𝓝𝓸 𝓵𝓸 𝓱𝓪𝓰𝓪𝓼

Me encontraba en la ciudad de Nueva York.

Mi rubio favorito estaba terminando su gira por el país, lo había acompañado a todo lo que pude, ya que era la única forma de verlo.

Me aprendí a la perfección las coreografías y me di el tiempo para que Ryan, el nuevo guitarrista, me enseñara lo básico del instrumento. Era un excelente profesor y con una paciencia única.

Todos los días me daba clases de una hora en el horario de almuerzo, pero de esa hora usábamos, con suerte, treinta minutos, porque el resto del tiempo era para reírnos y burlarme de su cabello, el cual, según yo, estaba muy mal cortado y según él, era un corte carísimo que estaba a la moda.

Sus grandes ojos marrones hablaban mucho de él, ya que se reía con ellos. Cada vez que teníamos un tiempo nos mofábamos de Renato, quien pasaba todo el día gritando y mandando a su equipo.

Esa parte del día era la mas entretenida, siempre fue un poema verle la cara cuando lo imitábamos.

Trataba de olvidar todo lo que había ocurrido haciendo y aprendiendo cosas nuevas. La historia para mí había quedado tan confusa e inconclusa que era imposible no hacerme constantes preguntas sobre el tema.

Los psiquiatras decían que caí en un estado de shock y que mi mente podría haber hecho su propia película.

Preferí quedarme con esos análisis de los profesionales, ya que estaba tranquila y por casi un año no supe nada más sobre el tema.

Nicholas terminaba su último concierto en la ciudad y, para nuestra suerte, tenía una contratación en Las Vegas, así que podríamos disfrutar de nuestro hogar nuevamente por algunos meses.

Extrañaba nuestros tiempos, porque aunque estuviésemos en el mismo lugar físico, nos veíamos muy poco.

Todas las noches llegaba sola al apartamento de Nicholas y me sentía vacía sin él. Era tan grande que podrían haber vivido tres familias en ese lugar. Los ventanales me proporcionaban  una bella vista de Manhattan, en donde me quedaba por horas esperándolo para poder irnos a la cama juntos, pero muchas veces eso no ocurría.

La vida social y todo lo que una gira implicaba hacían que fuera difícil.

Decidí hacer algo por mí y aprovechar mi último día en la ciudad. Mi famoso llegaría temprano y quería sorprenderlo, así que mientras estábamos sentados en el piso con las guitarras, practicando junto a mi profesor, le pedí a Renato que detuviera un rato su trabajo y que me ayudara.

—Em, te conseguiré hora con el mejor estilista de Nueva York.

De inmediato Ryan, en tono burlón, respondió:

—Yo puedo darte el dato de mi estilista. —Sonrió, sabiendo perfectamente cuál sería mi reacción.

Fue muy divertido ver la cara de preocupación del italiano, quien de inmediato interrumpió diciendo:

—¡Por ningún motivo! Queremos que los dos tórtolos hoy en la noche hagan fuegos artificiales, no que nuestro jefe salga arrancando cuando la vea y que, de paso, nos despida por convertirla en la versión moderna de la princesa Fiona.

Los tres reímos y Ryan le respondió:

—Para convertir a esta mujer en Fiona necesitarías mucho más que un mal estilista. —Se quedó mirándome fijamente.

—Cuidado, Ryan, aquí solo yo podría decirle cosas bellas a esta mujer, porque todo el mundo sabe que no me gustan. Recuerda que tiene dueño. Mantente lejos donde no te enfríes y cerca donde no te quemes —advirtió, mostrando su dedo índice.

El ambiente se había puesto hostil y yo no sabia que responder, así que solo actúe levantándome del piso en donde me encontraba sentada.

—Renato, por favor, no olvides llamar al estilista.

—Tranquila, Em, ya está hecho —dijo mientras tecleaba la mensajería de su teléfono.

El resultado después de tres horas había sido impresionante, ni yo habría imaginado verme así de bien. Me aclararon el cabello, me pusieron extensiones y depilaron mi cuerpo por completo.

Regresé al apartamento y preparé la cena. Puse una bonita mesa y me fui a vestir. Tenía un vestido color negro, muy corto, con un escote que dejaba muy poco a la imaginación, era cosa de sacar un broche para que todo quedara al descubierto. Renato me había asegurado que ese vestido lo dejaría con la boca abierta.

Estaba completamente depilada, me sentía algo extraña, solo esperaba que el sufrimiento de ese momento valiera la pena y que a Nicholas le gustara.

Me saqué una fotografía frente al espejo y le envíe un W******p a Renato para que me diera su opinión.

De inmediato obtuve su respuesta:

«Te transformarán en matemáticas.»

«¿Por qué? No entiendo lo que me dices.»

«Sumarás una cama, te restarán la ropa, te dividirán las piernas y reza para que no te multipliques, porque estás para que te hagan mellizos.»

Como siempre, me hizo reír a carcajadas.

Eran las doce de la noche y aún no llegaba, lo llamé por teléfono una y otra vez y no contestaba.

Le pregunté a Maritza, su representante, quién me dijo que pronto se iría a casa, porque estaba terminando una reunión.

Tomé la guitarra roja, me senté en el sofá y empecé a tocar Palace de Sam Smith mientras miraba el fuego de la chimenea. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, pero mi corazón saltó cuando escuché a mi voz favorita cantándola.

La canción terminó y me dijo:

—Hola, hermosa, por fin tenemos un tiempo para nosotros. —Caminó, hasta quedar en frente mío. Se agachó para besarme y sonrió como siempre lo hacía. Me derritió por completo—. Lamentó haber llegado a esta hora.

Dejé la guitarra y me levanté del sofá.

—¡Wow! Te ves hermosa. —Me miró de pies a cabeza.

Por su expresión y lo que noté en su pantalón supe de inmediato que había cumplido mi objetivo, pero quería hacerlo esperar, así que lo invité a comer.

La cena estaba deliciosa, hablamos un poco del día, pero no pudimos terminar ni la comida ni mucho menos la charla, ya que Nicholas la interrumpió.

—Lo siento, Emilia, pero no aguanto más. —Se levantó de la silla, tiró los platos y lo que quedaba de la cena, me levantó de mi silla y me sentó sobre la mesa.

Abrí mis piernas para que él se incorporara en el medio de ellas. Nos besamos y como por arte de magia, el broche de mi vestido se abrió, dejándome con los pechos al descubierto.

Podía sentir su erección entre mis piernas, me tenía tan excitada que solo quería que se bajara los pantalones y me penetrara de una vez, pero como es un dios del sexo, se hizo esperar.

Me besó los pezones, tirando una y otra vez de ellos, mientras sus manos me levantaban la falda del vestido, el cual terminó acomodado en mi cintura. Quedé completamente expuesta, esperando por él. Me sentía enamorada, extasiada y desesperada, porque mi cuerpo pedía cada vez más. Sus dedos llegaron a mi sexo.

—¡Em, eres deliciosa! Me encanta —dijo, al darse cuenta de que estaba cien por ciento depilada.

Sus dedos empezaron a hacer  movimiento circulares en mi clítoris.

Estaba a punto de estallar en mil pedazos, pero paró, se bajó la cremallera del jeans, sacó su miembro y me penetró.

Su pene me enloquecía. Arqueé la espalda y con mi mano derecha seguí haciendo los movimientos circulares en mi clítoris mientras él me penetraba. Yo sabia que le encantaba que me tocara y eso me excitaba aún más porque podía sentir que su polla se ponía aun más dura. 

—Vamos, Em, déjate ir —susurró.

Mi orgasmo tiene que haberse escuchado hasta China, porque no pude aguantar la liberación del gemido más grande que había tenido en mucho tiempo.

Necesitábamos volver a darnos tiempo, el trabajo de Nicholas lo estaba absorbiendo tanto que nos habíamos olvidado de ser nosotros mismos.

Nos sentamos en el sofá, completamente desnudos, abrazados, mirando el fuego, hasta que me dormí.

Sentí cuando me tomó en sus brazos. Me llevó a nuestra habitación y con cuidado me dejó en nuestra cama. Su celular empezó a sonar. Media dormida vi la hora en el despertador del velador y eran las tres de la mañana.

«¿Quién lo llama a estas horas?», me pregunté.

Se metió en el baño a hablar por teléfono y aunque lo intentaba, podía escuchar muy poco de lo que hablaba.

—¡Te dije que me dejarás tranquilo! No, está dormida. No va a saberlo...

Sentí que colgó el teléfono y no quise decirle nada, solo volví a cerrar los ojos para hacerme la dormida.

Se incorporó a mi lado y empezó a tocarme.

Era imposible resistirme a él. Sus dedos nuevamente estaban jugando y haciendo lo que tan bien sabían hacer. Sus labios me besaban mientras bajaban para posicionar su lengua en mi sexo. Yo desesperadamente gemía, necesitaba aún más, a él por completo.

  —Nicholas, te quiero dentro de mí, por favor —rogué, jadeando.

Me puso en cuatro y sin nada más que exigir tuve mi segundo orgasmo de la noche.

A la mañana siguiente desperté y solo me encontré con una nota a mi lado.

Cariño, regreso en dos horas. Arregla tus cosas porque el avión sale hoy a las cinco.

Te amo.

Tú rubio y cantante favorito. (Espero ser por siempre el único)

Amaba a ese hombre, pero nadie podía sacarme de la cabeza su conversación de las tres de la mañana. Claramente algo me ocultaba y si se lo preguntaba, probablemente no me lo contaría. Pensaba en eso cuando empecé a sentir la vibración de un celular, el cual no era el mío, porque se había descargado por completo la noche anterior.

Miré sobre el velador y me di cuenta de que lo que sonaba era el celular de mi esposo con mensajes entrantes.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al leer uno de ellos, no podía creerlo y todo me coincidía con la llamada nocturna y oculta de la noche anterior.

«¿Que tal si la dejas y te vienes conmigo?»

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