Capítulo 4

Me encontraba leyendo El gato negro del gran Edgar Allan Poe luego de haber buscado por un rato qué podía mantenerme entretenido, estaba sentado cómodamente en mi sillón escuchando un poco de Mozart en un volumen bastante bajo, al final me había decidido por escuchar al buen Wolfgang, mis pies reposaban en el escritorio con las piernas cruzadas una sobre la otra, y claro, un té negro que me había preparado antes de disponerme a la lectura, pero había o sucedía algo que me estaba distrayendo por momentos relativamente esporádicos. Colocaba el pequeño libro en mi regazo y miraba a mi alrededor, todo se veía en orden y nada se encontraba fuera de su lugar lo que me hacía expresar una cara bastante perpleja, giré el rostro hacia la puerta, creyendo que tal vez alguno de mis hombres se encontraba allí parado como un muerto dispuesto a meterme el susto del día y tal vez el de mi vida, pero cada que volteaba no había nadie, el pasillo estaba solo como el desierto. Así que solo debía mantener mi posición de escéptico ante lo paranormal.

Se me erizaron los vellos de la nuca, no he creído nunca en fantasmas, pero estaba bastante rara la situación y quizá un poco tensa para mi gusto. Intenté ignorar ese sentimiento, quizá era parte de mi imaginación activa, además que estaba leyendo una obra de horror, así que volví a mi lectura como si nada hubiese pasado.

Sin embargo, la extraña sensación seguía, arrugué la nariz y desvié mis pupilas hacia la puerta pensando que nunca más tendría la maravillosa idea de dejarla entreabierta, pero para mi sorpresa, pude ver parte del familiar vestido rosa ocultarse tras la pared. Sonreí, y para ser sincero, me sentí bastante aliviado.

Todo cobraba sentido, la chica había estado caminando y encontró aquello que tanto le gustaba y anhelaba conocer, la biblioteca. O tal vez me estaba siguiendo. Giré mi silla ignorando ahora por completo la puerta mientras una nueva sonrisa se me escapaba, esperaría a que ella entrase por su cuenta, haciéndome el idiota respecto a que ya la había visto ocultarse, agarré mi taza de té dándole un sorbo y volví de nueva cuenta a mi lectura, me sentía tranquilo porque no se trataba de ningún fantasma, porque no existen, eso es verídico, ni mucho menos que me había vuelto loco.

Comencé a bostezar cuando había avanzado unos cuántos párrafos, quizá quedé más agotado de lo que creía y el cansancio me reclamaba una siesta a mitad del día. Caí rendido sin siquiera percatarme de ello, solo recuerdo que me encontraba cabeceando, viendo dobles las palabras en la página y luego… desperté con el libro en el suelo y con un fuerte dolor en la nuca, ladeé la cabeza a los lados sintiendo y escuchando como los huesos me traquearon al posicionarlos donde debían estar. Eso dolió un poco y al mismo tiempo, fue bastante liberador, relajante.

Bostecé sintiéndome aún adormilado, y fue allí que recordé a Laura espiándome desde la puerta, cuando giré, la vi husmeando los libros que estaban cerca de la puerta, montada en un banquito de puntillas para llegar a los que estaban en la parte más alta del estante.

— ¿Laura? —cayó al suelo de trasero por el susto que le metí sin querer al hablarle, de inmediato me levanté y corrí hacia ella para ayudarle, pues no había sido mi intención espantarla, de hecho, le había hablado con suavidad— Hey, calma, ¿está bien?

La chica se sobaba mientras yo le tendía la mano, me miró con cierta preocupación, seguro pensaba que me enojaría por ella entrar sin permiso, pero realmente era todo lo contrario, así ella podía conocerme mejor y darse cuenta de que no soy un monstruo.

— Lamento haber... entrado sin su autorización. —ella colocó las manos sobre su pecho, como si estuviese indecisa de tomar la mía, yo negué con la cabeza ante sus palabras.

— El que entre aquí no me enoja en absoluto, ya sé que disfruta de la lectura tanto como yo, venga, déjeme ayudarle a ponerse en pie. —fue allí que ella accedió a sujetar mi mano, la jalé hacia arriba con delicadeza, luego se limpió y acomodó el vestido con su mano libre.

— Gracias, aunque igual no debí entrar así.

Dejé escapar una sonrisa mientras la dejaba en libertad su suave palma, ella miró a mis ojos, pude notar que aún había cierto temor en su interior. Era claro que no podía culparla, verdaderamente ignoraba el tiempo en que ella estuvo prisionera con los Napoli y todas las desgracias que vivió durante ese tiempo.

— No hay problema, lo digo en serio —hice una breve pausa antes de continuar—. Entonces, señorita Laura, ¿le doy un recorrido por esta vasta biblioteca?

— Sería todo un honor, señor Coppola —hizo una ligera inclinación que me dejó un tanto o, completamente atontado, era una chica con buenos modales y un carisma dulce a pesar de su temor que resultaba, de algún modo, ser auténtico y encantador.

— Bueno, vamos a ello.

Extendí mi antebrazo hacia los pasillos de la biblioteca, ella comenzó a caminar delante de mí. No conocía sus gustos literarios, así que comencé a preguntarle sobre cuales prefería, ya que, siendo bastante sincero, tenía libros de todo tipo, incluida la Biblia.

— Recuerdo que mi padre, desde que era una niña, disfrutaba de comprarme libros de todo tipo, ya que mi hermano mayor me enseñó a leer siendo muy pequeña, y él también me leía mucho sobre muchas cosas, desde cuentos hasta arte o ciencias.

— Supongo entonces que eran una familia bastante pudiente.

— Algo así. Papá trabajaba mucho para cuidarnos a mi hermano y a mí, pero ese esfuerzo lo llevó a la tumba siendo joven.

— ¿Y su madre y hermano?

— Mi madre murió al darme a luz y mi hermano… espero que esté bien. No sé en dónde esté, no recuerdo mucho.

— Lamento en gran manera su situación —pude notar como ella apretó con fuerza sus manos, pero mantuvo el rostro sereno—. Le ayudaré a localizar a su hermano, cuando él venga por usted, podrá irse en paz, les ayudaré a escapar de los Napoli.

— Dudo que los Napoli nos dejen en paz.

— ¿Qué tienen que ver ustedes con ellos?

— Yo no… recuerdo, a veces me duele mucho la cabeza. Tengo algunos bultos que sobresalen un poco de mi cráneo —eso, en definitiva, me cabreó, era evidente que ese shock traumático la llevó a olvidar ciertas cosas—. Supongo que mis recuerdos irán regresando poco a poco, al menos recuerdo a mi familia. Es mi gran consuelo.

Aquello me dolió, podía entenderle. Aún extrañaba a mi madre a pesar que había pasado tanto tiempo de su deceso, era una cicatriz que nunca terminaría de sanar por completo ni aunque llegase a ser un viejo de ochenta años. No quería indagar más en esos temas dolorosos para ella, así que cambié el tópico de conversa.

— Todo a su tiempo, no debe forzarse a recordar todo, pero hay algo que sí necesito ahora. ¿Qué prefiere leer primero?

— ¿Jane Austen? —inquirió con una dulce sonrisa.

— Buscando a Jane Austen. ¿Orgullo y Prejuicio tal vez?

¿Cómo no iba a tener una obra de tan excelsa mujer? Sus novelas marcaron un antes y un después desde que fueron publicadas, y aún más cuando les quitaron el bendito anonimato, siempre pensé que era absurdo mantener en anónimo a alguien talentoso solo por su sexo, en ese caso, por ser una mujer escritora.

— ¡Espere! —vociferó cuando ya casi agarraba el libro mencionado— ¿Acaso ese libro es Drácula?

— El único e inigualable —expresé con orgullo.

— Amerito ese, por favor.

— Es un cambio drástico de tipo de obra y autor —ella parecía estar muy emocionada por ese en particular, sonreí y alcé mi mano para tomar el susodicho.

— Papá no me permitía leerlo, nunca me lo dio

— Uh, entonces no debería dárselo por el bien de la memoria de su buen padre.

— ¡No sea así, por favor! —la angustia se reflejó en sus ojos y aquello me hizo reír un poco mientras tendía el libro y lo entregaba en sus manos.

— Si me lo pide de ese modo, no podría negarme.

Pude notar sus mejillas tomar ligero color rosa, tal como su vestido. Sus labios se tensaron un poco y seguidamente se dio la vuelta mientras susurraba muy por lo bajo un gracias comenzando a alejarse del lugar a paso lento con el libro entre sus manos, quizá buscaría dónde sentarse o iría directo a su habitación a leer toda la tarde. Caminaba casi como si estuviese danzando, eso resultó muy adorable de ver.

Tal vez si seguíamos en ese ritmo, podría establecer una amistad con esa niña, ella era una chica que me resultaba muy carismática dentro de toda esa timidez que reflejaba ante mí. Caminé tras ella, dispuesto a retomar mi lectura aprovechando de recomendarle el ventanal de la zona derecha de la biblioteca, el cual tenía un espacio con una pequeña colcha, a veces me sentaba o acostaba allí a leer, era muy cómodo, tanto que muchas veces me dormía hasta el anochecer o incluso hasta el amanecer.

Sin esperar más, ella fue a ese lugar. Pude verla retirar sus zapatillas, sus pies se veían muy delicados, pequeños, a la talla de su estatura. Se acomodó en la colcha pegando casi su cuerpo al ventanal, dobló sus rodillas dejando la planta de sus pies hacia mi dirección, podía ver de lejos algunas magulladuras, aquello me hacía preguntar cuánto tiempo estaría ella descalza corriendo o caminando cuando estaba con los Napoli. No podía explicarlo, pero ella me generaba una ternura que no lograba explicar, ni siquiera yo mismo lograba comprender cómo ella llamaba tanto mi atención, quería dejarle de mirar, pero los segundos pasaban y seguía detallando a la niña.

Siempre quise una hermanita, desde que tengo memoria, le pedía siempre a mi madre una hermanita qué cuidar, pero no imaginé que la vida me daría una niña para cuidar. Y a ella sí la protegería como diese lugar, no permitiría que nada borrara de nuevo esa hermosa sonrisa de sus labios.

Le decía niña, pero no sabía realmente su edad, y para ser franco, me daba un poco de vergüenza preguntarle, ya que no había tanta confianza entre nosotros aún. Era claro que tenía mucho trabajo por delante para que Laura se sintiese bien mientras estuviese cerca de ella, y que no solo me viera como otro mafioso de m****a que en algún momento iba a hacerle daño.

Me obligué a dejarle de mirar, la iba a degastar si seguía así, me tenía más hipnotizado que Fiorella, aunque supongo que era mi deseo por protegerla, evitar que volviese a sufrir todo lo que vivió durante esos días oscuros.

Bajé mi mirada y me enfoqué de nuevo en el ilustre Edgar Allan Poe, sus relatos de terror puro me ayudaban a entender en cierto punto, el horror de las personas. Claro, yo no era exento a sentir miedo, de hecho, tenía un par de temores con los que a veces tenía pesadillas, y eso se debía a mi vida como líder de la mafia.

Bajé un poco el libro antes de terminarlo por completo, faltaba el último párrafo. Laura seguía leyendo, demasiado concentrada que parecía ignorar por completo todo su derredor, y fue allí que me sacaron abruptamente de mi mundo mágico al tocar con cierta fuerza la puerta con los nudillos.

— Señor Coppola, es hora.

Vittorio interrumpió. Estaba parado en la puerta, sus manos estaban cruzadas, puestas una sobre la otra mientras me miraba fijamente. Suspiré con pesadez, volví mi mirada a la chica, pero ella seguía en la misma posición, parecía absorta a su alrededor.

Me levanté dejando el pequeño libro en el escritorio, había olvidado por completo mi deber del día, fue en ese instante que ella giró su cabeza hacia mí mostrando cierta confusión.

— No se preocupe, puede leer aquí siempre que desee. Volveré en un rato.

Tomé el saco que reposaba en el perchero al lado derecho de mi escritorio, así como mi sombrero, me dispuse a salir mientras me las colocaba, aunque el saco solo lo dejé reposando sobre mis hombros. Laura no abrió la boca, pero supongo que entendía qué era lo que iba a hacer, pues su mirada fue de desaprobación total.

Y no podía hacer yo nada para evitarlo, así era mi vida. No podría cambiarla de la noche a la mañana por más que quisiera. Di un último vistazo a la chica, ella ya me había dado la espalda concentrándose en su libro; esbocé una pequeña sonrisa ladina emprendiendo mi rumbo hacia afuera, yendo Vittorio detrás de mí con las llaves del auto en su diestra. Toqué mi cinturón, verificando que mi arma estaba allí, mi pequeña y letal compañera, perdí la cuenta de cuántos me había ya cargado con ella. No me sentía para nada orgulloso de ello, cabe acotar, pero quizá tampoco tenía excusa para mi comportamiento.

Una vez afuera, me percaté que el cielo estaba nublado, corría una brisa fría que indicaba que en cualquier momento llovería. Recordé mi noche con Napoli, también había llovido ese día, solo esperaba que ese en particular no acabase de ese mismo modo, aunque dudaba mucho de eso, el tipo nunca me fallaba y los trabajos que me pedía solían ser muy buenos. Subí al coche, una vez Vittorio tomó su lugar, le pedí un habano para distraerme durante el camino. Los demás de mis hombres que esperaron por mi salida alrededor de la plaza principal de la casa Lombardo terminaron por entrar a sus autos cuando el chico y yo ya estábamos dentro. Prendí mi habano mientras ellos arrancaban y conducían al frente, luego fue Vittorio quién comenzó a conducir, abrí un poco mi ventanilla para expulsar el humo y, aunque suene infantil, siempre he disfrutado de mirar por la ventana y sentir el aire rozar en mis mejillas, a menos que haga demasiado frío o sea netamente invierno, exagerando el asunto, es como si sintiera que se me congelan los pelos de la nariz y los mocos.

El viaje sería un poco largo, había bastante paisaje por ver a través la ventana y aunque fuese descabellado, pensé en que hubiese sido buena idea llevarme a Laura, para que paseara un poco y despejara su mente, pero quizá terminaría odiándome o teniéndome un miedo irracional de nuevo, no quería arruinar el pequeño avance que habíamos tenido más temprano, aunque la forma de mirarme antes de irme me dio esa impresión de odio que, quizá, más tarde me haría saber tirándome el café en la cara… rogaba que no hiciera eso, pero de solo pesarlo, me reía solo en el asiento trasero, Vittorio me veía a través del espejo retrovisor, bastante confundido, pues no era algo que hiciera muy a menudo.

El trayecto demoró unos treinta y cinco minutos aproximadamente, quizá menos, pero llegamos a Montefioralle, una zona bastante hermosa de Florencia. Lady Ricci esperaba en la entrada principal de la casa Ricci, sola como siempre, con esa sonrisa intimidante y coqueta con la que siempre me veía a mí y a Vittorio, por el que parecía tener cierta fijación. Le di con el codo al chico, las intenciones de la mujer eran bastante claras, o yo me hacía ideas equivocadas cuando en realidad ella pensaba en acabar con nosotros. Con las mujeres nunca se sabe.

— Lady Ricci, un placer saludarla, como siempre —me acerqué a ella, tomando su mano y dejar así un beso sobre el dorso de la misma.

— Señor Coppola, un gusto tenerle en la casa Ricci una vez más. Mi tío le espera en la oficina, si es tan amable de seguirme.

— Todo un placer.

La mujer se dio media vuelta y comenzó a andar con ese característico vaivén de sus prominentes caderas, logrando embobarme cada vez que la veía por detrás. Me saqué su figura de la mente concentrándome en el motivo por el que había viajado hasta allí, cobrar mi dinero.

La joven Ricci abrió la puerta de la oficina, me sonrió y entró dejando que su melodiosa voz fuera la que diera introducción a mi llegada al gran anfitrión de la casa.

— Querido tío, el señor Coppola está aquí.

— Gracias, mi pequeña Anne.

Aquella voz vieja se escuchó apenas al entrar a la oficina. El hombre estaba más canoso y gordo que la última vez que le vi. Ese sí que disfrutaba de una vida llena de lujos, placeres y excesos por demás.

— Víctor Ricci, dichosos los ojos que lo ven —le saludé alegremente acercándome a su escritorio mientras que él hacía el esfuerzo por levantarse de su asiento y tender su mano hacia mí.

— ¡Mi pequeño ragazzino* travieso! —vociferó fuerte dejando escapar una carcajada. Le costaba un poco moverse por toda la grasa de su cuerpo, pero parecía lucir bastante bien de salud, por ahora. — He pedido que te llamaran no solo para pagarte mi deuda, sino para pedir tus servicios nuevamente…

            *Niño

— Ah, ¿sí? —estaba fascinado con él, sus pagos tardíos siempre iban con sorpresa incluida. El viejo me caía bastante bien—. ¿Y qué será en esta ocasión?

El tipo gordo sonrió y apoyó los codos en el escritorio entrelazando sus dedos, ya me daba a entender que sería un trabajo bastante interesante del que no me arrepentiría tomar por más descabellada que fuese su petición. Ya había sucedido el año pasado y he de admitir que extrañaba esos trabajos divertidos que a veces tardaba meses en completar. Me recliné en el sillón mirando al gordo con atención mientras su sensual sobrina dejaba una taza de té a cada uno, estando detrás de su gordo tío, me guiñó y sonrió, luego de ello se retiró cerrando la puerta tras ella.

— Sé que esto te va a interesar más que a mí, pero esto ciertamente me está perjudicando de algún modo. Así que presta atención a esto Alessandro, solo lo diré una vez, y será mejor que creas en mis palabras por más que te niegues a que es mentira.

— Sé que sus fuentes son confiables.

— Entonces, por hoy, no dudes de lo que te diré por más descabellado que suene.

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