Capítulo 2

Cloe despertó algunas horas después. El día había dado paso a la noche y su habitación estaba iluminada por la luz tenue de una de las lámparas. No recordaba haberla encendido antes de quedarse dormida, pero había estado tan cansada que quizás lo había hecho.

Se removió prolongando los segundos para levantarse. Pese al enredo que había sido su mente, había logrado dormirse más rápido de lo esperado, pero aún se sentía algo agotada. Y si era sincera, no estaba lista para enfrentarse a Fabrizio.

Él era el ser más extraño que conocía y a veces le era tan difícil entender que pasaba por su mente. Solo él podía presentarse en su habitación como si fueran amigos y no hubiera nada extraño en su presencia allí.

—Estás despierta.

Se sentó de golpe al escuchar la misma voz que estaba en muchas de sus fantasías. Giró la cabeza hacia Fabrizio deseando que todo fuera producto de su vívida imaginación. Por supuesto, eso era pedir mucho.

Fabrizio estaba en uno de los rincones de la habitación sobre el sillón y era obvio que era real.

Reparó en el hecho de que, mientras él se veía como un anuncio de revista, ella debía lucir como un completo desastre, con sus cabellos desordenados y, probablemente, rastro de baba en sus mejillas.

«¡Cloe, concéntrate! —se regañó».

Fabrizio estaba en su habitación y lo primero que le preocupaba era si veía bien, estaba claro que había algo malo con ella.  

—¿Por qué estás aquí otra vez? —preguntó sacando los pies por un costado de la cama.

—Bonito pijama —comentó él.

Sabía que solo trataba de distraerla, no le siguió el juego.

—¿Fabrizio?

—Nunca me fui —dijo él con total tranquilidad como si no habría nada de extraño en lo que había hecho.  

—¿Estuviste aquí todo este tiempo, observándome dormir?

—No, también aproveché para revisar algunos correos desde mi celular. —Él se levantó y caminó hasta ella—. Prefería quedarme aquí. Las fiestas no son lo mío.

—En lo que a mí respecta puedes continuar escondiéndote todo el tiempo que desees, pero deberías buscar otro lugar. No me agrada tenerte en mi espacio personal, suficiente tengo con tener que soportarte cada vez que decides venir.

—Soy consciente que no soy de tu agrado. —Una emoción atravesó los ojos de Fabrizio, fue demasiado fugaz y no pudo ponerle un nombre.

—Al parecer no lo suficiente, porque de ser así, no estarías en mi habitación.

—Cloe, sobre aquella noche…

Alzó una mano al aire para silenciarlo.

—Si era eso de lo que querías hablar, será mejor que no continúes. No estoy interesada en escucharte, ya no.

Las siguientes semanas al beso, había esperado que él hablara con ella, pero Fabrizio había desaparecido por completo. No había explicación más clara que esa. Había llorado durante noches al sentir su corazón destrozado. Por un instante, había pensado que sus sentimientos eran correspondidos, solo para estrellarse en la cruda realidad.

Fabrizio la observó en silencio unos segundos y luego sacudió la cabeza.

—No, no se trata de eso. —Fabrizio dio unos pasos más y quedaron separados apenas por unos centímetros. Luego se inclinó.  

Se mordió la mejilla interior y le sostuvo su mirada.

—No soy tan tonto como para creer que me dejarías explicarte algo —continuó el casi en un susurro.

Su voz era como una invitación al pecado.

—Supongo que lo que sea puede esperar un poco más. —Lo esquivó antes de hacer algo tan estúpido como ponerse de puntillas y besarlo—. Me reuniré contigo en el estudio de mi padre. Él no estará muy contento de verte aquí.  

Se dirigió al baño tratando de no correr mientras lo hacía. Cerró la puerta con suavidad, le colocó el seguro y solo entonces se permitió soltar un suspiro.

Encendió la ducha y se metió debajo del agua, dejando que se llevara todas sus preocupaciones y alejara de su mente al hombre de ojos cautivadores.

Cuando salió después de un buen rato, con una toalla envuelta en el cuerpo y otra en manos con la que estaba secando su cabello, Fabrizio todavía seguía allí. Estaba junto a la ventana de espaldas a ella.  

—¿Creí haberte dicho que te marcharas?

Él se giró hacia ella y la miró de pies a cabeza. Sus ojos se tomaron su tiempo para recorrerla. Cloe sintió la respuesta inmediata de su cuerpo.

—Tengo que pedirte algo —dijo él por fin, ignorando sus palabras.

—No piensas rendirte ¿verdad?

—Deberías saber ya, que no soy esa clase de hombre.

—A veces ni siquiera sé quién eres —soltó sin pensar—. Bueno, date prisa. No pienso quedarme aquí por el resto de la noche. A diferencia de ti, adoro pasar tiempo con mi familia.

Estaba siendo cruel a propósito, pero no podía evitarlo cuando se trataba de él.

—Puedes vestirte, primero. —Pese a que era una petición a Cloe le pareció más una orden. Típico de Fabrizio, esperar que el resto cumpliera sus deseos sin poner ninguna queja.  

—Estoy seguro de que has visto mujeres con menos que lo que traigo encima. — Sonrió y lo miró con diversión pese a que los celos la carcomían. No quería pensar en él junto a otra mujer. Tampoco era tan estúpida como para fingir que él era célibe. Pero no se iba a torturar de esa manera.

—Ninguna de ellas eres tú.

Fabrizio sonó molestó, así que descartó que se tratara de un halago. Él parecía disfrutar lastimándola, pero no iba a darle el gusto de dejarle ver cuanto le afectaban sus palabras. 

—El reloj está corriendo —comentó sin moverse.

Fabrizio acomodó las manos en los bolsillos de su pantalón y adoptó una postura falsamente relajada. No la engañó ni por un instante, podía ser muy bueno camuflando sus emociones, pero lo había observado durante tanto tiempo y conocía algunas cosas de él.

—Necesito una novia —dijo él de pronto.

Cloe inclinó la cabeza hacia un lado intentando comprender que tenía que ver eso con ella.

—¿Bien por ti?

—Déjame decirlo otra vez. Quiero que seas mi novia.  

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