Prisionera del Mago
Prisionera del Mago
Por: Selena Zambrano
Eterno invierno

En lo más alto de la torre, tras los barrotes y el frío intenso por el invierno eterno, estaba Rosseta tratando de no sentir dolor, ardor o frío, mientras sus extremidades estaban atadas a cadenas de bronce que quemaban sus tobillos y muñecas. Como hada, todo metal la lastimaba hasta el punto de quemar su piel.

- Hasta que el invierno termine. – repetía una y otra vez esas palabras. – hasta que el invierno termine. – si el invierno daba su a fin, Rosseta sería libre de las cadenas, eso le dijo su padre cuando la encerró. – Tú puedes Ross, tú puedes. – dijo débil, cansada y sedienta, luchando por sobrevivir como lo había hecho por dieciséis años.

Todas las noches subía una sirvienta a alimentarla y curar de las heridas ocasionadas por las cadenas. Era una perdida de tiempo, cuando lo hacía volvía a encadenarla por orden de su rey y las cicatrices volvían una y otra vez. No era sanación, era una eterna agonía que nunca terminaba, era su castigo por matar a su madre.

Las alas habían sido arrancadas de su cuerpo desde pequeña sin contemplación, convirtiéndose en una simple hada que jamás iba a volar y que jamás iba a conocer la luz del sol.

El rey decidió encerrarla desde que nació en un calabozo tras la muerte de su esposa. El sexto parto fue complicado, esa noche sólo una sobrevivió y esa fue Rosseta.

- Su majestad.- habló la partera sosteniendo una bebe recién nacida en sus brazos. – es una niña.

El rey ni siquiera la vio, su mirada estaba concentrada en la reina, quien yacía inmóvil con el rostro palido y sin vida sobre la cama.

- Aléjala de mi vista y enciérrala donde no pueda verla. – fue una orden, la más cruel de todas.

La partera asintió con pesar y llevó a la bebe al final de la torre. Era muy pequeña, no iba a resistir a las bajas temperaturas del invierno e iba a morir de hambre. Pudo convencer al rey de llevar a un hada, quien recién había dado a luz para que alimentará de la pequeña.

El rey lo pensó y aceptó con la finalidad de hacer de su vida un calvario. Arrebataría hasta la última gota de vitalidad de Rosseta hasta que llegara su hora de morir. Iba hacer que se arrepienta por haber nacido.

Una vez al día, iba el hada a alimentarla hasta que Rosseta tuvo la edad suficiente de ingerir alimentos sólidos. Padecía sola dentro de cuatro paredes donde el frío se sumergía hasta penetrar sus huesos y la oscuridad la acompañaba.

En el cumpleaños número tres le arrancaron las alas por orden del rey. Cuando cumplió cinco, fue encadenada, sintiendo el agobiante fuego quemar en su piel. Y en su cumpleaños número doce como regalo, el rey le mando a beber un brebaje que la dejaría estéril, con eso extinguiría la descendencia de Rosseta.

- Sólo bebe uno. - dijo la sirvienta enseñando dos frascos. Ella le dio la posibilidad de elegir a espaldas del rey. - uno tiene la pócima de dejar infertil, el otro es agua. Ambos tienen el mismo sabor y mismo color, pero sólo uno es el correcto o incorrecto. - los dejó en el suelo, caminó hasta salir de la celda, sin antes dejarla bajo llave y se marchó. Era decisión de Rosseta.

Rossera observó los dos frascos, ambos similares. Definitivamente estaba decidida a nunca ser madre, no iba a condenar a un hijo fruto de su vientre a ese calvario de sufrimiento. Sin pensarlo dos veces, bebió ambos, asegurando el no futuro de un bebe.

Desde entonces ha sido obligada a padecer en cadenas y barrotes rodeada por el sufrimiento, pero manteniendo la esperanza de que pronto el eterno invierno llegara a su fin y ella pueda salir del calvario al que había sido enviada y sentir la primavera en su piel como siempre lo había soñado.

Sentada en el sucio suelo abrazándose así misma, mientras su piel se quemaba por el metal y sus huesos se dolian por el frío abrazador, escucha pasos acercarse. Era la misma y única sirvienta que siempre la visitaba, ni siquiera sus cinco hermanas se atrevían a ir. No tenían compasión por ella, también la culpaban por quedar huérfanas.

La sirvienta caminó donde ella, sacó las llaves que guardaba en el bolsillo y la liberó de las cadenas.

- No es de noche. – Rosseta habló con una voz cansada, ni siquiera podía tocar las muñecas o tobillos, tenía que esperar hasta que la sirvienta la curara con aguas de hiel y sales que quemaban como un el fuego.

- Hoy se termina el invierno. – habló y ofreció agua para que bebiera. Luego tomó las manos de Rosseta y empezó a curar. Ella mordió sus labios al sentir la hiel y sales entrar en su carne viva, era la peor parte. Ya tenía que estar acostumbrada, pero cada vez se volvía mas difícil, era como si le pusieran un ingrediente más amargo que otro. – el rey y hermanas esperan verte. – dijo, mientras limpiaba.

- ¿Hoy saldré? – preguntó emocionada olvidando por completo aquel espantoso dolor.

La sirvienta asintió con algo de pesar, su mirada era lo contrario a estar feliz. Terminó por quitarle aquel sucio vestido hecho por prendas de rechazos y bañó su cuerpo con trapos húmedos hasta limpiar la piel. Le hizo una trenza en los cabellos amarillos, adornó con algunas flores, le dio un nuevo vestido de color blanco con ligeros despliegues al final y zapatillas negras.

- Póntelo, el rey espera.

Rosseta por primera vez en su vida tenía algo nuevo, encantada se lo puso y bajó con ella hasta donde la esperaban. Mientras lo hacía observó el palacio de las hadas. Un lugar que antes de la maldición del mago, escondía dentro un hermoso bosque con las más perfumadas flores y estrabagantes criaturas, ahora está marchito, frío y oscuro. Caminó hasta llegar a lo que era un salón, ahí sentado en el trono estaba el rey Constantino, rodeada de sus cinco hermanas con las alas en alto. Hermosas Hadas con las ropas más elegantes y peinados exóticos. Cada una con un color diferente representando a los poderes otorgados por la naturaleza. En cuanto la vieron entrar dejaron de sonreír. Pero había alguien más, un hombre de al menos 28 años, su piel blanca, que se escondían bajo las ropas oscuras que lo cubrían de pies a cabeza, mirada penetrante que provocaba miedo, de ojos negros como la noche profunda y vacía, descalzo, cabellos largos color negro azabache y semiondulados. En el dedo anular se ubicaba un gran anillo con una hermosa piedra, mientras que su mano sostenía un bastón con un diamante oscuro al final, la fuente de su poder.

Rosseta decidió caminar hasta acercarse a ellos e hizo una reverencia sin hacer contacto visual.

- Feliz cumpleaños número dieciséis, Rosseta. – dijo el rey Constantino sin despegar su mirada de ella. – te prometí que saldrías en cuanto el invierno termine y cumplo con mi palabra. – sonrió y volvió a decir feliz. – Eres la ofrenda para ponerle fin a este frío invierno. Hoy dejas este reino, hija mía, para ir a vivir con Albuz, quien se encargará de ti de ahora en adelante y nos devolverá la primavera.

Rosseta se quedó fría por las palabras del rey. Abandonar su hogar era un sueño, pero no sabía que había más allá de ese sueño a lado del mago. Simplemente asintió con su mirada ante las palabras de su padre, aceptando la petición.

El rey también asintió y se dirigió al mago.

- Ahora cumple con tu palabra Albuz, libéranos del invierno que yo ya te di a mi hija como lo querías.

Albuz levantó el bastón por los aires, ni siquiera habló. Un gran rayo oscuro salió disparado por los cielos, desvaneciendo la nieve y finalmente los liberó del eterno invierno, donde el sol hacia su presencia a igual que la primavera.

- Cumplí mi palabra. – la voz de Albuz fue un estallido de lamentos para todos. – ahora me llevo a tu hija y nunca la volverás a ver.

- Hazlo, hazlo pronto. – dijo el rey sonriendo por ver el regreso de la primavera. Miró a Rosseta y le habló como una despedida, ya que no iba a verla nunca más. – Deseo de todo corazón que tengas una vida corta. Sabrás que yo fui más piadoso contigo de lo que él lo será.

Rosseta una vez más se quedó en silencio. Si su padre hablaba de ser piadoso con ella, no imaginaba su nueva vida a lado de Albuz. Caminó sin mirar a su familia que estaba feliz porque se iba y se detuvo cuando estuvo a lado del mago.

Albuz observó serio a la simple Hada que le habían dado como ofrenda. Respiró con fuerza y con una voz desgarradora donde se podían escuchar los mil infernos le dijo despiadado.

- Tu sufrimiento apenas esta empezando. – alzó una vez más el bastón por los aires y ellos desaparecieron, dejando un humo espeso en su ausencia.

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