Capítulo 5 Pregunta incómoda

—¿No vas a saludarme? Hace mucho tiempo que no nos vemos y me recibes con esa seriedad.

—¿Franco? Oh Disculpa, a penas y te reconocí —era una mentira, se había quedado sin la capacidad para hablar, pero él no tenía por qué saberlo.

—¡Aush! —musitó Franco, mientras se llevaba una mano a su pecho— eso dolió pequeña.

—¿Ustedes se conocen? —preguntó Jianna. Ambos asintieron.

Él se acercó a ella y le dio un beso en su mejilla, como si no había sido suficiente el solo verlo. Y él, como si el haberla besado en los labios la noche anterior no era suficiente también. Pero no pudo evitarlo.

—¿Qué... que haces aquí? —le cuestionó ella— oh, perdona pasa, por favor —dijo señalando la puerta. Franco se adelantó y abrió la puerta para que ella pasara primero.

—Tú secretaría ya lo dijo, estaré encargado de tu seguridad.

—¿Es una broma? —dijo sonriendo. Él negó con la cabeza.

—No, no lo es —respondió él mientras observaba el lugar.

—¿Por qué tu padre haría eso?

—Debo hacer esto antes de tomar algún puesto en la oficina, él es el jefe, supongo que debo obedecer —respondió él mientras levantaba sus hombros. Si era así, eso explicaba porque fue a buscarla anoche al club.

—Puedo hablar con tu padre, si no quieres trabajar como mi guarda…

—¿Quién dijo que no quiero? —le cuestionó, antes de que terminara de hablar, Franco se acercó más a ella— ¿No será que eres tú, la que no quiere tenerme cerca?

—Para nada, solo intentaba ayudarte —Amanda se alejó de él y rodeó su escritorio ahí se sentía más segura como si aquel mueble la protegiera de él— la verdad me da igual quien sea. Mientras haga bien su trabajo.

—Y a mí me da igual a quien cuidar, mientras no haga las cosas difíciles —ella sabía que se refería a su escapada de anoche. El sonido de su teléfono hizo que se rompiera el hilo de sus miradas. Amanda agradeció la interrupción y se disculpó para contestar.

—Pásame la llamada —ordenó a su secretaria— Giorgio —saludó ella— así es, hubo un cambio de última hora —hubo un silencio mientras escuchaba a la persona del otro lado de la línea — está bien, te veo ahí en dos horas —Amanda colgó el teléfono. Lo miró un segundo antes de hablar.

» Bien, en ese caso, Señor Ferri —él levantó una ceja ante la forma en como lo llamó— volvamos a nuestras labores —ella se sentó en su silla y abrió su computadora—. Almorzaré fuera y esta noche volaremos a Valencia.

—¿Tu agenda ha cambiado?

—Sí.

—Entonces, iré a verificar todo —ella no lo miró ni contestó nada. Levantó su mirada hacía la puerta hasta que escuchó que esta se cerró.

Las siguientes dos horas estuvo concentrada en su trabajo sin ninguna interrupción. Cuando se llegó la hora del almuerzo salió de su oficina, como era de esperarse Franco la esperaba para llevarla al lugar donde se iba a reunirse con Giorgio. Mientras caminaban por la compañía, no le pasó desapercibido como las personas en especial las mujeres miraban a su guardaespaldas se las arregló muy bien para ignóralos. Antes de salir al exterior se colocó unas gafas de sol.

Cuando llegaron al restaurante, Franco se bajó de inmediato. Pero antes de llegar para abrirle la puerta, alguien ya se le había adelantado. Vio como el hombre le extendió la mano a Amanda y ella la tomó.

—Hermosa, como siempre —halagó Giorgio.

—Gracias, ¿Entramos? —ella tenía algo de prisa porque aún tenía cosas que hacer. Giorgio extendió la mano para que ella siguiera. Él era uno de sus pocos amigos o talvez él único amigo. Se conocieron en la universidad. Él es un arquitecto paisajista y cuando se graduó, Amanda no dudó en contratarlo, había visto sus trabajos en varias ocasiones y le habían gustado.

Franco los siguió hasta la mesa reservada y se sentó en otra mesa cerca de ellos.

—Creí que pasarías más tiempo con nosotros en el proyecto Ferrandino —comentó su amigo.

—Sí, bueno… debo ocuparme de otras cosas, por eso te encargué a ti este proyecto. Sabes que es muy importante.

—Sabes que puedes contar conmigo —compartieron una sonrisa y a Franco no le pasó desapercibido lo cercano que eran. El camarero llegó— me atreví a ordenar por ti, espero te guste —Amanda vio lo que le sirvieron y sonrió.

—Me conoces —Giorgio le dio un guiño. Los siguientes minutos, se la pasaron hablando de trabajo mientras comían y él le informó de todos los avances que habían logrado durante las últimas semanas.

Como su trabajo era cuidarla se aseguró de concentrarse en eso y no en como interactuaba con aquel tipo. Franco pidió que le sirvieran algo ligero y no tardó en terminar de comer, luego pagó su cuenta. Minutos después Amanda llamó al camarero y le pidió la cuenta.

—No es necesario, yo pago —dijo Giorgio, le entregó su tarjeta al joven.

—Entonces, iré un momento al tocador —Giorgio se levantó, cuando ella lo hizo para alejarse, Franco hizo lo mismo y la siguió.

—Amanda —Franco la llamó cuando ella pasó por su costado sin mirarlo, él la esperaba cerca de la puerta del tocador. Ella se detuvo y se giró para verlo.

—¿Estas saliendo con él? —su intención era preguntar otra cosa, pero terminó haciendo una pregunta incómoda y se arrepintió de inmediato. Ella levantó una ceja y claramente leyó su respuesta. “No era de su incumbencia”

“Maldición”

—Lo siento —Se disculpó de inmediato— no quise preguntar eso ¿cuánto tiempo estaremos en Valencia? —preguntó de inmediato antes de que el ambiente se pusiera más tenso.

—Un día ¿Por qué? —Franco pasó sus dedos por su cabello.

—Es que, en mi auto solo ando un cambio de ropa…

—Eso es suficiente —contestó—, pero si deseas, pasaremos por tu casa antes de volver a la oficina.

—Te lo agradezco, ¿Y tú maleta? —cuestionó él.

—Jianna, ya se encargó de eso.

—Oh —musitó él, después de que Amanda siguiera su camino. Esta vez Franco fue más rápido, para cuando ella llegó al auto, él ya tenía la puerta abierta para ella.

—Entonces, me mantienes informada ¿De acuerdo?

—Lo haré, no te preocupes —Giorgio colocó su mano en su espalda, se inclinó y le dio un beso en la mejilla. Ella no se lo esperaba, pero no lo demostró, en cambio le sonrió y se despidió de él. Dentro del auto reinaba el silencio, se sentían incómodos, pero ambos eran buenos ignorando ese tipo de situaciones. Amanda miraba su teléfono, mientras que él miraba por la ventana y otras veces estaba pendiente de las maniobras del conductor.

—Señora Ivana —hubiera sido extraño ir a casa de su amiga y no bajarse del auto para saludar.

—Amanda, cariño —la Madre de Franco la abrazó como siempre y la invitó a pasar.

—¿Deseas tomar algo?

—No se preocupe, estoy bien —ambas se quedaron conversando en la sala, en tanto que Franco iba a su habitación por una maleta.

—Listo —dijo minutos después— Mamá, debemos irnos —Ivana la abrazó mientras le decía.

—Cuida de mi hijo.

—Madre, ¿Si recuerdas que soy yo quien debe cuidar de ella? —su madre le dio un golpecito en su brazo.

—Lo sé, solo estoy siendo tu madre, es normal que diga eso —Amanda Sonrió, pero Franco pudo notar un rastro de tristeza en sus ojos, quizás ella no pudo evitar pensar en su madre. Ese pensamiento hizo que se sintiera mal por ella.

Volvieron a la compañía y ella pasó el resto del día en su oficina, hasta que llegó la hora de tomar su vuelo.

Amanda esperó unos minutos en el avión mientras Franco hablaba con el personal del jet privado de ella y hacía algunas inspecciones de seguridad. Una vez que el avió despegó. Ella empezó a trabajar en su laptop. Mientras que Franco se acomodó en su asiento y cerró sus ojos. Franco sintió que había dormido mucho tiempo ya. Cuando abrió sus ojos vio a Amanda aún concentrada en su computadora. Miró su reloj y había pasado menos de una hora desde que despegaron.

—¿Nunca descansas? —cuestionó él.

—Lo haré cuando llegue al hotel.

—Pareces un robot —susurró él y ella lo miró, al parecer lo había escuchado.

—Lo dice alguien que pasa mucho tiempo de pie, sin moverse.

—Ese es mi trabajo, por eso descanso cuando tengo oportunidad.

—Y este es el mío, y ya tendré oportunidad también de descansar —parecía una discusión, pero no era así, sus voces eran bajas y tranquilas. Pero ella cerró su computadora de golpe, se levantó de su asiento y entró a la pequeña habitación del avión. Franco se giró para verla, pero ella ya había desaparecido.

—¿Y ahora que dije? —no estaba seguro, pero algo no cuadraba. Mientras todos hablaban maravillas de ella, incluso sus empleados decían que era la mejor jefa del mundo y todos parecían amarla. Con él era diferente, al menos eso le parecía hasta ahora. Mientras la miraba sonreír y ser amable con otros, con él hablaba solo lo necesario y nunca le había sonreído. Excepto aquel momento antes de besarlo. Pero ella estaba ebria.

Hotel L&A Gran palacio.

—Señorita Viena, bienvenida —un hombre como de unos cincuenta años la recibió.

—Señor Fernández ¿Cómo está? —ella le extendió la mano y él la tomó.

—Muy bien señorita, es un gusto tenerla aquí, el recorrido por las cabañas será a las nueve de la mañana.

—Perfecto, contraté un arquitecto para que nos acompañe, después de que nos dé su valoración y verifiquemos los gastos le estaré enviando mi decisión ¿Las habitaciones están listas?

—Por supuesto, la señorita Valeria le entregará su tarjeta.

—Aquí tiene Señorita.

—Gracias… ¿La del señor Ferri?

—¿Ah? —la joven miró al señor Fernández y este miró confundido a Amanda.

—Disculpe, Señorita. Su secretaria reservó una suite con doble habitación, era la única que quedaba, todo el hotel está lleno justo ahora.

—No puede ser —musitó para ella misma. Franco apretó sus labios para evitar sonreír— entonces prepare una habitación del personal de servicio —dicho esto se dio la vuelta y caminó hacia el ascensor sin esperar ninguna respuesta. El señor Fernández miró a Franco y él le sonrió antes de seguir a Amanda.

—¿Habitación de servicio? —preguntó Franco cuando llegó a su lado.

—¿Hay algún problema?

—No, he dormido en peores lugares durante días, créeme.

—Te creo.

—Pero…

—¡Amanda! —la voz un poco ronca de una mujer los interrumpió— ¡Oh por Dios! Eres tú.

—¡Claudia! que sorpresa —las dos mujeres se unieron en un abrazo.

—¿Sorpresa? —preguntó ella con una ceja alzada.

—Lo siento… últimamente no te he seguido.

—Me doy cuenta, mañana empiezo una gira por España ¿Y tú que haces aquí?

—Ya sabes.

—¡Trabajo! —dijeron al mismo tiempo.

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