo recorrió al mirar aquellos ojos color miel que reflejaban toda la angustia del mundo.

―Soltadla de inmediato ―gritó a los guardaespaldas.

Se acercó al grupo de hombre y miró a la mujer que estaba en el centro sin poder creerlo que veía.

―¿Sara? ―preguntó aún indeciso.

―Rashad, ayúdame, por favor ―pidió la angustiada mujer cubriendo su rostro con las manos.

El jeque se bajó del coche en el momento en que escuchó a su hermano gritar y  ordenó a sus hombres retirarse para darles un poco de privacidad. Se trataba de un asunto familiar dijo al reconocer a Sara. Rashad observó como Sara se volvió un poco para evitar su mirada y se abrazó a sí misma como buscando consuelo. Su cuerpo temblaba por la conmoción de verse repelida por los guardaespaldas, nunca imaginó que actuarían de esa manera por tratar de acercarse a su exesposo. Rezó para no tener un ataque de pánico, no se lo podía permitir, no delante de Rashad. Suficiente desventaja tenía de por sí como para sumarle que él pensara que ella era débil o emocionalmente inestable.

Rashad la miró sin poder ocultar su sorpresa, aunque estaba seguro de que era Sara, su exesposa, no pudo dejar de pensar en lo diferente que lucía de la mujer de sus recuerdos. Esta Sara estaba desaliñada, pálida y ojerosa, se veía como si la vida la hubiese golpeado tanto que apenas pudiese mantenerse en pie.

Sin poder evitarlo su mente volvió a la última vez que la había visto; estaba en su casa en Riad[1], recogiendo las cosas para marcharse, cuando Sara entró a su habitación.

―¿Es definitivo?, ¿te vas? ―inquirió mirándolo con rabia.

Rashad giró para mirar a su esposa, Sara era muy joven, solo tenía diecinueve años, por lo que sus facciones todavía eran un poco aniñadas. Era alta para ser una chica árabe, y eso le gustaba porque no tenía que bajar mucho su cabeza para tomar esos labios voluptuosos en un beso. Sus largos cabellos negros le caían hasta la estrecha cintura, su piel tenía la perfección y el brillo de la juventud. Sus ojos de color miel eran grandes y bonitos, sus cejas arqueadas y largas pestañas le daban un toque de muñeca. Su rostro era ovalado, acompañado de una pequeña nariz respingona y un mentón redondeado. Su mirada bajó a sus senos, eran voluptuosos y del tamaño justo de sus manos. Irritado, se dio cuenta de que comenzaba a excitarse como siempre le ocurría al verla.

Sus ojos volvieron a su rostro, tenía que enfocarse en su objetivo que era marcharse de allí

―Sí, Sara, estoy harto de este matrimonio, quiero ser libre y disfrutar de la vida, sabes que no quería casarme tan joven, si lo hice fue por el contrato que mi padre firmó con tu tío. Ahora que mi papá murió, mi hermano Khaliq, el nuevo jeque, me dio la autorización para divorciarme de ti. Tu tío como jefe de familia ya lo sabe y se lo comunicó a tu padre, y como ni siquiera has sido capaz de dame un hijo no les quedó otra opción más que aceptar mi decisión.

Su mirada la esquivó, le daba un poco de vergüenza dejarla para irse de fiesta, pero casarse con ella no fue su elección, por lo que sin importarle nada más continuó recogiendo sus cosas.

―¿Acaso me dejas por no haberte dado un hijo? ―preguntó con voz rota.

―No, te dejo porque no quiero ser un hombre casado y tú lo sabes. Si tuviéramos hijos quizás me lo pensaría, pero si nuestra unión no ha sido bendecida con niños es preferible que nos separemos.

―Nunca pensé que me dejarías por no haberte dado un hijo…

―No entiendo por qué te sorprendes de mí decisión, sabes bien que nuestro matrimonio es un desastre, yo no te amo y tú me odias. Solo nos entendemos en la cama, el resto del tiempo vivimos como perros y gatos, en una pelea constante.

―Márchate entonces, Rashad, no quiero a mi lado a un hombre sin honor…

―¡No te atrevas a cuestionar mi honor, Sara! Me voy porque prefiero ser un hombre libre que estar casado con una mujer como tú.

―¿Ahora la culpa de tu falta de hombría es mía?

―No me falta hombría, a ti te falta aceptar tu lugar como mujer, crees que puedes controlar mi vida, eres caprichosa y de paso estéril.

Sara se echó para atrás como si la hubiera golpeado.

―¡Te odio, Rashad! ―gritó con rabia ―lárgate como lo que eres, un miserable cobarde, espero no tener que verte más nunca en lo que me queda de vida ―terminó su oración con voz rota antes de girarse y salir de la habitación.

Rashad regresó al presente cuando Khaliq le tocó en el brazo para señalarle que la prensa tomaba fotos, no podían acercarse porque los guardaespaldas del jeque los contenían. Observó a Sara, que procuraba esconderse de la prensa usando sus manos para tapar su rostro. Quería decirle que cuanto más se ocultara más interés despertaría en los reporteros, pero pensó que no era el momento de ponerla más nerviosa.

Doce años habían transcurridos desde la última vez que la vio, por ello, no podía dejar de mirarla tratando de encontrar a la joven que conoció. Esa mujer que lo miraba con miedo era una desconocida para él. Estaba envejecida a pesar de solo tener treinta y un años. Tenía profundas ojeras púrpuras, líneas de expresión marcadas alrededor de los ojos y frente, y estaba tan delgada que los huesos de la cara se marcaban dándole un aspecto cadavérico. ¿Qué demonios le había pasado a Sara para que luciera de esa manera? No podía imaginarlo, pero si de algo estaba seguro era de que lo averiguaría.

[1] Capital de Arabia Saudí.

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