Yo los declaro: Marido y mujer
Yo los declaro: Marido y mujer
Por: AnonimoLiterario
Prologo

Si algo era realmente seguro, era que Carl Renfield, era un hombre demasiado egoísta y caprichoso, tanto, que sin duda alguna siempre se salía con la suya. Sentía las miradas a mi alrededor, todas ellas juiciosas, una que otra maliciosa y unas pocas mas con demasiada lastima, y todo aquel remolino de sentimientos, iban dirigidos hacia mi persona.

Por supuesto, una novia siempre era el centro de atención de todas las miradas en el día de su boda, y el blanco vestido de princesa que llevaba, gritaba a todas luces que yo lo era, una hermosa novia que fingía una sonrisa en el que, se suponía, era el día mas feliz de mi vida, sin embargo, todo aquello no era mas que una farsa, una farsa bien hecha planeada por ese hombre que, arrogante, me esperaba en el altar de la iglesia. Podía verlo allí, de pie, esperando casi impaciente mi llegada, con aquella sonrisa que yo aborrecía tanto y que despreciaba mas que a nada en el mundo. Ese hombre, había logrado comprarme, mi padre y mi madre, me ofrecieron a el a cambio de salvar sus propios intereses sin importarles lo mucho que lo desprecio. Ahora, finjo esta sonrisa que le dedico a todos los presentes que me miran marchando a mi danza fúnebre.

Escucho la voz del sacerdote, que recita esa absurda promesa que promete un felices para siempre, pero yo, no seré feliz nunca, no mientras me mantenga al lado de este hombre que ha tomado mi mano y me mira con una maligna devoción.

“Hoy yo, Carl Renfield, uno mi vida a la tuya, no solo como tu marido, sino como tu amigo, tu amante y tu confidente. Déjame ser el hombro en el que te apoyas, la roca sobre la cual descansan, el compañero de tu vida. Desde este día caminaré junto a ti…

Escucho esas palabras, las cuales me llenan de una dolorosa amargura, y entonces, las recito idénticas mientras sus ojos verdes esmeralda me miran fijamente, por supuesto, aquella promesa que acabo de hacer, la hago con la mas profunda tristeza y sin intención de cumplirla y sé que él lo sabe.

Me ha besado los labios en un beso que no he correspondido.

“Los declaro marido y mujer”

El sacerdote nos ha casado. Desde este día, yo, Anastasia Roche, me he convertido en la esposa de Carl Renfield, el hombre más rico, poderoso e influyente de Inglaterra. Sin embargo, este matrimonio no es mas que una mentira. He firmado un acuerdo, uno que me convierte en la esposa de este hombre al que tanto aborrezco durante lo que me reste de vida, un acuerdo que las circunstancias adversas me obligaron a aceptar y que me llena de tanta desdicha y desesperanza como a un desahuciado a quien le dicen que le queda poco tiempo de vida.

En medio de aquel elegante y exclusivo salón de fiestas, bailo con mi ahora esposo sin desear mirarle a los ojos.

—Anastasia, mi hermosa Anastasia, al fin eres mía, como me he prometido. Una vez me dijiste que jamás podrías amarme, que jamás podrías perdonarme por lo que he hecho, y ahora, aquí estas, bailando conmigo este día en que te he convertido en mi esposa, este día en que he cumplido mi promesa —

Miro hacia todos lados menos hacia sus ojos odiando aquellas palabras que me ha dicho, he notado el como aquellas mujeres me observan, llenas de celos y envidia. Por supuesto, a los ojos del mundo, el honorable señor Renfield era un sueño. Elegante y refinado como ninguno, hermoso como un dios griego. Su cabello era dorado como los rayos del sol, sus ojos tan intensos y verdes como las esmeraldas, su rostro de hermosas facciones masculinas de 1.85, su inteligencia y sagacidad, además, lo volvían un hombre perfecto. Era el dueño de la multinacional más importante y contaba con una variedad de empresas en el extranjero. Apuesto, millonario, magnate de negocios y un hombre brillante, el sueño de cualquier mujer…menos el mío.

—Jamás te amare Carl Renfield, jamás — le he dicho con certeza y con aquellas palabras mis ojos azules enfrentan a los verdes suyos que me miran con macabra adoración.  

El tan solo ha sonreído al escuchar aquellas palabras salir de mis labios. Sin decir una palabra más, bailamos tomados de las manos, mientras fingimos sonrisas de falsa felicidad de recién casados.

Hace ya tantos años, fue la primera vez en que lo vi, y, en ese momento, me pareció el mas refinado caballero y el príncipe soñado, sin saber que sus acciones e intereses, dejarían en la ruina a mi familia para ensalzar a la suya, dejándonos sumergidos en la desesperación más profunda, cosa que el debilitado corazón de mi querido abuelo, no pudo resistir y que lo llevo a un lugar en donde jamás pude alcanzarlo.

Veo los rostros de mis padres, con aquella sonrisa marcada que solo el saber que han salido de la ruina les podría regalar. Ellos, acostumbrados a vivir a todo lujo y extravagancia, gastaron hasta el último dólar de las cuentas del abuelo, para no perder el lujoso estilo de vida al que estaban acostumbrados.

“Debes de casarte con este hombre, salvar a tu familia de la ruina, de lo contrario, no tendremos más remedio que vender la fábrica que con tanto amor y sacrificio levanto tu abuelo, y que fue su ultima voluntad dejar en tus manos una vez que tuvieras un marido. Debes hacerlo por el”

Mis amorosos padres no me dejaron otra opción, aceptaba a este hombre despreciable, o aquella fabrica a la que mi amado abuelo dedico su vida entera, caería en las sucias manos de alguien que no sabría valorar todo lo que el hizo, y, por supuesto, que no permitiría aquello, no podría jamás que el legado de mi abuelo se perdiera.

—No tienes que amarme, sin embargo, serás mía por siempre, así que será mejor que termines por aceptarlo —

Sus palabras me enferman. ¿Aceptarlo? Eso jamás, yo, levantare la fabrica de mi abuelo una vez más devolviéndole su vieja gloria para librarme de este matrimonio contractual que me pesa el alma.

—Grandes palabras para un hombre que compra una esposa, nunca seré tuya Renfield, aun cuando hayas pagado un precio por mí, nunca te perteneceré — digo mientras sonrió y le miro fijamente a sus ojos verdes.

Sin decir una palabra, ambos nos desafiamos con la mirada sin ceder al otro. Somos marido y mujer, enemigo y enemiga.

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