Cena incómoda

Ambrose:

Todos habían parecido enmudecer tras la entrada de la joven Ekatherine, nunca habría imaginado el impacto que ella tenía en esta sociedad, pero mi atención se había volcado en su padre, Lord Kingston. Era un hombre bastante corriente y según sabía, el título lo había heredado gracias al matrimonio con la única hija de los Kingston, y eso lo había logrado gracias al trabajo de su padre, Iván Petrov Kerloff, un hombre visionario que había comprado unas tierras muertas y en poco tiempo las había hecho prosperar volviéndose un hombre muy rico e influyente, eso hasta que Dimitrio Ivanov Kerloff lo había echado a perder en juegos de apuestas y negocios no tan inteligentes. Podía notar lo desesperado que estaba por recuperar su antigua posición, no dejaba de deshacerse en halagos y cumplidos a mi persona. Siendo sincero, no estaba interesado en el matrimonio, me gustaba la libertad y lo que podía hacer con eso, no tenía que ser un ejemplo porque sería muy raro llegar a la corona, en todo caso, quién si debía comportarse era mi hermano mayor, el futuro Duque de Ainsworth, él era el cuarto en la línea.

- Pasen al comedor por favor ‒dice el mayordomo, en orden pasamos al comedor, el orden era confuso pero había logrado no hacer el ridículo gracias a mi buen amigo Ramsey.

- Gracias por su presencia, sé que son momentos de mucha inquietud, muchos de nuestros padres, esposos, hijos o amigos están ahora combatiendo, Dios quiera y regresen sanos y salvos, una vez que todo este tranquilo, os prometo a las señoritas que no han sido presentadas en sociedad, que organizaré el primer baile para ellas ‒veo a muchas madres sonreír de acuerdo, sirven la crema y comenzamos a comer, Lady Kingston parecía muy entretenida en su crema, eso hasta que mencionaron a los soldados, eso pareció trastornarla un poco, se notaba nerviosa.

- Han traído una nueva lista en la tarde, la ha visto mi criada Megan al ir por el pan, esta vez había unos cuantos nombres conocidos en la lista, no se ha detenido a ver porque había mujeres llorando, es posible que aún este ‒observo el intercambio de Katina, como solían llamarla; y la señora McKenzie.

- Mi estimada vizcondesa, le pido no toque esos temas tan tristes durante la cena, esta reunión esta hecha para distraernos de las desgracias que trae la guerra ‒susurra suave, pero se entendía perfecto el regaño, la mujer asiente apenada.

- Lady Kingston, se ha rumorado por ahí que ha rechazado la propuesta del Vizconde Landre, ha dicho que usted fue muy grosera ante su amable ofrecimiento ‒observo como se tensa, sonríe con falsedad mientras mira a la mujer.

- Pues su fuente habrá escuchado mal, porque su ofrecimiento no tuvo nada de amable, ha sido un hombre descortés y en lo que a mí concierna, para nada como debe comportarse un caballero, además, con la fama que se carga, ¿usted o alguien de aquí lo considera un buen partido? Seguro estarían más que encantadas de tenerlo como yerno ‒susurra con dulzura, veo a la vizcondesa ponerse roja de la ira y vergüenza, las otras mujeres bajan la vista y continúan comiendo, sabía por Ramsey que ese hombre tenía fama de su gusto por el alcohol y la violencia ejercida en las mujeres, sobre todo en prostitutas, así que entendía la reticencia de ella al negarse, si fuese una mujer, también lo habría hecho.

La cena fue un poco incómoda unos minutos, hasta que la anfitriona comenzó a relatar una vieja leyenda sobre la fundación del pueblo y todos comenzaron a dar sus respectivas opiniones, quizás me convendría ser amigo de Ekatherine, seguro que nunca me aburriría.

Ekatherine:

A pesar del intento de la señora McKenzie de animar el ambiente, mi mente se había perdido en la dichosa lista, necesitaba comprobar que su nombre no aparecía ahí, pero no tenía forma de moverme hasta bien entrada la mañana.

El baile pronto comienza y salgo al balcón para tomar aire, estaba tan preocupada e impaciente, tenía fe en que su nombre no estaba pero la incertidumbre me carcomía viva.

- No debe permitir que esas damas la hagan sentir mal ‒suelta una voz conocida detrás de mí, suspiro con pesar, lo que me faltaba.

- Esas damas no podrían molestarme ni aunque se les fuera la vida en ello ‒me giro a verlo, su negro cabello parecía brillar bajo la tenue luz de la luna.

- Sabe, hace mucho no me entretenía de esa manera, ya que no acepta mi corazón desinteresado, al menos acepte que sea su amigo, le prometo que no haré nada indecente, sólo hablaremos ‒alza la mano y me mira solemne, entrecierro los ojos, me era muy difícil confiar en alguien, con mucha más razón en un hombre que no conocía de nada.

- No sé, no confío para nada en los ligones como usted, sin ofender ‒comienza a reír, lo miro con extrañeza.

- No me ofendo, me gustan las mujeres y a ellas les gusto yo, no hay más nada que hacer, así que no me ofendo para nada ‒dice con calma.

- Bueno, supongo que aceptar que es un ligón es buena señal, pero si intenta sobre pasarse o pretende que me enamoré de usted para que luego de usarme me tire, esta equivocado, debe saber que estoy comprometida ­‒sonrío al decir aquello, él parece muy sorprendido‒, mi padre no lo aprobaría, ya sabe, no tiene un título, además de eso nos separa esta horrible guerra, si no fuese por eso, hace tiempo que me habría casado ‒sentencio solemne, él parece muy sorprendido por mi arrebato‒, se lo he dicho porque usted no conoce a nadie aquí salvo Lord Ramsey, así que si dice algo, sabré que fue usted y entonces, conocerá mi furia ‒me encojo de hombros, él comienza a reír.

- Sabe que su padre estaría más que feliz de esto ‒lo miro con sorpresa, entonces caigo en cuenta de quién es.

- Ay no, ¿es usted el conde Ainsworth? ‒maldigo para mis adentros, lo que me faltaba.

- Parece muy decepcionada, suelo causar muchas emociones en las mujeres, pero decepción no es una de ellas ‒lo miro mal ante su broma de pésimo gusto.

- Sabe una cosa, olvídelo, búsquese a otra amiga, no quiero que mi padre me siga incordiando con conocerlo y casarme con usted, como le dije, voy a casarme así que adiós, espero haga otros amigos ‒camino con la intención de volver, paso a su lado sin más, que Dios me ayudara y se compadeciera de mí dándome serenidad hasta la mañana.

Por suerte la velada había terminado temprano, así que tras despedirme de todos subí al carruaje apresurando a mi padre, necesitaba llegar a casa e intentar descansar, o al menos, estar lista para salir en cuanto el sol se asomara.

La mañana llegó más lento de lo esperado, salí casi corriendo de la mansión y monté a Gallego así, sin silla, lo único que me importaba era llegar hasta el tablero de anuncios y comprobar que no estaba su nombre ahí.

Casi baje volando, ni siquiera me importo romperme algo en el proceso, corrí hasta el tablero y tras tranquilizarme, comencé a revisar la lista, un suspiro de puro alivio inundo mi cuerpo al ver que no estaba su nombre, con esa buena nueva, monté mi caballo y volví a la mansión, sería un día excelente.

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