1: La promesa

Todos en aquella ceremonia celebraban nuestro matrimonio. Pasaban uno a uno a felicitarnos, como si fuéramos una pareja demasiado feliz, sin embargo, eso estaba demasiado lejos de la realidad, Carl y yo ni siquiera éramos una pareja, él me había comprado…él les había pagado a mis padres por mí.

Es para todos bien sabido, que un hombre de tal posición necesita una esposa. En los juegos de los hombres poderosos, una buena reputación lo es todo. Y yo, hija de la importante familia Roche, ligada a la familia real pues mi abuelo fue un importante hombre, el conde Roche, título que, por supuesto, mi padre ha heredado, pero que en realidad tiene poca importancia cuando no se tiene el dinero suficiente para hacer honor al título. Yo, soy la condesa actual, y este hombre que me sonríe como si hubiera tomado la joya mas preciada de la corona, me desea desde hace años.

Hubo un tiempo en que el importante Vizconde Carl Renfield, mi odiado ahora esposo, fue un niño como cualquier otro. Nos conocimos en una cálida mañana de primavera en los jardines de la mansión de mi abuelo. El, huérfano de padre y madre, había quedado bajo la institución y protección de mi amado abuelo, pues el entonces infante, era el heredero del titulo real. Éramos solo un par de chiquillos entonces, entregados a sus juegos alegres de tierna infancia. Alguna vez, ambos creímos que creceríamos para casarnos y ser esposos, sin embargo, luego de que el traicionara a mi familia, aquel amor que le tuve se transformó en odio y desprecio.

“Algún día vas a ser mía”

Recuerdo que me dijo aquello como una endemoniada promesa que me sonó como una amenaza el día que rechace casarme con él. Tenia apenas 20 años entonces, y el, llego con una petición de matrimonio y un anillo que, supuestamente, había pertenecido a su madre. No pude perdonarlo por haberse hecho a la mala con la fabrica que perteneció a mi abuelo y luego a mi padre, y me burlé de su propuesta.

“Nunca seré tu esposa, eso será solo hasta que los sapos vuelen”

Le dije muy segura de mi misma, y ahora estoy aquí, tragándome mis palabras junto al pastel de bodas mientras veo a los invitados felicitar a mi padre por mi matrimonio con tan importante hombre.

“No tienes mas opción, debes de casarte con Renfield para salvarnos de la ruina”

Las palabras de mis padres aun me taladran el cerebro, pues ellos me sacrificaron por el bien de su comodidad.

La boda termino, y ahora, estoy en esta habitación en la mansión Renfield, quitándome el disfraz de novia para prepararme para dormir. Estoy segura de que, en cualquier momento, ese hombre entrara por esa puerta para reclamarme como su trofeo y regresarme todas esas humillaciones que le hice por despreciarlo tanto. Y, como si me hubiera leído la mente, escuché toquidos en la puerta y luego lo vi entrar en la habitación. Su cabello es tan rubio como recordaba que era, y sus ojos tan verdes que parecían presagiar tormentas, me prometían un infierno para hacerme pagar por mis pecados.

—Veo que ya estás lista para la cama, aunque esperaba un atuendo mas provocador —

Me dijo mientras me miraba ya ataviada en mi pijama de seda blanca.

—Yo no voy a disfrutar de lo que sea que me hagas Renfield, así que puedes tomarlo o despreciarlo — le respondí de nuevo desafiante y el tan solo me miro con un deje de desprecio.

—Dormiré en mi propia habitación Anastasia, no tengo interés en tocar a una mujer que no me desea, además, te lo aseguro, serás tu quien busque el calor de mi cama buscando consuelo a tus noches de soledad —

Me dijo de manera tan arrogante, que en ese momento sentí el deseo de callar su boca y cerrarla para siempre.

—Ja, eso ni soñarlo Renfield, yo no te deseo y no te voy a desear nunca, prefiero la compañía de la soledad a la tuya, te odio tanto que nunca te perdonare por lo que hiciste — le dije furiosa.

—Quizás, un día tu mente termine de comprender, que fue el deseo de tu abuelo dejar esa empresa en tus manos. Si la hubiera dejado en las manos de tu padre, ahora mismo de su legado ya no quedaría nada mas que recuerdos, pues el derroche de tu padre y madre, fue lo que los dejo en la ruina, no puedes culparme de eso —

El me dijo aquello, y aun cuando en parte sabía que eso era verdad, no creería jamás que mi abuelo prefirió dejar su legado en sus manos en lugar de las mías, sé que el jamás habría hecho eso.

—Se que mientes, mi abuelo jamás me dejaría fuera de su herencia, tu te aprovechaste de el y lo convenciste de dejar todo en tus manos, no eres mas que un ladrón disfrazado de noble — le asegure mientras lo desafiaba.

El solo suspiro, y luego, se acerco hasta a mi para acariciar uno de mis mechones de cabello. Yo retrocedí, no quería que me tocara.

—Un día, prometí que te amaría por siempre, a tu abuelo le jure que cuidaría de ti a pesar de que me odiabas, y un día, Anastasia, recordaras lo mucho que tu me amas tambien, y te entregaras a mí por completo —

Me dijo aquello con un aire de tristeza, y luego, me beso con suavidad en los labios. De nuevo me aparté, y me reí en su cara.

—Eso no pasara jamás, y un día serás tu el que lo entienda — le respondí aun cuando aquel beso, fue suave, como aquel que una vez nos dimos en la inocencia de la niñez.

Carl ya no me respondió nada, y tan solo salió de la habitación en la que yo dormiría…en la que yo sería su prisionera.

Esa noche llore, llore tanto por mi cruel destino, forzada a ser por siempre la esposa de un hombre al que yo odiaba y que me había comprado. Llore recordando la dulzura del abuelo al que ya no volvería a ver nunca más. Llore por mí, por el infierno al que me habían condenado. 

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