Capítulo 4

Cloe se unió a su familia casi media hora después, aun sintiéndose aturdida por lo que había sucedido. Esperaba que Fabrizio se hubiera marchado, pero tan pronto salió al jardín de atrás sus esperanzas se desvanecieron y su rostro comenzó a calentarse al recordar el beso.

Él estaba relajado como si no acabara de poner su mundo cabeza abajo.

—¿Humana otra vez? —preguntó Ava con una sonrisa.

Su voz le recordó

—Eso se podría decir.

—Bueno, me alegra saberlo —dijo Laila colgándose en sus hombros—. Esta noche saldremos a bailar, invité a un par de amigos.

—¿Qué amigos? —preguntó Fabrizio.

—Unos que conocí por allí.

—No creo que sea buena idea. —Fabrizio le dio a su hermana una mirada severa.

—Fabrizio tiene razón —intervino Piero, el otro hermano de Laila.

Laila no pareció ni un poco intimidada.

—Papá, está de acuerdo.

—Todos ustedes dejen de pelear —intervino Ava—. Es hora de la cena.

La esposa de Alessandro era una de las mujeres más dulces que conocía, pero no había nadie en su casa que no siguiera sus órdenes, empezando por su esposo. Casi podía apostar que era ella quién había convencido a Alessandro de darle permiso a su hija porque, de lo contrario, no habría cedido. Era igual de sobreprotector que sus propios hijos.

Sin ninguna réplica Piero y sus hermanos se pusieron en marcha mientras todos los seguían divertidos.

—¿Estás segura de esto? —preguntó más tarde mientras Laila la maquillaba.

—Por supuesto que sí, necesitamos una noche de chicas. Quien sabe cuándo será la próxima vez que vea a mi mejor amiga.

Pese a que Laila era su mayor por un poco más de dos años, siempre habían congeniado bastante bien.

—Lo siento, no quise perderme.

—Te entiendo, estabas ocupada.

—Pero ahora mismo no lo estás —intervino Isabella la prima de Laila y su otra mejor amiga—. Y nos vamos a divertir.

—Tus hermanos nos seguirán —dijo regresando al tema anterior.

—Oye, el de Isabella de seguro también irá. Nunca podemos deshacernos de ellos. —Laila rodó los ojos.

Soltó una carcajada.

—Estamos rodeadas de hombres sobreprotectores.

Sus amigas soltaron un resoplido.

—Ni que lo digas. —El rostro de Laila se iluminó como si algo se le hubiera ocurrido y compartió una mirada confidente con Isabella—. Aunque quizás esta vez no sea del todo malo.

—¿Por qué lo dices?

—Nada en particular.

—¿Laila? ¿Isabella?

—Démonos prisa, se está haciendo tarde —dijo la primera ignorándola.

Isabella se acercó a su armario y sacó una de sus vestidos más provocativos.

—Deberías ponerte esto.  

Asintió porque discutir con ella era una batalla perdida. Hace mucho tiempo había aprendido que Isabella, al igual que su madre, era una fuerza imparable capaz de convencer a cualquiera de cualquier cosa.

En cuanto volvieron con el resto las protestas no se hicieron esperar.

—Deben estar bromeando —musitó entre dientes el gemelo de Isabella, Ignazio.

Cloe se perdió la conversación entre hermanos al encontrarse con la mirada de Fabrizio. Él no parecía nada contento.

—Nos vemos más tarde —dijo Laila entrelazando un brazo con ella y el otro con el de Isabella—. No nos esperen despiertos.

Salieron de allí antes de que alguien tratara de detenerlas. Y una vez dentro de su vehículo, rompieron a reír.

El viaje hasta el club fue bastante corto mientras se ponían al tanto de lo que había pasado en su vida recientemente.

El celular de Laila sonó justo cuando estaban bajando del auto. Ella intercambió algunas palabras con quién estuviera del otro lado y luego colgó.

—No están esperando.

Entraron al club y se dirigieron hacia el bar.

—Está por allá —dijo Laila.

—¡Maldición! —dijo Isabella sobre el ruido de la música al ver a los hombres que Laila estaba señalando—. No están nada mal.

No podía estar en desacuerdo con ella. Todos se veían bastante bien, pero ninguno le provocó ni una pizca de deseo. Solo había una persona capaz de eso…

«Basta —se ordenó». Mientras estuviera allí no iba a pensar en Fabrizio, solo se iba a divertir.

Laila hizo las presentaciones y después uno de ellos llamó al barman para pedir sus bebidas. Con frecuencia no era alguien que tomara bebidas alcohólicas, pero esa noche necesitaba unos tragos.

Estaba disfrutando de la noche y casi había logrado olvidarse de Fabrizio cuando sintió que alguien la observaba. Miró alrededor y se topó con unos ojos negros demasiados conocidos.

—Genial —musitó al ver a Fabrizio sentado al final de la barra.

—¿Sucede algo? —preguntó Diego, uno de los hombres con los que había estado conversando hasta ese momento. Sus rostros estaban bastante cerca porque era la única manera de escuchar lo que el otro decía.

Era un sujeto agradable y la había estado pasando bien en su compañía.

—Absolutamente nada —dijo con una sonrisa. Se tomó el contenido de su vaso de un solo trago. Era su cuarta bebida y podía sentir la chispa de excitación producida por el alcohol recorriendo sus venas.—. ¿Quieres bailar? —Colocó una mano en su pecho y lo acarició.

—Eso me gustaría. —Diego sonrió y le tendió una mano, luego la llevó hasta la pista de baile.

El saber que Fabrizio la estaba observando la volvieron más descarada de lo usual. Dejó que el ritmo de la música la guiara y empezó a bailar con desenfreno. Diego la sujetó las caderas y la acercó a él.

Cloe enredó las manos en el cuello de su acompañante, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Tal vez ya estaba algo ebria.

Podía sentir los ojos de Fabrizio taladrándole la espalda, pero lo ignoró. Ni siquiera estaban a la mitad de la canción cuando escuchó la voz de Fabrizio justo detrás de ella.

—Suficiente.

Una mano rodeó su cintura y un cosquilleo recorrió su columna.

Fabrizio tiró de ella hacia atrás.

—¡Qué demonios, amigo! —exclamó Diego.

Fabrizio se puso delante de ella y se acercó al oído del otro hombre. Cloe no pudo escuchar lo que dijo, pero fue suficiente para que Diego alzara las manos al aire.

—Nos vamos —ordenó él volviéndose hacia ella.

—Tú no me dices que hacer.

Se soltó de su agarre y trato de alejarse, pero él la tomó de la muñeca.

—Bueno, así lo quisiste.

Él dobló las rodillas un poco y la cargó sobre el hombro. Un grito escapó de sus labios, pero fue opacado por todo el ruido.

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