Corazón de un Hada

El frío había descendido mucho más que en el reino de las hadas, la noche era oscura y hasta algo tenebrosa. El sonido de algunos animales rugía al mismo tiempo que el viento congelado jugaba con las hojas de los árboles. Albuz apareció con Rosseta de la nada sumergidos en una nube oscura y espesa que obligó a la naturaleza a callarse.

Rosseta miró al alrededor y no pudo evitar envolver los brazos en su delgado cuerpo por el intenso frío. Alzó su mirada y observó el palacio del Mago que flotaba en el aire a unos diez metros de altura. La estructura era de piedras y rocas negras con adornos que daban miedo de tan sólo verlo. Sobre el techo, un gran ojo que todo lo ve se encontraba vigilando. Albus elevó una vez más el bastón, Rosseta asustada por verlo casi desaparecer en su magia, le dijo desesperada.

- Espere, yo no puedo volar. No podré subir hasta el palacio.

- Es tu problema. – respondió con una voz profunda y molesta, la miró con sus ojos negros penetrantes emitiendo más miedo del que ya daba. – Si a tu padre no le importabas, a mí peor. No me importa tu salud ni tu bienestar, no me importa una simple Hada. Por mi puedes morirte, pero no ahora, será cuando yo lo diga, eso lo vas a tener en mente de ahora en adelante. Hasta entonces, pronto te diré como me vas a servir y cómo me pagaras. – la tomó del mentón con fuerza, hundiendo sus ojos en los de ella y dijo con frialdad. – puedes dormir en cualquier parte menos en mi palacio, eso ¡Nunca! Te acercas y termino de una vez por toda con tu m*****a existencia. – la soltó de golpe y con algo de repulsión. Dejó de verla, elevó el bastón una vez más y desapareció, dejando a Rosseta sola en la fría noche y oscura, donde hasta la luna se escondía de miedo.

Ella respiró desanimada, jamás en su vida sintió tanto frío como el que sentía ahora. Con sus ojos claros buscó refugió en el jardín. Con la poca luz que existía pudo visualizar un árbol, dentro del árbol había una tipo cueva. Podía pasar la noche ahí y calentar su cuerpo. Se refugió dentro y con la ayuda de una gran hoja que cortó del árbol la utilizó como abrigo, pero parecía no servir el viento entraba como dagas en su cuerpo.

Se sabía que cada hada que llegaba al mundo nacía con un don heredado por la naturaleza. Rosseta jamás supo cuál era el suyo. Sus manos estuvieron atadas por mucho tiempo que le impidió rebelar su magia como correspondía. Nunca lo intentó, era un Hada que carecía de alas y poderes, quizás un fenómeno en todo el reino. Observó el cielo escaso de luz y dijo en surruros.

- Al menos no estoy encadenada. – agradeció y se abrazó con fuerza para después cerrar sus ojos y dormir tranquila sin las cadenas que quemaran su piel.

Un silbido por la mañana más el agradable sentir de unas patitas caminar por su cuerpo, hizo que Rosseta despertara. Abrió sus ojos con lentitud y observó la hermosa mañana que había posado en el bosque. Era todo lo contrario de la noche, animales correr, volar e incluso nadar se podía visualizar hasta donde sus ojos alcanzaban. Además, había sol, el sol que fue negado para ella desde muy pequeña. Con algo de miedo estiró su brazo hasta para poder sentir lo que hacía. Tuvo miedo al principio cuando presenció una ligera calidez en su piel, pensó que iba a quemarla y se camufló en el árbol. Pero al ver como los animales paseaban sin temor, volvió a intentarlo. Cerró sus ojos, respiró y estiró la palma de su mano. Esta vez fue todo lo contrario, el sol prometía abrigarla. Muy lentamente decidió salir del refugio hasta que todo su cuerpo estuvo fuera y cubierto por aquella manta amarilla que calentaba su cuerpo.

Sonrió, estiró sus brazos a los costados y empezó a dar vueltas, mientras sus cabellos jugaban al ritmo del viento y observaba el cielo despejado. Por primera vez estaba en la primavera y le encantó el placer que sentía. Observó un hermoso azul que encontraba en las alturas, muchos colores por las flores y rosas que adornaban el bosque, animales de todas las especies y no sólo eso, también sintió el césped fresco y verdoso entre sus pies descalzos. No lo pensó dos veces y rodó por el suelo sin parar de reír como una niña que descubría algo fantástico.

En lo alto del palacio, detrás de las ventanas de cristales que asemejaban ser escudos de protección, estaba Albuz observando toda la zona como cada mañana. Sus ojos se concentraron en aquella chiquilla que no paraba de rodar por el césped y reír divertida ensuciando todo su cuerpo. Arrugó el entrecejo y bufó despreciando aquellos modales irrespetuosos. Por más que intentaba vigilar todo el bosque como de costumbre, le era imposible, Rosseta obligaba que lo mirara en contra de su voluntad.

- Amo. – escuchó la voz de Casandro. Un joven elfo, delgado, de tez blancas, cabellos largor de color blanco que llegaban hasta la cintura, ojos azules como el cielo, rasgos finos y orejas puntiagudas, y quien estaba a disposición de Albuz. – los elementos para el conjuro están completados. – dijo observando a Rosseta. – sólo falta saber la ubicación.

Albuz asintió serio ante sus palabras, dejó de verla y entró al despacho hasta tomar asiento.

Se le habían encomendado tres elementos sustanciales para su gran hechizo que lo convertiría en el mago más poderoso de todo el mundo. La esfera de cristal así lo rebeló; Uno, el dedo índice junto al anillo de Tiroch, un hechicero dedicado a la magia negra y arrebatador de almas; dos, la cabeza junto la cadena de Melfitis, un mago tirano, pero bruto dedicado a formar alianzas enemigas, y tres la más importante de todas; el corazón puro e inocente de un hada.

Sentado, mientras observaba a Rosseta siendo proyectada en la esfera de cristal, quien era el último elemento para completar con su conjuro dijo facinado y deseoso.

- Su corazón es poderoso. – movió sus dedos imaginando tenerlo entre sus manos. – en cuanto sepa dónde está Grindelwald, se lo quitaré.

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