La Duquesa
La Duquesa
Por: Jeanne H.A
Prefacio

La joven Ekatherine Lizabetha Kerloff paseaba tranquila por los jardines de la mansión Kingston mientras leía la carta de su amado Edrick, soñaba con el día que el volvería de aquella guerra sin sentido y al fin, podría pedir su mano en matrimonio.

- Milady ‒escucha decir a una de las sirvientas, dobla la carta y la devuelve al sobre, se gira a verla.

- ¿Sí? ‒la joven parecía haber recorrido todo el lugar hasta encontrarla.

- Su padre la llama ‒Ekatherine asiente, camina hacia la mansión, esperaba no le saliera de nuevo con el tema del matrimonio arreglado, porque ella no pensaba casarse igual que su madre, eso le había costado un distanciamiento con ella a nivel emocional, toda su vida, ella y su hermana habían sido criadas por institutrices, y ante la incapacidad de darle un hijo varón a su padre, su madre había optado por rendirse, y la entendía, no debía ser fácil después de tantos abortos, pero eso debió crear un lazo más fuerte con ambas, aunque agradecía que al menos a Jelena si le prestara atención.

- Padre ‒dice nada más entrar en el despacho, mira muy mal al hombre que esta con él, el Vizconde de Landre era uno de los peores hombres entre todos los candidatos a esposos, era bien sabido que gustaba de emborracharse hasta perder la consciencia, además de lascivo y violento.

- El Vizconde ha venido de visita ‒su padre le sonríe, rueda los ojos.

- Un gusto Vizconde –hace una reverencia usando nada más la cabeza, no puede evitar la cara de asco al ver como la mira–, pero sea a lo que mi padre lo haya llamado, la respuesta es no –dice de manera tajante pero segura–, este tema ya lo había tocado con él, así que sin importar que le prometiera, no sucederá –sonríe con inocencia, podía ver la rabia centellar en los ojos de su padre.

- Si fuera su marido, la tendría bien domesticada –se pone de pie molesto.

- Eso no podría ser ni en sus mejores sueños, porque antes de casarme con usted, me habría envenenado –le mira con burla, alza su mano, actúa rápido y patea su espinilla, lo ve quejarse de dolor, sonríe con suficiencia y tras lanzarle a su padre una mirada de reproche, sale de ahí molesta.

Sube las escaleras hasta el pequeño cuarto de té de su madre, ahí estaban ellas 2, se deja caer en una silla.

- ¿Ha pasado algo con nuestro padre y su visita? –Jelena podía ver la rabia contenida de su hermana mayor, para nadie era un secreto que ella no deseaba casarse con nadie, bueno, sólo había un hombre: Edrick Pemberton.

- Ha querido que me case con el monstruo del Vizconde Landre, el muy bestia ha dicho que si fuese su esposa, me tendría domesticada, ¿cree que soy un perro o algo similar? Como si eso no fuese suficiente, ha tenido el atrevimiento de levantarme la mano –Jelena cubre su boca por la sorpresa, incluso su madre parecía no dar crédito a lo que su hija mayor decía, aunque por los rumores, bien podría ser así–, pero antes de que me pegara, lo hice yo dándole un puntapié que jamás olvidara, a ver si eso le enseña a tratar a una dama ‒sonríe con orgullo, su madre niega, esto daría mucho de qué hablar.

- Hermana, no debes hacerle eso a papá, él sólo busca que estemos bien de nuevo –entendía a su hermana, pero debía ver por el bien de la familia.

- Oh no Jelena, no pienso pagar por los errores de mi padre, él hizo todo este desmadre con la fortuna de la familia, que él lo arregle, no pienso sacrificar mi felicidad porque al señor se le ocurrieron un par de buenos negocios –se pone de pie, caminaba molesta con los brazos en la cintura–, además, todavía producen los campos, tomará tiempo levantarse pero no es imposible, que a nuestros queridos padres les importe más el que dirán que nuestra felicidad, me tiene sin cuidado, estoy bastante acostumbrada a que hablen de mí –sentencia antes de salir, entra a su habitación y tras cerrar con llave la puerta, se echa en la cama, saca la carta y vuelve a leerla–. Por favor no tardes mi amor –suspira abrazando la carta a su pecho.

Durante muchos años habían sido amigos, él era su confidente y paño de lágrimas, conforme paso el tiempo y crecieron, es que se dieron cuenta que se amaban, él era el hombre perfecto, amable, bondadoso, simpático, gracioso e inteligente, además de guapo, muchas de las jóvenes suspiraban por él, y debía admitir que se veía aún más guapo en su uniforme, algunas lo llamaban el príncipe, y era ella quien tenía su corazón.

Cierra los ojos e imagina el día que vuelvan a verse, el enorme abrazo que le dará y quizás le deje robarle un beso, hablarán con su padre y si se niega al matrimonio, irán dónde un padre y se casaran sin más, ella no temía dejar su título atrás ni todo lo que eso conllevaba, ella sólo deseaba ser feliz, lastima que la vida quería otra cosa para ella.

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