Capítulo 1

Cloe entró corriendo a la casa de sus padres. Iba un poco atrasada, pero había tenido que terminar algunos trabajos de la universidad primero. Estaba en semana de exámenes y apenas había dormido lo suficiente durante los últimos días, pero no había manera de que fuera a faltar a una reunión familiar. Además, necesitaba la distracción y nada mejor que un poco de las locuras de su familia para eso.

Sonrió al escuchar las risas a alto volumen que provenían desde la sala.

—Hola a todos —saludó animada, pero su sonrisa vaciló al ver a Fabrizio.

¿Qué estaba haciendo allí? Fabrizio siempre, al parecer, siempre tenía algo importante que hacer, por lo cual no era demasiado usual encontrarse con él en aquellos eventos. Ese era un motivo por el cual se sentía segura reuniéndose con su familia. No estaba segura de sí soportaría verlo con tanta frecuencia.

Se acercó a abrazar a cada uno de los presentes, lo cual, por supuesto, se sintió como una eternidad. A menudo bromeaba que con todos los miembros de su familia extendida podrían formar su propia ciudad. Padres, hermanos, tíos, primos, abuelos, amigos.  

Cuando se detuvo frente a Fabrizio no pudo evitar soltar una de las ironías que salía de su boca cada vez que la veía.

—Que honor que decidieras honrarnos con tu presencia —dijo con falsa dulzura.

Su padre se soltó a reír al igual que su tío Valentino. El resto permaneció en completo silencio, pero, sin necesidad de mirarlos, sabía que se estaban divirtiendo. Estaban más que acostumbrados a que no fuera demasiado amable con él, aunque nadie sabía el verdadero motivo.

—Cloe —saludó él con un escueto movimiento de cabeza.

No le sorprendió ni un poco que no reaccionara a su provocación. Siempre tan controlado, a veces al punto de volverla loca. Se había repetido una y otra vez que debía dejar de importarle todo lo que tuviera que ver con él, pero decirlo no era tan fácil como hacerlo.

—¿Almorzamos? —preguntó su madre recordándole que no estaban solos.

Se dio la vuelta con una sonrisa enorme en el rostro.

—Por supuesto.

Se acomodaron alrededor de la enorme mesa y evitó hacer una mueca cuando Fabrizio se sentó frente a ella.

Sobre la mesa había una variedad de comida que era obra de su madre y tías, de la mayoría de ellas. Su tía Lia, ella no podía cocinar, incluso si de eso dependía su vida.

—¿Cómo va la universidad? —preguntó su tío Valentino mientras llenaba su plato con todo lo que podía.

—Agotador, necesitaré una semana de sueño completo una vez termine con los exámenes.

—¿Cuántos te faltan?

—Un par de ellos y luego podré disfrutar de un merecido descanso.

—No entiendo cómo fue que se te ocurrió estudiar física —intervino su padre.

—Es una suerte que saliera más inteligente que tú —comentó Adriano con bastante seriedad.

Horatio extendió la mano para chocar el puño con su tío, mientras sus primas solo sacudieron la cabeza para nada sorprendidas con el comentario.

Las únicas veces que sus padres se comportaban como los hombres adultos que eran, era cuando estaba en una sala de negocios o cuando alguno de sus hijos hacía algo realmente malo. Incluso sus tíos, Alessandro y Adriano, que eran los más serios, siempre estaban lanzándose indirectas entre ellos y a los demás.

La comida continuó en el mismo ambiente agradable. Las bromas no faltaron y las risas tampoco. Sus tíos y primos siempre tenían nuevas anécdotas que contar. Aunque ella tuvo que esforzarse más de lo normal para no distraerse con la presencia de Fabrizio.

Él se mantuvo en silencio la mayoría del tiempo, a menos que alguien le hiciera alguna y siempre respondía con oraciones cortas. Aunque no necesitaba hablar para hacer notar su presencia, podía sentir su mirada clavada sobre ella como si la estuviera llamando.

Para alguien que había hecho un trabajo más que bueno ignorándola durante los últimos dos años, ahora parecía demasiado interesado en ella. En otra época, una donde era una niña ilusionada, habría pensado que por fin comenzaba a verla como la mujer que era, pero hace tiempo había entendido que no podía asumir nada en lo que respectaba a él. Ni siquiera cuando la besaba como si la deseara.

Cansada de sentir su escrutinio, lo confrontó con la mirada y se cruzó de brazos. Una pregunta clara en mente:

«¿Qué demonios quieres?»

Como si el pudiera leerle la mente, Fabrizio le dio una sonrisa ladina y su temple flaqueó. Maldit0 fuera por tener ese poder sobre ella.

Los siguientes segundos ambos se enfrentaron en una batalla de miradas y habría ganado de no ser porque Laila, su mejor amiga y la hermana de Fabrizio, la llamó.

—¿Qué sucede? —preguntó mirándola.

—¿Puedes pasarme la ensalada? —Ella le dio una sonrisa cómplice.

—Por supuesto.

Después de eso, volvió a actuar como si Fabrizio no estuviera sentando justo en frente de ella.  

Al acabar de almorzar sus padres salieron al jardín trasero y ella se disculpó para subir un rato a su habitación a descansar. Apenas podía mantener los ojos abiertos y sentía que podía quedarse dormida allí mismo.

Apenas se había terminado de cambiar cuando la voz de Fabrizio la sobresaltó.

—Este lugar no ha cambiado demasiado con los años.

—¡¿Qué diablos?! —Se dio la vuelta y lo encontró cruzado de brazos con la espalda recargada en la puerta.

Fabrizio parecía el dueño de todo y de pronto su habitación se sintió bastante pequeña.

Mientras por dentro se sentía débil al tenerlo en su habitación, se aseguró de mantener la compostura.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó un poco más calmada.

—Quería hablar contigo.

—Y no pudiste encontrar mejor momento que este. Por si no es obvio estaba a punto de dormir.

—No tomará mucho tiempo. Esto es…

Fabrizio se quedó callado cuando, Cloe se dio la vuelta y destapó las cobijas de su cama ignorando por completo lo que él estaba diciendo.

Si la conociera mejor, se habría dado cuenta que su cerebro estaba funcionando a la mitad de su capacidad y no pensaba hablar de nada con él hasta que sus defensas estuvieran todas en su lugar.

—¿Qué haces? —Él sonaba extrañado.

Bueno, nadie lo había invitado a entrar a su habitación.

—Creo que ya te lo dije, prepararme para ir a la cama. Lo que sea que tengas que decir puede esperar hasta la noche. Además, no eres bienvenido aquí. —Se recostó en la cama y se cubrió—. Hasta luego —dijo y le dio la espalda.

Segundos después escuchó el sonido de la puerta al cerrarse. Esperó poder dormirse de inmediato, pero ahora estaba intrigada gracias a Fabrizio.

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