Capítulo 3. |Sacrificio|

Mia Davis

Casino Redford

— ¿En qué te has metido ahora? —miré el reloj, luego a mi padre, estaba furiosa, pero también tenía miedo. — ¿Sabes que podrían correrme del restaurante? Me han quitado mis cosas y eso incluye mi celular, no puedo avisar que llegaré tarde y…—detuve mis palabras cuando dos hombres aparecieron en el pasillo.

—Señor Davis, puede despedirse para luego llevarlo a la oficina y de ahí al casino. —arrugué mi ceño, mi padre no hablaba, pero lo vi pálido.  

— ¿Cómo que a la oficina y luego al casino? ¿Y yo? ¿Cuándo me dejarán ir? —mi corazón se agitó con fuerza.

—El señor Davis ha hecho un trato con el señor Redford. —contuve un poco mi respiración y lo miré en espera a que dijera algo. —Hágalo ahora.  —le ordenó el hombre de una manera de advertencia. Mi padre se levantó y yo igual.

— ¿Por qué dice que te tienes que despedir? ¿A dónde vas o qué? —pregunta tras pregunta, pero mi padre no dijo nada. —Entonces es verdad. —mi voz tembló. — Has pagado tu deuda conmigo, ¿No?—mis ojos se abrieron un poco más, la furia creció en mi estómago.

—No te faltará nada con el señor Redford. —mi padre dijo de repente, mi mano cobró vida golpeando su mejilla con fuerza, haciendo que su rostro girara, los hombres se mantuvieron a distancia observando, cuando su mirada regresó a la mía, miré a mi padre con mucho odio.

—Me has entregado en pago a un desconocido, no puedo creer que te hagas llamar “padre” ¿Sabes lo que me ha costado el intento de alejarte de tus vicios y las horas extras que hice para pagar tus malditas fianzas este último año? ¿Así me lo pagas? —uno de los hombres, tiró de su brazo para alejarlo y llevárselo, cuando intenté evitarlo, el otro bloqueó mi camino. — ¡MÁS VALE QUE TE OLVIDES QUE TIENES UNA HIJA! ¡POR QUÉ YO NO TENGO PADRE UNA VEZ QUE CRUCES ESA PUERTA!—grité, mi labio tembló cuando desapareció por la puerta, las lágrimas cayeron por mis mejillas rojizas, no podía quebrarme, no podía bajar la guardia, tenía que ver cómo salir de esta yo misma, siempre lo he hecho y hoy no será la excepción.

—Vamos, mujer. —me ordenó el hombre del diente de oro, me hizo una seña de que caminara por el pasillo a la otra puerta, una antes por la que ha salido mi padre. Miré al hombre una vez que me detuve frente a la puerta doble y reforzada.

— ¿Voy a morir por una m*****a cuenta de juego? —él negó, al parecer mi miedo le ocasionó diversión.

—Nada de eso, tú mismo padre te lo ha dicho, así como yo en el auto camino hacia acá. Una vez que firmes el contrato del señor Redford, no te faltará nada. —el hombre presionó un botón en la pantalla y luego se escuchó el ruido como si un seguro de la puerta se retirara. La puerta se abrió con la gran mano del hombre, luego me hizo señas de que entrara. Cuando lo hice, me quedé quieta, ya no pude avanzar, era una gran oficina, una pared completa era de vidrio, se podía ver el interior del casino, di un respingo cuando la puerta se cerró detrás de mí.

—Toma asiento. —la voz masculina, cargada de frialdad la escuché, busqué rápidamente de dónde provenía, y ahí estaba, una alta figura en traje elegante apareció detrás de un gran escritorio. Señaló la silla delante de su escritorio, asentí lentamente y me acerqué a tomar lugar.

—Todo lo que mi padre debe, puedo pagarlo poco a poco, si me da trabajo…—él levantó la mano para que me callara. Se recargó en su silla toda elegante, luego su codo en el brazo de esta para descansar su barbilla.

—Hace precisamente un momento tu padre ha firmado un acuerdo conmigo. —me tensé, los nervios se arremolinaron en el centro de mi estómago. —Y los acuerdos con el apellido Redford, no se deshacen. —pasé saliva.

— ¿Y de qué se trata el acuerdo? —me arriesgué a preguntarle, él arqueó una ceja.

—Te cedió a mí durante un año. —mis ojos se abrieron mucho más de lo normal.

— ¿Estás de broma? —pregunté levantándome de un movimiento. — ¡Nadie puede ceder a otra persona así por así! ¿Qué vives en el siglo antes de Cristo? Él no es mi dueño, —dije furiosa esas palabras, mis dientes tiritaron de la furia—Y tú menos. —noté como su quijada se tensó, se levantó de manera elegante de un movimiento.

—No has escuchado el resto del acuerdo. —replicó en un tono serio y glacial al mismo tiempo.

—Es que no me interesa escuchar el resto de ningún acuerdo, nadie es dueño de mi vida, yo soy totalmente independiente de mi padre, si quiere cobrarle el adeudo, cóbreselo a él. —caminé a la salida y cuando puse la mano en el picaporte de acero, él habló.

—Entonces lo visitarás en la tumba, pero antes de hacerlo, me voy a divertir primero con él.  Quizás romperle unas costillas o cortarlo en pedazos…—mi corazón se aceleró como si estuviera corriendo en una carrera del NASCAR. Me volví hacia él, no sabía si habló en serio o estaba siendo sarcástico. Pero de los Redford se podía esperar de todo por lo que había escuchado.

— ¿Tan cruel son los Redford como la gente lo dice? —él se sorprendió a mi pregunta, metió sus manos en los bolsillos de su pantalón y rodeó el escritorio para acercarse hacia mí, cuando se detuvo a un metro de distancia, tenía que levantar la mirada por su altura intimidante.

—Eso y más como no te imaginas.  —dijo entre dientes, quijada tensa y sus ojos brillosos, solté el aire que no sabía que había retenido un momento.

— ¿Qué acuerdo es el que hizo con mi padre? —dije finalmente cediendo, pero me maldije a mí misma, ¿Por qué tenía que tener misericordia por aquel hombre que me entregó en pago? ¡Serás tonta, Mia! —Quiero saber por qué dice que me cedió a usted un año, ¿Qué es lo que tengo que hacer o qué? —se hizo a un lado y me señaló la silla.

—Regresa a tu lugar. —esperó a que caminara e hiciera caso a su orden. Cuando lo hice, él estaba rodeando su escritorio y luego se sentó. —Tengo que romper un compromiso matrimonial que se hizo hace años con los Salvatore. —alcé mis cejas con sorpresa, ¿Quién no conocía a los Salvatore? Todo mundo. Eran dueños de bancos, cadenas de hoteles y un sinfín de negocios de marcas importantes y que todo mundo consumía. —Ese compromiso se hizo con la hija menor.

— ¿Y? ¿Qué es lo que quiere que yo haga? ¿Voy y le digo que usted ya no se quiere casar? —la ansiedad creció en mí, miré el reloj y Andy debe de estar furioso por qué no llegué aún a trabajar. Levanté la mirada al hombre que pareció estar irritado.

— ¿Puede dejar de mirar el reloj y verme a la cara cuando le estoy hablando? —Uy, se enojó.

—Lo siento, no soy maleducada, pero el extraerme de mi hora laboral me va a causar problemas, señor Redford.

—Su novio ha entendido que ya no laborará con él. —dijo presionando sus labios con dureza y yo quería que me comiera la tierra.  

— ¿Qué no laboraré con él? ¡Tiene que ser una m*****a broma! Eso…—de repente soltó un golpe con su puño sobre la superficie de su escritorio que me hizo respingar en mi lugar así como el callar de inmediato.

—No maldiga en mi presencia. —ordenó, al ver que no replicaría, regresó a recargarse en su silla toda empoderada. —Ya se le ha avisado a Andrew que usted ya no trabajará para él. Ya no lo necesitará una vez que escuché el acuerdo que firmé con su padre. —hizo una breve pausa cerciorándose que estuviera entendiendo sus palabras y luego prosiguió. —Será mi prometida. —anunció. —Haré un perfil que nadie dudará de ello, se hará pasar por la mujer que amo y que pronto se casará conmigo, y cuándo mis padres crean que es real y se realice la boda, será un año que permanecerá con mi apellido Redford. Al terminar el año, le daré el divorcio inmediato, con ello le liquidaré el precio de su máster para que regrese a la universidad, así como también le daré un departamento de lujo y una gran cantidad de dinero para que nunca tenga dificultad económica. —me quería morir ahí mismo, todo lo que estaba proponiendo, muchas babearían y saltarían en su silla de emoción gritando “¡¿Dónde firmo?!”, pero todo esto es por mi padre, por su culpa estaba metida en esto, si no cedo, podrían matarlo. ¿Entonces? ¿Yo tendría que sacrificarme después de lo que hizo? Hizo un trato con el mismísimo diablo.

— ¿Y así nada más mi padre quedará libre de su deuda? —Asintió— ¿Un año de vida de rico disfrutando beneficios, fingiendo ante otros que soy la mujer perfecta para ser su esposa? —Asintió de nuevo, hice una pausa— ¿Y eso quiere decir también que terminaré mi relación con mi novio y mi círculo de amistades, las rutinas de mí día a día, nada de viajar en el metro, autobús o siquiera en trabajar? —asintió y tensó su mandíbula.

—Firmará un acuerdo de confidencialidad igual que al de su padre, nada de esto tiene que salir a la luz, si falla en una cláusula, habrá consecuencias. —otro silencio.

—Todo es muy bonito, pero… ¿Dónde está la trampa? —pregunté cruzándome de brazos, no quería que viera que me estaba muriendo del miedo por dentro.

—No hay trampa, señorita Davis. —contestó. —Y otra de las ventajas que podrá ver en este acuerdo es que usted y yo, detrás de las puertas de nuestra nueva casa, seremos unos totales desconocidos que no tienen ninguna intención de crear vínculos. —eso me relajó. 

—Entonces, ¿Dónde tengo que firmar?

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