Capítulo 29

No pudo seguir hablando, se lo impidieron unos fuertes hipidos que asustaron a Sergio porque pensó que acabarían convirtiéndose en sollozos, de modo que la envolvió entre sus brazos para reconfortarla y que se tranquilizase. Laura apoyó la cabeza en su pecho y se relajó. ¡Qué bien se estaba! Se planteó la posibilidad de echar unas lagrimitas para conmoverlo, pero al final decidió que era mejor no llorar; no quería parecer una histérica. Simplemente cerró los ojos durante unos segundos hasta que consideró que se estaba recuperando. De mala gana, se apartó de él.

—Perdona, lo siento —sacó un clínex de su bolso y se lo pasó por el rostro. Luego se sonó ruidosamente—. Es que me has dado un susto de muerte.

—Ya lo sé, y no sabes cuánto lo siento. No podía imaginar que me tomarías por un atracador.

A Sergio la imagen de Laura, despeinada, con la cara congestionada y los labios temblorosos, le resultó muy cómica. Pero se cuidó mucho de reírse. Después de todo, casi le había dado un infarto a
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